Signos
Digamos que la cosa es más o menos así:
El Verde ha gobernado los Municipios de Cancún y Puerto Morelos. Y la vasta estela certificada del saqueo a su cargo es como la del Gobierno del ahora presidiario Beto Borge dejada en todo el Estado.
(Porque el Verde fue incubado por Manuel Camacho y Marcelo Ebrard en las entrañas mismas del salinismo priista -como una sórdida caricatura de partido independiente usada en su momento para combatir el exitoso ascenso del cardenismo, derrotado en las urnas presidenciales del 88 por la estafa electoral salinista-, que ha sido el periodo de mayor bonanza oligárquica, de superior concentración de los patrimonios públicos y la riqueza nacional en menor número de familias, y de la más frenética depredación de México desde los tiempos de los galeones con oro y plata del Virreinato rumbo a la Madre Patria.)
Y si la hoy alcaldesa del Municipio cancunense y aspirante a la gubernatura de Quintana Roo, Mara Lezama, del mismo modo que la exmunícipe de Puerto Morelos y diputada federal, Laura Fernández Piña, no hubiesen sido promovidas por una turbia alianza del Verde y el Morena -fraguada entre el canciller Marcelo Ebrard, fundador en los tiempos salinistas del Verde y hoy también potencial postulante a la sucesión presidencial, y el Niño Verde (Jorge Emilio González Martínez), dueño del partido de su misma calaña-, con el impulso y al amparo de la popularidad presidencial del jefe máximo, no sólo no serían lo que son ahora.
Y si las instituciones de transparencia y anticorrupción funcionaran, en efecto, y no fuesen los masivos y costosos mamotretos burocráticos ‘autónomos’ e inútiles diseñados por el tardosalinismo de panistas y priistas neoliberales -igual que todo el aparato de elecciones y sus ‘cúpulas doradas’- sólo como un novedoso sistema de la demagogia tradicional de autolegitimación cual la de los tiempos de ‘la dictadura perfecta’, la alcaldesa y la legisladora verdemorenistas estarían, más bien, no sólo muy lejos de ser eso que legalmente las define -unas muy democráticas representantes populares-, sino mucho más cerca del destino de su par, hoy preso, Beto Borge, de sus mismas hechuras éticas.
Porque el expediente de negocios sucios y desmesurada riqueza malhabida, como bien se sabe, son de la misma especie enemiga de cualquier mandato representativo con un mínimo de decoro y de virtud administrativa, tanto en el ejercicio estatal del entonces tricolor Beto Borge como en los de los Municipios de Cancún y Puerto Morelos de los tiempos de Mara Lezama y Laura Fernández, ejemplos de ese salinismo fundador del Partido Verde del que sí son cabales representantes, y cuyo liderazgo de cualquiera de ellas en la entidad -aunque la más próxima a él es la cancunense- sólo replicaría la historia criminal de su proceder al frente de los -tan pródigos e irremediablemente devastados- Municipios turísticos que han caído en sus proditorias manos.
Si el signo de esos ‘mandatos populares’ ha sido el de la rapacidad característica de la industria del oportunismo político del Niño Verde y el de la traición sistemática de toda investidura constitucional como un modo de ser -inextirpable en una cultura democratica iletrada, donde el negocio de las franquicias partidistas dedicadas al ‘mayoriteo’ electorero y el tráfico de sufragios conquistados en ese mercado negro de la incivilidad, sigue tan vigente como el precarismo escolar y el juicio crítico de las mayorías ciudadanas en disputa-, será tan cierto y tan lamentable, como el espejo envilecido del engaño ecologista de las parvadas militantes verdes, que un Gobierno del Estado de esa marca no sería sino el sello irrevocable de la más precipitada decadencia de la entidad del Caribe mexicano.
SM