
Signos
Arriban al poder del Estado de la peor manera, sea mediante un fraude electoral o por la vía de financiamientos negros legitimados por la autoridad electoral. Consolidan un grupo político-empresarial que armará los más grandes negocios en la convergencia del saqueo patrimonial de los bienes públicos, la evasión fiscal y el control institucional y mediático de la sociedad oligárquica de intereses, donde a cambio de las iniciativas del poder político favorables a la concentración de la riqueza, las empresas de la sociedad favorecidas por ellas corresponden con porcentajes específicos de ganancia (fracciones accionarias, transferencias financieras o todo tipo de participaciones encubiertas o lavado de dinero) a sus representantes y socios de ese poder político. Se dice, por ejemplo, que Raúl Salinas de Gortari cobraba un diez por ciento por cada negocio autorizado por su hermano Carlos cuando era el jefe del Estado nacional. De modo que cuando se privatizó la televisora estatal, Imevisión (o el Instituto Mexicano de Televisión), en favor de Ricardo Salinas Pliego, y de manos de Raúl Salinas de Gortari se le entregaron, además del precio de ganga y sin concurso en que se le obsequió la institución, más de veinte millones de dólares del erario para adquirirla, los Salinas de Gortari adquirirían, así mismo, el diez por ciento de la rentabilidad de ese negocio. Claro que lo del diez por ciento por negocio -que se aseguraba desde el círculo cercano a Raúl Salinas que se cobraba durante el gobierno de su hermano- no pasa, por más que puedan asegurarlo periodistas del mayor prestigio fundados en las fuentes más confiables, de ser algo de sobra creíble pero especulativo. Lo que sí es una verdad absoluta es que las mineras nacionales convirtieron a la familia de su comprador, Germán Larréa, una de las treintaicinco del grupo oligárquico presidencial de entonces, en la segunda más adinerada de México y en una de las más potentadas del mundo entero. Y que la también privilegiada privatización de la telefónica estatal, la única del país, hizo a su comprador, Carlos Slim, más rico que Larréa, lo mismo que cada uno de todos los bancos privatizados y de las restantes más de cuatrocientas empresas públicas entregadas a las demás familias del grupo presidencial las encumbraron entre las más acaudaladas del orbe. ¿Diez por ciento por cada negocio privado favorecido desde el poder, dicen periodistas tan bien informados como Álvaro Delgado, que cobraba Salinas de Gortari? ¿De cuánto sería entonces la fortuna personal de dicho gobiernícola que controlaba como déspota absoluto decisiones como esa de repartir entre un grupo de ricos de su entorno gran parte de los patrimonios del Estado mexicano, entre ellos la televisora que forma parte del imperio económico de Salinas Pliego, ahora evasor del fisco (antes tolerado como tantos a manera de estímulo empresarial) y crítico feroz de los gobiernícolas, de cuyo entorno oligárquico formó parte y cuya sociedad del crimen lo proyectó como uno de los magnates más ricos del mundo? No con el diez por ciento: con el uno por ciento cobrado por negocio, Carlos Salinas de Gortari tendría que ser por mucho, hoy día, el personaje más rico del planeta. Gobiernícolas, pues, son los gobernantes que dejaron de convertir al Estado en un negocio de clase mundial, algo pérfido y anómalo que nunca debiera ocurrir, según la rústica semántica de los ‘libertarios’ en guerra y antisistema como Milei y Salinas Pliego, los líderes morales latinoamericanos del movimiento que llaman “El cambio cultural” y que no es más que una congregación fanática y frenética en torno de un pronunciamiento ‘ideológico’ de pretensiones neofascistas, pero que a falta de un programa doctrinario estructurado e inteligente sólo consiste en la propagación intensiva y delirante de proclamas ofensivas y campañas de escarnio contra cualquier cosa que parezca progresista o de izquierda (o lo que sea que defiendan esos “zurdos de mierda” referidos por Salinas Pliego en Buenos Aires en días pasados, donde ha tenido lugar la última de las tertulias de dicho ultraderechismo esquizofrénico y esperanzado en la demolición de la conciencia crítica en el mundo de la picapedrera mano armada de Donald Trump, su mesiánico salvador emergente). Tiempos bárbaros del fin del pensamiento; de la Inteligencia Artificial que suple la condición humana. Tiempos donde la elección de causas históricas vindicativas se confunde con la de ídolos. Y donde el cambio sin escuela y sin valores humanistas cifrados en la ética y el conocimiento tiende a hacer perder la brújula entre las buenas y las peores razones e ideas. Donde el concepto y sus complejidades se restringe al mínimo de las minorías. Donde los peores sacan ventaja del facilismo de consigna para el convencimiento multitudinario. Y no es ninguna novedad que pueda optarse un día porque otro Calígula u otro caballo como el suyo puedan ser votados como Presidente o Senador de una república democrática. Y así como Milei en Argentina o Trump en la superpotencia, mañana puede gobernarnos el narciso gobiernícola Salinas Pliego. ¿Por qué no?
SM