Signos
La boda en Guatemala del ahora extitular de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto Castillo, parece haber sido planeada con las consecuencias incluidas del despido del cargo del propio Nieto.
Había perdido la guerra con el insolente e incompetente fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero -incondicional del presidente López Obrador y más útil a su propagandismo contra los criminales opositores que contra la delincuencia enemiga del país-, y estaba estancado entre sus ímpetus de crecimiento político y la imposibilidad de hacer política debido a su papel de perseguidor neutral, indiscriminado e intachable de personajes acusados de corrupción. Tenía méritos y había cultivado una amplia diversidad de relaciones de poder para ser más de lo que era; pero del mismo modo que se le cerraba la puerta de la Fiscalía a la que aspiraba -tras los yerros y los fracasos de Gertz- y no parecía haber otras compensaciones presidenciales en favor de su particular proyecto de desarrollo, la delicadeza de su encargo parecía poder generarle más enemigos y objeciones que alternativas, en una etapa crítica de definiciones rumbo a la sucesión presidencial, aunque, por otro lado –y bien administrado-, también podía convertirse en un creativo y bien articulado plan b.
La presencia en la boda de Nieto de tantos adversarios poderosos -y de emisarios de algunos más- de su aún jefe presidencial, no hace sino entender que estaba incurriendo en una provocación deliberada y exhibiendo una convocatoria de fuerza que bien podría capitalizar en un proyecto propio del más alto potencial catalizador. Había figuras políticas, mediáticas y empresariales del mayor peso específico y la mayor confrontación con el jefe máximo, que habrían asistido a la congregación político-conyugal con una finalidad de doble filo: favorecer la crisis propia de la escisión de un elemento capital del gabinete obradorista y de su decisiva política anticorrupción, y alzarse con un posible candidato opositor para el 2024 y suplir con él la aridez de perfiles en un bando tan desacreditado y desprovisto por completo, hasta ahora, de liderazgos competitivos contra el obradorismo. Eso, quizá; o la configuración de un frente donde Nieto sea la primera gran avanzada y al que habrán de incorporarse otras defecciones morenistas ulteriores de alto relieve, en tanto no tendrán cabida en el radical cierre de filas militantes y ortodoxas hacia los deslindes de la candidatura presidencial.
Porque hasta las primeras revelaciones sobre la conformación de la lista de sus principales invitados y del condicionamiento de la secrecía de su asistencia -bajo el argumento de la garantía de seguridad de los mismos, lo que ha advertido sobre el tamaño de sus influencias, lícitas o ilícitas, pero de especial envergadura-, el exinquisidor financiero obradorista mantenía una reserva monástica en torno de sus vínculos con los sectores de poder y una muy saludable apariencia de autonomía y de cero dependencia de liderazgos cupulares tan distintivos como esos, los de cuyas identidades han trascendido, en algunos casos, a la opinión pública, y ejemplifican la medida de los demás.
Por supuesto que la boda en el extranjero y con todo el boato y el glamur de una celebración de alcurnia y de tendencias y gustos tan desconocidos en un personaje dedicado a la investigación de fortunas mal habidas y de vastos fraudes contra el Estado perpetrados por supremos depredadores, más parece una conspiración.
Porque nada se sabía de esos fastos y de esas capacidades de convocatoria de quien se había referenciado como confiable funcionario austero y militante convencido de un proyecto de nación enemigo del dispendio y de las tradiciones oligárquicas.
Santiago Nieto emigró al obradorismo perseguido por la corrupción del régimen priista precedente que lo echó de la Fiscalía federal contra delitos electorales, y lo hizo en las postrimerías del mandato presidencial de Enrique Peña. Es decir, que ese conflicto y su querella y su dimisión de entonces lo convirtieron en la estrella anticorrupción del movimiento que con esa causa ética y depurativa de las malversaciones públicas se alzaba hacia el supremo poder de la nación, donde Nieto se convertiría en el más fiable cazador de malhechores y estafadores de las finanzas nacionales.
Ahora se va de ese régimen enemigo de no pocos de los más célebres invitados a su boda, entre ellos algunos con los que tuvo cercanía gracias a su encomienda y con los que acaso ahora fragüe una candidatura o un proyecto político adversario del liderazgo anticorrupción al que respaldó y del movimiento anticorrupción en el que fue un activo y reconocido protagonista.
Gracias a su papel de inspector implacable de la moral pública recibió los más envidiables reflectores políticos y editoriales, en cuyos foros se multiplicaron las voces que lo postulaban como digno sucesor de su jefe máximo.
Y quizá esos ecos han sido un convincente canto de las sirenas del que ha nacido, en las entrañas mismas del morenismo, acaso el liderazgo emergente más a la medida de la oposición a AMLO o del proyecto providencial mejor avituallado para intentar derrotarlo.
Es atrevido y temerario, el exfiscal electoral y financiero.
¿Lo es?
¿Qué fue lo suyo, un grave error, o la jugada del As bajo la manga?
El vigilante financiero era también, es obvio, el funcionario más vigilado por el Presidente y líder de la regeneración moral. ¿Sabía entonces, el Presidente, de los objetables nexos con sus adversarios? ¿Le perdió la confianza, se cansó de su rabioso e irremediable pleito con Gertz Manero y prefirió quedarse con este último? ¿Aprovechó el rutilante acontecimiento de la boda en compañía del enemigo como la justificada gota que derramó el vaso?
¿Será Santiago Nieto una piedra en el zapato presidencial o un otro ejemplo usable de la intolerancia a la corrupción?
SM