El caldero intelectual cubano para ‘revolucionar la Revolución’

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Signos

Dijo entonces Sacha, tras el comentario sobre el tema: ‘Sí, Fidel ha forjado generaciones de cubanos de alto valor intelectual y humanístico. Pero les ha impedido ejercer sus capacidades críticas. Y esa contradicción se cuece en un caldero que sólo él puede impedir que hierva. Después de él, quién sabe’.

Lo dijo cuando era el presidente de los escritores cubanos y tras una reunión del entonces Comandante en Jefe en la sede de la UNEAC, la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en La Habana, con la élite literaria del país y donde también se abordó la inquietud de muchos sobre los derechos de autor. (En países como México se pagan derechos de autor y los buenos autores nacionales no pueden vivir de ellos porque no tienen lectores, y en Cuba abundan los lectores pero no se paga el derecho de autor; la paradoja entre la pobreza educativa y la económica se revelaba en el encuentro, donde los autores sólo tenían que asumir que el derecho de autor no era más que otra veleidad capitalista inconsecuente contra las verdaderas conquistas del socialismo, enemigo del mercado.)

Y ahora ese caldero bulle y se desborda libre de la represión ingeniosa y contestataria del totalitarismo de Fidel, y sin mayores confrontaciones de legítimo valor desde el bando de los defensores del dogma revolucionario acotados por su circunstancia; porque la crítica libre es dialéctica y evolutiva, y, por ingeniosas y sabias que puedan ser las posturas que mejor defiendan el adoctrinamiento ideológico (enemigo absoluto del mercado en tiempos probados en que sin mercado no hay modelo de Estado que prospere porque la iniciativa privada es una condición de la individualidad, del Yo freudiano), no pasan de ser tan lineales, maniqueas, excluyentes, perecederas e involutivas como el estanco de las conveniencias del poder político al que representan y se deben.

Hoy debaten en Cuba las generaciones de uno y otro sector del pensamiento, todas herederas de la gran campaña alfabetizadora del sesenta y de la gran academia de las ciencias y las humanidades que al cabo formó. Pero ahora, ya sin el ingenioso y poderoso liderazgo natural de Fidel, sus dos legados -el de la fuerza de las ideas libres y vanguardistas y el del totalitarismo represivo que intenta someterlo y se defiende como necesidad de resistencia soberana y antiimperialista con que el Estado revolucionario justifica todas sus decisiones- se confrontan en la arena cibernética, digitalizada y sin fronteras (que no sean las de los cortes de electricidad y los apagones informáticos selectivos) de una opinión pública y de una lucha de posicionamientos donde el castrismo gobernante del Partido, estancado en una senilidad sin expectativas, tiene cada vez menos capacidad de competencia, y donde sus estrategias de ataque y de defensa se exhiben con mayor objetividad ante el mundo entero y, como todo dogma en que se sustenta, sus razones pierden fuero rebasadas por la lógica del cambio de realidades y las urgencias de adaptación al nuevo mundo.

Porque del mismo modo en que la épica combatiente y sus históricos saldos populares (como los de la academia revolucionaria misma y sus creativas e incontables expresiones artísticas y culturales) no pueden desmerecerse ni dejar de reconocerse en la critica frente al estatus quo, tampoco contribuyen como factores de porvenir y son más bien objeciones del mismo si más que para la defensa necesaria de la memoria histórica se instrumentan sólo como artificios de propaganda y justificación de una decadencia donde el bloqueo estadounidense, siempre cierto, será también imposible de remontar merced a la impotencia perpetua -tan sólida como la tenacidad del prejuicio generacional del castrismo dirigente arcaico a la que se debe- para regenerar el modelo económico y político de gestión del Estado socialista; para aceptar, por ejemplo, la concurrencia de liderazgos dirigentes más eclécticos, visionarios, innovadores y capaces de convocar el debate necesario, y trascender los moldes que siempre han impedido la productividad interna y un nuevo internacionalismo cifrado en la confianza de estructuras renovadas, garantías y procesos jurídicos y administrativos propios de un sistema institucional estable y ajeno a las eventualidades cupulares del autoritarismo de siempre y a la criminalización constitucional de la vida civil defendida con el argumento invariable de la seguridad del Estado y de la defensa antiimperialista.

Y en medio de los apagones irremediables que apagan la energía y la memoria constructiva de Fidel, y que sólo alumbran su equivoca intransigencia al cambio tras el derrumbe soviético, el ‘Periodo especial’, la dependencia económica de los aliados, y las incompetencias y la ausencia obsesiva de alternativas revolucionarias dirigentes frente al descontento popular más generalizado, el caldero de la crítica libre y sustentada en el concepto de la gran escuela revolucionaria bulle. El caldero se desborda contra las contenciones cada vez más vulnerables e insostenibles de la defensa de la seguridad del Estado; contra sus carcelarios y amenazantes ejemplos vindicativos y sus juicios secretos sumarísimos de expiación, cuyo argumento ideológico mantiene la misma lógica moral de las arcaicas purgas socialistas de la Guerra Fría y no hace más que exhibir una ilegitimidad tan regresiva que sólo sirve de munición al abyecto narcisismo armado y amenazante como solución intervencionista de Washington en las horas caligulescas de Donald Trump, y que urge a que el debate intelectual mejor documentado y razonado, y durante tanto tiempo contenido por la fuerza histórica de Fidel, se traduzca en alternativas de liderazgo interno donde la buena escuela se realice, por fin, en una economía mixta eficiente y rentable, y en un socialismo donde la natural desigualdad humana se respete en sus derechos igualitarios, y en un sistema de Estado, en fin, moderno, soberano y de la configuración que la diversidad del debate determine.

Lo ideal, acaso utópico, es que lo mejor del pasado renazca y se realice donde lo peor desaparezca desplazado por los procesos propios de la evolución. Pero lo cierto es que el ejercicio crítico de alto nivel es ya una realidad incontenible en las redes sociales y en cada vez más numerosos foros de opinión y de divulgación global. Y que las razones totalitarias tienen, frente a esa dinámica informativa y conceptual, cada vez menos recursos de resistencia.

Del lado crítico queda entender el bloqueo estadounidense -agravado al extremo por el supremacismo desbocado y demencial de Trump y tendiente al estallido del hambre y el caos isleño- en sus justas dimensiones criminales contra la soberanía cubana (en sus juicios contra las incompetencias económicas del régimen y la eternización represiva del castrismo como defensa revolucionaria). Del lado del oficialismo queda transigir con cambios de modelo de Estado, de ideología socialista, de economía (la alternativa de la empresa privada o la economía mixta de rectoría estatal) y de convicciones de liderazgo que admitan la comparecencia doctrinaria, la alternancia verdaderamente representativa en el poder, y la jubilación de la ancianidad revolucionaria -enemiga natural de toda alternativa de futuro posterior al día siguiente- y sus influyentismos y nepotismos. De ese lado queda esperar que Raúl se muera pronto o que el caldero explote en la víspera. Porque la inteligencia crítica cunde. Y la tapa de la censura contiene cada vez menos la presión.

Hoy día el Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, autocrítico como nunca, anuncia que Cuba está ‘parcialmente paralizada’ y que se requiere ‘revolucionar la Revolución’. Bueno, pues sería la hora de crear el espacio para el amplio debate de la evolución. Y que la senectud castrista abra paso a su retiro y a una nueva era, la que habrá de llegar de cualquier modo y sólo los neocolonialistas extremos y provocadores de Trump prefieren a través del hambre y el estallido.

SM

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