El debate parlamentario es ahora un vil cadáver.
No hay ideas ni discurso.
El analfabetismo legislativo y representativo deroga ya no sólo el valor de los temas de la agenda por dialogar y decidir, sino hasta la demagogia misma para defender o descalificar posiciones políticas en torno de esos asuntos en disputa.
El entendimiento o la pedagogía de la opinión pública y la conciencia social en torno de ellos parece ser lo que menos importa.
Y, claro, pretender identificar argumentos ideológicos es perder el tiempo en torno de una figura estrafalaria -cual la ideología- que nadie sabe si alguna vez existió más allá del mito militante de la convicción doctrinaria y del eventual oportunismo partidista.
En el iletrado y radicalizado oposicionismo a gritos de las máximas tribunas de la investidura popular, las reformas constitucionales y las iniciativas y proyectos presentados como del supremo interés público parecen sólo el botín de la confrontación, y el sufragio entre los bandos sólo la munición para ganar y hacer morder el polvo al irreconciliable y malnacido enemigo.
Porque la calidad ética, retórica y de discernimiento entre lo que se acusa y se defiende, no existe.
Lo que hay en esas cloacas republicanas es mierda representativa químicamente pura que se atiene sólo al principio de la piedra y el mayoriteo.
¿Es el nivel de la democracia y de la cualidad ciudadana y política que comparece en las urnas?
Pues si es así, la democracia que hay es la que empuja a la modernidad de las peleas de perros, donde sólo se ladra, se muerde y se desangra.
¿Cuánto se sabe de la reforma eléctrica que sé desaprobó y de la minera sobre el litio que se aprobó, por ejemplo?…
Es lo de menos.
Lo que importa es cuáles manadas ganaron o perdieron.
SM