Sí, el Ejército, ¿quién más?

Signos

Por Salvador Montenegro

Y entonces hemos decidido que el Ejército es el culpable de la dolosa mortandad en el país, de las masacres y los descuartizados y las inmensas e incontables fosas con cerros de cadáveres anónimos en páramos infinitos.

El Ejército, claro, es el culpable de las multitudes de sicarios desalmados, sangrientos y armados hasta los dientes, destrozando pueblos enteros y tomando rehenes inocentes y sometiendo y corrompiendo autoridades políticas y policiales y judiciales en regiones sin gobierno, sin ley, sin Estado ni vida constitucional.

El Ejército es el culpable de la impiedad y la brutalidad de las guerras atroces entre grupos criminales que ni siquiera en los pueblos más salvajes y envilecidos del mundo entero han tenido lugar.

¿Y es el culpable de la cobardía, la pusilanimidad y la complicidad de las autoridades de todos los partidos que han visto correr la sangre y amontonarse los cadáveres a la vera de su pasmosa inutilidad y de la politiquería inservible a la que los ‘representantes populares’ dedican sus esfuerzos, sus capacidades y sus vocaciones institucionales?

No ha sido la degradación del poder político tras el derrumbe del control priista autoritario y la consecuente pulverización del Estado nacional en un espectro fragmentario y plural de grupos de poder, tanto o más corruptos que los del régimen precedente de partido único, lo que ocasionó la atomización de las facciones del narcoterror, la diversificación de sus flancos institucionales de cooptación y subordinación, el incremento de sus opciones delictivas y de mercado, el aumento progresivo de zonas en disputa y de frentes de exterminio y de intensidad carnicera por el sometimiento del país impune e ingobernable a los fueros de su industria criminal.

No. Ha sido el maldito Ejército.

El Ejército es culpable de la reincidencia de esa infinitud de multiasesinos que no saben lo que es una cárcel, un Ministerio Público, un tribunal, o que son salvados por la inoperancia del sistema penal y por la impunidad que les concede el ‘debido proceso’ para reincidir y seguir torturando y matando a placer y expandiendo sin fronteras sus cementerios perdidos.

Por supuesto, es el Ejército.

Estamos en México, ¿no?, donde la política es para delinquir, acusar sin evidencias y blasfemar a toda hora porque la miseria cultural, moral y cívica permiten esa democracia grotesca y fallida del impudor y la desvergüenza…

¿Acaso el Ejército no tuvo que salir a matarse con las manadas de matones porque la autoridad civil y los cuerpos policiacos estaban siendo aplastados por el poder armado y corruptor del ‘narco’? ¿O acaso el Ejército salió de sus cuarteles por el gusto de ametrallar inocentes allí donde las instituciones republicanas y las representaciones populares emanadas del sufragio cumplían cabalmente con sus responsabilidades constitucionales?

Nada fuera de lugar. Es México. Un territorio para la barbarie y la ignominia. Y donde todo se resuelve con la llana estupidez de declararlo, de legislarlo y de batirlo en el inmundo esperpento de la politiquería.

SM

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