“No te pongas nunca delante de los americanos”. Las investigaciones de la muerte del periodista español Ricardo Ortega apuntaban a los marines

Pinceladas

El escenario fue Puerto Príncipe, en Haití, una ciudad intimidada por la amenaza de sufrir el sitio de las guerrillas, amedrentada por el cerco interno al que ha sido sometida por los ‘chimeres’, violentas cuadrillas sobre las que apuntala malamente su poder el presidente haitiano, Jean-Bertrand Aristide. “Tenemos la convicción que no fueron los asesinos los ‘chimeres’. Tenemos la convicción que fueron las tropas estadounidenses, algo que no hubiésemos podido demostrar nunca. No lo hemos convertido en una prioridad y así conservar la memoria del reportero de guerra…”, recalca Carlos H. Vázquez en Jot Down Magazine Cultural, editado en Madrid. Escribía Rafael Sánchez Ferlosio que “la guerra destruye y degenera moralmente a un pueblo, al vencedor y al vencido”. Hoy, las cenizas de Ricardo descansan en Denia, lejos del fuego, al lado del mar Mediterráneo. Había narrado la barbarie descrita por Sánchez Ferlosio en diferentes partes del mundo, donde silbaban las balas, pareciendo inmortal, pero en Haití pasó por alto el consejo “No te pongas nunca delante de los americanos”.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

Ricardo Ortega había sido corresponsal de la Agencia EFE y Antena 3 en algunos de los puntos más calientes del planeta: Moscú, Nagorno Karabaj, Grozni, Sarajevo, Kabul, Nueva York, Dushambé y Puerto Príncipe, la capital de Haití, donde finalmente fue asesinado el 7 de marzo de 2004. No se pudo demostrar la verdadera procedencia del disparo que acabó con su vida y el caso acabó archivándose por “falta de autor conocido”. Un lado de la justicia acusaba a los chimeres haitianos, otro, quizá el más amplio, sigue señalando a los marines de los Estados Unidos. Rafael Poch, amigo de Ricardo y excorresponsal de La Vanguardia, reflexionaba en su blog Diario de Pekín sobre el oficio, un día después del fatal desenlace de su compañero: “Gracias a los periodistas muertos, el público puede irse enterando de lo que es en realidad esta profesión, en nuestra democrática y transparente sociedad. Un mundo de censura, autocensura, clientelismo y precariedad laboral”. José Ricardo Ortega Fernández nació en Cuenca el 4 de abril de 1966. A los seis años se mudó a Collado Villalba (Madrid) con su familia. José Luis Ortega, el padre, trabajaba en uno de los ministerios, en la capital. La madre, Charo Fernández, que daba clases en Villares del Saz (Cuenca), pidió una excedencia, pero no tardó en obtener una nueva plaza en un centro del Patronato.

Joserri (así conocían a Ricardo en casa) había empezado a leer a los tres años. En el colegio pusieron en marcha un proyecto que animaba a leer a los niños con un sistema basado en la fonética de las letras. “Fue un alumno brillante, tanto en el Colegio Montgó como en el Instituto Chabás”, recuerda Charo en la actualidad. Madre e hijo también pusieron en práctica el experimento en casa. “Ricardo era un niño alegre, inteligente, curioso y preguntón. No era raro encontrar ‘destripados’ sus juguetes para intentar saber cómo funcionaban. Por la misma razón aprendió a leer muy pronto. Cuando le leías un cuento, repetía mil veces: ‘¿qué dice aquí?’…». Ricardo tenía tres hermanos más: Nissa, Sergio y Mario. De todos ellos, el mayor era él. Cuando llegó los ocho años, los Ortega Fernández volvieron a mudarse, esta vez a Denia. Allí, Charo impartiría clases de Lengua y Literatura. “Recalamos en Denia pensando estar durante la infancia de nuestros hijos, un lugar tranquilo y cómodo. Nos acomodamos, nos sentimos bien, en esta ciudad seguimos. Aquí he trabajado hasta que me jubilé”.

“Existe un estado de guerra permanente desde que existe una industria del armamento permanente, el mecanismo de la bolsa o la vida”

Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 4 de diciembre de 1927-Madrid, 1 de abril de 2019)1​ fue un novelista, ensayista, gramático y lingüista español perteneciente a la denominada generación de los años 50. Recibió el Premio Cervantes en 2004 y el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2009. Debe su fama principalmente a sus novelas de juventud ‘El Jarama’ (1955) e ‘Industrias y andanzas de Alfanhuí’ (1951), y en las últimas décadas a su obra ensayística. ‘Alfanhuí’ sorprendió por la pulcritud de su estilo y por el interés del argumento, pero también porque no parecía fácil decidir si era un último ejemplo sublimado de la novela picaresca española, o el primer relato español dentro del realismo mágico. Sin embargo, fue la novela ‘El Jarama’ la que supuso la consagración de Sánchez Ferlosio; con ella obtuvo el Premio Nadal en 1955 y el de la Crítica en 1956. ‘El Jarama’ narra dieciséis horas en la vida de once amigos, un domingo de verano, de excursión en las riberas del río Jarama, en tres frentes: en la orilla del río, en la taberna de Mauricio, donde los habituales parroquianos beben, discuten y juegan a las cartas, y en el río y en la arboleda de la orilla, donde los amigos reposan, conversan, etc. Al acabar el día, un acontecimiento inesperado, el descubrimiento de que una de las jóvenes del grupo se ahogó en el río, da a la descripción de la jornada una extraña poesía triste por la pérdida de la amiga, que hubiera podido tal vez ser salvada, si la amistad tuviese algún poder para evitar lo ya ocurrido. Esto da a la novela un giro imprevisto por el tono de una narración trivial, donde nada importante parece suceder ni parece probable que suceda, y no es inverosímil que una joven se ahogue en un río, ni tiene nada de extraordinario. Enmarcada entre dos pasajes de una descripción geográfica del curso del río Jarama, esta novela es de un realismo absoluto, casi conductista, ya que el narrador no se permite ninguna expansión sentimental o interpretativa ni sondeo alguno en la psicología de los personajes. El lenguaje coloquial de los diálogos está presidido por el máximo rigor; sin embargo, se ha llegado a interpretar ‘El Jarama’ como un relato simbólico o simbolista, pero, en cualquier caso, su estilo es notoriamente diferente al de ‘Alfanhuí’, su obra precedente. El narrador sorprende al lector —tanto en ‘Alfanhuí’ como en ‘El Jarama’— porque no le da nunca o casi nunca un mínimo de datos para poder predecir lo que va a suceder. Las grandes diferencias entre ‘Alfanhuí’ y ‘El Jarama’ han sido, en general, interpretadas por la crítica posterior más bien como un ejemplo de que Rafael Sánchez Ferlosio es un escritor polifacético y complejo, realista en algunos casos, fantástico en otros, ensayista a menudo, poeta a veces y, con cierta frecuencia, sorprendente o desconcertante.

