El Bestiario
“Ahora es la guerra”. Había pasado poco más de una hora desde la puñalada al ultraderechista Jair Bolsonaro en un acto de campaña y su mayor aliado, el presidente de su partido, Gustavo Bebianno del Partido Social Liberal, ya estaba proyectando dramáticas consecuencias políticas. No fue el único. Otros intentan culpar al candidato y sus llamadas al odio y a la violencia. La agresión prometía desestabilizar todavía más unos comicios ya de por sí impredecibles y caóticos. Los comunicados empezaron a llegar como un vendaval. En cuanto se confirmó que un hombre, Adélio Bispo de Oliveiro, de 40 años, había apuñalado al candidato favorito a la presidencia, el ultraderechista Jair Bolsonaro, en un acto electoral en la ciudad Juiz de Fora, los principales políticos del país comenzaron a emitir mensaje tras mensaje condenando el ataque.
Pero no todos condenaban igual. Algunos aprovechaban para recordar con más o menos pudor que el propio Bolsonaro lleva años defendiendo la violencia como solución a todos los problemas. “Incentivar el odio crea ese tipo de actitud”, subrayaba la expresidenta Dilma Roussef en el suyo. El presidente Michel Temer, quien últimamente había estado atacando a los candidatos que menos le convenían, también recordó: “Que sirva de ejemplo para las personas que están haciendo campaña, que la tolerancia es una derivación de la democracia”. Se entreveía un intento de contener el tremendo potencial desestabilizador que este ataque tenía sobre los comicios, que ya antes eran extremadamente volátiles.
‘Brasil sin Carnaval por la pandemia: Río de Janeiro lo canceló por primera vez en su historia’, era el titular de los principales periódicos impresos y online brasileños. Las escuelas de samba, principales protagonistas de la fiesta, habían decidido aplazar el Carnaval de este año desde febrero hasta julio, aunque lo habían condicionado a la existencia de una vacuna. La desastrosa gestión gubernamental no dejó más margen. Esta semana anunciaron su suspensión definitiva. Río de Janeiro se quedó en 2021 sin su famoso Carnaval por primera vez en la historia debido a que la pandemia por el covid-19 atrasó la organización del evento y la municipalidad admitió que no tiene tiempo suficiente para ponerlo en marcha en julio, como estaba previsto. Se trata de la primera vez que el evento es cancelado desde que Río organizó su primer baile oficial de Carnaval en 1840. En dos ocasiones la fiesta fue aplazada (1892 y 1912) pero nunca las autoridades consiguieron cancelarla, ni cuando el país enfrentó la pandemia de la gripe española (1919) ni cuando el Gobierno lo propuso durante las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945).
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Aunque la alcaldía de Río aclaró que canceló el evento festivo más importante de Brasil y uno de los más famosos en el mundo por razones logísticas y no sanitarias, la realidad es que Brasil, uno de los países más castigados por la covid-19 en el mundo, vive una segunda ola de la pandemia y enfrenta números récords de casos. Hace tan solo una semana ni siquiera tenían tubos de oxígeno para las personas contagiadas en la ciudad amazónica de Manaos. La gestión desastrosa de la pandemia de parte del Gobierno nacional de Bolsonaro, pero también con la complicidad de la mayoría de los gobernadores que quisieron mantener la economía funcionando a cualquier precio derivó en una escalada de casos, haciendo que el país registre hoy 1,000 muertos diarios. Por otra parte si bien Brasil acaba de iniciar la campaña de vacunación, el operativo se hizo de forma completamente caótica, con contradicciones entre el Gobierno federal, los gobiernos locales y la agencia de aprobación de medicamentos. “Nunca escondí mi pasión por el Carnaval y la clara percepción que tengo de la importancia de esta manifestación cultural para nuestra ciudad, pero me parece sin sentido que imaginamos que, a esta altura, tengamos condiciones de realizar el Carnaval en julio”, afirmó el alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, del derechista MDB, en un mensaje en su cuenta en Twitter. “Esta celebración exige una gran preparación por parte de los órganos públicos y de los gremios e instituciones vinculados al samba. Algo imposible de hacer en este momento. De esa forma me gustaría informar que no tendremos carnaval en la mitad del año en 2021”, agregó Paes.
