Longyearbyen, una ciudad donde está prohibido morirse

Pinceladas

¿Hay en el mundo un lugar en donde es posible nacer, pero no morir? Si es que existe, suena a algo así como la utopía ideal de Tomás Moro y sería, en consecuencia, un sueño de la razón. Está en el archipiélago ártico de Svalbard, próximo a Noruega. Se llama Longyearbyen, en las Svalbard. Se encuentra situada en la isla principal, Spitsbergen, a 78 grados y 15 minutos de latitud norte, esto es: a unos 1,500 kilómetros del Polo Norte. Es la ciudad poblada más septentrional del planeta, con temperaturas que pueden sobrepasar en el invierno los 50 grados bajo cero. En ella hay pubs, discoteca, piscina climatizada, iglesias, escuelas, hoteles, restaurantes, hospital, concesionarios de coches, supermercados, casas de varios pisos, Internet y un periódico diario. Pero no hay cementerios que acojan enterramientos desde hace unos 70 años. ¿Es que nadie muere en Longyearbyen? No es eso. Lo que sucede es que en esta ciudad está prohibido morirse. Todo responde a una serie de paradójicas razones. La primera, el estatus político del archipiélago. Aunque en teoría la soberanía de estos territorios es noruega, la ONU no ha aceptado todavía de una forma clara esa circunstancia y, por ejemplo, perviven en el tiempo reclamaciones sobre derechos pesqueros en el área: entre otras, una española, ya que los primeros pescadores de ballenas de la zona fueron, a principios del siglo XVII, arponeros vascos. Además de eso, los rusos mantienen una explotación de carbón al sur de Longyearbyen, Barentsburg, que cuenta con administración propia, fuera del control noruego, y población estable de 800 almas. Así que el estatus impreciso de las Svalbard permite que la vida en las islas sea más anárquica que en la Noruega continental.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

La expansión del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, surgido en la ciudad china de Wuhan a finales de 2019, continúa sumando nuevos casos. Aunque el brote de China y Europa se encuentra bajo control, el virus se expande con fuerza en América, sudeste asiático y Oriente Próximo. En cifras totales, más de 6.5 millones de personas de más de 185 países del mundo han sido diagnosticadas de covid-19. De ellas, 2.8 millones ya se han curado y 380,000 han perdido la vida. España es el quinto país del mundo con más casos detectados, por detrás de Estados Unidos, Brasil, Rusia y Reino Unido. El 31 de enero se confirmó el primer positivo en suelo español, pero fue a partir de marzo cuando los diagnósticos empezaron a aumentar de forma exponencial. La estabilización de los casos confirmados llevó al Gobierno a presentar un plan por fases para la salida del confinamiento el pasado 29 de abril, cuya desescalada se comenzó a aplicar en media España el 11 de mayo. El 70% de la población española se encuentra ya en fase de liberación del confinamiento. Otra señal positiva es que la variación de crecimiento de los casos diagnosticados día a día sigue disminuyendo. En mes y medio se pasó de un crecimiento diario de más de un 42% a menos de un 0.5%.

El foco de la pandemia ya no se encuentra en la provincia china de Hubei, donde fue detectado por primera vez a finales de 2019. Estados Unidos es el país con más positivos, seguido de Brasil, Rusia y Reino Unido. En Asia preocupa India, que ha superado en casos diagnosticados a Irán y China. En África, el ritmo de contagios también ha aumentado. Sudáfrica alcanza los 36,000 infectados, y Egipto, los 27,000, mientras que Nigeria y Argelia rondan los 10,000. Según, la OMS, si entre el 10 y el 22 de mayo los casos en el mundo subieron un 24.5%; en el sudeste asiático lo hizo un 81.7%, y en Oriente Próximo, un 52.3%. Al igual que en España, otros países europeos comenzaron con medidas de desconfinamiento. No obstante, el virus ha golpeado duramente a Europa, donde ya ha contagiado a más de dos millones de personas. Rusia es ahora el país con más casos diagnosticados, alrededor de 423,000 y, Reino Unido, el que tiene el número más alto de fallecidos y rebasa los 39,000. Estados Unidos, con 1,8 millones de personas diagnosticadas, es el nuevo epicentro de la pandemia, al convertirse en el país del mundo con más positivos identificados. También con más fallecidos: rebasa los 106,000 muertos. El virus también va infectando a la población de otros países americanos. Brasil es el segundo con más positivos (555,000), seguido de Perú, Chile, México y Canadá. Todos ellos acumulan al menos unos 100,000 casos detectados -Perú registra más de 170,000-, bajo el constante temor de que el ritmo de nuevos contagios, al igual que ocurrió en Europa, siga aumentando de forma exponencial.