Ferlosio también publicó los ensayos ‘Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado’, ‘Campo de Marte’. ‘El ejército nacional’ y ‘La homilía del ratón’. En 1992 publicó, en dos extensos volúmenes, sus ‘Ensayos y artículos’, entre los que también figuraban textos inéditos, y en 1993 el libro de aforismos ‘Vendrán más años malos y nos harán más ciegos’, con el que ganó el Premio Nacional de Ensayo y el Ciudad de Barcelona en 1994. Adscrito a la corriente del realismo social de la posguerra española, su obra se caracteriza por constituir una implacable crítica al poder. Sus últimas obras fueron las recopilaciones de ensayos y artículos ‘Esas Yndias equivocadas y malditas’ (1994), ‘El alma y la vergüenza’ (2000), ‘La hija de la guerra y la madre de la patria’ (2002) y ‘Non olet’ (2003), donde analizaba diferentes temas que se ven de algún modo tamizados por aspectos pecuniarios: desde la globalización al mercado de trabajo, desde la mercadotecnia a la publicidad, pasando por la lucrativa cultura del ocio. Sus últimos trabajos fueron la colección de relatos ‘El Geco’ (2005), y los ensayos ‘Sobre la guerra’ (2007), una original y coherente aproximación al fenómeno de la violencia, al que se suma ‘God & Gun’. ‘Apuntes de polemología’ (2008), un conjunto de reflexiones sobre la historia, la guerra, la religión, el derecho y el fanatismo. “Existe un estado de guerra permanente desde que existe una industria del armamento permanente. (…) La amenaza es el mecanismo del bandido, el mecanismo de la bolsa o la vida”.

“Conocí a Ricardo en agosto de 1991, justo después del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov. Buscábamos corresponsales en Moscú”

Al cumplir la mayoría de edad, Ricardo dejaba Denia para estudiar Ingeniería de Telecomunicaciones en Valencia. Tiempo después terminaría viajando a Rusia gracias a una beca que le iba a permitir estudiar Física en Moscú. Dejaba el mar y la playa de Las Rotas, una devoción chica. “Ese año de cambio fue para él un cúmulo de dudas. Un tablón de anuncios de la facultad y una convocatoria de becas para estudiar en la antigua URSS le hizo cambiar de rumbo”, cuenta su madre. Ricardo estuvo un año aprendiendo el idioma antes de moverse de país. Una vez instalado en Moscú, llamaba a casa para hablarles de la “gran exigencia e intensa dedicación” de la experiencia y de lo mucho que disfrutaba viviéndola. “Las llamadas telefónicas eran continuas y las vacaciones las pasaba en casa. Cogía su bicicleta y se eternizaba en la playa”, concluye Charo. El encuentro de Ricardo con el periodismo fue fruto de la casualidad. En sus últimos años de carrera, en 1991, Ricardo ya colaboraba con Onda Regional de Murcia. Los responsables de la emisora solo le conocían por teléfono, pero pronto se demostró que habían hecho bien en creer en él. Una de las personas con las que Ricardo trató en Moscú fue José Miguel de la Morena, especializado en política nacional, que en aquella época era redactor de Onda Madrid: “Conocí a Ricardo en agosto de 1991, justo después del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov. Buscábamos corresponsales que nos contasen lo que estaba ocurriendo en Moscú. Cambié mis vacaciones para verlo con mis propios ojos y nos encontramos allí”. Una de las primeras cosas que hicieron los dos fue visitar el aula de Ricardo en la Universidad de Moscú. “Física Nuclear en la cátedra Lomonósov, creo recordar, con cinco premios Nobel como profesores. Era deslumbrante que le pudiera aún más su compromiso social”, reflexiona De la Morena.

José Miguel y Ricardo también asistieron con otros compañeros a la reunión de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), donde conocieron a algunos diputados exsoviéticos que vendían antigüedades y recuerdos de la URSS en los mercadillos; a los niños de la Guerra Civil española, las decenas de estatuas de héroes comunistas derribadas en los días del golpe… “La economía capitalista crecía de forma salvaje, personas vestidas de mafiosos hacían guardia ante los hoteles y clubes más caros. La policía pedía mordidas por las calles, los camareros aceptaban propinas a cambio de dejarte pagar en rublos en lugar de en dólares como obligaba la ley (y nos ahorrábamos el 90% de la cuenta, claro). Las calles eran pura efervescencia, hartos de una vida pobre y plana, los jóvenes querían imitar los modos de vida de Occidente a toda costa; las prostitutas de lujo abarrotaban discotecas y lobbies de hoteles. Y, mientras, los servicios de información del régimen nos mantenían vigilados visiblemente por el hecho de ser periodistas”.

A finales de 1991, Ricardo tiene que sustituir a un colega radiofónico (también compañero de piso). Gracias a esto, fue uno de los tres periodistas españoles que tradujo el discurso de renuncia de Gorbachov que daba por disuelta la Unión Soviética, el 25 de diciembre. Un año después, en 1992, Ricardo consigue un contrato en la agencia EFE. En la recepción de la onomástica del rey, en la Embajada de España en Rusia, Ricardo se encontró con Miguel Bas, de EFE Moscú, y le preguntó qué posibilidades había de trabajar en la agencia. Una vez en la delegación, le atendió la periodista Cristina Gallach en ausencia de la responsable, Silvia Odóriz, que se encontraba de viaje. “Cuando, días después, Ricardo se presentó en la delegación de EFE, lo único que podía ofrecerle, en aquel momento, era un trabajo a tiempo parcial como traductor y, para completar en algo la exigua paga que el presupuesto me permitía, le propuse que también se ocupara del archivo. No pasaron muchos días hasta que empezó también a escribir”, detallaba Odóriz en el libro ‘Salgo para Haití’ (2011). Bill Myers, veterano periodista de EFE, fue quien firmó con Ricardo su primera crónica, el 27 de agosto de 1992, desde la región de Nagorno Karabaj, entre Armenia y Azerbaiyán. Las bombas y misiles siguen cayendo sobre los armenios cristianos que habitan Stepanakert, capital del asediado enclave de Nagorno Karabaj, donde los niños y los ancianos son los primeros en pagar el precio de la resistencia a las fuerzas azerbaiyanas.

“La guerra engancha porque te mantiene en estado de alerta. Las relaciones humanas son más profundas”

“Cuando conocí a Ricardo —cuenta Myers en Salgo para Haití— no había hecho nada de periodismo nunca, pero si tuvo una fase de aprendizaje, pasó en un abrir y cerrar de ojos. Aterrizó en la Delegación en Moscú de la agencia EFE en la primavera de 1992, contratado para hacer de traductor, secretario y lo que hiciera falta, en horas robadas de sus estudios de Física en la facultad”. Son varias las historias del por entonces novato Ricardo Ortega con Myers: las preguntas íntimas a José Carreras (director musical de las Olimpiadas de Barcelona) en la primera entrevista de Ricardo, viajes en camiones cargados de gasolina o munición (según la ocasión), las bombas a doscientos metros, el manejo del ruso y el francés para conseguir alojamiento y transporte…  La audacia de Ricardo y su don de gentes lo llevaron a Antena 3. Silvia Odóriz pensó en Ricardo cuando se presentó la oportunidad. Lourdes García, entonces corresponsal de Antena 3 Radio, regresó a España para dar a luz a su segunda hija, Elisa. En su remplazo, Silvia Odóriz sugirió a Ricardo: “Empezó a simultanear su tarea en la delegación de EFE —donde también solía hacer crónicas para el servicio de radio— con sus emisiones para Antena 3 Radio”. En ese tiempo, EFE acuerda con Antena 3 Televisión que algunas delegaciones de la agencia hicieran también crónicas para la cadena. En febrero de 1994, Ricardo y el cámara Enrique del Viso empezaron a trabajar juntos en una de las oficinas del hotel Slavyanskaya, a orillas del Moscova, mientras en EFE buscaban un local más adecuado. El primer trabajo de Ricardo y Enrique trataba sobre la mafia, en concreto del comercio ilegal de aceite industrial en mercadillos. “La primera crónica fue con susto —destaca Silvia en ‘Salgo para Haití’—. Estaban filmando la ‘entradilla’ de Ricardo en un barrio donde operaban los mafiosos y, ante la torva mirada de algunos de los lugareños, debieron salir pitando en el auto con la cámara aún montada en el trípode”. Finalmente, EFE alquiló un local para las nuevas instalaciones en el mismo edificio de la delegación. Antena 3 se encargó de la producción y hablaba los temas directamente con Ricardo, que continuaba escribiendo para EFE.