El Carnaval de Río sólo había sido aplazado en dos oportunidades en toda su historia: en 1892, cuando las autoridades alegaron que era más saludable realizarlo en junio (en el invierno austral), y en 1912, cuando la muerte del barón de Río Branco provocó conmoción nacional y una semana de duelo nacional. Pero en ambas ocasiones los cariocas bailaron tras las comparsas tanto en febrero como en junio y burlaron la prohibición. Los cronistas recuerdan como uno de los carnavales más animados de Río el de 1919, cuando los cariocas, tras meses resguardados, inundaron las calles para intentar olvidar las 15,000 muertes que la gripe española dejó en la ciudad en los últimos meses de 1918. La cancelación de su principal evento turístico supone un duro golpe para una ciudad que el 31 de diciembre también se quedó sin su tradicional fiesta de fin de año, que todo último día del año atrae a hasta 3 millones de personas a la playa de Copacabana. Esto supone un duro golpe para las miles de familias que sobreviven en torno a la preparación y la ejecución de estos eventos. Miles de cariocas viven de la organización del Carnaval, principalmente en los galpones en que las escuelas de samba confeccionan sus disfraces y lujosas carrozas alegóricas. Tanto la Alcaldía como las escuelas de samba y los blocos (comparsas) habían manifestado su temor de que las aglomeraciones típicas del Carnaval agravasen la situación causada por la pandemia en Brasil, segundo país con más muertes por la covid-19 en el mundo después de Estados Unidos, con 213,000 fallecidos, y el tercero con más contagios después de EE UU e India, con 8.7 millones de casos.
Brasil registró en las últimas 24 horas 1,316 nuevas muertes por covid-19 y superó las 214,000 víctimas desde el inicio de la pandemia
Los desfiles de las escuelas de samba del llamado Grupo Especial del Carnaval de Río, considerados como el mayor espectáculo del mundo al aire libre, concentran en dos noches en el Sambódromo a 145,000 espectadores, sin contar con los cerca de 5,000 integrantes de cada una de las 14 agrupaciones y los miles de organizadores. Las aglomeraciones promovidas por los blocos son aún mayores. Según la Alcaldía, los desfiles realizados por las 453 comparsas en el Carnaval de 2020 atrajeron a 7 millones de personas. Brasil registró en las últimas 24 horas 1,316 nuevas muertes por covid-19, con lo que completó tres días seguidos con más de un millar de óbitos diarios y superó las 214,000 víctimas desde el inicio de la pandemia, informó el Gobierno. La Escuela de Samba de Mangueira, está desierta estos días, pese a que en versiones anteriores del Carvabal, el local de ensayo ubicado en la favela homónima de Río de Janeiro estaría en efervescencia, atestado de sambistas desbordando alegría y nervios. La abanderada, Squel Jorgea Ferreira Vieira, de 38 años, estaría recluida en un hotel, concentrada junto al resto de los artistas que lideran la comparsa. Los 4,000 sambistas de Mangueira -la campeona de 2019- estarían recogiendo los sofisticados disfraces -una explosión de colores, lentejuelas y plumas- y los zapatos para el desfile en el sambódromo, una competición feroz cuyas imágenes dan la vuelta al mundo.
Debido a la pandemia, la pasarela diseñada por Óscar Niemeyer para mayor gloria “del samba” no acoge bailarines ni carrozas, sino que recibe a octogenarios que son vacunados contra el coronavirus sin bajarse del auto. Este 2021 sin Carnaval entrará en la historia. “Nadie imaginó nunca Río de Janeiro sin Carnaval”, comentó Ferreira Vieira en la escuela, quien además, es nieta de un histórico de la fiesta y desfila en el sambódromo desde los nueve años. “Es como si estuviese en medio del mar ahogándome, intentando respirar. Estoy desesperada, con una tristeza muy grande“, añadió. El Carnaval estructura la vida de Squel Jorgea desde hace dos décadas. “Es mi profesión, lo que sostiene a mi familia, lo que me ha dado una vida digna y sabiduría”, dijo la abanderada, que no deja de recibir mensajes cariñosos en tono de pésame.
