La Presidencia en vilo contra el ‘narco’ y los nuevos agoreros del desastre

Signos

Y bueno, ¿qué es mejor y qué es peor?: ¿hurgar en el avispero, sin tener que patearlo como antes pero sin dejar de enfrentarlo, para encontrar a los avispones y cercarlos y someterlos sin tregua y sabiendo que responderán con toda la ruidosa y dolorosa violencia de que son capaces, o seguirlos dejando picotearse y picotearlo todo y a todos a sus anchas y en sus cada vez más anchos territorios de dominio, por temor a que la guerra en su contra se desborde y no haya ya manera de contenerla y de ponerle fin, como tanto se ha temido antes?

El deseo mediático opositor, que se esconde en la advertencia comentocrática y celebra que Claudia ya perdió la lucha contra el poder del ‘narco’, apenas a unas semanas de asumir el mandato del Estado, porque la violencia crece tras la campaña anunciada de que se acabará con su industria del miedo y de que tal política presidencial anticrimen es, por tanto, peor que la de la tolerancia obradorista y las masacres calderonistas, y el nuevo Gobierno nacional perecerá, entonces, y será vencido por los malos y deslamados; ese fervor incendiario que parece estar más del lado del crimen que de la ley, cual la propaganda opositora que por toda alternativa contra el enemigo sólo tiene la borraja del deseo del derrumbe oficialista y nacional, no concilia la idea de que acabar con algo tan peligroso y tan grande requiere de apuestas y decisiones de riesgo de tan alto calibre como el letal enemigo al que nunca, nunca antes, se ha sabido o se ha querido enfrentar, y que hacerlo puede ser un desastre de Estado o una victoria también épica e histórica y tan decisiva como muy pocas otras jamás.

Colombia ganó ese tipo de guerra a costa de demoledoras derrotas plagadas de estruendos callejeros, de masacres cotidianas, de horror, de víctimas inocentes. Su ventaja es que no tuvo que soportar, también, el bombardeo de una furia mediática defensora de sólo su frente de invencibles intereses empresariales y económicos. El sector privado colombiano y periódicos tan importantes como El Espectador, que fue blanco del escarmiento y la ira de Escobar, eran de los más interesados en que el dominio criminal se acabara porque eran de sus principales víctimas.

Harfuch, en México, el jefe anticrimen elegido por la Presidenta para emprender y ganar la guerra contra las bien pertrechadas fuerzas del narcoterror (aunque en su Gobierno no se quiera usar ese término porque hablar de narcoterror, o de terrorismo, con tal definición específica, es favorecer la animosidad estadounidense de intervenir en México de manera formal, en tanto una amenaza así definida sería contra la seguridad nacional de la Unión Americana, según su ordenamiento constitucional, el que autorizaría a Washington y al que anuncia Trump que apelaría para enfrentar al ‘narco’ en territorio mexicano de ganar las elecciones, lo que es altamente probable y desalentador, por tan proditorio como sería) enfrenta, pues, Harfuch, un reto de vastas y complejas dimensiones, y para el cual ha sido dotado por el poder presidencial con todas las competencias y recursos civiles, militares y diplomáticos, y en cuyo cumplimiento y por lo mismo puede resultar con una victoria de proyecciones políticas superiores de Estado o con una derrota que arrastre consigo la de la misma investidura presidencial y convierta en escombros la actual fuerza de su causa y de su partido.

De modo que no puede perder esa guerra contra el narcoterror. Cuenta, para ello, con la capacidad de todas las fuerzas federales, y su dificultad mayor será saberlas coordinar, en lo político y lo estratégico y lo táctico, y además a toda prisa, para derribar los diques y limpiar los estancos en los ámbitos locales -en cuya corrupción gubernamental y de las Fiscalías y de las Policías y de los sistemas de Justicia, en general, se atrinchera, sobre todo, el poder del ‘narco’, y desde donde se advierte que reacciona a la organización de la embestida federal conjunta en su contra- y para sumar, como una unidad republicana invencible, a todas las fuerzas y mandos que tendrían que romper (si el orden federal se ha consolidado en su estructura ética), por resistentes y bien articuladas que sean, las tramas económicas y políticas y las redes armadas del crimen organizado.