La decisión de Suecia de no imponer un bloqueo estricto con el Covid-19 disparó las muertes, a diferencia de Noruega, Dinamarca y Finlandia

Suecia aplicó medidas más relajadas de cuarentena para combatir el Covid-19 que sus vecinos del Norte de Europa y registró un alto número de muertos. Así lo reconoció este miércoles el hombre detrás de esa política, el epidemiólogo sueco Anders Tegnell, alabado semanas atrás por los contrarios a los confinamientos. Los suecos experimentaron una tasa de mortalidad mucho más alta que sus vecinos más cercanos y tienen ahora prohibido cruzar sus fronteras. El doctor Tegnell dijo en la radio sueca que debería haberse hecho más desde el principio. “Obviamente existe un potencial de mejora en lo que hemos hecho”. Sin embargo se olvidó que los ‘ensayos clínicos’ se realizan en los laboratorios, como se está haciendo en la búsqueda de la vacuna. A los suecos se les recomendó que mantengan el distanciamiento social, pero no hubo un cierre total del país. Hasta el 3 de junio, Suecia registra 4,542 muertes y 40,803 casos de coronavirus, en una población de diez millones, según informa el conteo de la Universidad Johns Hopkins. Mientras tanto, Dinamarca, Noruega y Finlandia, que impusieron bloqueos, las cifras de casos confirmados y fallecidos son muchas más bajas. Dinamarca registra 580 muertes; Noruega, 237; y Finlandia, 321. Noruega y Finlandia, vecinos de Suecia, criticaron las medidas del país para combatir el coronavirus. El doctor Tegnell, que es el epidemiólogo que está a cargo de la respuesta de Suecia al Covid-19, le dijo a la BBC en abril que el alto número de muertes se debió principalmente a que los hogares de ancianos no pudieron contener la enfermedad, aunque enfatizó que no descalificaba “la estrategia en su conjunto”.

Dos meses después, el especialista tiene otra opinión. “Si volviéramos a encontrarnos con la misma enfermedad, sabiendo exactamente lo que sabemos hoy, creo que nos conformaríamos con hacer algo entre lo que hizo Suecia y lo que ha hecho el resto del mundo”, dijo a la radio pública sueca. Cuando se le consultó si creía que muchas personas habían muerto demasiado pronto, Tegnell respondió: “Sí, absolutamente”. Para el referente en epidemiología de Suecia, muchas personas murieron demasiado pronto. No obstante, él no fue específico en detallar qué debería haber hecho Suecia de manera diferente y en una conferencia de prensa más tarde el miércoles subrayó: “Básicamente todavía creemos que esa es la estrategia correcta para Suecia”. Intentar guiar la respuesta al coronavirus fue como manejar un transatlántico, ya que cada medida tardó tres o cuatro semanas en completarse, comparó Tegnell. “Si bien el enfoque de Suecia fue aumentar su respuesta paso a paso, otros países impusieron bloqueos inmediatos y reabrieron gradualmente”, dijo. Y advirtió que era demasiado pronto para decir si las cuarentenas estrictas habían funcionado o no. “Sabemos por la historia de los últimos tres o cuatro meses que esta enfermedad tiene una capacidad muy alta para comenzar a propagarse nuevamente”. Es importante que este doctor no siga confundiendo los deseos con la realidad y Suecia sea capaz de reconducir su política contra la pandemia, como le pedían Noruega y las islas Svalbard, donde saben más de la muerte que Anders Tegnell.