Una de las personas que más cerca estuvo de Ricardo Ortega fue Corina Miranda, corresponsal de Antena 3 Televisión. Allí estuvo durante veintitrés años. “Todo es muy intenso en una cobertura internacional y mucho más cuando las circunstancias son adversas. La guerra engancha porque te mantiene en estado de alerta. Las relaciones humanas son más profundas. Y a las circunstancias propias de cada conflicto hay que añadir los retos propios del trabajo periodístico, sobre todo en televisión. Tienes que desplazarte para grabar, dedicarle un tiempo al montaje y estar a la hora del informativo frente a una cámara para la retransmisión en directo. Eso genera mucha adrenalina. Si además pasas varias semanas desplazado, tu hogar son tus compañeros y las experiencias comunes. Se abre un paréntesis en tu vida y casi siempre cuesta mucho volver a la cotidianidad”.

“Ricardo decía que la historia del salvajismo y del terror del nuevo milenio se escribía en Chechenia con alfabeto cirílico”

Corina conoció a Ricardo cuando éste fue por primera vez a la redacción de Antena 3 en Madrid. “A todos nos gustó mucho su estilo, la frescura con la que contaba las cosas, parecía que había hecho televisión toda su vida. Resultó ser una persona muy cercana e interesante con la que era un verdadero placer charlar. Todo lo que contaba nos tenía fascinados”. Con el inicio de la Primera Guerra Chechena, en diciembre del 94, Ricardo y Enrique del Viso (y después Manuel Única) fueron enviados a Chechenia. Iba a ser el viaje que cambiaría la vida de Ricardo. “Quiso transmitir todo el sufrimiento del pueblo, la realidad de los campos de refugiados, los desastres que contempló”, incide Charo. Cuenta el periodista Ramón Lobo que, al llegar a Chechenia, “el miedo que paraliza antes de viajar desaparece; delante solo aparecen historias y personas que las habitan y momentos concretos para volver a sentir miedo”. El corresponsal de El País convenció a su jefe, Luis Matías López, para que le enviara a Chechenia cuando estalló la guerra. Experiencia no le faltaba: Luis Matías, en la entrevista que le hizo para contratarlo, le preguntó si estaba dispuesto a ir a Sarajevo. Lobo le respondió: “Llevo quince años esperando que alguien me haga esa pregunta”.

Para guiarse (y sobrevivir) por Chechenia, Ramón Lobo llamó por teléfono a Ricardo Ortega. “Era la ayuda que no me estaba dando la corresponsalía”. Ricardo le aconsejó dónde dormir, los precios, las calles peligrosas y las que no lo eran, el medio de transporte adecuado… “Tenía las claves que necesitábamos: cuál era la calle peligrosa y cuál no, dónde había luz, desde dónde se podía transmitir…”.  Hay una fotografía de Ricardo Ortega que lo define como periodista: se encuentra en algún lugar de Chechenia, posando serio, delante de un tanque con nueve soldados rusos. A su izquierda, uno de ellos se muestra impasible, de brazos cruzados. Ricardo podía ser uno más de ellos. Observar sin ser visto. Siguiendo esta norma, Ricardo y la cámara fueron testigos de una compra—venta secreta de munición y cohetes antitanque entre soldados del ejército ruso y guerrilleros chechenos a escasos metros de la línea del frente, en un edificio en ruinas. Un oficial ruso se encargaba de cerrar el acuerdo con los chechenos: “Diez mil billetes o no hay trato”. “Está bien, diez mil dólares, tómalos”. “Y además, otra condición: como disparéis sobre nuestras posiciones arrasamos toda la aldea”. Ricardo decía que la historia del salvajismo y del terror del nuevo milenio se escribía en Chechenia con alfabeto cirílico. Juan Goytisolo, a propósito de Ricardo describía en El País su encuentro en julio de 1996 con él: “Me guió hasta las cercanías de un cuartel, protegido como una fortaleza con alambradas y sacos terreros […] En medio de semejante tenebrario, las palabras e imágenes filmadas por Ricardo Ortega son un recordatorio de que la honestidad y valentía de un hombre redimen a quienes las escuchamos y vemos tal acumulación de barbarie, mentiras y manipulación»”.

“En los últimos tiempos, sus informaciones sobre las mafias rusas eran muy delicadas y nos mantenía con cierta zozobra”

Dos meses después de haber regresado de un viaje por Egipto, en 1999, María José Zamora comenzó a trabajar como interina en la sección de Internacional en Antena 3 Televisión. Por entonces, Ricardo todavía se encontraba en Moscú. “Ese verano, Ricardo vino un día a la redacción y comimos con él todos los de la sección de Internacional. Era la primera vez que le veía en persona, aunque habíamos hablado ya por teléfono en varias ocasiones. Ricardo era simpático, brillante, muy inteligente. Siempre me gustó su ironía”, destaca María José. Las crónicas de Ricardo empezaron a incomodar al Kremlin y en Antena 3 se recibieron llamadas de la embajada rusa en Madrid. A principios del año 2000, la dirección de Informativos de la cadena propuso a Ricardo el traslado a la oficina de Nueva York. Rafael Ortega, entonces director adjunto de Informativos de la cadena, cuenta en el libro ‘Salgo para Haití’ que Ricardo les tenía “un poco asustados” por la habilidad que tenía para meterse en cualquier sitio: “En los últimos tiempos, sus informaciones sobre las mafias rusas eran muy delicadas y nos mantenía con cierta zozobra. Queríamos darle un aire nuevo a la oficina de Nueva York y pensamos que Ricardo era la persona ideal; era capaz de dar una visión completamente distinta y aportar frescura. Cuando se lo planteamos estaba muy desconfiado, se lo pensó mucho y estuvo buscando los tres pies al gato”. Pero Ricardo terminó aceptando y en la primavera del 2000 llegó a Nueva York.

Desde que aterricé me gustó New York, fue una de esas circunstancias inesperadas que desde hace catorce años construyen mi vida, como el viaje a la URSS, el descubrimiento del Cáucaso. Hechos magníficos y sencillos que andan en secuencia porque, aunque separados en el espacio-tiempo, no imagino como hubiera sido uno sin los otros. [Apuntes de Ricardo Ortega] Trabajando en la sede de la ONU, en Nueva York, Ricardo conoce a la periodista de la CNN en español, Mariana Sánchez Aizcorbe, corresponsal experimentada que había pasado por Kosovo, Chechenia, Timor Oriental…: “La mayoría de corresponsales internacionales pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo en los pasillos de las Naciones Unidas. Eran meses antes de que se desatase la guerra en Irak, aunque muchos, entre ellos Ricardo y yo, estábamos seguros de que nada pararía la maquina militar que se venía encima”, recuerda Mariana mediante un correo electrónico. “Nuestra relación empezó por ahí, por la conversación, las coincidencias en opiniones, su sarcasmo genial. Ricardo además de ser instruido, educado y brillante, tenía un gran sentido del humor”. Mariana había estado viviendo en Nueva York más tiempo que Ricardo: “La magia de la ‘ciudad que nunca duerme’ había pasado hace tiempo y ya me había convertido en una ciudadana neoyorquina […] El tiempo que estuvimos juntos lo recuerdo viviendo con gran intensidad. Ricardo amaba la ciudad, siempre descubría algo nuevo. Pero creo que lo que más le gustaba era reunirse con los amigos”.

