A pesar de que los detractores suelen comparar el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador con el de otros países latinoamericanos acusados de populistas, lo cierto es que es con la Rusia de Vladimir Putin con el que más cosas tiene en común, más allá de sus enormes diferencias culturales y de todos orden: ambas naciones –las de las primeras revoluciones sociales del siglo pasado- sufrieron serias crisis económicas a finales de la década de los 80 que provocaron que los mandatarios en turno –Salinas en México y Yelsin en Rusia, ambos atrapados por el mito de la modernización globalizadora y neoliberal del Consenso de Washington- apostaran por la privatización de la mayor parte de su patrimonio de Estado, lo que concentró la riqueza en las manos de unos cuantos mientras el pueblo se sumió en la pobreza. Las mafias empresariales y de la delincuencia organizada condicionaron al poder político y las naciones derivaron hacia virtuales Estados fallidos. Con su llegada a la Presidencia a principios de este milenio, Putin apostó por imponer el Estado de Derecho, por someter a los gangsters, los terroristas y los evasores fiscales, por devolver al sector público la rectoría económica y el control de las áreas estratégicas –empezando por la energética-, por sanear la banca y contener la especulación bursátil, por recuperar y relanzar el potencial industrial de mercado y estratégico forjado en el periodo soviético –aeronáutico, espacial armamentista-, y por emprender grandes obras públicas de infraestructura. Putin, al igual que ahora López Obrador, fue duramente cuestionado por el mismo tipo de críticos que hoy censuran el estatismo y la economía mixta del mandatario mexicano, pero los antecesores de ambos y sus circunstancias nacionales no pueden sino darles la razón. Putin reconstruyó una potencia desde sus escombros y sacó de la miseria económica y moral a los rusos, y elevó como nunca antes su calidad de vida y su estima nacionalista. Es ese remitente el que debe consignarse en las evaluaciones del modelo lópezobradorista de gestión; el tipo de éxito al que aspira y las desgracias del pasado que quiere eludir el mexicano.
José Hugo Trejo
A finales de los años 80 del pasado siglo XX, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) colapsó por la crisis económica a la que llevó su extremado militarismo y la carrera armamentista contra los Estados Unidos de América y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a los que le dio prioridad desde finales de la Segunda Guerra Mundial sobre las condiciones de vida de los habitantes de sus repúblicas, Rusia entre las más importantes, y de las otras que conformaban al Pacto de Varsovia, del bloque comunista de Europa del Este.
Mijail Gorbachov fue el último dirigente del Partido Comunista y jefe de Estado soviético, al que desbordaron los cambios que quiso realizar para la apertura política (Glásnost) y la reestructuración económica (Perestroika), al grado de que en 1991, tras un intento fallido de golpe de Estado por parte de la nomenklatura (élite integrada exclusivamente por miembros del Partido Comunista), ocurrió el desmembramiento de la URSS y la apertura democrática en medio de un caos político y económico que llevó a los rusos y a los habitantes de las repúblicas socialistas liberadas del yugo comunista a sufrir una nueva crisis humanitaria, en la que el hambre, la anarquía, la inestabilidad, el saqueo de los inmensos bienes públicos y la consolidación y crecimiento del crimen organizado fueron la constante durante toda una década en la que Boris Yeltsin encabezó la Presidencia de la Federación Rusa hasta el año 2000.
Saqueo de oligarcas
Con la Glásnost y la Perestroika sin ningún control, desbordadas por la anarquía y la corrupción toleradas por Yeltsin durante la década de los 90 en la ex URSS, los recursos inmensos del Estado soviético, desmembrado en distintas federaciones, fueron saqueados y repartidos entre los integrantes de una nueva casta de oligarcas: desde recursos naturales y estratégicos para el desarrollo de cualquier nación con el potencial y los retos geopolíticos de la Rusia poscomunista, como el petróleo, el gas natural, y minerales como el oro, el uranio, el cobre y otros tantos, hasta medios de comunicación, bancos y fábricas de armas.
De la noche a la mañana, los habitantes de toda una región de Europa del Este que fue sojuzgada por un régimen militarista que con el pretexto del comunismo y la igualdad socializó la miseria, vieron surgir una nueva casta de oligarcas multimillonarios dueños de petroleras, minas, televisoras, bancos, navieras y plantas de energéticos -que lo mismo distribuían gas natural que energía eléctrica a ciudades enteras-, además de que muchos de ellos estaban vinculados al crimen organizado, que lo mismo saqueaba los recursos del antaño poderoso Estado soviético, que lavaba dinero y traficaba drogas y personas desde y hacia el mercado negro de la prostitución y la industria porno de Occidente.
Todo eso pasó en todos los países que integraron a la ex URSS y que fueron parte del bloque comunista del Pacto de Varsovia y llevaron a algunos de esos países excomunistas a convertirse en Estados fallidos en manos de mafias criminales hasta el día de hoy.
Rusia parecía desfallecer y colapsar como nación y potencia mundial hasta la llegada de Vladimir Putin a la presidencia de la Federación, en reemplazo de Yeltsin, en el año 2000.
