Madrazo y el nuevo PRI

Signos

Por Salvador Montenegro

Y cuando el nuevo y democrático y transformado México despertó, el viejo ‘dinosaurio’ priista, Roberto Madrazo, seguía -y sigue- allí.

Está más vivo y con más influencia mediática que nunca.

Y ahora -cuando cualquiera lo es, porque el tráfico especulativo y baratero en las redes sociales ha pulverizado al ‘cuarto poder’ y lo ha subordinado a las dádivas de quien le pague tres pesos- es un observador calificado de la realidad política nacional y de sus transformaciones democráticas, como la que advierte está ocurriendo en su viejo partido y el que, asegura, está renaciendo en el del también tabasqueño presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, es decir: en el del Movimiento de Regeneración Nacional o Morena.

Los dos tabasqueños, como bien se sabe, han sido conspicuos militantes y líderes del Partido Revolucionario Institucional. Y, como pocos en los nuevos tiempos de la democracia mexicana (la emanada del sistema electoral ‘autónomo’ inventado por Salinas y controlado por el salinismo ulterior para legitimar ganadores financiados legal o ilegalmente), conocen a fondo las transformaciones del tricolor en el curso de su larga historia.

Madrazo fue un candidato presidencial perdedor de ese partido en la llamada era moderna de la democracia nacional. Y Andrés Manuel López Obrador es ahora el más exitoso presidente de la República y jefe máximo del país, gracias, sobre todo, dice su paisano excorreligionario y hoy acérrimo adversario, a que en su causa y su partido de la moralización y la regeneración nacional se han reagrupado y se siguen encontrando todo género de militantes y líderes emigrados del PRI que, como el propio Andrés Manuel López Obrador en su momento, tienen en sus genes espirituales y políticos lo mejor y lo peor y la esencia generacional del viejo totalitarismo de Estado. Y que al tiempo que el tricolor se extingue con la fuga masiva de exdirigentes y de grupos y sectores y estructuras y estrategias de movilización popular y electoral, dice, el partido y la causa y el patriarcado presidenciales se refuerzan y se tornan cada vez más poderosos desde los mismos principios y procesos fundacionales hereditarios, que hicieron invencible en sus tiempos invictos y en los más autoritarios y populistas de la historia, al partido y al sistema de poder nacidos con la institucionalización del proceso revolucionario.

La extinción del PRI, dice Madrazo, es sólo su transformación y su refundación en el Morena.

Diría que cuando Andrés Manuel habla de la ‘cuarta transformación’ del país, en realidad se refiere a la simple mutación retórica de su ADN, el de la idiosincrasia posrevolucionaria, y la que, en efecto, siempre ha sintetizado en su propaganda las luchas de Hidalgo, de Juárez y de Madero y Cárdenas, que ahora decidió hacer suyas el llamado partido de la regeneración nacional, como en su momento Salinas le llamó a su gestión, usurpadora y neoliberal, la del ‘liberalismo social’.

Y habla Madrazo de la extinción del PRI cual condición de su reinvención en el Morena, porque del mismo modo que en este último, en el viejo partido tricolor preneoliberal y totalizador se concentraba todo tipo de sectores sociales, de ingreso y de credo ideológico y religioso. (Era laico, pero de sobradas tolerancia y diversidad militante. Era constitucionalista pero con absoluto predominio fáctico, presidencialista y demagogo. Las formas eran de artificio. El poder del pueblo lo administraba el jefe político absoluto desde el pragmatismo de la continuidad del modelo de control del Estado nacional.) Y en el Morena, hoy día, se impone el pragmatismo de la ganancia del poder a toda costa. Lo de menos es lo inescrupuloso de las alianzas con el crimen, como la progresiva incorporación legal de algunos grupos intocables e impunes del narcoterror a las campañas partidistas y la postulación de candidatos afines a sus intereses, o la asociación con líderes y propietarios de facto de organizaciones políticas delictivas como el Partido Verde, o que se haga gobernantes a candidatos de lo peor de la vieja guardia priista y con antecedentes del todo condenables, como los expriistas tamaulipeco e hidalguense Américo Villarreal -el primero, financiado por el ‘narco’- y Julio Menchaca, que terminó traicionando a los grupos priistas más retrógrados que gobernaron y dominaron en su Estado desde siempre.

¿Que ganó el Morena a sus opositores el Gobierno de Tamaulipas?, sí, por supuesto, con un candidato forjado en el PRI y con recursos del crimen, como el del huachicol. ¿Que también lo hizo en Hidalgo?, sí señor: del mismo modo. ¿Y que en Quintana Roo lo hizo con una candidata al servicio del dueño de un partido, Jorge Emilio González Martínez, que nunca fue investigado por el asesinato de dos extranjeras lanzadas al vacío desde un apartamento suyo en la zona hotelera cancunense y ahora controla la entidad caribe como lo hace con la de San Luis Potosí?, pues sí, ¿qué duda cabe?

¿Es el proyecto energético lópezobradorista mejor que los también estatistas y nacionalistas de Cárdenas y López Mateos, del partido emanado de la Revolución Mexicana en su segunda y tercera versiones o transformaciones?, por supuesto que no, por bueno e incuestionable que sea. ¿Y su política antinarco y de seguridad es mejor que las del panista y el priista Calderón y Peña Nieto, respectivamente?, por supuesto que no, tampoco.

Pero la suma pragmática de los idos de la ahora oposición al Morena hacia el partido presidencial, es también la suma de sus seguidores y electores, adicionada con el subsidio presupuestario de los programas sociales y la idolatría consecuente (y de perfil peronista y carismático) que lleva en andas al jefe máximo.

Y por eso, como en su tiempo un importante sector de comunicadores pasó a formar en las filas de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares –la CNOP- del PRI, hoy día se anuncia que aquellos trabajadores de la comunicación que requieran la protección del Estado por su vulnerabilidad económica y de seguridad social podrían ser cobijados por el régimen de la regeneración moral sin perder, claro está, la garantía de su independencia crítica y su libertad de expresión.

SM

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