Signos
No hay autoridad en Quintana Roo. Los gobernantes y representantes populares de turno jamás han pensado en las condiciones estructurales y las crisis potenciales profundas de la entidad caribe y sus entornos municipales más complejos. El tamaño de sus liderazgos se enaniza frente al colosal crecimiento de sus múltiples patologías y en un territorio cada vez más desatendido en sus debilidades naturales y por tanto más expuesto a los peligros de todo orden: bióticos, ambientales, climáticos, urbanísticos, sociales, laborales, fiscales, delictivos, productivos, educativos, sanitarios y de todos los órdenes, asociados, sobre todo, a una naturaleza pródiga pero frágil, y a una incultura política y gobernante donde han privado la frivolidad y la corrupción, la disparidad entre la necesidad y el compromiso, la falta absoluta de interés en lo esencial, la gobernanza coyuntural e inmediatista, la ausencia de sentido visionario y de futuro, la total falta de planeación, y el desinterés y la carencia de sentido crítico y de pertenencia para no vislumbrar ni procurar contener las presiones del poblamiento caótico y los ruinosos proyectos turísticos e inmobiliarios que han dado al traste con toda posibilidad de mínimo equilibrio, armonía y sustentabilidad, frente a todas las amenazas de una región cuyo único futuro de prosperidad ha dependido de lo que menos ha tenido: conciencia de desarrollo sobre el principio de la conservación. Se han auspiciado los más contaminantes y devastadores proyectos hoteleros. Se han autorizado las más abusivas densidades inmobiliarias. Se ha expandido sin límites la colonización irregular y la marginalidad. Ninguna planificación urbana y territorial y de protección ecológica ha servido nunca para nada. La política y el servicio público no han sido sino negocios privados.
Los liderazgos políticos son cada día infinitamente menores a las dimensiones de las catástrofes heredadas a las que debieran responder y de las que no tienen siquiera la menor idea de lo que son y por las que no tendrían, tampoco, el mínimo interés de ocuparse. Ganar elecciones y poder es lo que importa. Y hoy día es fácil, si hay un liderazgo nacional cuya popularidad personal lo hace posible para quienes tienen la oportunidad de arrimarse a su sombra y blasfemar su causa. Lo peor es que hoy día ni siquiera se cumple con la responsabilidad de la intendencia que debe cumplir la gobernanza. Las urbes costeras saturadas de asentamientos, de basureros cada vez más insuficientes y contaminantes, de precarismo insalubre, de desechos sin soluciones y drenajes colapsados, por lo menos eran atendidas con obras y medidas temporales de descongestionamiento y evacuación. Pero hoy día los fenómenos nocivos del cambio climático son tan poderosos como la envergadura misma del holocausto global contra el que no se advierten soluciones ni atenuantes, y en el Caribe mexicano menos que nunca se concibe la gravedad de la circunstancia. Se piensa en la politiquería, en los comicios del “carro completo”, en lo avasallante de la causa verdemorenista contenida en el implacable poder presidencial. Pero no se desahoga a tiempo un pozo de absorción, mucho menos se piensa en una obra de drenaje de las dimensiones de las crisis de anegamiento propiciadas por el tipo de meteoros atmosféricos anunciados por todos los medios globales y locales al alcance de cualquiera en estos tiempos civilizatorios postreros.
Se sabe a ciencia cierta que no hay conciencia representativa ni gobernante a la medida del caos acumulado de la corrupción y la incompetencia institucional histórica, del desabarajuste urbano, de la incontinencia de los desechos, de la ocupación anárquica de espacios prohibitivos, de la depredación biótica, del escandaloso desequilibrio regional, de la incurable falta de diversificación productiva y económica, y de todas esas cosas fundamentales para el desarrollo territorial y la justicia social. El problema es que también se sabe, cada vez más a ciencia cierta, que tampoco para la intendencia básica dicha hay ya soluciones de la gobernanza. Que los fenómenos climáticos podrán ser más y más apocalípticos y ni siquiera el ya desbordado drenaje pluvial existente tendrá alternativa alguna. Los liderazgos se han convertido en nadería. Y eso engrandece las furias del fin del mundo.
SM