Signos
La popularidad arrasadora de Andrés Manuel hizo que el voto ciudadano le posibilitara a su grupo de poder el control político, parlamentario y judicial del país, del mismo modo que el electorado le ha dado al de Trump el control de todos los sectores federales de autoridad estadounidenses. ¿Serían democracias populares autoritarias y autocráticas? ¿O qué, o cómo? Porque hay o ha habido regímenes fácticos y totalitarios que usan o han usado la Constitución liberal de sus naciones a conveniencia de sus liderazgos de Estado lo mismo para bien que para mal; como cuando el totalitarismo priista, generador de las mejores instituciones y políticas sociales internas y del más justo internacionalismo, igual y al mismo tiempo abría una cloaca de corrupción generalizada hecha idiosincrasia y cultura nacionales de las más ejemplares y nocivas del mundo entero, como la del incomparable neoliberalismo privatizador salinista que entregó a unas cuantas familias de la oligarquía nativa más patrimonios mineros y de las más rentables áreas económicas del Estado mexicano que los que saqueó durante la Colonia el Imperio español. Y hay o ha habido regímenes tan de la mayor voluntad democrática electora, como los del panismo y el priismo ‘del cambio’ ocurridos durante dieciocho años entre Vicente Fox y Enrique Peña, que han llegado al supremo poder del Estado prometiendo que ahora sí se haría la justicia y la prosperidad del pueblo mexicano porque ellos sí encarnaban, no como antes, al pueblo mismo, en la hora de la hora de la democracia plena, y a fin de cuentas y por causa de la misma cultura contaminada y la misma herencia sin calidad educativa y cívica, el Estado mexicano bajo su mandato popular sería más proditorio y regresivo que el del absolutismo tricolor porque, por lo menos, en los de ese presidencialismo priista de simulada y fáctica constitucionalidad no había fisuras políticas ni en el control de la seguridad y la paz social en tanto la delincuencia dependía del poder político que la administraba y no como ocurrió con el advenimiento de la pluralidad democrática, donde el caos y la ingobernabilidad envueltos en el embuste ideológico de la autonomía republicana debilitaron y fragmentaron la fuerza de las instituciones -porque una democracia de formalidades democráticas y sin conciencia crítica ciudadana cimentada en la calidad educativa no es sino un nuevo discurso de poder sin más- y la autoridad cayó en manos de una criminalidad que terminó dominando los procesos electorales e imponiendo autoridades y representaciones populares en todas las regiones y territorios del país. De modo que hoy día en los Estados Unidos y en México ¿hay una democracia popular autoritaria y sin cupo decisivo para las minorías que no están en condiciones de influir ni de restar la omnipresencia de un solo grupo dominante en todas las estructuras del Estado constitucional ahora controlado, entonces, por las representaciones mayoritarias del pueblo conquistadas en las urnas? ¿Se trata de una dictadura popular? ¿Es esa la suprema democracia a la que puede aspirar un pueblo, y donde su destino depende de las buenas y las malas decisiones del líder máximo? Porque Trump y sus multimillonarios, legitimados por la sacra mayoría ‘americana’, no tendrán contenciones políticas y judiciales para decidir sobre sus particulares nociones de desarrollo. Ni Claudia. Es decir: la democracia total o totalitaria hará mejor o peor nuestro mundo desde el particular albedrío de los jefes de Estado. Sobre su idolatrada carisma Andrés Manuel fecundó un totalitarismo democrático inapelable. Sobre un fascismo convincente para los sectores populares más recalcitrantes y retrógrados convertidos en mayorías invencibles a fuerza de abrumadoras campañas de propaganda clase Goebbels y financiadas por los sectores oligárquicos más ultras y conservadores Trump desplegará un imperio democrático y autoritario implacable. ¿Podría denominarse a eso: el autoritarismo, fase superior del democratisismo? Porque México fue una potencia económica continental y una autoridad diplomática global cifrada en las mejores causas de los pueblos y los individuos en épocas de grandes liderazgos con conciencia democrática y pese a la gran corrupción autoritaria de su sistema político, cuando el mundo de entonces, entre los cincuenta y sesenta, por ejemplo, era de zafios colonialismos esclavistas, de ejemplares Estados democráticos en América y Europa tan civilizados como racistas y supremacistas y defensores de ‘los derechos universales del hombre’, de golpismos militares tiránicos y gorilatos africanos y latinoamericanos, en fin… ¿Dará igual y sea de la ideología que sea o sin ideología y librepensador quien gobierne, siempre y cuando lo haga tan bien como en los mejores tiempos tricolores, en la modernidad democrática y tecnológica de ahora? Claudia propone una revolución educativa y cultural que potencie el humanismo y la transformación crítica y conceptual de las mayorías populares para realizar el verdadero progreso democrático. Tal utopía no puede ser sino excepcionalmente buena. Pero su camino de realizaciones no puede ser sino arduo y cuesta arriba. ¿Dependería, ese ideal, de la continuidad del totalitarismo democrático que ha hecho la transformación del país hasta ahora removiendo las taras democratizadoras de los regímenes panistas y priistas que cantaron en su tiempo -foxista, calderonista y peñista- la consumación de la modernidad democrática mexicana al tiempo que la pluralidad de esa democracia iletrada desintegraba al Estado nacional en cacicazgos regionales de violencia que se le imponían y lo condicionaban por la vía del terror y de la complicidad inevitable de sus autoridades con el crimen organizado? Parece que en mucho tendrá que ver el éxito posible del totalitarismo policial -que incluye todos los recursos integrados de la investigación ministerial y la Inteligencia civil y militar contra el delito llamado de alto impacto y el narcoterror- con que ha investido Claudia a Harfuch, y con el éxito, asimismo, de las relaciones de colaboración bilateral que en materia de combate al ‘narco’ se establezcan con el régimen fascista y democrático de Donald Trump y que en el entorno de las negociaciones incluirá las de orden arancelario y migratorio. De ganar Harfuch la guerra contra el crimen mayor, dotado de todos los poderes presidenciales para hacerlo, acaso se haría de un perfil presidencial sucesorio. ¿Haría con él un diseño de continuidad del proyecto educacional y cultural claudista de renovación nacional? ¿O quién, en todo caso, tiene ese perfil obradorista de continuidad del totalitarismo democrático legado por Andrés Manuel?
SM