Mark Esper, el jefe del Pentágono, se desmarca de Donald Trump, quien está decidido a suspender las elecciones

El Bestiario

El secretario de Defensa de Estados Unidos, Mark Esper, se desmarcó el miércoles 3 de junio de 2020 del presidente Donald Trump, al rechazar el despliegue del Ejército sin el visto bueno de los Estados para contener la espiral violenta desatada por la ola de protestas contra el racismo. “No apoyo la invocación de la Ley de Insurrección”, dijo en declaraciones a la prensa, “estas medidas solo deberían utilizarse como último recurso y en las situaciones más urgentes y extremas. No estamos en una de esas situaciones ahora”. Trump advirtió el lunes que recurriría al Ejército para frenar el vandalismo si los gobernadores de los Estados, competentes en esta materia, no lo logran con sus propias fuerzas policiales y con el despliegue de la Guardia Nacional, un ejército de reservistas que dependen de ellos. “Siempre he pensado que la Guardia Nacional es más adecuada para lidiar con cuestiones domésticas”, añadió Esper. Para que un presidente pueda desplegar tropas, debería invocar dicha Ley de Insurrección, firmada por Thomas Jefferson en 1807 con el fin de evitar revueltas contra el Gobierno de la nación.

Una provisión aprobada en 1957 daría a Trump una vía legal para poder movilizar tropas si los gobernadores no le obedecen, según citaba este martes The Washington Post: “Cuando un presidente considere que se producen obstrucciones ilegales […] o rebelión contra la autoridad de los Estados Unidos y se hace impracticable el cumplimiento de la ley, puede llamar al servicio federal de la milicia de cada Estado o de las fuerzas armadas si lo considera necesario para hacer cumplir esas leyes o para suprimir la rebelión”. Las declaraciones de Esper se producen tras una nueva noche de movilizaciones en Estados Unidos, más multitudinarias en grandes ciudades como Washington o Los Ángeles, pero más pacíficas. En la capital estadounidense, el único territorio del país en el que el presidente puede recurrir al Ejército, el presidente ha ordenado el despliegue de un batallón de la Policía Militar, según el Departamento de Defensa. Se trata de una unidad de entre 200 y 500 soldados procedentes de Fort Bragg, en Carolina del Norte.

En menos de 24 horas, Derek Chauvin estuvo ingresado en tres prisiones diferentes del Estado de Minnesota hasta que las autoridades encontraron una en la que parece que se puede garantizar su seguridad. Ahora, el agente responsable de los ocho minutos y 46 segundos de brutalidad policial que causaron la muerte a George Floyd y han levantado en Estados Unidos la mayor ola de protestas raciales desde el asesinato de Martin Luther King se encuentra en el correccional de máxima seguridad de Oak Park Heights, a 35 minutos en coche al este de Minneapolis. Chauvin, de 44 años, está acusado de asesinato y homicidio en segundo grado por la muerte de George Floyd y el juez le ha impuesto una fianza de medio millón de dólares, que, de momento, nadie ha pagado. En cualquier caso, no será su esposa quien reúna el dinero y lo abone al juez, ya que la mujer, tras conocer la detención y el procesamiento de su marido por la muerte del afroamericano Floyd, anunció que se divorciaba del policía. El historial policial de Chauvin a lo largo de casi dos décadas en el Departamento de Policía de Minneapolis está plagado de incidentes y deja en evidencia al departamento de Policía, que ha hecho poco o nada para tener en cuenta todas las alarmas que saltaron sobre este agente y su forma de trabajar.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

Un dato puede ayudar a entender una cultura casi de impunidad en el departamento. El responsable del sindicato de policía de Minneapolis, Bob Kroll, tiene en su haber 29 quejas contra su persona. Tres han acabado en acciones disciplinarias. Pero las acusaciones de uso excesivo de la fuerza e insultos raciales, en una ocasión junto a otros agentes (uno de los cuales es hoy el jefe de la policía), no han quitado brillo a su cargo y rango. Al menos hasta ahora. Chauvin ha estado involucrado en varios tiroteos. En 2006, disparó y mató a un hombre que supuestamente tenía un arma. En 2008 hizo lo mismo contra un sospechoso de violencia doméstica. Y en 2011 abrió fuego contra un hombre que huía de un tiroteo. Con ese historial, a veces oscuro y violento, Chauvin ha sido elogiado y alabado por sus superiores durante casi 20 años. Según ha informado el responsable de los centros penitenciarios de Minnesota, Paul Schnell, el agente Chauvin está sujeto a la figura legal conocida como “segregación administrativa”. Es decir que, como explica Schell, está sometido a un procedimiento rutinario de protección que se aplica a todos los presos que forman parte de las fuerzas del orden o tienen un perfil criminal muy alto, lo que les convierte en objetivo del resto de los reos que buscan aplicar la justicia con sus propias manos.

Su hasta ahora esposa, Kellie Chauvin, de 45 años, divulgó a través de un comunicado que se encontraba “devastada” por los acontecimientos y la actuación de su marido. Nacida en Laos en 1974, la todavía señora Chauvin es una antigua reina de belleza de Minnesota que vivió en un campo de refugiados en Tailandia huyendo de la guerra de su país hasta que llegó con su familia a Estados Unidos. Forzada por las reglas impuestas por la etnia Hmong a la que pertenece la mujer, Kellie fue obligada a casarse a los 18 años y vivir en un matrimonio abusivo, que se atrevió a abandonar para instalarse en Minnesota con sus dos hijos. Cuando trabajaba en radiología de las Urgencias del Centro Médico de Minneapolis, conoció a su siguiente esposo, el policía Chauvin, que llevaba a un preso para un chequeo médico antes de proceder a su detención. La Policía de Minneapolis usa la fuerza contra los ciudadanos negros hasta casi siete veces más que contra los blancos. De un total de población de 430,000 personas, solo el 20% es de raza negra. Con semejantes cifras, aportadas por la propia ciudad, el Estado de Minnesota ha iniciado una demanda de derechos civiles contra el Departamento de Policía de Minneapolis por la actuación de cuatro de sus agentes durante la detención que supuso la muerte del ciudadano afroamericano George Floyd. “El silencio es complicidad. Los habitantes de Minnesota pueden contar con que nuestra administración utilizará todas las herramientas a nuestra disposición para erradicar generaciones de racismo sistémico en nuestro Estado”, declaró el pasado martes el gobernador Minnesota, Tim Walz.

