Signos
Por Salvador Montenegro
No, no, no, no: llámese como se llame, lo que emanó del caudillismo que mató al agrarismo en la Revolución Mexicana y se constituyó en partido político y en sistema de Estado es mucho más que todo eso.
El PRI ha sido sólo la última de sus denominaciones militantes.
Y como tal, y como todo lo que nace tiene que morir o transformarse, hoy se extingue.
Pero como espíritu cultural e idiosincrático de un pueblo y una nación, es omnipresente.
Está en la misma formación escolar de todos los tiempos que condiciona el analfabetismo funcional y la incivilidad estructural de todos los tiempos. Y produce el mismo tipo de candidatos, de electores, de opositores, de elecciones y de grupos beneficiarios del poder de todos los tiempos.
El partido de la Revolución Mexicana está en los genes de todos los partidos de la democracia partidista de hoy día y en sus mutaciones y en el desideologizado oportunismo de sus migraciones. Sólo que la atomización del poder público y la disgregación del Estado en las tantas agrupaciones facciosas de la llamada diversidad democrática, han obrado la degradación y el descontrol institucionales, la ingobernabilidad y la explosión incontenible de la impunidad y la violencia.
Pero la simulación y la demagogia son las mismas.
La decadencia sólo entraña la transformación -primera, segunda, tercera o cuarta- de las formas o las cáscaras de la indestructible naturaleza genética originaria.
SM