El Capital

Signos

Para ser extremadamente rico y poderoso se requiere ser igualmente inteligente, egoísta e inhumano. Como los sobrevivientes del principio de los tiempos y fundadores de los más grandes imperios del exterminio. Los más grandes enemigos de lo social son al mismo tiempo las mentes más sofisticadas y los espíritus más envilecidos, solitarios e infelices. Han avanzado contra las contenciones del humanismo y las resistencias de la justicia y del derecho a la felicidad de las mayorías, expropiando los excedentes del trabajo de los más amplios sectores incapaces de la innovación y dependientes de los liderazgos de la capitalización productiva y empresarial. Sin entender los alcances patológicos del narcisismo -porque no había aparecido en su tiempo el sicoanálisis freudiano y la invencible consistencia del ‘Ego’ y el ‘Superego’, del ‘Yo’ y del ‘Superyó’, como las sustancias esenciales de la conciencia del Ser, que le habrían indicado que la supresión de la propiedad privada sería un exceso teórico y un contrasentido revolucionario puesto que la propiedad privada era la definición misma del Yo y el principio más difícil de superar en favor de la solidaridad, sobre todo entre los núcleos del poder del capital fincados en la ‘patología natural’ de la acumulación- Marx consignaba la evolución histórica del proletariado o de los trabajadores y sus conquistas gremiales alcanzando un mayor tiempo progresivo y progresista de liberación y más allá del descanso, para dedicarlo a su propia superación intelectual y a la especialización industrial en la medida del avance de la automatización y la sustitución de mano de obra. Pero en la evolución civilizatoria, como en la universal, son las fuerzas de la entropía las vencedoras. La solidaridad es sólo un factor negantrópico de contención frente al ocaso inevitable. El superego termina por imponerse a todo impulso idílico y a toda utopía humanitaria. La súper concentración de la súper propiedad privada va deshaciéndose de competencias y humanismos negantrópicos y salvadores, como las grandes estrellas van absorbiendo a sus subsidiarias y galaxias menores. Los equilibrios se rompen (en aras del equilibrio superior de las transiciones). Como el Sol terminará engulléndose a la Tierra y como las especies mayores acaban con las menores y al cabo desaparecen del mismo modo en que el Universo conocido se encoge y tiende a desaparecer -como dice la ciencia astronómica que ocurre en aras de otros universos potenciales-, no es un accidente de la Historia que los megamillonarios se engullan la energía sobrante y tomen las decisiones capitales que los idealistas de la democracia aseguran que debe ser de todos los humanos (porque el resto de los seres vivos no tienen voz ni voto). El de la información es el supremo capital del salvajismo espiritual de los seres más inteligentes, poderosos e infelices del planeta. Salvar su especie ya no depende de otros que antes representaban los intereses del poder económico en el poder político. Los políticos más poderosos ya tampoco les sirven, son seres secundarios: menos informados, menos inteligentes, menos fiables, menos superdotados. Se requieren seres menos humanos y más humanoides, por más inhumanos que sean los líderes políticos a su servicio. Y entonces ellos mismos, los seres informatizados, se acercan de modo más definitivo al poder político y terminarán haciéndose cargo del poder político. Son lo más parecido a los humanoides en la toma de decisiones planetarias terminales. Hasta que la plena Inteligencia Artificial se haga cargo de la suerte de ellos mismos. Porque ya no importa el Capital, que en su diversidad inversora y sus múltiples derivaciones financieras se reproduce solo y se sobreconcentra con la automatización robotizada de los dueños de la robótica. El Capital no hace el placer (o el sustituto hedonista de la felicidad), o lo hace, y de manera más rauda, cada vez menos. El control informatizado es el de la aspiración político-empresarial de la nueva era. El que cada vez más científicos advierten como una réplica de las leyes universales rectoras mismas: las de una inteligencia artificial superior donde lo humano no es sino un factor del juego. Algo donde la conciencia no puede escapar de los determinismos cuánticos. Y donde el humanismo es un principio de equilibrio pasajero que tiene que romperse en aras del equilibrio superior. Donde todo sigue a merced de las leyes en que el Bien y el Mal no tienen la menor importancia. De modo que en la Tierra lo de menos es la solidaridad y la existencia misma de la masividad humana. Hoy día, los más poderosos e informatizados seres de la transición (de lo humano a lo humanoide) abordan el poder político en la superpotencia más democrática y más dependiente de opiáceos y de fármacos y sustancias adictivas para resistir su decadencia moral y humana. Es lo que queda. La sobrevivencia última del espíritu tecnológico. Donde la fuerza dominante del algoritmo se impondrá a todas las decisiones del poder económico y político.

SM

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