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Signos
Si la oposición no revive, no renace, no se reinventa con liderazgos convincentes y propuestas populares vigorosas, el Movimiento de Regeneración Nacional se seguirá hundiendo en su propia descomposición irremediable de oportunistas y simuladores de la moralidad política obradorista, y no habrá alternativa para el país contra plagas tan consistentes y demoledoras como la de los narcoGobiernos de todas las filiaciones partidistas y las instituciones estatales y municipales de los sistemas de seguridad y de Justicia corrompidos y desplazados en casi todas las entidades del país por los grupos del crimen organizado, los que si bien podrán ser combatidos -los más importantes de ellos- con una mayor intervención de la DEA y del poder militar de Washington en el flanco de las drogas, muchos otros y nutridas filiales de aquellos seguirán operando los negocios secundarios que han incorporado a su industria del narcoterror como se ha hecho desde los tiempos fundacionales de Los Zetas hace un cuarto de siglo, como la extorsión indiscriminada, la trata y la prostitución, la participación en el cobro de servicios públicos, el control policial y de organismos gremiales diversos, la administración de la delincuencia común, las asociaciones con empresas de distinto giro y tamaño, el huachicol, el robo legalizado de propiedades inmobiliarias urbanas y rurales, el atraco carretero, el financiamiento electoral, la imposición de autoridades en sectores de su interés, la ampliación progresiva de su participación en las decisiones de sus Estados y Municipios, y una criminalización de la vida política y social que, como ya ocurre en distintas regiones, cuenta cada vez más con la complacencia popular, porque donde el monopolio del poder del crimen organizado se impone y se torna hegemónico, la comunidad termina por acostumbrarse y convivir de manera ‘normal’ bajo sus condiciones ante la inercia improductiva, la ingobernabilidad y la degradación consistente de la calidad de vida derivadas de ese fracaso democrático del sufragio incivil o de la apuesta por representaciones y regímenes constitucionales fallidos y puestos en el poder entre la desesperanza de lo antes padecido y la expectativa iluminada, masiva y vana de un obradorismo igual o peor.
De modo que, acotadas por un movimiento moralizador de regeneración nacional pervertido por cada vez más depredadores políticos en campaña y en plan de propaganda propia y de sus particulares proyectos e intereses de poder -tras el repliegue de la fuerza vital del jefe máximo del cuatroteísmo que impedía los libertinajes y las desbandadas y protagonismos por cuenta propia-, las iniciativas presidenciales claudistas, por sabias y bienaventuradas que sean, estarán cada día más acotadas y serán cada vez más boicoteadas en los territorios donde su mandato pierde consistencia real (si bien no disminuye en popularidad gracias a las conferencias presidenciales mañaneras y a los programas sociales de distribución de recursos del Bienestar) porque crece en ellos la deslealtad, la politiquería, la frivolidad gobernante y representativa, la parálisis institucional, la pésima gestión pública, los nexos del poder político y policial y ministerial y judicial con la delincuencia organizada, y el fortalecimiento de cacicazgos y núcleos locales dedicados a promoverse y a defender todo tipo de candidaturas en disputa (y con los remanentes de la popularidad obradorista que ganan más donde la oposición desaparece y no se renueva, sin importar que los verdemorenistas sean iguales o peores que sus contrincantes ‘ideológicos’), y donde la defensa del interés general es lo de menos y se degrada toda posibilidad de alcance y cambio positivo del mandato presidencial, porque las reformas federales -como la del Poder Judicial- se anulan con contrarreformas locales, y otras como las del antirreeleccionismo y el antinepotismo pueden ser socavadas del mismo modo, como del mismo modo se socava el liderazgo claudista dentro del Movimiento de Regeneración Nacional.
No es fácil, claro está, acreditar una oposición de alto perfil frente a una popularidad obradorista del claudismo que, si bien procede de la idolatría sobreviviente en torno a Andrés Manuel, sigue superando sus estándares. Y lo paradójico de esa popularidad claudista es que, aun cuando el perfil de la Presidenta es más bien contrario al de los liderazgos morenistas que atentan contra la moralización política pregonada por ella, como los narcoGobernadores que someten a sus Fiscales, a sus titulares de los Tribunales Superiores de Justicia, a los dirigentes parlamentarios, a los Alcaldes y a los jefes policiacos bajo su control al dominio del ‘narco’, es esa popularidad presidencial la que fortalece en las urnas y en la aprobación mayoritaria, mediante el voto iletrado y la conciencia alienada de la irracionalidad, a esos y a todos los demás enemigos de la llamada ‘cuatro t’.
¿Cómo establecer, entonces, desde la oposición, una línea de combate exitosa contra eso. Bueno, pues desde dentro del obradorismo, por ejemplo. Como hicieron los priistas que denunciaron las cargas oprobiosas y antipopulares y contrarrevolucionarias del neoliberalismo privatizador y se llevaron la poderosa fuerza social del PRI para fundar el PRD, donde los perredistas y expriistas enemigos de la corrupción y las perfidias cupulares se fueron a fundar el movimiento y el partido de la Regeneración Nacional. Pero el caso es que está urgiendo una oposición alternativa y de valor, que no se atasque en los derechismos oligarcas y cristeros o en los izquierdismos traicioneros y falaces. Más ecléctica y menos ideológica y dogmática. Más crítica y abierta a la diversidad convergente con la justicia social. Que negocie con el oportunismo inevitable y conveniente pero no lo encubra ni lo tolere ni lo aplauda ni lo premie con impunidades. Y que ataque la narcopolítica en todas sus variables y los cacicazgos estatales disfrazados de bastiones morales. Que audite la incompetencia, exhiba la corrupción jurisdiccional, y contribuya a castigar con rigor penal a los delincuentes que lucran en los partidos y en las instituciones del Estado. Una oposición con partidos y liderazgos que indaguen y denuncien, sin cola que les pisen. Una oposición que, por ejemplo, defienda el obradorismo de las buenas causas y desvista con los pelos en la mano y a los cuatro vientos a los impostores, a los narcoGobernadores y a la canalla guinda y aliada que lucra con el discurso del cambio y la transformación. Esa crítica, en fin, que se calla por temor a la impopularidad, la Presidenta de la República, como Andrés Manuel se negó a combatir el narcoterror y defendió un soberanismo proteccionista del mismo por miedo a esa impopularidad y a las acusaciones de excesos de fuerza del Estado contra los derechos humanos que le costarían sufragios y mayorías calificadas y reformas fundamentales para su proyecto transformador. Hace falta, claro, lo que no se ha hecho en contra de lo que tanto daño sigue haciendo.
SM