“Uno salía con Ricardo a cenar y podía acabar de madrugada en un sótano, rodeado de individuos torvos y posiblemente armados”

Los que han conocido a Ricardo dicen de él, aparte de destacar su ingenio y gracia, que había sido testigo de los principales acontecimientos de finales del siglo XX y principios del siglo XXI. “A Ricardo le encantaba la vida. Siempre estaba alegre. Me acuerdo perfectamente del sonido de su risa. Le encantaba salir, le encantaba hablar con la gente, le encantaba descubrir nuevos sitios. En Nueva York era muy feliz porque la ciudad le daba todo eso. Se sentía tan a gusto en su estupendo apartamento del West Village […] Cuando le daba nostalgia por Moscú se iba a Brighton Beach, donde vive la comunidad rusa”, recuerda Isabel Piquer, corresponsal y una de las mejores amigas de Ricardo. Ricardo e Isabel se conocieron en el cumpleaños de ella, el 8 de marzo del año 2000. “Había quedado en Bottino, un restaurante de Chelsea que me gustaba mucho, con Luisa Cabello. Luisa había sido productora en Antena 3 y se trajo a Ricardo, que había llegado hacía unos días”. Ricardo, tal y como dice Isabel, estaba “un poco perdido”, sobre todo por su inglés, pero también se sentía entusiasmado con lo que estaba conociendo. Enric González, en su libro ‘Historias de Nueva York’, recordaba cómo era estar con alguien tan intrépido: “Uno salía con Ricardo a cenar algo rápido y podía acabar de madrugada en un sótano, rodeado de individuos torvos y posiblemente armados. Era así. Un catalizador de aventuras. Un Tintín con el alma grávida de un Haddock”.

Ricardo había buscado contactos con la red de Osama Bin Laden antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center. “Hay bastantes taxistas afganos [en Nueva York] y todo había empezado con una carrera casual por Manhattan con uno de aquellos taxistas, con quien había entablado conversación en ruso sobre Afganistán. El taxista le dio alguna pista y le dejó su teléfono. Ricardo hizo varias llamadas a aquel número antes del 11S. Luego se enteró de que su nombre figuraba en las listas de sospechosos del FBI, que había indagado sobre su persona ante el CESID a causa de aquellas llamadas”, contaba Rafael Poch. Diecinueve meses antes del 11 de septiembre de 2001, Rafael y Ricardo habían entrevistado al comandante afgano, contrario a los talibanes, Ahmed Masud cerca de Talukán, en la visita “más peligrosa” a Afganistán que el ahora excorresponsal de La Vanguardia recuerda: “Dos horas antes del atentado contra las Torres Gemelas, Ricardo, que para entonces ya trabajaba en Manhattan, me telefoneó a Moscú. Dos días antes habían matado a Masud en un atentado suicida muy poco afgano y Ricardo estaba ‘mosca’, me dijo. Otra de sus grandes cualidades periodísticas era la intuición. “¿Se estará preparando algo en Afganistán?”, se preguntaba. La respuesta la obtuvo aquel mismo día [11 de septiembre de 2001] en Nueva York, junto a su oficina”.

“Ricardo, ¿tú estás viendo las imágenes como nosotros? Matías, no alcanzo a decirte lo que ocurre, pero ha habido otra explosión”

Carlos Hernández de Miguel, amigo de Ricardo y corresponsal de Antena 3, recibió una llamada suya desde Nueva York el 11 de septiembre, poco antes de comenzar el informativo de las tres de la tarde: “Carlos, una avioneta se ha estrellado contra una de las Torres Gemelas y está ardiendo”. Tras la sintonía del informativo y una breve crónica de la mañana, Matías Prats daba paso urgente a Ricardo Ortega por vía telefónica para que contara lo que estaba sucediendo en ese instante en el World Trade Center de Nueva York: “Puedo ver en estos momentos cómo está la cúpula de la torre absolutamente envuelta en humo. De muchas ventanas salen lenguas de fuego. No se sabe si hay heridos”. La televisión emitía las imágenes en directo mientras Matías Prats y Ricardo Ortega se preguntaban qué era lo que estaba ocurriendo. Entonces, una densa humareda llamó la atención en la pantalla. Matías Prats no daba crédito: “Ricardo, ¿tú estás viendo las imágenes como nosotros?”. Cuando el reportero le fue a responder, una bola de fuego resplandeció ante sus ojos. “Matías, no alcanzo a decirte lo que ocurre, pero ha habido otra explosión”. En efecto, otro avión se había estrellado, pero en la Torre Sur. No había sido un accidente. El ataque fue reivindicado por Osama Bin Laden, líder del grupo terrorista Al Qaeda. Por su parte, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, comparecía en una rueda de prensa utilizando palabras como “guerra” o “enemigo”. La guerra estaba servida. La ofensiva (Operación Justicia Infinita y Libertad Duradera después) fue lanzada el 7 de octubre de 2001, dando comienzo con la invasión a Afganistán, terreno que ya había conocido Ricardo en 1998. Estados Unidos iba en busca de Osama Bin Laden ante la negativa de los talibanes de entregarlo. Mariana Sánchez Aizcorbe estaba de vacaciones en Francia el 11 de septiembre y ya no regresó a Nueva York: “De Francia pasé a Londres a recoger una visa y, de ahí, directa a Pakistán. Me quedé en Pakistán y en Afganistán como seis meses, cubriendo el otro lado de la guerra”.

El 8 de octubre de 2001, Antena 3 Noticias emitía un especial —presentado por Ernesto Sáenz de Buruaga— sobre el conflicto. En las zonas clave se encontraban los corresponsales Emilio Sanz (Afganistán), Carlos Hernández de Miguel (Pakistán), Ricardo Ortega (Nueva York), Carmen Vergara (París), José Ángel Abad (Londres) y Francisco Medina (Gaza). “Estas veinticuatro horas han sido, sin duda, las más largas de la vida del presidente [Pervez] Musharraf”, relataba Carlos Hernández desde Peshawar (Pakistán).Entre los primeros periodistas en llegar a la frontera entre Pakistán y Afganistán estaba Carlos, acompañado por el cámara Diego Contreras y el productor Alfonso Molina. Carlos había conocido a Ricardo a mediados de los años noventa, durante una de sus visitas a la sede central de Antena 3. “Él era entonces nuestro corresponsal en Moscú y yo trabajaba como cronista parlamentario, por lo que no tuvimos apenas relación hasta que fui nombrado subjefe de la sección Internacional en 1998. A partir de ahí es cuando se va fraguando nuestra relación laboral y también personal”. Carlos y Ricardo no perdieron el contacto desde entonces, ni en el Medio Oriente. “Cuando yo estaba en la frontera entre Afganistán y Pakistán y él se encontraba con la Alianza del Norte, en el Valle del Panshir, nos llamábamos para intercambiar impresiones. Yo solía pedirle consejo porque él ya había estado, casi siempre, en los conflictos que yo cubría por primera vez”. Y aquel en concreto no había hecho más que empezar.