Desenterraron los cadáveres de unos marineros que habían fallecido de influenza, el suelo congelado conservó los virus, lograron una vacuna

Se llama Longyearbyen, en las Svalbard. Se encuentra situada en la isla principal, Spitsbergen, a 78 grados y 15 minutos de latitud norte, esto es: a unos 1,500 kilómetros del Polo Norte. Es la ciudad poblada más septentrional del planeta, con temperaturas que pueden sobrepasar en el invierno los 50 grados bajo cero. En ella hay pubs, discoteca, piscina climatizada, iglesias, escuelas, hoteles, restaurantes, hospital, concesionarios de coches, supermercados, casas de varios pisos, Internet y un periódico diario. Pero no hay cementerios que acojan enterramientos desde hace unos 70 años. ¿Es que nadie muere en Longyearbyen? No es eso. Lo que sucede es que en esta ciudad está prohibido morirse. Todo responde a una serie de paradójicas razones. La primera, el estatus político del archipiélago. Aunque en teoría la soberanía de estos territorios es Noruega, la ONU no ha aceptado todavía de una forma clara esa circunstancia y, por ejemplo, perviven en el tiempo reclamaciones sobre derechos pesqueros en el área: entre otras, una española, ya que los primeros pescadores de ballenas de la zona fueron, a principios del siglo XVII, arponeros vascos. Además de eso, los rusos mantienen una explotación de carbón al sur de Longyearbyen, Barentsburg, que cuenta con administración propia, fuera del control noruego, y población estable de 800 almas.

Así que el estatus impreciso de las Svalbard permite que la vida en las islas sea más anárquica que en la Noruega continental. En Spitsbergen se bebe sin restricción ninguna y a buen precio. Y cualquiera que lo desee puede instalarse libremente en su territorio. También alberga uno de los baluartes que podrían salvar a la humanidad en caso de catástrofe mundial: la conocida como “bóveda del fin del mundo”. Construido a 120 metros de profundidad en una montaña arenisca, este almacén a prueba de bombas nucleares y terremotos recoge desde 2008 decenas de miles de semillas con las que salvaguardar la biodiversidad. Pero vamos al asunto de la muerte. A principios del siglo XX, unos científicos desenterraron los cadáveres de unos marineros que habían fallecido de influenza, pensando que el suelo congelado conservaría los virus de la enfermedad gripal. Acertaron y lograron crear una vacuna contra un mal que había desatado la enorme pandemia de 1918. Eso no fue todo: resultó que los cadáveres estaban en perfecto estado de conservación a causa de la enorme capa de hielo que cubría y rodeaba los ataúdes.

Desde siglos atrás, las personas sueñan con que los avances de la ciencia convertirán al hombre en un ser inmortal, apuestan por la congelación

Y ahí comenzó el problema. Desde siglos atrás, son muy numerosas las personas que han soñado con un día en el que, merced a los avances de la ciencia, la humanidad encontrará los remedios para curar todas las enfermedades, lo que convertirá al hombre en un ser inmortal. De modo que puede suponerse que un cuerpo congelado tras su muerte podría ser curado y resucitado en el futuro. Y con esa idea, mucha gente comenzó a instalarse en las islas para morir y ser enterrada en ellas. A las autoridades no les quedó otro remedio que prohibir las inhumaciones en las Svalbard. Más aún, en ningún edificio se permite la construcción de rampas para gente impedida, para que los ancianos minusválidos no puedan instalarse y morir en la ciudad. Si alguien fallece en estas islas, su cadáver es enviado a casa en aeroplano. Prohibido, pues, morir en Longyearbyen.

El dato impresiona. Junto con ciudades como Reikiavik o Helsinki, Oslo se cuenta entre las capitales más septentrionales de la tierra. Pues desde Oslo hasta África hay la misma distancia que desde Oslo hasta Svalbard, nuestro punto de llegada. Así de cerca de la cima del mundo nos hemos venido. Svalbard constituye la última frontera a la que un barco puede asomarse antes de que los hielos eternos cubran la superficie del mar. Nosotros hemos llegado navegando en el velero Sternaen una travesía de varios días desde el continente europeo. Nuestro primer refugio lo constituye el fiordo de Hornsund, en el sur de la isla de Spitsbergen. La latitud es 77º Norte. Nos hallamos a unos 1,500 kilómetros del Polo Norte.

