Sacha, el cocinero

Signos

Comerse una pizza, tomar cerveza y pasarse la tarde con él en el bar del Centro Vasco habanero era vivir, sin saber, que serían momentos memorables de aquella Cuba, aun alegre y con aire acondicionado. Era como verlo preparar espaguetis en su casa hablando del vasto universo de letras, de viajes y de ritmos que dominaba y le apasionaban. Un día presentaría el libro, su primer trabajo narrativo, de un pintor que encontramos en un establecimiento de comidas rápidas y tras la historia del milagro en el cielo que había alejado del alcoholismo al artista plástico y de recordarle este que él era el autor del libro que presentaría el próximo lunes, nos fuimos los tres a la casa del cocinero de los espaguetis, donde mientras el que sería el presentador del libro del pintor elaboraba su magna obra en la cocina el autor del libro que presentaría husmeaba en el librero de la sala del anfitrión y encontraba, muerto de felicidad, el libro suyo, casi terminado de revisar y con marcas y anotaciones en unas y otras páginas, y que daban cuenta de la perfección impecable con que el presentador ejercía esa otra especialidad suya, además de la de narrador y ensayista, en torno de las letras; hurgaba, asimilaba todo, lo deshojaba en sus claves esenciales y lo desplegaba mejor frente al público como si lo hubiese concebido él mismo. Su mundo estaba lleno de infinitas experiencias divulgadas en todo tipo de formas expresivas del lenguaje. Pero nada invitaba más a quererlo que su espontaneidad y la sencillez de su hermanable espíritu pletórico de carcajadas, sin enredos ni complejidades. 

SM

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