Retrato de un presunto sociópata, “capaz de iniciar la Tercera Guerra Mundial”, según el escritor de novelas de terror Stephen King

En 1979, Stephen King publicó la novela ‘La zona muerta’. En ella, un tipo llamado Johnny Smith despertaba de un grave accidente de coche después de cinco años en coma y descubría que era capaz de predecir el futuro a través del contacto, ya fuera tocando un objeto o a una persona. Ese don (o maldición, según se mire) llegaba a su cenit cuando estrechando la mano de un político en un mitin descubría que este no iba solo a llegar a presidente de los Estados Unidos, sino que iba a iniciar la Tercera Guerra Mundial. Es imposible no pensar en el relato (convertido más tarde en magnífica película por David Cronenberg) al leer el terrorífico artículo de la periodista del New Yorker, Jane Mayer, sobre el escritor Tony Schwartz. Schwartz es conocido, principalmente, por ser el auténtico autor de ‘The art of deal’, el superventas de Donald Trump donde este decía (entre otras cosas) que estrechar la mano de alguien era sumamente peligroso por los virus y bacterias que podían transmitirse, y que por eso se abstenía de hacerlo. Schwartz afirma en el artículo que no tiene ninguna duda de que si Trump ganaba las elecciones y se hacía con la presidencia de los Estados Unidos “lanzará los misiles nucleares a la primera oportunidad que se le conceda”.

El gran mérito de la pieza de Mayer, más allá de su indudable relevancia, es la capacidad de la periodista para transmitirnos el pánico que siente Schwartz por el millonario y su convencimiento de que este podría acabar con la civilización por simple capricho. Se han dicho muchas cosas del actual inquilino del Despacho Oval en la Casa Blanca, pero ninguna tan inquietante, cuando restan tan solo seis meses de para que se celebren las nuevas elecciones presidenciales norteamericanas, donde el millonario de Manhattan, aspira a ser reelegido por otros cuatro años. En las élites políticas de Washington se especula que el actual mandatario del país de los 110,000 muertos, dos millones de infectados del Coronavirus y cientos de miles de desempleados, trabaja ya con un equipo de expertos constitucionalistas para suspender y aplazar los próximos comicios, hasta que los datos del Covid-19 y de la crisis económica le sean más favorables.

Algunos se rieron de su delirante propuesta de erigir un muro con México, otros empezaron a pensar que no era tan mala idea

Donald J. Trump nació el 14 de junio de 1946 en Queens, uno de esos barrios de Nueva York donde sobrevivir era, al mismo tiempo, una cuestión de actitud y un juego de azar. Hay muchas versiones de su juventud, pero los rasgos comunes en todas ellas son su mal carácter, su poca afición por la disciplina y su incipiente machismo. Lo más interesante empieza a finales de los años sesenta, cuando se incorpora a la empresa de bienes inmobiliarios de su padre y se empeña en aprender el negocio. En las siguientes dos décadas se arruina y enriquece en varias ocasiones y usa toda clase de triquiñuelas legales (algunos de sus biógrafos afirman que también usó algunas otras poco compatibles con la ley) para seguir amasando dinero. Se hace con medio Manhattan y apuesta por una arquitectura llamativa y pomposa, la misma que utilizará para sus hoteles, auténticos monumentos al ego. La alta sociedad le abre las puertas después de su matrimonio con Ivana Trump, la primera de sus tres esposas. Más tarde se haría con los derechos del certamen de Miss Universo y su popularidad aumentaría con su participación en el popular concurso televisivo The apprentice, en el que daba rienda suelta a un narcisismo que no amortiguaba ni su estridente tendencia al histrionismo. Por aquel entonces se declaraba indiferente a la religión, favorable al aborto y a la creación de un Estado palestino y contrario a la guerra de Irak.

Existe una curiosa coincidencia entre demócratas, republicanos e independientes, de que la auténtica motivación inicial para la candidatura de Trump a la presidencia de Estados Unidos fue simplemente una boutade, un movimiento vinculado al noble arte del autobombo, un ataque de notoriedad, y que lo que siguió fue una inquietante combinación de factores que demostró que el millonario domina de forma escalofriante la retórica del populismo. Cuando algunos se rieron de su delirante propuesta de erigir un muro entre Estados Unidos y México, otros empezaron a pensar que no era tan mala idea. Tampoco dudó en priorizar a los blancos, los ricos o los extremistas religiosos, quitándole electorado al propio Ted Cruz, un fanático con el carisma de un perchero al que barrió del mapa con un golpe de tupé. Cuando el Partido Republicano quiso darse cuenta habían creado un monstruo mucho peor que la propia Sarah Palin, que –obviamente- fue una de las primeras figuras republicanas en mostrarle su apoyo. Ya era demasiado tarde.

Mikel Pence afirma que el tabaco no mata, que la tierra tiene cinco mil años de antigüedad o que hombre y dinosaurio convivieron

Trump se merendó también al mismísimo (Jeb) Bush, abusó de periodistas y colegas y mintió hasta sobre su pelo, tan auténtico como él mismo: los trasplantes se los hace una empresa instalada en los cuarteles generales de Trump en Manhattan. Después empezó su auténtica campaña. Nada de musulmanes entrando en Estados Unidos (dijo que también habría restricciones para ciudadanos franceses y alemanes), nada de ayudar a países que pudieran ser atacados por Rusia (Trump no reconoce la autoridad de la OTAN y exige un aumento del 55% en defensa a sus socios europeos a pesar de que ello sigue sin garantizar su compromiso), nada de parar las emisiones de carbón (“el carbón no es nocivo para el medio ambiente”, dijo el candidato ganador). Además, ahora se manifiesta totalmente contrario al aborto, no recuerda nada de Palestina, es profundamente religioso y dice haberse equivocado en su posición contraria a la guerra de Irak. De hecho, cuando en ‘60 minutes’ y en una entrevista compartida con su compañero de ticket (tal y como se conoce en el argot político a la pareja que forman los aspirantes a presidente y vicepresidente) y titular eterno en la vicepresidencia de Estados Unidos, Mike Pence, le preguntaron por ello, respondió: “Yo puedo equivocarme”. “¿Y Hillary?”, le dijo la periodista. “No, ella no”, contestó Trump.

Pence es –precisamente- un ejemplo de las dificultades de Trump para encontrar un compañero a su altura. Este senador por Indiana, conocido por afirmar que el tabaco no mata, que la tierra tiene cinco mil años de antigüedad o que hombre y dinosaurio convivieron (en eso coincide con un 41% de sus compatriotas, según un estudio de 2015), es un pelele de tal tamaño que la campaña de Trump empezó a evitar que aparecieran juntos, ya que como se pudo ver en el citado programa ‘60 minutes’ Pence es incapaz de manejar opiniones propias. ‘60 Minutes’ es un programa de televisión creado por el productor Don Hewitt y producido el canal de televisión estadounidense CBS, con formato de análisis e información periodística. Desde el 24 de septiembre de 1968, día que se emitió su primera edición con Harry Reasoner y Mike Wallace como presentadores, ha tenido gran éxito en los Estados Unidos.

