Las tormentas y los tormentos democráticos del fin del mundo

Signos

En lo peor de las crisis definitivas no se resuelven las causas humanas que contribuyen a provocarlas. Lo que sí queda claro con ellas son los factores que convergen en sus magnitudes.

Se sabe que los violentos excesos del carbono en la atmósfera provocan fenómenos climáticos inéditos y catastróficos que advierten de una extinción civilizatoria irreversible provocada por la degradación humanística (y humanitarista) que, con la proporcionalidad de los tiempos cuánticos y las dimensiones siderales, está en consonancia, sin embargo, con el inevitable agotamiento entrópico de la energía cósmica.

(Es decir: la humanidad, en una rauda y última modernización tecnológica ‘inteligente’ y cada vez más artificial y desconceptualizada e insensible a las injusticias, está acabando consigo misma dentro de una dialéctica de esterilización planetaria propia de la dinámica de debilitamiento y exterminio de la fuerza expansiva del Universo, de la que la ciencia astronómica relativa al ‘Big bang’ estima se ha apagado, con sus luces estelares, en un noventa por ciento desde el estallido creador de dicho sistema vital, que es absolutamente organizado en sus mutaciones y regido por leyes físicas invariables y eternas.)

Y entonces, con la rotundidad devastadora de los embates atmosféricos terminales del fin de las eras quedan tan desnudas y condenables, cuales son, algunas de las peores imperfecciones humanas progresivas que más estimulan sus fatales consecuencias.

Es decir, por ejemplo, en el Caribe mexicano: mientras más grande la amenaza de los fenómeno naturales de los tiempos, más desapercibidas y desenfadadas las autoridades que fueron elegidas, entre otras cosas, para advertir de esos peligros potenciales antes que nadie y actuar en consecuencia y sin precipitaciones en las vísperas, para evaluar las fragilidades propias de su entorno en los órdenes estructural y temporal que lo hacen diferente y más vulnerable que muchos otros, para estar al tanto de cada una de las acciones y las obras necesarias a emprender en tiempos normales y con la planificación más precisa a desarrollar por encima de todo lo eventual y postergable, para exigir y convocar -por anticipado y no cuando el niño se esté ahogando- el compromiso de los demás en las tareas comunes, para atenuar las malas experiencias y acusar y saber rendir cuentas a propósito de lo posible y lo imposible, y para salvar de los lodazales de las inundaciones el prestigio del sufragio contra las sentencias de que sólo importa la propaganda y el exhibicionismo electorero y la politiquería; que no se sabe nada del ejercicio institucional del poder político ni se tiene capacidad administrativa ni responsabilidad representativa en los órdenes republicanos para los que se ha sido postulado y elegido; y que no se tiene personalidad dirigente ni liderazgo ni iniciativa ni creatividad ninguna para movilizar a los sectores operativos de la gobernanza con el fin de evitar calamidades emergentes y previsibles porque se confía siempre en que no las habrá nunca porque no se conoce en absoluto el piso en que se está parado y donde lo que menos importa es el servicio público y a lo único que se llega ahí es a lucrar con la oportunidad y la suerte robada de poder hacerlo.

Es decir: mientras más habrían de requerirse jefaturas y autoridades de los mayores vuelos, en un territorio y en los tiempos y en las situaciones más difíciles y demandantes del mundo, lo que se tiene son representaciones populares de pacotilla que no alcanzan el tamaño de los meros intendentes y sólo salen a las tempestades a correr a última hora y a mirar los percances que pudieron evitarse y a intentar lavarse la cara de la ilegitimidad a toda prisa delante de las poblaciones y los electores que tampoco debieron elegirlas.

Pero, bueno, tal es la lógica de la decadencia, de la entropía universal y planetaria, del espíritu civilizatorio y democrático de los tiempos. Amén…

SM

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