Signos
El comandante supremo de las Fuerzas Armadas mexicanas, el Presidente de la República, afirma que un comando armado del ‘narco’ de entre mil y dos mil sicarios con alto poder de fuego quiso enfrentar a la tropa en el Estado de Guerrero y él mismo dio la orden de retirada a los militares porque a los criminales, dice, no hay que combatirlos con violencia sino con inteligencia.
Y, claro, ante la pasividad que el crimen organizado advierte en la dirigencia nacional que debía combatirlo con todas las muchas y muy poderosas armas institucionales a su disposición, entre ellas la de la violencia constitucional que existe para enfrentar la violencia criminal y las amenazas en gran escala contra la seguridad del país y de sus ciudadanos, se crece y expande su dominio con cada vez más manifestaciones de terror y poderío -armado, político, financiero- sobre territorios ingobernables, caóticos, vulnerables y presas de la corrupción de narcogobernantes y ‘representantes populares’ incompetentes o cómplices de la delincuencia, donde no tienen más remedio que multiplicarse las masacres y toda suerte de episodios sangrientos y relacionados con el mercado de las drogas y la extorsión, de la mano de la impunidad y las condiciones para la reincidencia que los poderes públicos les facilitan.
El discurso presidencial de combatir las condiciones estructurales de la pobreza y usar sólo la inteligencia para combatir el crimen sin recurrir al poder de fuego del Estado ni siquiera cuando los sicarios lo retan envalentonados con la certeza de que no serán reprimidos, es el mismo e invariable juego retórico desde el inicio del presente régimen federal. Y en la defensa de la soberanía que tanto sirve también al narcoterror, aliviado con el beneficio de que las fuerzas antinarco estadounidenses no cruzarán jamás la frontera para perseguirlo de manera franca y convenida con las autoridades mexicanas, el narcoterror avanza invicto y más seguro que nunca.
Y avanzan, asimismo -como alternativa de castigo y de exigencia soterrada de cambio de actitud-, las acusaciones de complicidad del Presidente mexicano con él, con el narcoterror, así diga la diplomacia ‘americana’ que el caso de las investigaciones en su contra es un caso cerrado en Washington.
No lo es, puesto que la DEA sigue filtrando informaciones y especulaciones a medios globales tan poderosos como el New York Times, y dichos medios siguen exhibiendo al mandatario mexicano y líder del movimiento anticorrupción y de la regeneración moral mexicana como narco y corrupto.
Y la DEA es el Gobierno ‘americano’. Y la campaña mediática antiobradorista dispara más que nunca en tiempos electorales decisivos para la causa sucesoria del morenismo.
Acaso no se crea que con ello puede hacerse perder a la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum, cuya ventaja electoral se advierte inalcanzable, sino sólo de enseñarle los colmillos de la rabia imperial ante los desplantes mexicanos de un pacifismo extremo en relación con el ‘narco’ que no podría asumirse sino como complacencia y sociedad con él o, de plano, como cobardía y rendición, que para el caso no sería lo mismo pero sí exactamente igual.
Y acaso por eso pueda observarse una leve diferenciación en las posturas del Presidente y de su elegida para relevarlo. Y acaso esa diferenciación, en términos programáticos y de contenido, sea más honda que lo que refieren sus expresiones propagandistas de campaña. Y el caso es que el tema de la seguridad eleva sus niveles de importancia en dicha agenda frente a los ataques opositores y estadounidenses en torno de ese flanco fallido y abatible del jefe del Estado nacional.
Los narcos, la DEA, algunos medios ‘americanos’ de alta influencia mundial y los opositores están bombardeando al Presidente mexicano y él sigue sin más que hablar y hablar de lo miserables que son esos ataques y de lo inmejorable y bendecido que es, en cambio, combatir la violencia criminal sin la violencia institucional y sólo enfrentando la pobreza y usando la inteligencia (no se sabe si la suya o la de los aparatos del espionaje oficial, porque también asegura que su Gobierno no espía a los enemigos ni a nadie más).
De modo que si sus declaraciones en torno al narcoterror emergen de la complicidad o el medro, lo mismo da frente al escenario de la violencia y la impunidad que la propaga. Y algo tendrá que hacer la Sheinbaum para atemperar los estragos que esa guerra pueda tener en la zona más decisiva de su campaña presidencial.
Lo cierto es que si bien las campañas ‘americanas’ que tan bien le vienen a los opositores y tan mal a la candidatura presidencial del oficialismo pueden considerarse mezquinas y condenables, las posturas del liderazgo del Estado nacional frente al crimen organizado no pintan como mejores. Y sería el propio Andrés Manuel, el que con tanto y tan inmejorable tino ha conducido el ascenso victorioso de Claudia Sheinbaum, quien con su pusilanimidad ante el problema esencial del país le esté causando ahora sus mayores estragos (al país, claro, y a la candidata con mayores posibilidades y mejores credenciales para dirigirlo).
SM