Ser médico en Cuba

Signos

Me consta: la comunidad médica cubana es insuperable. No sólo por su devoción ética y profesional, sino por su amoroso y solidario compromiso humano y social. Y esta crisis está poniendo en evidencia esas virtudes (que pueden tener otros colectivos de salud del mundo entero, por supuesto, pero no en la amplia y mayoritaria generalidad del cubano). Y eso, se quiera o no, es un legado revolucionario.

Es una de las inmensas virtudes de Fidel -como la gran campaña alfabetizadora integral y el desarrollo académico, científico, intelectual, artístico y humanístico-. Es uno de los grandes contrastes de su liderazgo. Del otro lado están sus empecinamientos ideológicos y económicos que, junto al bloqueo, son culpables del desabasto de medicamentos y alimentos, y de todos los otros males que se quieran acreditar al modelo revolucionario (y que bien pueden ser superados si se apuran las hondas y postergadas reformas políticas y de mercado que hacen falta). Pero la comunidad médica y su servicio y su vínculo con la gente a la que sirve y ha servido en su país y en el mundo entero, alcanza, a menudo, rangos épicos y heroicos.

Me consta.

Más allá de que unos y otros doctores y profesionales del entorno sanitario sean ciudadanos de filiación socialista y revolucionaria o no; sean simpatizantes o críticos de su régimen de Estado o no; sean apolíticos o militantes y residan o ejerzan en las más grandes ciudades o en los más remotos y apartados pueblos y parajes, comparten en su gran mayoría esa genética virtuosa de entregar, a quienes se deben y los necesitan, cuanto son, cuanto valen y cuanto han recibido en enseñanzas y valores de la educación y la academia cubanas. Si no tienen medicamentos ni insumos ni instrumental ni medios ni recursos de ninguna especie, están allí, con lo que sea, recomendando remedios caseros tradicionales al alcance de la mano y haciendo uso de la observación clínica y la diagnosis preventiva de la que son especialistas únicos e inigualables. La educación, la cultura y la escuela de la vida de la que vienen los han formado también en la lejanía de todos los prejuicios y no hacen distinciones de ninguna especie entre su universo de pacientes y necesitados, y van a ellos en cualquier día y a cualquier hora. Elevan la nobleza de su condición espiritual por encima de todas las variables que imponen la política, la fe, el estatus y el mundo de las cosas y el dinero.

Hoy día, el destino los está poniendo a prueba, como nunca, en ese país suyo donde siempre, con lo mínimo indispensable disponible, no se les moría nadie. Pero hay adversidades fatales contra las que tampoco puede nadie. Y allí, y ahora, ellos siguen de pie y sin rendirse, salvando a quienes, si de sus manos y su sabiduría y su inspiración dependen, tampoco habrán de irse de este mundo.

Me dijo un médico especialista alguna vez: “Me va muy bien en los negocios. Tengo la suerte de saber moverme también como empresario. Pero mi vocación esencial es la de médico y la amo. Y esa parte de mi alma se la debo a la Revolución y cumplo escrupulosamente con mi deuda todos los días de la semana en que me corresponde. Para los asuntos del dinero, como para otros pasatiempos, necesito apenas muy pocas de mis horas restantes. Conozco buena parte del mundo, he viajado. Conozco a no pocos colegas ricos o de alto ingreso gracias a nuestra ciencia común. Podría vivir como algunos de ellos en los países de ellos. Pero amo mi país y estar en él con los míos. Uno aquí atiende los males de sus pacientes como si fueran de la familia, y los pacientes nos buscan y nos tratan del mismo modo. Porque ser médico en mi patria no es una profesión, es un destino y la vida misma”.

Claro, la recurrencia de la precariedad y los faltantes hasta de lo más elemental, merman la consistencia y la voluntad de no pocos. Pero sobran los que siguen queriendo ser médicos y ser siempre y cada día mejores. Abundan esos espíritus que aman a los otros y que cada vez son menos más allá de esas fronteras de agua.

Me consta.

SM

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