Cuba: el suicidio revolucionario

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Signos

El sistema represivo soviético cumplió su ciclo histórico y fue transformado en otro, u otros, de naturaleza más moderna y consecuente con las condiciones generacionales emergentes, preservando, como en la Rusia de Putin, las herencias más convenientes y rentables de la vieja era comunista (la capacidad escolar, por ejemplo, y artística, científica, armamentista, atómica, industrial, espacial, de espionaje, etcétera) y fortaleciéndolas en una hibridación capitalista y una nueva institucionalidad del Estado que, en el caso ruso y con las limitantes democráticas de unas tradiciones y una idiosincrasia no occidentales (o no tan ejemplares como las europeas, donde el saqueo colonialista derivó en las mayores democracias del mundo, aunque a menudo gobernadas desde el sufragio de los sectores fascistas representativos de su supremacismo genético), hicieron emerger una potencia global más poderosa y duradera que su predecesora.

También ocurrió en China.

Mao cumplió su ciclo revolucionario. Y los reemplazos ulteriores, de liderazgos y reformas en torno de su modelo de Estado, consistentes con la naturaleza cultural e histórica de su pueblo, promovieron una nueva revolución transformadora del tamaño de la vasta fuerza congregada de ese pueblo, el mayor del mundo, que en menos tiempo que el de ninguna otra nación (si bien Putin también ha transformado Rusia no ha alcanzado el nivel del cambio chino) lo convirtieron en lo que está en vías de ser la mayor potencia económica, tecnológica y militar del orbe, donde de país maquilador y de mano de obra barata y sin derechos laborales se convirtió en el segundo competidor dominante de los mercados globales con empresas prósperas y altamente digitalizadas, y trabajadores cada vez mejor remunerados, capacitados, profesionalizados y más productivos.

Porque más allá de los excesos dictatoriales de su tiempo (Stalin industrializó la URSS en una década a costa de millones de muertos de su sanguinaria tiranía y la convirtió en potencia mundial tras vencer al nazismo y apoderarse de lo que se llamaría el ‘bloque socialista’ europeo) y más allá de los juicios que deben corresponder a las circunstancias propias de su contexto y de los procesos del tiempo histórico, los liderazgos soviéticos y chinos de la vieja guardia pusieron las piedras esenciales de lo que hoy son las potencias rusa y china, del mismo modo que del legado de Ho Chi Minh y su resistencia contra los colonialismos genocidas -francés y estadounidense- crece la economía, la competitividad comercial y la calidad de vida de los vietnamitas.

Y del mismo modo que chinos y rusos, los vietnamitas le apostaron a la transformación educativa de sus pueblos y promovieron generaciones nuevas y liderazgos y estructuras institucionales eficientes que pudieron transformar y trascender inercias y dogmas ideológicos fundacionales desde la noción crítica de que el pasado es necesario siempre que sirva para trascenderlo preservando sus mejores herencias, mejorándolas y asociándolas a los proyectos de desarrollo del porvenir.

Y así, Fidel cumplió con la obra revolucionaria de su era, alfabetizando a Cuba en una faena de escolarización incomparable en América Latina y en el mundo entero, libre de racismos y fanatismos y moralismos teológicos, y convirtiéndola en una potencia educativa y cultural y científica y médica y humanística. Pero su ciclo histórico tenía que terminar. Y la Revolución debía modernizarse y trascenderse remontando sus complejos doctrinarios y generando reformas y liderazgos y estructuras institucionales alternativas de Estado. Tenía todos los recursos educativos que una sociedad requiere para evolucionar y desarrollarse en la libertad y la justicia (con todas las relatividades que eso entraña en un un mundo de polarizaciones y sectarismos y exclusiones donde la interpretación de la democracia es tan absoluta y tan falaz como las mentiras convertidas en armas de propaganda contra el adversario y para el control de la voluntad popular).

Hoy día, con todo y sus afectaciones ‘justicieras’, los embargos estadounidenses contra Rusia y China contribuyen a fortalecer su economía, estimulan la inversión de sus empresas nacionales privadas y públicas, favorecen su mercado y el empleo, diversifican sus alternativas internacionales de comercio e incrementan sus rendimientos fiscales y la calidad de vida de sus ciudadanos. En Cuba, en cambio, el dogma y el legado castrista se diluyen en el empobrecimiento generalizado de la población, y lo hacen con el potencial académico y la oportunidad de sus aportaciones, que se pierden asimismo.

La intolerancia gobernante impide el ejercicio crítico opositor, el cambio de modelo, la posibilidad de la inversión nativa (porque en toda sociedad hay capacidades privadas de crecimiento empresarial que sólo requieren estímulos financieros y regulaciones adecuadas) y la lógica de la ganancia del capital y sus rendimientos laborales, fiscales y sociales.

La riqueza empresarial privada, propia de las iniciativas diferenciadas de productividad e ingreso de los individuos, se censura y se criminaliza desde el prejuicio socialista y desde las nociones retrógradas de pérdida de estatus de cúpulas y sectores partidistas beneficiarios del estancamiento.

La igualdad social se administra como condición ideológica inalienable, se instrumenta la impotencia o se adoctrina la envidia y la denuncia de los que menos tienen contra los que tienen la oportunidad de ganar más, y la única diferenciación admisible es la del capital corporativo extranjero que sea capaz de invertir en la isla pese a todas las desventajas que impone, en su favor, la burocracia, cuyas posiciones gerenciales gana más por su militancia que por su competencia.

No se capitaliza el enorme recurso profesional que, en todas sus variables y aptitudes formativas, se pierde entre el desaliento de sus expectativas, el éxodo y el desinterés del Estado revolucionario en aprovechar y retribuir los valores y las aportaciones de esa gran comunidad formada por la escuela de Fidel. No se quiere la unidad y el debate intelectual de la comunidad pensante y creativa sino su disgregación como impulso de cambio. No se entiende como vanguardia sino como enemiga.

El castrismo, en la vejez y en la amargura de la decadencia elegida, parece haber optado por el suicidio y no por el renacimiento socialista en una nueva dimensión generacional. Y es oprobioso mirar como una potencia latinoamericana educativa, cognitiva, cultural (científica, médica, estética, humanística) no sólo no se transforma en la potencia regional de desarrollo económico o en una nación de exitosa economía mixta y bienestar popular (que aún podría ser, sin embargo), remontando el estancamiento ideológico y creciendo en la heterodoxia, la inclusión y la evolución de su modelo de Estado, y dejando a un lado y para siempre el discurso del bloqueo imperialista como el culpable absoluto del fracaso -que será terminal, de no cambiarse el rumbo del modelo originario- de la justicia revolucionaria.

SM

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