“Estados Unidos utilizó los ataques del 11 de septiembre como una excusa para atacar a Irak. Habían perdido la perspectiva de las causas”

Ricardo Ortega llegó a Dushambé (Tayikistán) con el cámara Jesús Quiñonero y el productor Javier Valero para entrar en territorio afgano. Los tres sustituían a Emilio Sanz, Koldo Hormaza y Timur Shaakhasvili. Para llegar a tierras afganas, el equipo tomó un helicóptero de fabricación rusa de la Alianza del Norte que estos utilizaban para suministrar medicinas. Con él debían llegar a su base, en Joía Bahaudim. “Ricardo conocía a un ministro de la Alianza del Norte y hablaba en ruso con él. Gracias a sus gestiones nos colaron en uno de esos helicópteros. Volamos con los pies encima de un enorme depósito de gasoil”, recuerda Jesús Quiñonero en Salgo para Haití. Guillermo Altares, corresponsal de El País en Afganistán, sigue impresionado a día de hoy por la manera que tenía Ricardo de trabajar: “Era valiente (para mi gusto cobardón, demasiado valiente) y siempre quería ir un poco más allá”. El equipo de EL PAÍS cambió tres veces de grupo en la región (los relevos se hacían más o menos cada mes, según Altares) y Ricardo Ortega, al contrario que sus compañeros, no interrumpía su labor en la zona de conflicto. Guillermo Altares relevó a Ramón Lobo y a Gervasio Sánchez en Dushambé, en noviembre de 2001, antes de la caída de los talibanes, y a él le sustituyó Juan Pedro Velázquez-Gaztelu. “Era la primera guerra a la que iba y estaba muy perdido. Me dijeron que había un periodista de Antena 3 muy majo que se llamaba Ricardo Ortega que me podía ayudar, pero que necesitaba un generador. Compré uno, que no sabía ni cómo funcionaba, y fui a casa de Ricardo en Khvajeh Ba Odin, donde mataron a Masud. Allí se había instalado un centro de prensa, pero había que tener electricidad y un generador era imprescindible. Yo ponía el generador y ellos tenían la estructura de una tele”. Guillermo Altares y Ricardo se iban a ver de nuevo, más tarde en Kabul, compartiendo habitación.

La muerte de Masud dos días antes de los atentados del 11 de septiembre reforzó las intenciones de Estados Unidos por entrar en Irak una vez iniciada la intervención en Afganistán, vinculando a Osama bin Laden con Sadam Husein. “Estados Unidos utilizó los ataques del 11 de septiembre como una excusa para atacar a Irak. Habían perdido la perspectiva de las causas del 11 de septiembre”, confesaba Husein en 2004 al agente del FBI George L. Piro después de su captura. El 5 de febrero de 2003, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, defendió ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas las pruebas de la Administración Bush contra Irak por poseer “armas de destrucción masiva”. Ricardo Ortega daba su visión ante la cámara de Antena 3 desde la sede de la ONU: “Pésima coreografía. Hay que ser un experto o tener mucha imaginación para interpretar las fotografías y grabaciones que ha compartido aquí el secretario Powell. Dos ideas: Sadam miente y Sadam es amigo de Osama. Para tragarse el discurso de Powell hay que creerse también tres axiomas: la CIA es infalible, la CIA jamás ha fabricado o manipulado pruebas, y los equipos de inspectores de Naciones Unidas son poco menos que ingenuos e incompetentes. Francia, Rusia, China, miembros con derecho de veto del Consejo de Seguridad, han reaccionado de inmediato: “Gracias por las pruebas, señor Powell —han dicho—, pero son sospechas o indicios. Para lanzar una guerra hay que basarse en hechos concluyentes. Por tanto hay que duplicar o triplicar el número de inspectores, cualquier acción bélica tiene que pasar por el Consejo de Seguridad y no tiene sentido lanzar una guerra mientras no se hayan agotado las vías diplomáticas”. Los británicos, más belicosos. “Sadam ha perdido su última oportunidad para desarmarse pacíficamente”.

El 16 de marzo de 2003, Tony Blair, George W. Bush, José María Aznar y José Manuel Durão Barroso se reunieron en Las Azores

Carlos Hernández se encontraba en Bagdad desde enero de 2003, cuando la guerra era “solo una posibilidad en el horizonte”. “Confieso que llegué en plena madurez profesional. Había aprendido mucho de los errores que había ido cometiendo en anteriores conflictos. Fui plenamente preparado y con unos compañeros de lujo. Además, Antena 3, como ocurría en aquellos años en la mayor parte de los medios, nos daba cobertura total: chalecos antibalas, seguros especiales de vida… Teníamos todo lo necesario para trabajar con el menor riesgo posible”. El 16 de marzo de 2003, Tony Blair, George W. Bush, José María Aznar y José Manuel Durão Barroso (anfitrión) se reunieron en el archipiélago de Las Azores, donde se acordó dar un ultimátum al régimen Irakí para su desarme antes del 17 de marzo. Ante la oposición de Sadam Husein, el ejército estadounidense dio inicio al bombardeo y las tropas, también las británicas y aliadas, iniciaron la invasión del país el 19 de marzo de 2003. Los líderes políticos no esperaron una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre la autorización del uso de la fuerza para entrar a Irak. Tampoco escucharon a los millones de ciudadanos que se manifestaron por todo el mundo en contra del conflicto, antes, durante y después. La información recogida por el inspector general del Departamento de Defensa, Thomas Gimble, que se recopiló durante los interrogatorios a Sadam Husein y a dos de sus colaboradores, fue desclasificada el 5 de abril de 2007, demostrando que no había existido relación alguna entre Al Qaeda y Husein. El informe concluía que Douglas Feith, subsecretario del Pentágono, ignoró las tesis de la CIA. Sandro Pozzi contaba en El País, desde Nueva York, la revelación de los documentos: “Feith afirmó en septiembre de 2002 que la relación entre Al Qaeda e Irak era ‘madura’ y ‘simbiótica’, que la CIA ‘concluyó meses antes de la intervención en marzo de 2003 que no existía tal vínculo’ y que la hipótesis de la colaboración entre Husein y Osama Bin Laden fue descartada por primera vez en 2004, en el informe elaborado por la comisión que investigó los atentados del 11 de septiembre”.

Las manifestaciones en contra de la guerra se habían vuelto más intensas, y la muerte de varios periodistas agitó el avispero. Según cifras del Comité para la Protección de los Periodistas, desde 2003, cuando comenzó la invasión de Irak y hasta el año 2007, en el país fueron asesinados ciento ochenta y cinco periodistas, de los cuales ciento diez asesinatos se cometieron con impunidad. El británico Terry Joyd, de Independent Television News, fue el primero, tres días después del inicio de la guerra. Trece compañeros más le siguieron, entre ellos Julio Anguita Parrado (7 de abril) y José Couso (8 de abril). En España, los compañeros de Julio Anguita y José Couso pidieron justicia y arremetieron contra Aznar, pero exigir responsabilidades por la muerte de Anguita y Couso al que entonces era presidente del gobierno iba a traer consecuencias. Dos meses después del inicio de la guerra, el 7 de mayo de 2003, Antena 3 Televisión presentaba un ERE autorizado por el Ministerio de Trabajo (a cargo del ministro Eduardo Zaplana), con el que doscientos quince trabajadores de la cadena se iban a tener que ir a la calle (inicialmente iban a ser trescientos noventa). Entre ellos, cincuenta y cuatro redactores de la sede central de San Sebastián de los Reyes. Además de directores, corresponsales o presentadores: Rosa María Mateo, Olga Viza, Pablo Larrañeta, Mercedes Cámara, Rafael Jiménez, Marta Robles, Carlos Hernández de Miguel…