Nacionalización, estrategia de Putin
Putin comenzó a meter orden dando relevancia a la participación del Estado ruso en los principales sectores económicos del país: rescató algunas de las empresas que habían sido usurpadas al Estado durante la década de Yeltsin y llevó a juicio y al encarcelamiento a grandes oligarcas que se beneficiaron con el masivo hurto de los recursos públicos. Rescató, modernizó y relanzó sectores fundamentales y exitosos del poder soviético con alto potencial de mercado o estratégico, como las industrias aeronáutica, espacial y armamentista –porque era un imperativo contener la vulnerabilidad de la que había sido la otra superpotencia bélica, y contrarrestar la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados occidentales-, y usó el poder del Estado para ordenar la economía y recuperar la presencia gubernamental en las áreas prioritarias del país, como la banca, el petróleo, el gas natural, la generación y distribución de energía eléctrica, y la construcción de grandes obras de infraestructura, además de hacer más eficiente el sistema de recaudación de impuestos, el cual fue fundamental para el rescate de las empresas energéticas que habían sido sustraídas del patrimonio público por los oligarcas en la década de Yeltsin.
El nuevo líder ruso –experto en Inteligencia y seguridad nacional, y con un expediente limpio y caracterizado por la firmeza de su carácter y la eficiencia de su vida profesional-, forjó un grupo de jóvenes y muy competentes colaboradores –que se ha esparcido más allá de las fronteras rusas y operan en favor de los intereses nacionales, constituyendo, más que una escuela, una corriente y una generación de funcionarios y dirigentes, como el mismo Dimitri Medvedev, el mejor discípulo de Putin, una eminencia financiera y en asuntos de seguridad del Estado que ha sido ya primer ministro y presidente de Rusia- que ha posibilitado la modernización institucional, la reducción de los poderes fácticos, el control de la evasión fiscal, la competitividad productiva, el sometimiento del terrorismo separatista y de la violencia facciosa, la integración y la cobertura del mandato federal en el vasto territorio, la paz social, y la emergencia del liderazgo militar, político y diplomático ruso como una fuerza influyente, de la más alta capacidad negociadora y disuasiva, y más apta para la solución de conflictos globales que cualquier otra nación en el mundo.
Putin, cuya diplomacia pacifista contrasta con la retórica beligerante del mandato estadounidense, fue muy cuestionado por cada acción que emprendió para darle preminencia al Estado ruso en el rescate de la economía y el patrimonio públicos, y sin embargo y a partir de su modelo de economía mixta fue capaz de probar que las empresas públicas existentes y las firmas estatizadas y salvadas de la corrupción empresarial, como algunas petroleras y gaseras de las más grandes del mundo, podían ser tanto o más eficientes que las privadas, y pudo sacar a los rusos de la más profunda crisis de sobrevivencia que padecían, elevó su nivel de vida; mejoró sus estándares educativos, de salud, de seguridad y de empleo, y sobre todo fomentó la estima nacionalista.
Rusia, después de estar al borde de la ruina y la desintegración, volvió a ser una potencia militar y económica a tomar en cuenta en Europa y en el mundo, aunque todavía su Gobierno esté bajo severos cuestionamientos desde Occidente por su prevalencia en los sectores fundamentales de la economía y sus procesos democráticos; sobre todo por la prolongada permanencia de Putin en el liderazgo de la nación de Gógol y Dostoievski, y porque las grandes democracias occidentales –que han sido grandes imperios y poderes colonialistas conversos y ahora defensores de las libertades y los derechos humanos universales, aunque estén dominados por las fuerzas del mercado, el libertinaje financiero y la monstruosa desigualdad del ingreso- se asumen como perfectas y se empeñan en desestimar y en calificar de dictadura uno de los liderazgos nacionales más populares de todos los tiempos.
Si bien Stalin industrializó el inmenso territorio de la URSS en apenas más de una década y desde una precaria economía rural, cualquiera sabe ahora que ese ‘milagro soviético’ fue producto de la esclavitud y el genocidio, y que fue en esa herencia totalitaria y represiva antileninista donde se incubó el germen de su destrucción. El milagro de Putin y la recuperación de Rusia desde sus escombros comunistas hasta su nuevo estatus de superpotencia tiene ahora sustentabilidad estructural, funcionalidad institucional y legitimidad popular.
Estado mexicano desmantelado
Lo ocurrido en México durante los últimos años de los 80 y la década de 1990 tiene cierto paralelismo con lo ocurrido en Rusia durante la década de Boris Yeltsin, guardando las proporciones y las diferencias de cada país en cuanto a recursos naturales, militares y estatus geopolítico.
En México también vivimos un proceso brutal de desmantelamiento del Estado y de premeditado alejamiento del mismo respecto de la rectoría económica del país.
