Se superó en 500 millones la deuda dejada por Beto, ¿por cuanto iríamos ahora?

Signos

Por Salvador Montenegro

En su ‘cuarta transformación’, veo un Quintana Roo -en la perspectiva fatalista y postrera del país de aquel candidato presidencial asesinado- progresiva y desaforadamente endeudado.

De una herencia maldita de quinientos y tantos millones más de pasivos de la administración de Gobierno que se va -sin obra ni gasto públicos distintivos, lo que sugiere negocios y asaltos al erario y a los patrimonios estatales, tampoco tan distintos de los punibles agravios de ‘mandatos’ gubernamentales precedentes, cual el del presidiario Beto Borge, del grupo de la ‘Nueva generación’ política de Félix González-, bien pueden estimarse ‘reestructuraciones’ y nuevas cargas deficitarias (o herencias ‘inevitables’ que recibirían, a su vez, los jefes políticos reestructuradores de deuda pública que vengan con las decisiones de la voluntad popular futura, porque, claro, de otro modo y ‘por culpa de los que se fueron’, no tendrían tampoco solvencia fiscal para financiar sus ‘grandes’ proyectos propios comprometidos con el ‘desarrollo’ y el ‘bienestar’ de sus gobernados), es decir: podrían ahora estimarse nuevos empréstitos para la posteridad, del orden, tal vez…, ¿de otros mil millones más, cuando menos…, considerando alzas, moratorias, intereses sobre intereses, o descuentos por hábiles negociaciones financieras con bancos y acreedores, etcétera, etcétera, y siempre, por supuesto -porque estamos en la juramentada hora de la democracia anticorrupción-, con la responsable anuencia del Congreso estatal (aunque, bueno, con ella también han contado todos los grandes deudores estatales y municipales del pasado)?

Porque más allá de la heroica campaña anticorrupción y de la renovación moral de la sociedad, no se llega al poder a hacer juarismo y mediocre medianía republicana y austeridad franciscana, que en México está bien para la propaganda guadalupana de los blasfemos que repiten en coro y sin pudor el discurso del jefe máximo. En tierra firme, la divisa del poder sigue siendo la de la moral política tricolor de todos los tiempos: ‘el político pobre es un pobre animal político que no existe’.

Nada se ha prometido en torno a la nueva política fiscal más allá de la consabida cantaleta de la disciplina y el orden y la corrección y esas hierbas, en un entorno institucional en que cualquiera sabe que los mayores dineros que entran y salen de las arcas -y sobre todo donde más renta se genera, como en Cancún y Playa del Carmen y Tulum- lo hacen por debajo y por fuera de la ley y de esas arcas de los contribuyentes.

Nada hay sobre la política de deuda y los recursos fiscales relativos a las proyecciones de la demanda social y la infraestructura básica necesaria contra el crecimiento incontinente del precarismo y la marginalidad, por ejemplo, cuyo caótico desequilibrio y arbitraria expansión están devastando las mínimas reservas naturales y ambientales que quedan en lo que fuera uno de los ámbitos bióticos más exuberantes del planeta.

Nada se sabe del control presupuestario venidero y de la dinámica del gasto y los pasivos que de pronto se convirtieron en una plaga injustificada -más allá de los atracos, desde luego- donde los ingresos turísticos son los más elevados del país, mientras el Estado es el tercero más endeudado y deficitario de los treintaidós, con más del cien por ciento comprometido de su capacidad de ingreso.

Así que, ¿en más de mil quinientos millones ascendería la deuda respecto de la legada por Beto Borge?

Porque nada positivo se advierte en la nueva nómina del poder estatal, y mucho menos cuando los otros dos Poderes soberanos -o que constitucionalmente deben serlo- se advierten ahora mucho menos soberanos y tanto o más cómplices y subordinados que casi nunca en la historia reciente de la entidad caribe, al absolutismo del Poder Ejecutivo estatal.

SM

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