“Varios periodistas estábamos marcados por resultar incómodos para la línea de manipulación informativa que se dictaba desde Moncloa”

Una de las razones —pero no la más determinante— por la que Carlos Hernández fue despedido de Antena 3 Televisión vino por haber exigido justicia en el caso Couso. “Varios periodistas estábamos marcados por resultar incómodos para la línea de manipulación informativa que se dictaba desde Moncloa. También había otros trabajadores de la cadena señalados por sus actividades sindicales y de oposición al proceso de despido colectivo que pusieron en marcha. A todos nos liquidaron de diversas maneras […] De hecho, prácticamente todo el comité de empresa fue despedido con cuentagotas sorteando la legislación que les protegía como representantes de los trabajadores que eran. El ERE fue solo una herramienta más que les sirvió para reducir personal, eliminar a algunos personajes incómodos y, de paso, atemorizar a los que se quedaran en la empresa”. En cuanto a Ricardo, Rafael Poch publicó cómo su compañero había sido cesado como corresponsal de Antena 3 en Nueva York. En uno de los últimos correos electrónicos que se cruzaron, Ricardo le contó que fue despedido “por una presión expresa de La Moncloa”. El mensaje de Ricardo, tal y como recordaba Poch, estaba lleno de “reflexiones amargas”. María José Zamora también reconoce que Ricardo había recibido “muchas presiones” durante la época de la preguerra de Irak: “Entonces todavía era director de informativos Ernesto Sáenz de Buruaga. En julio de 2003 llegó a ese puesto Gloria Lomana”. Se acercaba el otoño del 2003 cuando Ricardo llamó a Carlos Hernández para informarle de que Gloria Lomana le había comunicado su cese como corresponsal en Nueva York. “Según me transmitió, Gloria le ofreció irse a Madrid, pero no le concretó para hacer qué. Ricardo era consciente, y así me lo contó: estaba pagando su honestidad informativa durante la guerra de Irak. Una honestidad que disgustó tanto a los responsables de informativos, en contacto permanente con una Moncloa preocupada por el coste político de su apoyo a Bush y a Blair, que le obligaron a tomarse vacaciones en plena guerra y enviaron a una periodista desde Madrid para sustituirle”. En aquella conversación, Ricardo le dijo a Carlos: “Me mandan a Madrid a hacer pasillos”.

A finales de febrero de 2004, Ricardo toma la decisión de viajar a Haití para cubrir la revolución armada contra el presidente Jean-Bertrand Aristide. Allí se encontraría con Mariana, enviada por la CNN. “Yo me fui a Haití mucho antes que Ricardo. Él y yo ya no estábamos juntos, pero nunca dejamos de hablarnos y, en esencia, de protegernos”. Cuando los grupos armados llegaron a Puerto Príncipe, liderados, entre otros, por el ex jefe nacional de policía Guy Philippe, vinculado al boicot del 2000, Aristide se vio obligado a huir del país. En su defensa estaban los grupos Pro Lavalas-chimeres. “Ricardo pretendía ganarse la vida como freelance y tenía varios proyectos entre manos. Cuando todos sus colegas de Nueva York se desplazaron a Puerto Príncipe, Ricardo no quiso quedarse atrás. Tenía en mente grabar sus propias crónicas e intentar venderlas a las televisiones españolas, empezando por la propia Antena 3 que, nada más conocer que estaba en Haití, aceptó de inmediato”, explica Corina Miranda. Isabel Piquer, destacando el ánimo de Ricardo, cree que su amigo se fue a Haití “porque pensaba, erróneamente, que tenía algo que demostrar”: “Empezó a entusiasmarse con la historia y lo decidió todo muy rápido. Tomó la iniciativa sin tener las cosas cerradas con Antena 3. Me acuerdo que le dije que no me parecía una buena idea. Que la historia no valía la pena”. En aquel momento, antes de emprender el viaje, Ricardo trató de negociar con Antena 3 una suspensión de la excedencia para cubrir los acontecimientos que ocurrieran en ese país. Tal y como me fue contando en esos días previos, Antena 3 le dijo que no le interesaba el tema y que no procedía suspender la excedencia”, aclara Carlos Hernández, quien recibió un correo de Ricardo el 26 de febrero de 2004 en el que manifestaba su confianza en que “si la situación se volvía informativamente más interesante, Antena 3 acabaría por suspender su excedencia, permitiéndole enviar crónicas desde allí”: “Carlos, échame un cable, compañero. Anoche, de repente, víctima de una revelación o un cortocircuito decidí que me iba a Haití sin dilación. Reservé el billete para esta mañana, hice el equipaje, preparé billetes pequeños y llamé a un amigo periodista argentino en Puerto Príncipe para cuestiones de logística. Me ofrece un jergón en su habitación. He pospuesto el plan por un día, por sugerencia del mencionado amigo. Me dijo que en las orgías de ayer, los chimeres golpearon y saquearon a periodistas y que las opciones de ser desvalijado en la ruta del aeropuerto son demasiado grandes. El plan es descabellado. Me planto en Haití, llamo a Antena 3 y compruebo cómo funciona la política de hechos consumados. Quizás me esté precipitando, dime qué te parece”.

Reportaje especial ‘Muerte de un periodista’ que Jesús Martín Tapias, reconstruye los últimos momentos de Ricardo

Ricardo también se lo comunicó a Rafael Poch: “Salgo para Haití”, dijo. “Calculó fríamente sus posibilidades. Le interesaba más no romper con Antena 3”, relataba Poch. “Con algunos de sus jefes mantenía una excelente relación personal. Se trataba de intentar seguir vendiendo reportajes a esa y otras cadenas en calidad de autónomo”. Durante la correspondencia, Ricardo le pidió absoluta discreción a Rafael. Finalmente, Ricardo tomó un vuelo con destino a Haití. El sábado 6 de marzo de 2004, la situación en Puerto Príncipe había perdido algo de interés y varios periodistas consiguieron una avioneta para volar hasta Santo Domingo (República Dominicana) y volver a casa. Ricardo pudo haberse ido con ellos, pero decidió seguir en Haití; al día siguiente, el domingo 7, se había convocado una manifestación, en apoyo al nuevo régimen, que iba a terminar ante el Palacio Presidencial. Los marines de los Estados Unidos —presentes en Puerto Príncipe desde el 29 de febrero— y los gendarmes franceses protegerían la concentración. Y Ricardo, como era natural, sentía que debía estar allí. El reportero gráfico Javier Teniente cubría el suceso cuando empezó el momento más crítico de la manifestación: “En un momento dado, aparece gente de Aristide y se monta un lío grande. Todo el mundo estaba festejando el final de la manifestación en el Palacio Presidencial cuando llegó la policía. Me acerqué hasta allí a hacer unas fotos y comenzaron a tirarles piedras. Salté y me fui a otra parte, donde me encontré con Ricardo. Empezamos a comentar lo que estaba pasando y apenas un minutó después comenzamos a escuchar disparos de armas automáticas”, narraba Teniente en el reportaje especial ‘Muerte de un periodista’ que Jesús Martín Tapias, Diego Contreras, Idoia Avizanda y Koldo Hormaza hicieron para reconstruir los últimos momentos de Ricardo en la capital haitiana.