¿Tiene, Harfuch, la estatura del liderazgo para cumplir la principal tarea del nuevo régimen de Estado que se le encomendó? La Presidenta está convencida de que sí y asegura con firmeza que el plan de su Gobierno contra el delito, la violencia y la inseguridad tendrán éxito, y que se acabarán, aunque no de inmediato, los paisajes de terror que tanto material bélico acarrean a los voceros mediáticos de la oposición, los que parecen intentar convencer (a los sectores de opinión pública a los que no alcanzan o que los rechazan, claro está, puesto que los de su lado son como ellos: ‘agoreros del desastre’, dirían los clásicos de la política tricolor de los tiempos del echeverriato) de que en menos de un mes el nuevo régimen presidencial ya debía haber pacificado al país, que está bajo fuego criminal desde hace por lo menos un cuarto de siglo, y, sin embargo, ese incendio, en lugar de ceder, se intensifica, para fortuna de la comunicación militante opositora.

Los gatilleros del ‘narco’ empiezan a caer frente a las balas de la tropa.

Despejado el prejuicio y el temor presidencial obradorista de que una nueva guerra contra el ‘narco’ abatiría, asimismo, sus niveles de popularidad, las armas nacionales enseñan ahora sus nuevos arsenales (la información oficial enunciada sobre sus estrategias politicas y de campo para cercar al enemigo con nuevos recursos de investigación, Inteligencia, coordinación y fuego a discreción si es necesario), y entonces el ‘narcoterror’ abre fuego, a su vez, con armas nuevas, más intimidantes y letales, como las bombas y explosivos de alto poder que empiezan a estallar en los territorios más disputados por las bandas más temibles y temerarias del país; para disuadir a sus enemigos, amenazar a las autoridades locales, y desplegar sus capacidades mayores de resistencia frente a la declaratoria de guerra de la Comandancia superior de las Fuerzas Armadas mexicanas.

“Frente a Claudia yo soy un fresa”, declaró antes de irse de Palacio Nacional Andrés Manuel. Y ojalá que así sea. Siempre y cuando no le falle el tiro, como anhelan sus enemigos del frente mediático de guerra, a la primera Presidente -o Presidenta, como quiere que le digan- del país, o que ese tiro no se lo dé en el pie.

Porque si bien la tolerancia al ‘narco’ le granjeó a Andres Manuel, en medio de la violencia y del desmedido crecimiento del crimen, que la opinión pública no lo acusara de violentar los derechos humanos, y que los grupos criminales lo vieran bien y siguiesen haciendo sus negocios al amparo de la corrupción de la autoridad local y regional, y de la política de brazos cruzados de la tropa, la nueva y nada complaciente política anticrimen del entrante mandato federal no parece andarse por las ramas. Y esa movilización integral, que descompone o que intenta descomponer las complicidades y alianzas locales y regionales del narcoterror, puede atentar contra la popularidad de Claudia Sheinbaum y contra la cohesión del movimiento verdemorenista que integra a toda suerte de malandros partidistas sumados al obradorismo por las más convenientes causas particulares y muy poco edificantes para el país. Verdes y neomorenistas expriistas y expanistas suelen tener vínculos indisolubles con el ‘narco’, que los ha financiado o con el que han tenido que asociarse. Y de esos parece que tendrá también que deshacerse y depurar su movimiento, como parece que ya está teniendo lugar, la ahora jefa máxima de Morena y Presidenta de la República. Porque debe hacerlo: deshacerse del poder del ‘narco’ y de los ‘generadores de violencia’ dentro y fuera de sus propias filas.

En ese alambre de púas y con corriente es que se mece el futuro de la seguridad y de la paz social del país. O gana Claudia o se hunde todo. Y ganar puede significar, si se la acusa de violenta o de no poder contener la violencia que ha jurado conjurar, perder mucha de la fanaticada conquistada por el carismático ídolo macuspánico que en paz, ha dicho, quiere descansar en su apacible retiro palencano. Y que hagan su interminable e indeseable fiesta triunfalista las voces críticas que sirven a la causa de la oposición política. 

SM

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