La cosa pública
Por José Hugo Trejo
La decisión política que tomó el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, de llamar a los diputados del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) a respetar los acuerdos originales mediante los que se conformó la Junta de Gobierno y Coordinación Política (Jugocopo) y se decidió turnar anualmente la presidencia de la Junta Directiva de la Cámara de Diputados entre los partidos que obtuvieron el primero, segundo y tercer lugares en la elección legislativa de 2018, es decir, entre Morena, PAN y PRI, introdujo el ingrediente de la ética que es indispensable en la práctica política cotidiana, pero que se ha mantenido ausente de la misma por el pragmatismo y los intereses facciosos imperantes en la cosa pública de nuestro país.
La ética ha sido la gran ausente en la práctica política a la mexicana desde siempre. Ha sido una permanente exiliada y sin derecho a inmiscuirse, ni siquiera de manera clandestina, en el territorio de los arreglos por debajo de la mesa, de los pactos en lo oscurito, de los cochupos, de los “cañonazos” de millones de pesos, de las cooptaciones pecuniarias para formar mayorías con las cuales controlar Congresos, aprobar leyes y reformas constitucionales ajenas al interés común de los mexicanos; de las “concertaciones” entre cúpulas partidistas afines, del tráfico de influencias y de tantas maneras de imponerse a los contrincantes y de cerrar los canales de participación ciudadana para monopolizar el juego por el poder, para evitar la rendición de cuentas y la transparencia en el uso y abuso de los dineros públicos.
En el ámbito de la cosa pública a la mexicana, la ética ha estado vedada, soslayada, ninguneada. Se le ha expuesto al escarnio político por destacados integrantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que dejaron para la posteridad frases que se convirtieron en guías de conducta para generaciones enteras de correligionarios que se siguen enorgulleciendo de esa herencia maldita: “La moral es un árbol que da moras”; “En política lo que cuesta dinero es barato”; ”Político pobre es un pobre político”; “Solo un pendejo no hace dinero si se es Gobernador”.
Y esa subcultura priista permeó a todos los partidos políticos de México, tanto de izquierda como de derecha. Acabó con las ideologías y el interés por el dinero y el control absoluto de las parcelas de poder a las que han accedido en estados y municipios, igualó a los políticos de todos los partidos. Todos se hicieron ricos o más ricos después de haber sido presidentes municipales, diputados o gobernadores; lo mismo panistas, perredistas, o más recientemente morenos, todos se han dado gusto con los dineros públicos. Pero sobre todo, todos buscan sacar ventaja a sus contrincantes al precio que sea.
No hay respeto por la política, como tampoco hay consideración para el adversario más débil ni reconocimiento alguno para el preponderante. Nadie concede nada y todos buscan arrebatar si se les presenta la oportunidad.
De ahí la dimensión y el precedente que deja la decisión de López Obrador de influir en los diputados de su partido para que respetaran el acuerdo original de que la fracción priista en la Cámara de Diputados sea la que tenga mano en la presidencia de la Mesa Directiva para el último año de esta Legislatura federal.
En el PRI difícilmente reconocerán el gesto presidencial, pues argumentarán que lograron un mayor número de diputados que los que obtuvo el Partido del Trabajo con Gerardo Fernández Noroña como principal instigador del frustrado agandalle legislativo. Luego entonces no habrá cambiado nada y seguirá prevaleciendo el perverso juego de las vanidades y las descalificaciones en el que los políticos mexicanos ponen todo su empeño en competir para ver quién es peor visto por quienes ponemos un poco de empeño en observar cómo se conducen ante la tragedia que viene padeciendo nuestro país desde hace décadas…