A principios de los 90, una banca que había sido nacionalizada en 1982 debido a la participación de los banqueros mexicanos en la fuga de capitales que ocasionó la crisis económica –devaluatoria e inflacionaria- que padecimos hasta muy entrada la década, fue privatizada otra vez y entregada, a precios irrisorios, a una ‘nueva generación de banqueros’ vinculados al entonces presidente Carlos Salinas de Gortari (Roberto Hernández Ramírez se hizo de Banamex y Roberto González Barrera de Banorte, por ejemplo de ello), solo para ser ‘rescatada’ nuevamente con dinero público, cuando en diciembre de 1994 el Gobierno de Ernesto Zedillo, apenas en sus primeros días de gestión, ‘le quitó los alfileres’ con los que había dejado colgada la economía nacional su antecesor (quien había convocado una enorme cantidad de inversiones indirectas o especulativas, llamadas ‘de portafolio’, que ante los indicios de una nueva crisis en la balanza de pagos del país volaron con la inminencia de la devaluación y dejaron encueradas las reservas internacionales apenas en el amanecer del 95, lo mismo que revelaron el mito del reformismo neoliberal y su universo de papel accionario con que se cubría la ausencia de la inversión directa).
Telmex, el monopolio telefónico del Estado; empresas petroquímicas secundarias como Fertimex, que eran emblemáticas y preponderantes en el agro mexicano; minas, ferrocarriles, carreteras estratégicas por su afluencia vehicular y su ubicación geográfica; medios de comunicación nacionales, como Imevisión, que se convirtió en TV Azteca, y decenas de concesiones extras del espectro radioeléctrico para el monopolio de Televisa; plantas industriales de producción y distribución de alimentos, como Maíz Industrializado y la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), entre muchas otras, fueron vendidas a precios y condiciones leoninas favorables a sus escogidos adquirientes durante los últimos años de los 80 y parte de los 90.
Desde esos años también, y hasta la fecha, quienes controlaron el Estado mexicano dejaron, a propósito, de invertir y de dar mantenimiento efectivo y eficiente a la industria energética nacional, entregando su control a las mafias sindicales y a los corruptos ejecutivos gubernamentales que la administraban con el propósito de volverla ineficiente.
Por eso quebraron y liquidaron a Luz y Fuerza del Centro, y comenzaron a repartir contratos de abasto de electricidad -usando las redes estatales existentes- y de mantenimiento a centrales generadoras y a redes distribuidoras de la Comisión Federal de Electricidad, a empresas privadas, algunas de ellas propiedad de los propios directivos y ejecutivos de la paraestatal, o de empresarios enriquecidos como funcionarios –como fue el caso de Carlos Hank González-, a pesar de contar la CFE con técnicos suficientes y mejor preparados para realizar dicha labor.
Rescate del sector energético, clave
Por eso también se dejó de invertir en investigación, exploración y refinación en el sector petrolero, abandonando a Petróleos Mexicanos para que fuera saqueado por la mafia sindical en complicidad con sus directivos (¿les suenan Emilio Lozoya y Romero Deschamps?, por mencionar solo a los últimos casos de participación en el festín del desmantelamiento petrolero). Y se desaprovechó el auge del alza extraordinaria de los precios del petróleo en la primera década del 2000 (de la que Putin sí supo disponer para sacar a Rusia de la crisis económica en que se la dejó Yeltsin y fortalecer su sector energético, modernizándolo y creando más infraestructura, como la de los inmensos gasoductos que hoy tienen a los rusos como los principales proveedores de gas natural a toda Europa, a China, a la India y a buena parte de Asia), desperdiciando y tirando por el caño de la corrupción cientos de miles de millones de pesos sobre los que no hubo control ni fiscalización alguna durante los sexenios de Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa. Este último, por cierto, dejó sin cumplir su promesa de campaña de construir dos refinerías en el país, que hoy fueran fundamentales para la refinación del crudo que estamos vendiendo hoy al exterior a menos de 23 dólares por barril, cuando en su tiempo estaba a más de 80 dólares.
La intencionalidad para arruinar paulatinamente el sector energético nacional y justificar la intervención privada en el mismo, fue más que elocuente en los últimos cinco Gobiernos anteriores al que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Pero hoy se cuestiona más su intento por rescatarlo con la participación preponderante del Estado que el daño estructural que cometieron sus antecesores en el mismo.
A nivel internacional, son el mismo tipo de actores que acusan y descalifican los intentos del Gobierno de López Obrador por el rescate de las empresas energéticas estatales, los que en su momento acusaron a Putin de estatista y de llevar al colapso a Rusia al desmotivar las inversiones foráneas en su país. Al final de cuentas la situación económica de Rusia y el papel geopolítico que mantiene en Europa y el mundo le dieron la razón al presidente ruso, y, más que eso, las sanciones estadounidenses y otras que le han sido impuestas como embargos, han fortalecido su productividad, su mercado interno, su potencial exportador y su crecimiento económico.
Actualmente México vive circunstancias diferentes y más adversas en el ámbito económico internacional que la Rusia de Putin en los primeros años 2000: el precio del petróleo está colapsado, la pandemia del Covid-19 tiene paralizada la economía en todo el mundo y la sociedad mexicana está bombardeada por toda clase de mensajes que la tienen en vilo, con incertidumbre y temor, cada vez más distanciada de un Gobierno al que le achacan todos los males que otros han provocado y que con la reducida capacidad con que cuenta pretende remediar sin el éxito que todos quieren ver de inmediato…