El magnate pidió a Rusia y a su ‘amigo’ Vladímir Putin que siguiera rastreando los correos electrónicos de su contrincante, Hillary Clinton

La paradoja del efecto Trump es que en unas elecciones donde se contaba con un electorado totalmente desmovilizado, la maquinaria demócrata consiguió aunar a todos tras la peor candidata del partido en décadas: una funcionaria de clase alta que ha mentido sistemáticamente al FBI y a pesar de ello ha sido exonerada al considerar que su actitud no puso en peligro la seguridad nacional. En una campaña desmadejada y controlada por Trump de un modo caricaturesco (se ha repetido al menos en media docena de ocasiones el proceso de negar una información, a continuación confirmarla, para veinticuatro horas después volver a negarla y poco después matizar la negación; el ejemplo más claro fue el discurso plagiado de su tercera esposa, Melania Trump, cuyos platos rotos pagó una de las escritoras del equipo del candidato), el electorado se polarizó de un modo cristalino: votar al menor de los males. En lo que coincidieron todos los expertos es en la habilidad del millonario para desplazar las líneas rojas sin que eso pareciera afectar a su candidatura. Al principio de su campaña, en un acto electoral en Ames (Iowa), calificó al excandidato a la presidencia, John McCain, de “perdedor” y lamentó haber invertido más de un millón de dólares en la campana de este. Cuando el presentador, Frank Luntz, le recordó que McCain es “un héroe de guerra” (el senador fue apresado en Vietnam y torturado por el Vietcong), Trump respondió: “No es ningún héroe de guerra. Le cogieron y solo por eso le llaman así. Yo prefiero a los que no cogen”. Cualquier otro candidato hubiera sido descalificado de inmediato, pero pocos alzaron la voz contra Trump, y ni siquiera le pasó factura en las encuestas.

El magnate pidió a Rusia que siguiera rastreando los correos electrónicos de su contrincante demócrata, Hillary Clinton, víctima de un hackeo masivo (se habla de más de treinta mil documentos) detrás del cual podrían encontrarse los servicios secretos rusos. Si bien es cierto que se ha obviado la primera parte del discurso del candidato, en la que enfatizaba lo malo que era para el país que una potencia extranjera pudiera inmiscuirse en la política estadounidense, no lo es menos que no existe forma humana de descontextualizar esa segunda parte, donde el millonario animaba a los rusos a seguir desvelando secretos de estado. Para acabar de arreglarlo, Trump decía en una entrevista que no conocía a Vladímir Putin, que no lo había visto en su vida, a pesar de que tal y como recordaba James Taranto en el Wall Street Journal (no precisamente un bastión del Partido Demócrata), el amo y señor de Rusia y el propio Trump se habían encontrado en varias ocasiones y al menos en una de ellas con cámaras de por medio. La amnesia del candidato parece no importar a sus fans, entre los que se encuentran prominentes figuras republicanas como Chris Christie o Newt Gringich. Sin embargo los grandes popes del partido permanecen silentes, y algunos ni siquiera disimulan su desprecio por Trump, un tipo que ha canibalizado, dividido y estigmatizado al Grand Old Party de un modo grotesco.

“Podría ir a la Quinta Avenida, matar a un montón de gente, y seguirían votándome”, el sucesor de Abraham Lincoln y Thomas Jefferson

La web de propaganda del Gobierno norcoreano DPRK Today aconsejaba a los estadounidenses votar a Donald Trump, “un hombre sabio”, según informaba la agencia Reuters. Lo mismo puede decirse de medios rusos vinculados a la disciplina del Kremlin, para los que Trump sería el candidato perfecto. Seguramente era la promesa política de aislacionismo muy semejante a aquella que propugnaba Charles Lindbergh en los años cuarenta y que consiste en imitar a los monos de Confucio, evitando a Estados Unidos la responsabilidad de tomar cualquier decisión fuera de sus fronteras, la que ha hecho que países tradicionalmente enemistados con la primera potencia mundial ahora vean con simpatía a uno de sus candidatos a la presidencia. Cuando escribíamos estas líneas días antes del 20 de enero del 2017 y como demostración de la invulnerabilidad del candidato en términos políticos, Trump cargaba contra los padres de un soldado estadounidense muerto en combate en Irak. ¿El problema? Doble. Por una parte el soldado era musulmán; por otra, los padres del mismo aparecieron en la convención demócrata atacando con fiereza las políticas de Trump. Este, incapaz de guardar silencio, contestaba indicando que si el discurso en la convención lo pronunció el padre del soldado, Khizr Khan, era porque la madre, al ser musulmana, no estaba autorizada a hablar. En realidad ella, Ghazala Khan, había dado un buen número de entrevistas (al menos una de ellas en televisión, a la cadena MSNBC) y advirtió que no hablaría en el summit demócrata porque se encontraba demasiado emocionada para hacerlo. Cuando en un programa en directo de la televisión ABC cuestionaron al millonario por su derecho a hablar de alguien que había realizado el sacrificio máximo por la patria, este respondió airado que él también había realizado “numerosos sacrificios y levantado muchos edificios”. Para acabar de enrarecer el ambiente, la mano derecha de Trump, Roger Stone, declaró que “Khizr Khan es un terrorista” y escribía un tuit enlazando un artículo de un página web de extrema derecha en el que se acusaba al capitán Humayun Khan (al que se confirió el corazón púrpura, la más alta condecoración concedida en combate) de preparar atentados terroristas contra Estados Unidos. Una vez más, solo algunos republicanos saltaron a la arena para contradecir a Trump, entre ellos Paul Ryan o el muy notorio John Kasich, gobernador de Ohio: “Solo deberíamos hablar de estos padres con honor y respeto”, decía. El resto del aparato del partido (en el que militaron personas tan ilustres como Abraham Lincoln o Thomas Jefferson) permanecía callado, incapaz de meter en vereda a un tipo que hace unos meses declaró: “Podría irme a la Quinta Avenida, matar a un montón de gente, y seguirían votándome”.

Donald Trump acababa de declarar que “Hillary Clinton es el diablo” y había insultado al cuerpo de bomberos en dos ciudades distintas. En la primera de ellas, en Colorado Springs y después de que dos bomberos consiguieran rescatarle del ascensor en el que había quedado atrapado, declaró que los funcionarios del citado departamento eran “probablemente amigos de Hillary” y les culpó de que miles de personas no hubieran podido entrar a su mitin por problemas de aforo: “¿Quiénes son estos tipos para decidir cuántas personas pueden entrar en un local a verme?”, se preguntaba. Dos días después, en Columbus, repetía el mismo discurso: “Es absurdo que solo puedan verme mil personas cuando en este edificio caben cuatro, cinco o seis mil. Los han dejado fuera por razones políticas”. Unos minutos después el departamento de bomberos de la ciudad emitía una escueta nota en la que decía “la campaña de Donald Trump se reunió hace cuatro días con este departamento y ambos acordaron en limitar el aforo a mil personas”.

