Signos
El terrorismo islámico libera Siria de la dictadura para imponer un califato o un reino con ideas del siglo quinto. ¿Cómo es eso? Ah, pues todo es muy sencillo y claro: Las potencias democráticas occidentales liberaron antes a las naciones musulmanas de Irak, Libia y Afganistán (unas más chiíes que suníes, o unas más radicales que otras; más cercanas a ISIS o a Al Qaeda) de sus tiranías y donde ahora imponen, sin embargo, sus extremismos yihadistas, las facciones ideológicas más represivas contra las libertades religiosas, políticas, civiles, individuales y humanas, y donde celebran, como ahora en Siria, la liberación popular y la victoria del islamismo militante inobjetable y enemigo encarnizado y absoluto de las inmoralidades libertinas del liberalismo democrático liberador de pueblos y naciones musulmanes antes gobernados por estirpes y monarcas enemigos de la democracia y de sus libertades liberales pero seguidores de la enseñanzas moralizadoras y liberadoras del Corán y de Mahoma, a su vez divididas entre las más y las menos recalcitrantes, y a su vez en guerra las unas contra las otras por la legitimidad y la autenticidad islámica, y por quienes riegan más sangre por la purificación del espíritu humano. Así de fácil y entendible, ¿no? El obsesivo terrorismo religioso libera ahora a Siria de la dictadura político-militar laica de Al Assad defendida por Moscú. El Talibán liberó antes a Afganistán del régimen democrático de Karzai impuesto como títere por Washington, que antes derribó al tirano laico pero suní de Irak, Saddam Hussein, que era adversario ideológico del proiraní y prototalibán Bin Laden que había mandado derribar las Torres Gemelas de Nueva York y atacar el Pentágono con aeropiratas yihadistas chiíes y provocó la excusa de la invasión a Irak que derribó al suní Hussein que había guerreado a muerte contra el chiismo iraní. Washington y su alianza europea de la OTAN invaden Libia y matan al tirano musulmán laico Muamar Kadafi para liberar el país que en medio del caos libertario queda finalmente en manos de un grupo musulmán suní similar al egipcio que masacra a los cristianos coptos y opositores musulmanes enemigos tras la caída del dictador musulmán laico Hosni Mubarak. En su pasada Presidencia Donald Trump aseguraba que el mundo era más seguro y por tanto más libre cuando dominaban en sus pueblos los dictadores musulmanes derrocados por Washington como los de Irak y Libia, y que le iría peor cuando fuese derrocado, como ahora ha sido y Trump vaticinaba que sería, el sirio musulmán Al Assad, mientras como parte de sus causas democráticas liberadoras Washington y sus aliados de Occidente defienden tiranías fundamentalistas árabes como la millonaria saudí y el sionismo dogmático israelí que masacra palestinos en Gaza, en el Líbano y en sus inmediaciones musulmanas. Ahora Trump regresa al poder de la superpotencia más liberal y democrática y líder del ‘mundo libre’ y el mundo musulmán está más tomado que nunca por los extremistas islámicos que han derrocado dictadores musulmanes poderosos del mismo modo que lo han hecho con otros esas democracias liberales del ‘mundo libre’. Y así, de regreso a la Casa Blanca, el mayor fundamentalismo nacionalista del mundo de la democracia liberal encuentra ahora en el camino musulmán a fundamentalistas más dogmáticos e intolerantes que los dictadores musulmanes laicos derrocados en las campañas libertarias y democratizadoras de Occidente y la Casa Blanca. Al Assad está en Moscú y Rusia pierde posiciones estratégicas en el Medio Oriente tratando de liberar de terroristas el entorno de Siria mediante la defensa de un reino de la tiranía musulmana. Y Trump sabe mejor que nunca que, en efecto, el mundo sin los tiranos derrocados por los jefes del ‘mundo libre’ y por los del terrorismo islámico es menos seguro ahora. Y eso es tan cierto como que la búsqueda violenta de la utopía de los califatos islámicos es tan regresiva a la barbarie civilizatoria y al principio ideológico del fundamentalismo, como el de la guerra imperial que asume que todos los éxodos migratorios del hambre y el destierro provocado por la desigualdad y la injusticia y la violencia genocida son de criminales y de seres inferiores que no se merecen el paraíso de los elegidos.
SM