También hay familias en el poder y reelecciones que hacen falta

Signos

La prohibición constitucional del nepotismo y la reelección tiene el condicionamiento equívoco de la unilateralidad del servicio democrático y ético de la iniciativa.

Está bien impedir el lucro sucesorio de los negocios familiares en el poder político y de la perpetuidad en él de quienes lo detentan con los mismos fines. Pero generalizar la medida en el sentido de que esos propósitos no conocen alternativas y relatividades y que todos quienes los persiguen son iguales, es violentar derechos de quienes tienen aspiraciones consanguíneas de relevo cifradas en méritos propios e indisputables en el entorno competitivo de los encargos públicos pretendidos, e impedir su permanencia en ellos a quienes tienen sobrado potencial, también sin competidores de la misma talla y con certeza probada al respecto, para seguir en ellos.

La unilateralidad determinada para impedir el abuso de unos –por más que sean la mayoría y que sus contrarios sean las excepciones- atenta contra los otros, contra el principio de superación institucional del Estado y contra el beneficio social y el interés general que deben privilegiar las leyes y sus reformas democráticas.

Debiera, entonces, haber más precisión legislativa y regulatoria para impedir que las medidas contra la corrupción más socorrida por los grupos y vividores de la política y que hacen cultura y modo de ser en pueblos dominados por la incivilidad y la debilidad democrática como el mexicano, afecten la oportunidad de servicio de las excepciones familiares distinguidas por su probado valor de compromiso social, de competencia política y administrativa, y de servicio público, cuyos valores y méritos sucesorios no son propios del nepotismo y sus desmesuras dolosas, como todo lo contrario de la delincuencia que se propone perpetuarse en la ilegitimidad, el desprestigio y el uso de la representación popular con fines personales ilícitos puede favorecer la reelección de quien, con una trayectoria y rendimientos probados en el cumplimiento de su encargo de elección, garantiza todo lo contrario del reeleccionismo nocivo: el que se jura defender cuando se protesta hacer valer el mandato constitucional.

Porque hay de familias a familias y de prestigios políticos a prestigios políticos. Hay las mafias de la genética política cuya industria es esa (la de las relaciones de poder que igual abanderan la militancia de la regeneración moral y negocian con los jefes del narcoterror y con quien haya menester para que nada escape al control de ‘la familia’). Hay las familias donde más de uno pueden acreditar sus virtudes y derechos al poder político sin depender de la familia misma. Hay los personajes que enseñan el cobre apenas asumen el poder para esquilmarlo y por los que una reelección (como las de quienes la ganan a la sombra envilecida del obradorismo electorero, donde el voto los favorece sin saber el votante a qué clase de ganapanes elige más allá de que su color en la boleta los identifica como los herederos del fundador moral de las políticas del Bienestar) sólo asegura que barrerán con todo lo que puedan robar en sus gobiernos, y donde el crimen organizado contribuirá a destruir el mundo de sus alrededores en sociedad con ellos. Y hay los que, a falta de liderazgos de valor en este hormiguero de violencia y de mediocridad y de rapaces disfrazados de lobos de la moral y de la regeneración nacional, uno no quiere que se vayan, que la no reelección los jubile o los retire o los aparte de ahí, donde hacen falta.

SM

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