Donald J. Trump puede ser un sociópata, un ególatra y un narcisista. Del mismo modo, es muy posible que su único ideología sea su propio beneficio (en una ocasión una periodista le preguntó al poderosísimo John Rockefeller “¿cuánto dinero es suficiente?»”. “Solo un poquito más”, contestó él) y que una vez llegado a la presidencia se dedicara a perseguir sus intereses, dejando al país en manos más sabias. La otra, la de que un tipo que pierde los nervios por un tuit, reciba los mandos del país con el ejército más poderoso del mundo, es una de esas hipótesis que le recuerdan a uno la fragilidad del equilibrio mundial y cómo este puede venirse abajo en cuestión de segundos. Todo dependía del electorado americano, que parecía agotado por el ‘stablishment’ de los Bush y los Clinton… Jose Biden, el exvicepresidente de Barack Obama, es la esperanza demócrata y de muchos republicanos para evitar que Donald Trump siga ‘pasando’ del Covid-19 y encienda en país defendiendo una actuación de racismo policial que ha movilizado a millares de ciudadanos de todo el mundo que han mostrado su rechazo al más que presunto sociópata Donald Trump. El presidente ante la llegada de manifestantes buscó refugio en el bunker habilitado en los sótanos de la Casa Blanca, apagándose las luces de la residencia oficial del máximo mandatario norteamericano, algo nunca visto.

Como dicen en Estados Unidos, no es que Donald Trump se haya apropiado del debate político, sino que “él se ha convertido en el debate”

No transcurre un solo día en que no ocupe grandes titulares. Como dicen en Estados Unidos, no es que Donald Trump se haya apropiado del debate político, sino que “él se ha convertido en el debate”. Todo parece girar en torno su figura y él, muy consciente de ello, no deja de revolver el avispero con su incendiario discurso. Ha salido reforzado, o por lo menos indemne, de situaciones escandalosas que en anteriores campañas hubiesen dañado las posibilidades de otros candidatos. ¿Podría Trump llegar a convertirse en presidente?, nos preguntábamos en la campaña del 2016. “Por el momento las encuestas dicen que perdería frente a la candidatura demócrata, ya estuviese personificada por Hillary Clinton o por Bernie Sanders. Aun así, la irrupción de Trump en la carrera por la Casa Blanca supone una revolución electoral que nadie había podido prever. La percepción que el propio Partido Republicano tiene acerca de quiénes son sus votantes y con qué mensaje llegar a ellos está siendo puesta en solfa. Y en el exótico escenario de que Trump se convirtiese en presidente de los Estados Unidos, podemos anticipar que la política de aquel país cambiaría para siempre. Y no para bien…”, escribíamos por entonces.

“Los sistemas políticos europeos no han sido los únicos sacudidos por la crisis. Aunque en Estados Unidos pervive la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, un terremoto de heterodoxia -de la que Trump es la muestra más visible, pero no la única- ha dejado atónitos a los analistas políticos. Quizá nos sorprenda menos a los europeos: el estilo directo y populista en el discurso de Trump, muy alejado del habitual tono de los políticos, le ha conferido a una pátina de autenticidad a ojos del sector más desencantado del electorado de la derecha. Los analistas políticos hacen cábalas y han elaborado hipótesis de lo más variopinto para explicar su éxito. Por un lado resulta obvio que el mensaje de Trump es populista, maniqueo y reduccionista. Parece guiarse por la vieja máxima de perseguir que se hable de él, aunque sea mal. Toda publicidad es buena, y desde luego está gozando de cantidades ingentes de publicidad aunque en su mayor parte consistan en ataques. Su dominación en las encuestas de cara a las primarias republicanas (al menos hasta el momento de escribir estas líneas) pone de manifiesto que los demás grandes nombres de su partido pueden haber perdido el contacto con su electorado. Trump, con sus ideas grotescas y sus ocurrencias sensacionalistas, ha estado reduciendo a cenizas a candidatos considerados prometedores como Marco Rubio, Ted Cruz o un Jeb Bush que contaba con el impulso dinástico antes de aparecer Trump, pero que hoy ha caído en la insignificancia. Caso aparte es el de Ben Carson, que empezó a perfilarse como una alternativa a Trump hasta que empezó a ser ridiculizado por errores dialécticos gruesos que se le perdonan a otros candidatos, siempre que sean de raza blanca. Al menos esta es la tesis que sostiene una parte de la prensa”.

Emplea frases de batalla nacionalistas como “hagamos América grande de nuevo” que suenan casi a tácticas ‘goebbelsianas’ en Europa

“Este baile de candidatos antes de las primarias es habitual en los dos grandes partidos; lo que nadie esperaba era que Donald Trump pusiera patas arriba las previsiones apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad. Aunque hay que tener cuidado con efectuar paralelismos fáciles con los populismos del viejo continente y en particular con la extrema derecha europea. Los Estados Unidos no tienen un turbio pasado relacionado con las dictaduras, como sí nos sucede a los europeos. Es verdad que Trump puede despertar alarmas porque se muestra extremista en aspectos delicados como la política exterior y algunas de sus ideas pueden parecer propias de la ultraderecha europea, sobre todo en cuanto a inmigración o terrorismo. Emplea frases de batalla nacionalistas como ‘hagamos América grande de nuevo’ que, unidas a algunas de sus propuestas más alocadas, suenan casi a tácticas ‘goebbelsianas’. Pero cabe no dejarse llevar por esta idea. Su mensaje no es equivalente al de un partido ultraderechista europeo, porque Trump no es un antisistema. No censura el sistema político en sí, sino a quienes lo han estado manejando. No ataca a las instituciones, sino a los políticos que han ocupado sus despachos. Su mensaje es emocional y apela a los instintos, sí, pero no se presenta bajo un paraguas revolucionario. No es un ultraderechista al uso. Algunos incluso lo etiquetan de oportunista, recordando que en tiempos pasados, antes de asaltar la escena política, sus ideas no parecían tan radicales. El propio Trump gusta de presentarse como un ‘conservador de sentido común’ antes que como un conservador dogmático. Quienes conocen su trayectoria ideológica sospechan que fuerza la nota para ganar notoriedad; no sería un cordero con piel de lobo, desde luego, pero tampoco el lobo que pretende hacernos cree”.

“Aun así, se crea o no la totalidad de sus discurso, la pregunta es: ¿en qué radica su éxito? Parte de la respuesta nos la podría haber dado el propio Trump cuando presume de que su condición de multimillonario le permite ser un candidato espontáneo y diferente, aunque haya sido astuto presentándose bajo el paraguas del Partido Republicano para no convertirse en otro Ross Perot, aquel otro multimillonario que se presentó como independiente y plantó cara a ambos partidos pero no pudo ganar en uno solo de los cincuenta estados, ni siquiera en 1992, cuando obtuvo un nada despreciable 19% de los votos totales. Trump, pues, se ha valido de las siglas republicanas pero afirma no necesitar los habituales apoyos a los que recurren otros políticos en campaña. Y lo cierto es que actúa como si de verdad no los necesitase. Esto es algo que ha impresionado incluso a sus detractores”.