Ricardo Ortega y Javier Teniente acudieron al origen de las detonaciones. Allí supieron que el periodista Michael Laughlin, del Sun Sentinel, había sido herido durante la revuelta entre la policía y los chimeres. En medio de los disparos, los reporteros se resguardaron. “Es mejor irse de aquí”, dijo Ricardo mientras huía con su traductor hasta la calle Lamarre, barrio chimer. Dos haitianos indicaron a los periodistas dónde se encontraba el compañero herido. En la carrera, Javier perdió de vista a Ricardo y a su traductor. Laughlin había recibido tres disparos. François Joseph, vecino de la zona, acudió en su ayuda, abriéndole el portón de su casa, también a Marcel Mettelsiefen (EP Agency), Walter Astrada (Associated Press), Jaime Rázuri (AFP), Daniel Morel (Reuters), Peter Bosch (Miami Herald) y a Ricardo, que, antes de refugiarse en la vivienda de Joseph, llamó a una ambulancia para que asistiera a Laughlin. Se rumoreaba, mientras tanto, que los chimeres estaban disparando desde los tejados. Los periodistas llamaron a la embajada de los Estados Unidos para que los marines fueran a sacarlos de allí. A la vez que grababa con su cámara a escondidas, Ricardo llamaba por teléfono a la redacción de Antena 3: “Hola, soy Ricardo. Hay un periodista herido en la cabeza y en el cuello. Tengo que dejarte. Estoy en medio del ‘fregao’ y no puedo ver, pero parece que está bien. Hemos llamado a una ambulancia para que vengan a recogerlo y los marines han salido, están patrullando toda esta calle. Está muy mal todo […] Oye, tengo que cortar, que tengo que correr. Chao”. En la redacción de Antena 3, al otro lado del teléfono, estaba María José Zamora: “Hablamos varias veces, aunque la comunicación fallaba bastante a menudo. A las nueve de la noche, hora española, cuando comenzaba el informativo, se estaba produciendo un tiroteo. Intenté pasar la llamada de Ricardo a control para que le pincharan en directo, sin éxito”, detalla María José. En medio del tiroteo, Walter Astrada y Jaime Rázuri salieron corriendo, atravesando el callejón y trepando el muro que limitaba con otra de las calles adyacentes. Marcel Mettelsiefen, Michael Laughlin y Peter Bosch permanecieron dentro de la casa. Fuera se encontraba Ricardo, parapetado en la entrada. Daniel Morel iba a escapar también cuando recibió la llamada de la embajada para preguntarle por su estado. Les dio la localización y esperó. Los marines no tardaron en aparecer. Con el aviso de llegada de los soldados norteamericanos, Ricardo corrió a la calle para unirse a un grupo de personas que levantaba las manos en señal de júbilo. Los periodistas y reporteros gráficos elevaban las cámaras por encima de sus cabezas. “¡Están aquí, están aquí!”, gritaba Ricardo. Pero se había expuesto demasiado. Dos balas impactaron en el pecho y abdomen de Ricardo, reportaron fuentes médicas haitianas. Su traductor estaba en el suelo, muerto, y François Joseph, el vecino que le había dado auxilio, se echaba mano a la cadera. Los heridos fueron trasladados al hospital a bordo una ambulancia, hacinados en la parte trasera del vehículo. Michael Laughlin, que también iba en la furgoneta, agarró a Ricardo de la rodilla y le pidió que aguantara. Todavía tenían veinte minutos de camino hasta el hospital de Canapé Vert. Una hora después del ingreso de Ricardo, y tras evaluar la gravedad de las heridas, el equipo médico no pudo hacer nada para salvar su vida. Marcos Delgado, fotógrafo de la Agencia EFE, escuchó las que pudieron ser las últimas palabras de Ricardo, que había entrado con vida en Canapé Vert: “Trabajo para Antena 3. No puedo respirar”, describía Delgado en El País. María José trató de volver a contactar con Ricardo, pero el teléfono no daba señal. “No me preocupé demasiado, porque las comunicaciones fallaban constantemente. Eché un vistazo a los teletipos y el último decía que un periodista norteamericano, Michael Laughlin, había resultado herido”. Al acabar su jornada, María José se marchó a casa, pero a los veinte minutos recibió la llamada de una compañera: “Ricardo ha muerto”. “No me lo podía creer”, recuerda Zamora. “Hacía muy poco que había hablado con él. Le pregunté [a la compañera] si estaba segura de que era él (pensé que podría tratarse de una equivocación y ser el periodista estadounidense). Me contestó que sí”.

“Me contestó alguien en creole [idioma] que tenía su teléfono y solo recuerdo que decía Ricardo blesse”

Mariana Sánchez mantuvo contacto con Ricardo casi a diario en Haití. “Hablábamos al final del día de lo que habíamos hecho, intercambiábamos temas de seguridad… No estábamos juntos todo el tiempo pero sí nos veíamos. Él había comprado una cámara, no era camarógrafo, pero quiso explorar algo nuevo y, por eso, me traía los vídeos. Yo le aconsejaba cómo grabar. Recuerdo especialmente un vídeo que hizo cruzando líneas, con los chimeres. Le rogué que no hiciera nada estúpido”. En la última conversación telefónica entre Ricardo y Mariana, ella estaba en medio de un tiroteo. “Ricardo me gritaba que creía que escuchaba los helicópteros de los americanos. Le pedí que se quedara escondido, que no saliera, y le dije que tenía que cortar porque debía salir del tiroteo y subir al hotel”. Pasados unos diez minutos, Mariana volvió a llamar: “Me contestó alguien en creole [idioma] que tenía su teléfono y solo recuerdo que decía Ricardo blesse” Inmediatamente llamamos a la embajada de Estados Unidos y les grité por el teléfono para que fueran a asistir a Ricardo, pero la mujer que me contestó de la embajada no entendía nada. Colgamos y salimos volando a Canapé Vert”. A su llegada, Mariana y la productora de la CNN que la acompañó se encontraron con heridos, gritos, llantos y frustración. Tras la espera, un político, uno de los líderes de la protesta, se les acercó. “No recuerdo su nombre, pero sí su cara de tristeza y desconcierto cuando salió de emergencias. Me abrazó y me dijo que Ricardo no había resistido. Me tomó de la mano y me llevó a la puerta […] Los médicos me llevaron hasta la camilla de metal donde estaba el cuerpo de Ricardo”. “Estaba en casa cuando me enteré de la noticia y enseguida me personé en la redacción de noticias de Antena 3 para saber más sobre lo sucedido. Cuando llegué, todos estaban sobrecogidos y tristes, pensando en cómo podríamos ir a recogerle», cuenta Jesús Quiñonero. Jesús, junto a Emilio Sanz, Mariana Sánchez-Aizcorbe y, entre otros, Silvio González (director de la cadena), llevó de vuelta a España el cuerpo de Ricardo, a bordo de un Boeing 707 de la Fuerza Aérea Española que hizo escala en Santo Domingo (República Dominicana) para repostar. Cuatro días antes de ser asesinado, Ricardo había escrito su último reportaje para La Clave. El texto, publicado en el número semanal del 12 al 18 de marzo, llevaba por título ‘Haití: golpe de estado número 33’. En él, Ricardo cuestionaba el papel de los Estados Unidos en Puerto Príncipe y desenmascaraba el pasado de los líderes de la oposición a Jean-Bertrand Aristide: “Los acontecimientos pueden cambiar, porque en estos días, la historia en Haití se escribe con pluma vertiginosa, pero a día de hoy, la torpe maniobra del Departamento de Estado norteamericano ha logrado que el régimen de Aristide sea remplazado por una junta militar, no reconocida pero fáctica, de comandantes con cargos de asesinatos y torturas”. [Extracto final del reportaje firmado por Ricardo Ortega en La Clave]