Compañías inglesas, holandesas y españolas establecieron allí sus bases balleneras y se levantó el poblado minero ruso de Barentsburg

Rodeados de glaciares y armados los guías con fusil -la ley obliga a llevar uno debido a la presencia de osos polares- bajamos a tierra en una playa que nos ofrece un paisaje lunar. Lo primero que nos encontramos es un pequeño zorro ártico que nos mira con ojos nerviosos, como si quisiera saber el motivo por el que estamos ahí. Avanzamos por la orilla rocosa, vadeamos un arroyo de deshielo y damos con los restos de una cabaña de cazadores que se eleva solitaria en la otra punta de la bahía. Cualquier construcción anterior a 1946 es considerada una ruina en Svalbard y protegida como tal, es por eso que a lo largo de toda su geografía pueden hallarse refugios de tramperos y cazadores en perfecto estado de conservación. El que nos encontramos no tiene más de cuatro metros cuadrados y una única ventana pequeña. Al entrar damos con una especie de despensa que aún contiene latas de conservas y algunas botellas vacías. Sobre la mesa hay dos hachas y algunas otras herramientas, y un poco más allá, junto a la estufa de hierro que preside la estancia, se reparten un par de ollas, un cazo y algunos cubiertos oxidados. Se nos hiela el alma al pensar en la vida que llevaban los hombres que allí vivían. Es verano en Svalbard y el sol está alto en el cielo las 24 horas. Llevamos días sin conocer la oscuridad y el ánimo empieza a verse algo afectado, pero no es nada en comparación con lo que deben haber soportado esos individuos en la noche perpetua del invierno polar.

En 1920, el mismo tratado que reconoció la soberanía noruega sobre Svalbard autorizó a algunos otros países a explotar sus recursos naturales. Compañías inglesas, holandesas y españolas establecieron allí sus bases balleneras, y del mismo modo se levantó el poblado minero ruso de Barentsburg, nuestra siguiente parada. Un pueblo posapocalíptico. Una serie de barracas semejantes a dormitorios de tropa o pabellones de prisioneros descansan sobre las laderas ennegrecidas por el carbón, y una sinfonía de tuberías, grúas oxidadas y maquinaria en desuso completan el cuadro. En sus épocas de esplendor, Barentsburg llegó a contar con más de 2,000 habitantes. Arktikugol es el nombre de la compañía que ha explotado sus recursos durante más de medio siglo y que llegó a acuñar su propia moneda, con la cual los trabajadores podían hacerse con algunos productos en los comercios de la empresa. Hoy, ante la inminente clausura de la única mina que continúa en funcionamiento, Arktikugol está intentando reconvertir las instalaciones en destino turístico. Por ahora solo hay un hotel, que además de ofrecer habitaciones posee uno de los dos bares/restaurantes de la localidad. En la ladera negra de la montaña puede verse la boca de una antigua mina. Una estructura de madera soporta las vías por las que el carbón era transportado hasta el puerto en un recorrido que no parece haber sido planificado. Nada allí lo parece. Las estructuras que caen en desuso son abandonadas y a su lado se levantan las nuevas. Como si hubiera surgido espontáneo de la montaña y de las necesidades inmediatas a las que la minería en condiciones extremas obliga, el pueblo aparece como una herida en el paisaje cubierta de polvillo negro.

Mucha gente se trasladó para morir allí, con la esperanza de que si su cuerpo se conservaba bien, en un futuro podrían ser resucitados

Nuestra última parada es Longyearbyen, el mayor asentamiento del archipiélago, la residencia del gobernador y el punto de partida de las excursiones turísticas, que representan la principal fuente de ingresos de la zona. Casas bajas y de colores vivos constituyen su centro urbano. A un par de kilómetros del pueblo se encuentra el Banco Mundial de Semillas, una estructura subterránea a prueba de terremotos y bombas atómicas que salvaguarda la biodiversidad de las especies comestibles del planeta en caso de que ocurra alguna catástrofe. En el pequeño cementerio que hay en las afueras, hace 70 años que no se entierra a nadie. Alentados por la fantasía de una criogenización espontánea, muchas personas mayores o enfermas empezaron a querer ser enterradas allí, lo que obligó a las autoridades a tomar medidas. Las instalaciones de Svalbard carecen -a propósito- de facilidades para ancianos y discapacitados, y si uno empieza a encontrarse mal, es inmediatamente subido a un avión y enviado de vuelta a casa. Morir es algo que está prohibido en Svalbard. Longyearbyen constituye la última parada de nuestra aventura polar. A la mañana siguiente volaremos a Oslo y, desde allí, a casa. Por la tarde, al llegar, me sentaré en el balcón y esperaré pacientemente a que se haga de noche. Primer anochecer después de un día que ha durado varias semanas. En mangas de camisa me dedicaré a mirar las estrellas. Verano mediterráneo. Bendita oscuridad.

Si por algo es famoso el lugar, es por no permitir que sus habitantes mueran allí. La historia viene de lejos: hace unos años unos científicos desenterraron los cuerpos de unos marineros que habían muerto de gripe española y por sorpresa, descubrieron que el virus se había conservado a causa de las bajas temperaturas. Además, los cuerpos se encontraban en perfectas condiciones gracias al hielo que había aislado los ataúdes. El descubrimiento no hacía más que corroborar el peligro: si introducían en el suelo más cuerpos con nuevas enfermedades, corrían el riesgo de conservarlas y provocar otra epidemia. Además, parece ser que mucha gente se trasladó a vivir a la ciudad para morir allí, con la esperanza de que si su cuerpo se conservaba bien, en un futuro podrían ser resucitados. Las autoridades reformaron la ley y ahora si alguien enferma de gravedad, es desplazado en avión o en barco a otra parte de Noruega.

Con la introducción de nuevos cuerpos en la tierra, se podrían conservar enfermedades mortales para los residentes y eso obligó a reformar la ley para ilegalizar los entierros. Además, algunos apuntan que tras conocerse la noticia, muchas personas mayores y enfermas se mudaron a la isla con la esperanza de que si su cuerpo se encontraba congelado y en perfectas condiciones en un futuro, podrían ser resucitados y curarse sus enfermedades. Sea como sea, las autoridades se vieron con la obligación de tomar medidas y no dar opción a los residentes de morir allí. De esta manera, cuando una persona enferma de gravedad en la ciudad, se la desplaza en avión o en barco a otra parte de Noruega para que fallezca allí. Eso sí: si uno lo desea puede ser incinerado fuera del archipiélago y posteriormente esparcirse las cenizas en el pueblo.

La I Guerra Mundial terminó en 1918 con nueve millones de muertos, la influenza de ese mismo año acabó con la vida de 40 millones

Longyarbyen aún alberga más curiosidades. Cerca de la ciudad se encuentra la conocida como “bóveda del fin del mundo”. Se trata de un almacén a prueba de bombas nucleares y terremotos construido a 120 metros de profundidad que recoge desde 2008 decenas de miles de semillas para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento en caso de catástrofe mundial. Un lugar que se ha convertido en el mejor destino para los más curiosos. La I Guerra Mundial terminó en 1918 con nueve millones de muertos. La gripe española de ese mismo año acabó con la vida de 40 millones de personas. Fue la peor de las tres epidemias mundiales de gripe del siglo XX (1918, 1957 y 1968), y de hecho la peor pandemia de cualquier tipo registrada en la historia. El virus que la causó no venía de los cerdos, sino de las aves, pero era un H1N1, como el actual. El H1N1 era un virus aviar hasta 1918, y fue la gripe española quien lo convirtió en una cepa humana típica. Los países implicados en la Gran Guerra no informaban sobre la epidemia para no desmoralizar a las tropas, de modo que las únicas noticias venían en la prensa española. La gripe española debe su nombre, por tanto, a la censura de tiempos de guerra, y no a su origen, ya que el primer caso se registró en Camp Funston (Kansas) el 4 de marzo de 1918. Por entonces el virus sólo causaba una dolencia respiratoria leve, aunque muy contagiosa, como cualquier gripe. En abril ya se había propagado por toda Norteamérica, y también saltado a Europa con las tropas americanas.

El primer caso de la segunda oleada mortal se registró el 22 de agosto en el puerto francés de Brest, una de las principales entradas de los soldados norteamericanos. Era el mismo virus, porque los afectados por la primera oleada estaban inmunizados frente a la segunda. En algún momento del verano, sin embargo, se había convertido en un agente mortal. Causaba neumonía con rapidez, y a menudo la muerte dos días después de los primeros síntomas. En Camp Devens, Massachusetts, seis días después de comunicarse el primer caso ya había 6,674 contagiados. Los brotes se extendieron a casi todas las partes habitadas del mundo, empezando por los puertos y propagándose por las carreteras principales. Sólo en India hubo 12 millones de muertos. Fue la llegada del virus a los lugares más recónditos la que permitió reconstruirlo hace cuatro años. Johan Hultin, un médico retirado, y los científicos militares al mando del genetista Jefferey Taubenberger, lograron rescatar los genes del virus de los pulmones de una de sus víctimas, una “mujer gorda” que había muerto en 1918 en un poblado esquimal de Alaska, donde el frío había preservado el material particularmente bien.

Se supo así que el virus de 1918 no tenía ningún gen de tipo humano: era un virus de la gripe aviar, sin mezclas. Tenía, eso sí, 25 mutaciones que lo distinguían de un virus de la gripe aviar típico, y entre ellas debían estar las que le permitieron adaptarse al ser humano. Se supo así que el virus de la gripe española se multiplica 50 veces más que la gripe común tras un día de infección, y 39,000 veces más tras cuatro días. Mata a todos los ratones de laboratorio en menos de una semana. Los grupos de Terrence Tumpey, de los CDC de Atlanta (los principales laboratorios norteamericanos para el control de epidemias) y Adolfo García-Sastre, del Mount Sinai de Nueva York, se preguntaron luego qué mutaciones del virus de la gripe española podían eliminar su capacidad para transmitirse entre personas. Y el resultado es que bastaban dos mutaciones en su hemaglutinina (la H de H1N1); esas mismas mutaciones puestas del revés bastarían para conferir a un virus aviar una alta capacidad de transmisión entre humanos.

“Las personas que están muy mayores o enfermas deben ser trasladadas a la península para ser tratadas o morir”, según el escritor Javier Reverte

Javier Martínez Reverte, que firma sus obras como Javier Reverte es un escritor, viajero y periodista español, tiene un blog de sus excursiones, entre ellas a Longyearbyen… Es imposible morir. Longyearbyen es una ciudad de la isla de Spitsbergen y capital del archipiélago de las Svalbard, de soberanía noruega. Es el lugar habitado (2,000 habitantes) más septentrional del planeta. Esto es, la que está situada más al norte del mundo. Su superficie es de 242 kilómetros cuadrados. Parecida a la de Ávila en España, pero la ciudad abulense tiene mucha más población: 60,000 habitantes. Las calles de Longyearbyen albergan pubs, iglesias, escuelas, hoteles, restaurantes, un hospital, concesionarios de coches e incluso la redacción de un periódico. Sin embargo, no hay ni rastro de cementerios desde 1950. ¿El motivo? Nadie muere en esta ciudad. ¿Son, entonces, inmortales sus habitantes? No, pero en Longyearbyen ser viejo está mal visto y morirse directamente prohibido. Este veto se remonta a principios del siglo XX, cuando unos científicos descubrieron que en Longyearbyen los cadáveres se conservaban en perfecto estado a causa de la enorme capa de hielo que cubría y rodeaba los ataúdes.

Esta singular característica terminó convirtiéndose en un problema. “Surgió una fiebre que llevó a muchas personas a instalarse en las islas para morir con la esperanza de ser descongelados y resucitados algún día, en el momento en que la ciencia diera con la tecla de la inmortalidad”, explica Javier Reverte, que ha visitado la zona para su reciente libro ‘Confines’ (Plaza&Janes). Para evitar la tentación, la localidad se ha convertido en un territorio hostil para aquellos que pasan por sus últimos años de vida (la mayor parte de los 2,000 habitantes se mueve entre los 25 y los 44 años). “No hay residencias de ancianos ni unidades de cuidados paliativos. No se permite la construcción de rampas, de manera que ancianos y minusválidos no puedan instalarse allí. Las personas que están muy mayores o enfermas deben ser trasladadas a la península para ser tratadas o morir”, apunta el escritor. ¿Y si alguien fallece de improvisto? “Su cadáver es exportado en aeroplano fuera de las islas”, señala Reverte.

Cámara acorazada a prueba de bombas nucleares y terremotos, el Banco Global de Semillas, alberga cien millones de plantas alimenticias

En caso de apocalipsis, no faltaría nunca comida: aquí está el ‘Arca de Noé vegetal’. “En Longyearbyen se prevé la catástrofe constantemente”, afirma Javier Reverte. De ahí que con el fin de salvaguardar la biodiversidad, en 2008 se construyera una cámara acorazada a prueba de bombas nucleares y terremotos, el Banco Global de Semillas, que alberga cien millones de simientes de plantas alimenticias. Estas semillas se conservan a 120 metros de profundidad, con una temperatura estable de menos 18 grados Celsius, condiciones que garantizan su conservación durante varios siglos. Ante un cataclismo natural, una guerra o un apocalipsis, el banco de las Svalbard –conocido popularmente como ‘El semillero del fin del mundo’ o ‘El arca de Noé vegetal’– daría una nueva oportunidad al mundo de reconstruirse. “Allí tomas conciencia de que el cambio climático es algo real que está ocurriendo y destruyendo el planeta. Medidas como el almacenaje de estas semillas es la prueba de que puede ocurrir una catástrofe en cualquier momento”, confiesa Reverte.

Las autoridades casi te regalan la vivienda. “El gobierno cede terrenos a todo el que lo solicita para que puedan construirse una casa. Les interesa que la ciudad esté habitada, por eso optar a una vivienda en Longyearbyen es tan sencillo”, afirma el escritor Javier Reverte. Más de 2,000 habitantes están censados en la capital de Svalbard, archipiélago cuyo nombre proviene de un vocablo vikingo que puede traducirse como ‘costa fría’. A pesar de que conseguir una casa no es complicado ni caro, la vida en Longyearbyen no es apta para todos los públicos. Sobre todo para aquellos que busquen temperaturas cálidas y bullicio. En esta ciudad, el día polar, con unas temperaturas que no superan los 16 grados, comienza el 20 de abril y termina el 22 de agosto. La noche polar comienza el 28 de octubre y acaba el 14 de febrero: durante estos meses las temperaturas son de menos 50 grados y el sol no llega a salir. “Se trata de una ciudad construida para sobrevivir en condiciones climatológicas extremas. Nada allí es bello o trascendente, sino sencillamente útil”, recalca Reverte.

“Resulta más fácil comer un plato de curry tailandés que un filete de trucha a la plancha”, según el libro ‘Confines’

A pesar de ser tan pequeño, puedes encontrar restaurantes de muchas partes del mundo: Tailandia, Italia, China… Entre placas de hielo y renos pastando, en Longyearbyen uno puede encontrar con sorprendente facilidad restaurantes donde degustar platos típicos de la gastronomía tailandesa. “Esto se debe a que un gran número de tailandeses se ha asentado en la ciudad durante los últimos años y han impuesto su cocina en la isla. Tanto es así, que resulta más fácil comer un plato de curry tailandés que un filete de trucha a la plancha”, asegura Javier Revierte. Pero no es esta la única cocina foránea que se ha impuesto a 1,000 kilómetros del Polo Norte. Las calles de la capital de Svalbard acogen, además, locales de comida china o italiana. GETTY

El paro es inexistente: hay trabajo para todos y buenos sueldos ¿Qué lleva a los 2,000 habitantes de Longyearbyen a permanecer en un lugar cuya principal característica es que tiene el clima más extremo del planeta? “La oportunidad de tener trabajo. Allí hay para todos, y encima muy bien remunerado”, resuelve Javier Reverte. El archipiélago se encuentra bajo la soberanía noruega, pero su estatus no está definido por la ONU. Esto quiere decir que cualquiera puede llegar a la ciudad habitada más próxima al Polo Norte, instalarse con total libertad y trabajar en los empleos que generan la investigación de medio ambiente, la minería de carbón, el turismo o los servicios. “Trabajando en la mina se puede cobrar fácilmente 4,000 o 5,000 euros al mes”, confirma el autor de ‘Confines’.

“Hay más osos polares que personas. Exactamente, 3,000 osos frente a 2,000 habitantes. La ley exige ir armado con un rifle, al salir del poblado”

El hielo ocupa el 60 % de la superficie de Longyearbyen, la localidad más septentrional del planeta. “Hay más osos polares que personas”, afirma Javier Reverte. Exactamente, 3,000 osos frente a 2,000 habitantes, dato por el que la ley exige que cualquier ciudadano que abandone los núcleos de población vaya armado con un rifle. La vida allí no es sencilla. No crecen árboles, ni se puede cultivar nada. La madera es un producto de lujo. Sin embargo, estos inconvenientes son compensados con ayudas sociales y ausencia de impuestos. ¿Por ejemplo? Los noruegos cuentan con una ayuda de 20,000 euros por instalarse allí y el alcohol corre sin restricciones libre de impuestos, lo que abarata mucho su coste.

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