“A las mujeres que no le gustan usted las ha llamado ‘cerdas gordas’, ‘perras’, ‘vagas’ y ‘animales asquerosos’…”, le dicen en Fox News

“Trump ha pisado arenas movedizas en las que ningún otro candidato republicano hubiese osado aventurarse, pero ha salido triunfante. El ejemplo más chocante es el abierto desprecio con el que ha tratado a Fox News. La cadena televisiva es el medio más seguido por el público de la derecha republicana y hasta hoy era considerado un actor decisivo a la hora de perfilar opciones de los distintos candidatos republicanos. Lo chocante es que Trump, a pesar de gozar de su apoyo, se ha encargado de poner en cuestión ese poder mediático. Fox siempre trató bien a Donald Trump. En 2011 ejerció como caja de resonancia para el llamado movimiento ‘birther’, que postulaba ciertas teorías sobre el verdadero lugar de nacimiento de Barack Obama, que según algunos conspiranoicos era un ‘extranjero’ que no debería haber sido elegible para la presidencia. Trump era uno de los más entusiastas defensores de estas teorías y ya por entonces la cadena insinuaba la posibilidad de que Trump se presentase a las elecciones del 2012. No se presentó en aquella ocasión, pero cuando en primavera del 2015 anunció finalmente su candidatura, Fox recibió la noticia con entusiasmo y comenzó a defender a Trump incluso en mitad de los escándalos provocados sus más sonadas salidas de tiesto. Hasta aquí nada imprevisto: la cadena insignia del sector más populista de la derecha estaba mimando a un candidato que parecía cortado por sus patrones.

Pero si en Fox News imaginaban un idilio fácil con su candidato preferido, estaban equivocados. En agosto de 2015 Trump dio muestra de su carácter indómito cuando se atrevió a plantar cara a la Fox. Un roce entre Trump y la Fox puede parecer un hecho anecdótico, ya que la cadena no va a dejar de apoyarle, pero es muy significativo porque demuestra que Trump no considera necesario mostrarse dócil con la cadena para obtener su apoyo. En un debate de candidatos del partido republicano Megyn Kelly, una de las presentadoras más emblemáticas de Fox, sorprendió a Trump con una pregunta algo incómoda. El diálogo entre ambos iba a convertirse en material para centenares de artículos, columnas y comentarios: Megyn Kelly: Señor Trump, una de las cosas que la gente ama de usted es que dice lo que piensa y no usa el filtro de los políticos. Aun así, esto no carece de su lado negativo, en particular cuando se trata de mujeres. A las mujeres que no le gustan usted las ha llamado ‘cerdas gordas’, ‘perras’, ‘vagas’ y ‘animales asquerosos’. Su cuenta de Twitter… Donald Trump: (interrumpiendo) Solamente a Rosie O’Donnell (aplausos y risas del público)…”.

La seguridad en sí mismo de es pasmosa: “Si no acudo al debate, Fox News pasaría de veinticuatro millones de audiencia a dos”

“Megyn Kelly: No, no fue así. Para que conste, la cosa fue mucho más allá de Rosie O’Donnell. Donald Trump: Sí, estoy seguro de que sí. Megyn Kelly: Su cuenta de Twitter contiene varios comentarios despectivos sobre el aspecto de diversas mujeres. Una vez le dijo a una concursante de Celebrity Apprentice que sería una bonita imagen verla de rodillas. ¿Le suena esto como el temperamento de un hombre al que deberíamos elegir como presidente, y cómo responderá usted a los ataques de Hillary Clinton, que parece será la nominada demócrata, cuando diga que usted forma parte de una guerra contra las mujeres? Donald Trump: Creo que un gran problema que tiene este país es lo de ser políticamente correcto (aplausos y vítores). He sido desafiado por tanta gente que, francamente, no tengo tiempo para la corrección política. Para ser honesto contigo, este país tampoco tiene tiempo para eso. Este país está en serios apuros, ya no somos los ganadores; perdemos frente a China, perdemos frente a México, tanto en tema comercial como de fronteras. Perdemos ante todo el mundo. Y francamente, a menudo lo que digo es diversión, es broma, lo pasamos bien… Lo que digo es lo que digo. Y honestamente, Megyn, si no te gusta, lo siento. He sido muy amable contigo aunque podría no haberlo sido basándome en la manera en que tú me has tratado a mí. Pero yo no haría eso (el público silba y abuchea). Y, ¿sabes qué? Necesitamos fuerza, necesitamos energía, necesitamos rapidez y necesitamos cerebro para darle la vuelta a este país. Eso puedo decirte ahora mismo (respuesta dividida del público).

La pregunta en sí no tenía nada de particular, ni siquiera viniendo de una periodista ‘aliada’. En Estados Unidos, y más en un debate de primarias, las preguntas incómodas son el pan de cada día. Ni siquiera era una pregunta agresiva, podía ser interpretada (y muchos medios la interpretaron) como un intento de reconducir a Trump, porque si tiene que enfrentarse a una mujer demócrata por la presidencia, esta tendría en sus manos un potente arma acusándole de misógino. Fox News parecía el único poder fáctico capaz de intentar que Trump entrase en razón ante millones de espectadores, con lo cual disiparía un arma electoral del enemigo. La pregunta de Kelly era un toque de atención que Trump podría haber sorteado fácilmente. Sin embargo, Trump no recogió el testigo. Su respuesta no solamente fue frontal -la propia Megyn Kelly quedó visiblemente molesta- sino que después del debate Trump continuó atacando a la periodista en su peor estilo, diciendo que había sido ‘injusta´’ con él, que no había sido profesional, que su programa le parecía mejor cuando no estaba ella (‘quizá debería tomarse otras vacaciones’) y que no le parecía una ‘periodista de calidad’. También hizo una referencia a su menstruación y se refirió a ella como ‘bimbo’, un término despectivo que se usa para describir a una mujer de buen aspecto pero poco inteligente. Si ya había irritado a la periodista durante el debate, estos ataques posteriores terminaron de hacerla plantar cara a Trump. Después de diversos cruces de declaraciones, Trump anunció que no volvería a acudir a un programa de la Fox. La cadena, no obstante, seguía dedicándole una amplia cobertura y buscó hacer las paces, dando la impresión de que Fox necesitaba más a Trump que a la inversa. Aunque cabe decir que Trump no ha cumplido su boicot a la Fox en ninguna de las veces que ha amenazado con ello, su relación con el canal no termina de ser fluida. Porque él no quiere. En semanas recientes ha llegado a decir que Megyn Kelly ‘no debería moderar el debate del Partido Republicano’ organizado por la Fox (ella era la moderadora prevista) y amenazaba una vez más diciendo que de estar ella, él no acudiría. Cumpla o no sus amenazas, es lo de menos. La seguridad en sí mismo de Trump es pasmosa. Lejos de pensar que faltar a un debate puede perjudicarlo, lo planteó públicamente en estos términos: ‘si no acudo al debate, Fox pasaría de veinticuatro millones de audiencia a dos’. Semejante pulso a la gran cadena de la derecha por parte de su candidato preferido es algo que antes resultaba inconcebible. Y es algo que hace mucho daño a Fox y a la percepción general sobre su influencia sobre el proceso electoral del Partido Republicano. En cambio, las encuestas no muestran que nada de todo esto haya perjudicado a Trump”.

Fenómeno parecido al que se da en la derecha española: los medios afines al PP, pueden ser más extremistas que la propia cúpula del partido

“Si Trump puede enfrentarse de esta manera con Fox News sin que esto le pase factura de cara a sus seguidores, qué no podrá hacer con los medios contrarios a su ideología. Tanto es así, que la prensa asiste perpleja al espectáculo de un candidato que parece crecer más cuantos mayores disparates dice y cuanto mayor desprecio obtiene de los medios; los no afines le atacan continuamente, pero sin resultado alguno. Es como si Trump estuviese por encima de la prensa y del propio aparato del republicanismo tradicional. No los necesita, ellos le necesitan a él. Lo dice así y actúa en consecuencia. Es la estrella. Cuando por cualquier motivo no ha acudido a un debate de las primarias republicanas, los demás candidatos le han mencionado una y otra vez. Ha ganado debates ‘in absentia’, lo cual resulta tan desconcertante como motivo de fascinación. Donald Trump es el proverbial elefante en la cacharrería. Se siente indestructible, al menos dentro de la derecha republicana. Pero, ¿qué explica que en efecto parezca tan indestructible?

Hay que entender la diferencia entre el Partido Republicano, incluido los sectores más a la derecha como el Tea Party, y los medios de comunicación afines. Es un fenómeno parecido al que se da en la derecha española: los medios afines al PP, o a la derecha en general, pueden ser más extremistas que la propia cúpula del partido. De manera análoga, Fox News y otras figuras de la derecha mediática, como los locutores Rush Limbugh o Glenn Beck, se apropiaban de un republicanismo panfletario que está bien para los medios, pero que los candidatos republicanos no adoptan y menos cuanto mayores son sus posibilidades de presentarse a la presidencia. El republicanismo mediático de Fox, Limabaugh o Beck es una ideología que, si me apuran, ni siquiera esos periodistas se terminan de creer del todo. Está pensado para captar un público que, si hacemos caso a los estudios demoscópicos, está compuesta sobre todo por gente con poca formación, edad avanzada, nivel económico medio-bajo y raza blanca. Con un mensaje escorado y patriotero se busca mantener los niveles de audiencia mientras se cuida al candidato republicano de turno, entendiendo que este, como político, defenderá un mensaje menos extremo. Así que hasta ahora los líderes del partido republicano aceptaban la ayuda de Fox sin sentir la necesidad de compartir al dedillo la línea editorial, más extrema, de la cadena. Pues bien, Donald Trump tampoco siente la necesidad de compartir la línea editorial, pero en su caso porque se ha apropiado de ella. El derechismo panfletario de Fox News es ahora el derechismo panfletario de Donald Trump, solo que él lo lleva incluso más lejos. Ha dejado obsoleta a la propia Fox”.

Ha despreciado una de las estrategias básicas del bipartidismo estadounidense, el voto de centro, que diríamos en México o España

“Así, de manera desconcertante, Trump ha despreciado una de las estrategias básicas de los candidatos del bipartidismo estadounidense: buscar el swing vote, o ‘voto flotante’. El voto de centro, que diríamos en México o España. Un voto procedente de aquella masa de personas sin una afiliación ideológica concreta y que votan a un partido o el otro dependiendo de las circunstancias del momento. Es el caladero donde demócratas y republicanos han buscado marcar la diferencia. Por ello los candidatos suelen mostrar una faceta moderada para captar a los indecisos. Incluso los candidatos cercanos al Tea Party guardan las formas a la hora de tratar determinados asuntos, incluso durante las primarias, porque no olvidan que en el futuro, si optan a la presidencia, habrán de atraer al votante de centro. Piensen por ejemplo en cómo el aumento de la población ‘latina’ en Estados Unidos puede explicar el que dos grandes candidatos republicanos tengan apellidos españoles y aparezcan hablando en español para buscar ese voto, algo que no hace tantos años hubiese parecido una anomalía. La presencia de Rubio y Cruz en las primarias puede ayudar a atraer votantes de origen hispano y lo mismo sucede con Ben Carson y el voto afroamericano, que por tradición suele ir casi en bloque al partido demócrata. Pues bien, Trump no solamente se desmarca de esta estrategia centrista sino que se ha permitido el lujo de insultar a los inmigrantes mexicanos tachándolos como ‘violadores en potencia’, por citar una de sus más sonadas salidas de tiesto, algo que mal puede ayudarle a captar el voto latino. Trump desprecia el caladero del swing vote. En la mesa de ruleta de la política, lo apuesta todo a la derecha de la derecha. Y aun así, ha adelantado a Rubio, Cruz, Bush, Carson, y todos los demás grandes nombres del republicanismo. Claro, los analistas se maravillan: ¿de dónde piensa Trump obtener sus votos? ¿De dónde sale su enorme apoyo en la encuestas?

Lo preocupante de Trump no es que pudiese un día ganar las primarias, o cosa más difícil, las elecciones presidenciales, sino que de ganarlas lo haría recurriendo a unos resortes populistas que podrían cambiar la política estadounidense. Algunos analistas empiezan a creer que Trump consigue activar a un público que hasta ahora apenas votaba. Hace no mucho, como algunos dirigentes sindicales comentaban, no sin cierta perplejidad y aprensión, el crecimiento del apoyo a Trump entre sus afiliados. En regiones como el rust belt, el ‘cinturón del óxido’ del nordeste del país, donde la deslocalización y el cierre de industrias manufactureras han dejado tras de sí altos niveles de desempleo y pobreza, el mensaje de Trump parece estar calando. También cala entre aquellas capas obreras de raza blanca donde la inmigración podría levantar ampollas, ya que sería percibida como una competencia laboral ‘desleal’. O entre aquellos a quienes preocupa el terrorismo islámico y piensan que la inmigración es una puerta abierta a las células terroristas. Esto recuerda a la Southern strategy, la ‘estrategia sureña’ que el propio partido republicano utilizó en los sesenta y setenta para canalizar el enfado de votantes blancos de baja formación en los estados sureños. Eran posibles votantes descontentos por el avance de los derechos civiles de la población negra. Trump, de manera indisimulada, emplea su propia ‘estrategia sureña’, aunque su diana ya no son los negros (sería impensable en pleno siglo XXI), sino los inmigrantes, sobre todo los latinos y musulmanes, y las potencias extranjeras. Cuando Trump sugiere por ejemplo expulsar a todos los musulmanes de los Estados Unidos, está apelando a un tipo de votante que otros candidatos no se atreverían a cortejar de manera tan abierta. Y la jugada le está saliendo bien, de cara a las primarias. Eso sí, la misma estrategia podría cerrarle las puertas de la Casa Blanca, pero la estrategia de Trump siempre ha sido la de lidiar con el ahora, no con el mañana, y solucionar los problemas sobre la marcha. Hoy mismo no es rival para Hillary Clinton. En el futuro, ya veremos”. Nos equivocamos y confundimos nuestros deseos con la realidad ‘trumpiana’.

Un cuadro de crisis y desencanto explica la irrupción de otro fenómeno, el del ‘socialista’ Bernie Sanders, en el Partido Demócrata

“El fenómeno Trump, por excéntrico que parezca, no es algo casual. Se explica dentro de un cuadro de crisis y desencanto, sin el cual tampoco podría explicarse la irrupción de otro fenómeno, esta vez llegado desde el sector más a la izquierda del partido rival. Hablo, cómo no, de Bernie Sanders. Aunque está por ver que Sanders pueda ganar a Clinton en las primarias demócratas, el mero hecho de que le esté plantando cara ya es de por sí una sorpresa. Recordemos que es un candidato que se ha definido como ‘socialista’, término que no hace tanto tiempo era casi un tabú en la política estadounidense -todavía es un tabú para mucha gente en la derecha- y que parecía más propio de veleidades estudiantiles, no de un candidato serio a la presidencia. En España y en Unión Europea tenemos la percepción de que el Partido Demócrata, siendo la izquierda mainstream en los Estados Unidos, estaría a la derecha en nuestro espectro político. En muchos aspectos esto era verdad hasta la aparición de Sanders. Su mensaje sí es de izquierdas incluso en términos europeos. Habla del 1% dominante, del mal reparto de la riqueza, y aboga por una socialdemocracia cuyos servicios públicos piensen en el ciudadano, en vez de ser empresas privadas encubiertas (o sin encubrir), como sucede con la sanidad estadounidense. Apenas sorprende que Michael Moore le defienda con entusiasmo. Aunque el mensaje de Sanders es más racional y ni de lejos tan aberrante como el de Donald Trump, comparte un rasgo con él: tampoco habla ni se comporta como un político al uso. Es un candidato distinto, que se presenta con sus propias ideas y que a su manera también parece despreciar la estrategia centrista. También habla para los descontentos. También cuestiona a quienes han manejado el cotarro. También promete inyectar honestidad en el sistema. Aunque sean dos individuos tan opuestos, ambos han conseguido emerger porque entre una parte del pueblo estadounidense ha empezado a cundir el desánimo. Hay gente que está cansada de, como diríamos en España, la vieja política. Allí nadie habla de una segunda transición o una refundación del sistema, pero sí de una renovación de nombres, caras y actitudes. Una renovación no en cuanto a instituciones, pero sí en cuanto a políticas concretas. Aunque es posible que Bernie Sanders pierda la nominación frente a Hillary Clinton, iba a dar una batalla que puede dejar una huella indeleble en la política estadounidense, donde podría solidificarse una izquierda socialdemócrata a la europea.

Algo parecido sucede con Donald Trump. Las encuestas dicen que no podría ganar a Hillary Clinton o Bernie Sanders, porque una mayoría de estadounidenses se espanta ante la idea de ver a Trump en el despacho oval de la Casa Blanca. Aun así, bastaría con que gane en las primarias republicanas para que otras figuras del partido pudiesen interpretar que la mejor manera de hacerse fuertes es apelar a un discurso más extremo y dejar lo del centrismo para las ocasiones, como si fuese un traje de gala. Todo dependerá, claro, de cómo de mal le vaya a un hipotético nuevo gobierno demócrata y de cómo evolucionen la economía o la política exterior. Pero Donald Trump ha abierto la caja de Pandora en el republicanismo, como Sanders la ha abierto en el Partido Demócrata. Una cosa es segura: la política estadounidense va a tardar años en volver a ser aburrida. No sabría decir si eso es bueno o malo, pero desde luego resultará interesante…”. La realidad en este junio del 2020, la política en Estados Unidos es distópica y aterradora, como una novela de Stephen King.

El socialista del PSOE, Pedro Sánchez, lo tiene muy fácil en Madrid, la moderación y la sensatez, como defensa, resultan demoledoras

Si el Partido Popular (PP) en España hubiera ejercido una oposición crítica, leal y constructiva, y no imbuida con un odio africano, una vez derrotada la pandemia también habría podido con toda razón adjudicarse la victoria, pero al parecer solo está interesado en aprovechar el virus para derribar al Gobierno y se comporta como un boxeador tosco, que por exceso de furia acaba por echar el bofe antes de acertar con el gancho definitivo de derecha. Otro tanto está ocurriendo con el PAN en México. El socialista del PSOE, Pedro Sásnchez, lo tiene muy fácil en Madrid. Ante una oposición tan ciega y desmesurada, la moderación y la sensatez, como defensa, resultan demoledoras. Los ‘fresas’ del barrio pijo de Salamanca montan caravanas de coches pidiendo la dimisión de todo aquel político quien ose no tener ‘label’ franquista del partido ultraderechista Vox. Están angustiados con tanto confinamiento izquierdista y tienen ‘mono’ de no poder jugar al golf como su referencia ideológica anglosajona Donald Trump. Estas caravanas patrióticas ultranacionalistas, al estilo de Steve Bannon, ‘El Gran Manipulador’, primer asesor de la Casa Blanca tras la marcha del afroamericano Barack Obama,  las hemos visto también en Miami, en La Florida montadas por los sectores más ultraderechistas del anticatrismo. Otro tanto ha ocurrido en México. Nadie puede negar que estamos ante una ‘internacional de los apellidos largos’ como decimos en España -todos de rancios abolengos aristocráticos concedidos por el imperial caudillo gallego, Francisco Franco Bahamonde-.

En vista del fracaso, los ataques al presidente Pedro Sánchez y a Andrés ‘Manuelovic’ López Obrador,  se producen ahora en toda regla por tierra, mar y aire. En este zafarrancho de combate la fiel infantería de la derecha en su doble falange aznarista y ‘yunquera’ ataca por tierra; los independentistas catalanes, y los ‘mexicanos libres’, por ahora, Felipe Calderón y Margarita Zabala, a la espera de lo que esté negociando con la DEA su exsecretario de ‘Inseguridad’, Genaro García Luna, ajenos al hecho de que sus vanos sueños, de momento, han saltado por los aires, siguen lanzando torpedos bajo la línea de flotación del Estado, y a este despliegue ofensivo se ha sumado por el aire la escuadrilla judicial con un pelotón de paracaidistas rábulas, que ha caído sobre el Ministerio del Interior con toda clase de enredos y sospechas en España y en México estamos en un tenso ‘impasse’ ante los documentos, extraídos de las cloacas de la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado, que aporten los fiscales neoyorquinos que acabaron con los túneles de ‘El Chapo’.. Por si fuera poco, el vicepresidente español de Podemos, Pedro Iglesias, llevado por su instinto ideológico, provoca, crispa e insulta para marcar territorio y de hecho le siega la hierba bajo los pies al propio Gobierno. Este ataque desde todos los flancos lleva empotrados a comentaristas políticos, embarradores del terreno de juego, especialistas en acertar la quiniela los lunes. En mi caso, siendo por edad una persona vulnerable, la única forma de salvarme, si no del virus, al menos de la asfixia de tanta basura política, consiste en cerrar con llave esta caja de Pandora llena de serpientes y colocar en la tapa una bailarina de Degas, que dé vueltas mientras suena la Barcarola, una canción folclórica interpretada por los gondoleros venecianos, o bien una obra musical escrita imitando ese estilo. En la música clásica europea las dos más famosas son la de la ópera ‘Los cuentos de Hoffmann’ de Jacques Offenbach y ‘La Barcarola en fa sostenido mayor, para piano, Opus 60’ de Frédéric Chopin. ‘La pequeña bailarina de catorce años’ (en francés, La Petite Danseuse de quatorze ans) es una escultura creada en 1881 por el también pintor y grabador francés, Edgar Degas, que representa a una joven estudiante de danza llamada Marie van Goethem. La escultura fue hecha originalmente en cera y se vació en bronce apenas en 1922. La relación entre Marie van Goethem y Degas ha sido debatida. Era usual en 1880 para las ‘Petits Rats’ de la Ópera de París buscar protectores entre los visitantes de las bambalinas. La gracia es su estilo de vida, la perfección su obsesión. Pero antes de llegar a convertirse en la estrella soñada de la Ópera de París, la mayoría de los bailarines han sido ‘petits rats’ (los niños años que se preparan todos los días para un destino excepcional)…

“La cultura es el último reducto de los canallas”, escribía el poeta maldito español Leopoldo María Panero…

Estos ‘petits rats’ abundan entre las élites políticas de nuestras democracias donde en sus casas le inculcaron que existen dos tipos de personas: ellos y los demás. Lo aprendieron de sus papás y se lo han enseñado a sus hijos… Hay que entenderlos: no están acostumbrados a cumplir órdenes, sólo a darlas. Y aceptar órdenes, como todo en esta vida, es una habilidad que exige un cierto entrenamiento. Si no se ha practicado, siempre se será un adolescente, con quince, cuarenta o setenta y cinco años. Y ante cualquier contratiempo se reaccionará como tal. Lo estamos viendo estos días en el barrio de Salamanca, de la capital de España, Madrid, puesto en pie para convertir de forma caricaturesca el mayo del 68 en el mayo del 20 y la bonaerense Plaza de Mayo en la madrileña Núñez de Balboa, ante el regocijo de todos los medios: la mitad, vibrantes de empatía y entusiasmo; la otra mitad, conteniendo la risa por el etnofrikismo pocholo.

“Libertad” significa la posibilidad que han de tener ellos de hacer lo que les dé la puta gana y “libertinaje” es lo mismo, pero referido a los demás. Reclaman libertad, pero no vengas a contarles milongas sobre la diferencia entre “estar libre de” y “ser libre para”. Qué rollo es ése de que la pandemia ha dejado claro que la libertad no se puede entender a escala individual, sino a escala de una sociedad política que los ve iguales que a sus mucamas. Qué patraña del marxismo cultural es ésa de que la regulación de la libertad ha de tener como principal propósito el bien común. Ellos, que no aceptan subordinarse a nadie ni a nada, tampoco van a aceptar que nadie les diga oraciones subordinadas. Su filosofía de la libertad se resume en la sentencia “no hay que confundir la libertad con el libertinaje”, en el bien entendido de que “libertad” significa la posibilidad que han de tener ellos de hacer lo que les dé la puta gana y “libertinaje” es lo mismo, pero referido a los demás. El “común” de “sentido común” tiene un vago aroma amenazante; se huelen que se empieza defendiendo el sentido común y se termina defendiendo el sentido comunista.

Mientras esto ocurre en Madrid, estoy viendo en mi casa de Cancún, Quintana Roo, México, el programa Jaime Bayley Show en Mega TV de Miami, La Florida, Estados Unidos. Este periodista, nacido en Lima, entrevistador de celebridades y políticos, donde se le reconoció por un característico estilo irreverente e incisivo, ganó fama rápidamente por su corta edad y su posición conservadora en temas de la política. Se dio a conocer como escritor en 1994, publicando una serie de novelas de estilo erótico y casi documental, con los que la crítica tiene una relación contradictoria. Jaime Bayley hacía un balance los efectos del coronavirus en Estados Unidos, Latinoamérica y Unión Europea. A España, que está logrando levantar su confinamiento –hay apenas unos pocos muertos, en su mayoría de Madrid y Barcelona, en otras ciudades españolas ya no se registran fallecimientos- apenas le dedicó cinco minutos. No hubo más imágenes que la de los ‘revolucionarios pijos de Salamanca, angustiados por no poder jugar al golf’. “En las próximas elecciones en España, esta gente conservadora del Partido Popular y Vox, está claro que sacará del poder al actual presidente socialista del PSOE, Pedro Sánchez…”. Me decepcionó. Solo le faltó decir que los socialdemócratas españoles, emparentados con la familia política europea de Willy Brandt de Alemania, Olof Palme de Suecia, François Mitterrand de Francia, Felipe González de España, Mario Soares de Portugal… eran marxistas leninistas y ejercían la lucha armada y la insurrección a través de sus chekas bolcheviques al estilo de la Revolución de 1917, en la desaparecida Unión Soviética. Los Sackler, farmacéuticos, filántropos y más ricos que los Rockefeller, según Forbes, erigieron gran parte de su patrimonio gracias al OxyContin, un opiáceo que según miles de demandantes se comercializó con publicidad engañosa, ocultando su potencial adictivo. Provocaron la otra epidemia que perturba hoy a Estados Unidos, en especial la ciudad de Nueva York, la de los opiáceos del ‘OxyContin’. Jaime Bayley parece que está de ‘bajón’, con ‘síndrome de abstinencia’ o no sé qué para decir estas idioteces sobre el futuro electoral de mi país natal. No faltaron otras estupideces sobre México y nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador… Jaime Bayley, pregunte a los ciudadanos españoles, mexicanos, vascos, quintanarroenses y salga de su ‘cápsula’ de libertario populista de la extrema derecha rancia fujimorista peruana. “La cultura es el último reducto de los canallas”, escribía el poeta maldito español Leopoldo María Panero…

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