Lourdes Maldonado dio la noticia de la muerte de Ricardo en los informativos de Antena 3: “Nuestro compañero Ricardo Ortega ha muerto hace tan solo unas horas a consecuencia de un tiroteo registrado en la capital de Haití. Su cadáver se encuentra ya en la embajada de España en Puerto Príncipe”. El avión aterrizó en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid) a las diez menos veinte de la noche del 8 de marzo. Al día siguiente, en las puertas de la central de Antena 3, en San Sebastián de los Reyes, se guardaron dos minutos de silencio en repulsa por la muerte de Ricardo Ortega. El comité de empresa de la cadena denunció las condiciones de trabajo de Ricardo, pero la dirección negó que al corresponsal le faltara apoyo por parte de la empresa. José Rubio, presidente del Comité de Empresa, exigió a la dirección de Antena 3 que asumiera responsabilidades. Según Rubio, Ricardo Ortega pidió una excedencia no retribuida tras haber sido “represaliado por criticar a Aznar y a Bush” y que trabajaba en Haití “sin contrato, sin cámara y sin teléfono”. Tras el acto, algunos asistentes pidieron a gritos la dimisión de Maurizio Carlotti, consejero delegado de Antena 3, que no asistió a la concentración por encontrarse fuera de Madrid.

Jean-Bertrand Aristide (Port Salut, Haití, 15 de julio de 1953) es un político y sacerdote salesiano haitiano, portavoz de la teología de la liberación. Fue presidente constitucional de Haití en 1991, entre 1993 y 1996, y entre 2001 y 2004, siendo el primero en ser elegido democráticamente en la Historia de Haití. La ONG Human Rights Watch ―una organización no gubernamental relacionada con el Departamento de Estado de los Estados Unidos― acusó a la policía haitiana y a los partidarios políticos del presidente Aristide de haber realizado ataques contra los mítines de la oposición. También dijeron que la aparición de grupos de mercenarios que intentaban derrocar a Aristide demostraba “el fracaso de las instituciones y de los procedimientos democráticos del país”. ​Sin embargo, un estudio detallado sobre los mercenarios paramilitares ha encontrado que estos grupos recibieron el apoyo vital de un puñado de empresarios haitianos, del Gobierno de la República Dominicana y de la inteligencia estadounidense. La policía haitiana, carente de personal, tuvo dificultades para defenderse de los ataques transfronterizos dirigidos por los mercenarios paramilitares exmiembros del ejército haitiano.

Human Rights Watch difundió un video de un discurso de Aristide del 27 de agosto de 1991, que tuvo lugar justo después de que oficiales del ejército haitiano y mercenarios de los escuadrones de la muerte trataron de asesinarlo, donde dice: “No duden en darle lo que se merece. ¡Qué hermosa herramienta! ¡Qué bello instrumento! Es hermoso, sí es hermoso, es lindo, es bonito, tiene un buen olor, donde quiera que vayas quieres olfatear ese aroma”.​ Human Rights afirmó que Aristide estaba insinuando que sus seguidores practicaran el ‘collar haitiano’ a los activistas de la oposición: colocar un neumático empapado en gasolina alrededor del cuello de una persona y quemarla viva, lo que produciría un olor agradable a Aristide. Sin embargo la cita completa presentaba otro contexto, les hablaba a los haitianos que ahora querían utilizar la Constitución nacional para empoderarse contra los terroristas paramilitares: “El 291 [artículo de la Constitución que prohíbe a los Tontons Macoutes ―miembros de la organización terrorista de la familia Duvalier, que desde 1958 torturaron, asesinaron y desaparecieron a unos 150,000 civiles― participar de la vida política durante diez años] dice: los macoutes no están en el juego. No dudes en darles lo que se merecen. Si alguno escapa de la Penitenciaría Nacional, no dudes en darle lo que se merece. Y si capturas a un falso lavalasiano [seguidores del partido del presidente, Fanmi Lavalas], ¡no dudes! No dudes en darle lo que se merece. Puesto que la ley del país dice que los macoutes no están en el juego, lo que les pase será lo que se merecen, porque vinieron a buscar problemas. Con tu herramienta en la mano, con tus instrumentos en la mano, con tu Constitución en la mano, no dudes en darles lo que se merecen. Con tus herramientas en la mano, con tu llana [paleta de albañil] en la mano, con tu lápiz en la mano, con tu Constitución en la mano, no dudes en darles lo que se merecen”.

A pesar de estas acusaciones de Human Rights Watch sobre abusos de Aristide contra los derechos humanos, la Misión Civil Internacional de la OEA y de la ONU en Haití ―conocida por la sigla francesa MICIVIH―, encontró que la situación de los derechos humanos en Haití mejoró notablemente tras el regreso de Aristide al poder en 1994. ​La ONG Amnistía Internacional informó de que, tras la partida de Aristide en 2004, Haití “empezó a descender a una grave crisis humanitaria y de derechos humanos”. Los corresponsales de la BBC han afirmado que Aristide es visto como un defensor de los pobres, y sigue siendo popular para las mayorías en Haití. Para el año 2012, Aristide tenía el apoyo más grande que cualquier otra figura política en el país, y se considera que es el único líder político popular y democráticamente elegido que Haití haya tenido alguna vez.

Haití, oficialmente República de Haití (en criollo haitiano Repiblik d’Ayiti o en francés République d’Haïti),​ es uno de los trece países que forman la América Insular, Antillas o Islas del mar Caribe, uno de los treinta y cinco de América. Su capital y ciudad más poblada es Puerto Príncipe. Lingüísticamente es un país latinoamericano, pues sus idiomas, el criollo haitiano y el francés, son lenguas romances, sin embargo, al no ser una lengua ibérica como el español o el portugués, y al ser su población principalmente descendientes de esclavos de África occidental, se le considera más bien un país afrocaribeño. Haití está constituida en forma de república semipresidencialista según la Constitución aprobada en 1987, cuya vigencia quedó suspendida en varias ocasiones por la violencia política, particularmente tras dos golpes de Estado, organizados para deponer al presidente democráticamente electo Jean-Bertrand Aristide; primero el golpe de Estado de 1991, luego el de 2004 que forzó la intervención de la ONU mediante el destacamento de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSTAH) en Haití. Tras un proceso electoral tutelado por la comunidad internacional, en 2006 fue elegido jefe del Estado René Préval.

Haití proclamó su independencia el 1 de enero de 1804, siendo el segundo país del continente americano en hacerlo,​ y primero de América Latina en acceder a ella tras un singular proceso revolucionario de carácter abolicionista, iniciado en 1791, que desembocó en una prolongada lucha armada contra Francia, la potencia colonizadora desde finales del siglo XVII. Su base étnica poblacional es de origen africano-subsahariano. Es el primer caso en la Historia Universal en que la rebelión de una población sometida al sistema de esclavitud condujo a su emancipación, sentando un precedente definitivo para la supresión del comercio transatlántico de personas. Este episodio es específicamente recordado por las Naciones Unidas mediante la Resolución 29/C40, conmemorando cada 23 de agosto,​ y la institución de la medalla Toussaint L’Ouverture, en homenaje a uno de los líderes de la revolución haitiana. Haití y Canadá son los únicos países de América donde el idioma francés es oficial y hablado por una parte importante de la población. En el caso de Haití es hablado por casi la totalidad de su población (la otra, también una parte importante habla criollo haitiano), mientras que en el caso de Canadá el inglés (su otra lengua oficial) es la más hablada por parte de la población.

@SantiGurtubay

@BestiarioCancun

www.elbestiariocancun.mx

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *