Los dictadores mexicanos

Signos

Krauze y Aguilar Camín son el mejor ejemplo mexicano del envejecimiento intelectual y del descaro moral que evidencian muchos viejos que se sienten por encima de toda razón y de todo juicio generacional, y que en la desmemoria y la amargura del ocaso ante la pérdida de los incontables privilegios de sus mejores tiempos de fama y acicalamientos obsequiosos y desmedidos desde el supremo y oprobioso poder de los peores usurpadores del Estado, pregonan sandeces postreras tan oposicionistas y condenatorias del régimen gobernante al que odian por marginarlos y ejemplarizarlos como voceros de la simulación oligárquica y democrática de sus antiguos mecenas, como tan contrarios, también, esos sus argumentos de defensa y ataque por demás obstinados y obnubilados y reduccionistas e histéricos, a sus lejanas tesis y revisiones teóricas e históricas y críticas de la evolución cultural de la nación y de la conformación institucional, ideológica y política del Estado mexicano.

Hoy los regímenes de Iturbide o Santana o Maximiliano o Porfirio Díaz, o cualquier monarquía y dictadura o presidencialismo, por oligárquico y corrupto que fuese, sería menos nocivo y más saludable para el país y el Estado mexicano que el actual, dicen los sabios referidos. Porque aquellos sólo eran fácticos y de iniciativas metaconstitucionales, dicen. Y el actual es un fascismo sostenido en el poder plural y mayoritario del voto popular.

Y es cierto: hay trumpismos y nazismos y sionismos y mileyismos y fanatismos espeluznantes cifrados en el desesperado y alucinado y ruinoso y equívoco convencimiento de las mayorías. Y es, asimismo, falaz, que México sea esa potencia cultural que sostiene Andrés Manuel que es. (Porque no puede haber soberanía creativa, intelectual, humanística y civilizatoria nacional de alta competencia sobre las miserias educativas y académicas estructurales del país, a años luz de las potencias educativas del mundo y exhibiendo los niveles de violencia, de barbarie, de ingobernabilidad y de inseguridad que distinguen al país en el mundo). Pero haber servido al mayor depredador de patrimonios estatales en la historia como lo fue Carlos Salinas, que entregó más bienes nacionales a sus familias asociadas y de prestanombres -en algunos casos- que los que traspasó el Virreinato a la Corona española, y haber sido socorridos con rendimientos de ese tipo de regímenes ¿da alguna autoridad moral para identificar como más usurpador que cualquier otro patriarca del pasado mexicano al actual mandatario, el único que ha sustentado en las urnas una popularidad de las más elocuentes de la historia mundial?

Sí, en efecto: la extrema popularidad fundamenta fascismos y extremismos. ¿Pero es el caso mexicano por sedimentar en el voto masivo unas reformas constitucionales que, acaso, sólo revierten otras del pasado reciente que favorecieron decisiones de Estado tan corruptas como la privatización selectiva y el saqueo oligárquico del patrimonio público o la configuración arbitraria de soberanías compradas con privilegios de élites millonarias y de primer mundo como las del Poder Judicial y amparadas en vastas estructuras institucionales ‘de transparencia’ y legitimadoras de dichos atropellos y nombradas como autónomas? ¿Es el caso mexicano, por más que la reforma judicial bien pudo quedarse en el establecimiento de un órgano regulador independiente alternativo al control simbiótico y autogestivo de la Corte y la Judicatura, y en otro tipo de elección de Ministros pero no de Jueces y Magistrados desde el sufragio popular directo que, acaso, puede ser, en efecto, un exceso regresivo, lo que ya se verá en su reglamentación y su ejercicio futuro?

¿Es el caso mexicano el de una dictadura autoritaria que no reprime ni a criminales del más alto perfil, sean del ‘narco’ o de la política, ni a sus voceros mediáticos ni a ninguno de los tantos atacantes que a todas horas le gritan dictador al jefe de tan aludido Estado autoritario y calificado por tan altos y tan renombrados intelectuales, como Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, de más pernicioso para la democracia y el porvenir de México que cualquier otro monarca, dictador o gobernante que lo haya precedido desde el principio de los tiempos? 

SM

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