Pérdidas de 8,000 millones de reales (1,500 millones de dólares), la mitad en Río, y tampoco se han creado 25,000 empleos temporales
Recalca que aunque la gente cree que son cuatro días, detrás del mayor espectáculo del mundo –así les gusta considerarlo a los brasileños– hay una industria inmensa. Son los cruceros, hoteles, bares, restaurantes. “Pero también es el ambulante que vende cerveza o palomitas de maíz los días de ensayo. La que vende flores para completar sus ingresos. Las costureras, los zapateros”, relató. Todos parados. De hecho, la cancelación ha supuesto pérdidas de 8,000 millones de reales (1,500 millones de dólares), según la patronal del comercio, la mitad en Río. Tampoco se han creado 25,000 empleos temporales. Los brasileños sueñan con que la vacunación masiva les permita regresar a la normalidad y les devuelva su gran celebración anual. Pero, la abanderada de Mangueira, que sabe bien que una comparsa requiere meses de investigación académica y planificación de cada detalle, está preocupada. “Si no avanzan rápido las cosas, será otro año muy difícil. Porque para tener Carnaval en febrero de 2022, ya en junio o julio hay que empezar a preparar los trajes, las carroza”, mencionó. Un segundo año sin Carnaval sería una desilusión inmensa. Por ahora, el 2.3% de los brasileños ha sido vacunado, pero asoman los problemas: El alcalde de Río anunció que suspende las inyecciones por falta de dosis.
Río de Janeiro, sede del mayor espectáculo de la Tierra, como se conoce el desfile de escuelas de samba del sambódromo Marques de Sapucaí, no sólo llora a los muertos de la covid-19, sino que llora toda la industria del carnaval, sobre todo las comunidades de favelas que viven de esta fiesta monumental. Costureras, luthiers, carpinteros, músicos, técnicos, electricistas. Son 25,000 personas dedicados a hacer los desfiles funcionar. Para los brasileños, el Carnaval comienza dos o tres semanas antes, con las comparsas callejeras en acción los fines de semana y los ensayos en los galpones de las escuelas de samba, verdaderos centros de percusión y baile popular que son la esencia, el ADN que forma parte del alma de este país de 216 millones de habitantes. Para evitar aglomeraciones, todas las ciudades prohibieron los feriados de Carnaval, con la expectativa de que en julio -durante el mes de las vacaciones escolares- pueda ocurrir la fiesta pero fuera de época. El silencio del ‘No Carnaval’ se sentirá principalmente en Río de Janeiro, Salvador, Recife y San Pablo. “El Carnaval en las calles es el Carnaval fuerte de Brasil, donde se ven las disputas de clase. En Río de Janeiro había un Carnaval de la alta sociedad, en salones, pero en contrapartida el pueblo disputó y ganó la calle, que es una disputa aguda en el Carnaval. Río de Janeiro quiso tener una formación eurocéntrica pero el Carnaval lo transformó en la cara del pueblo”, dijo el historiador Luis Antonio Simas, especialista en cultura popular. Según Simas, el Carnaval siempre fue político, desde 1880, cuando se ponía la cuestión de la abolición de la esclavitud hasta la transgresión de cuestionar a la dictadura o la familia del presidente Jair Bolsonaro. Para los brasileños, el año laboral no comienza el 1 de enero, sino “después del Carnaval”.
Bispo de Oliveiro apuñaló al hoy presidente Jair Bolsonaro, haciéndole un mártir del proceso democrático, beneficiándole en las encuestas
Pocas imágenes podían despertar más pasiones simultáneas en Brasil. Bispo de Oliveiro, “un exmilitante de la izquierda, defensor del comunismo y de Nicolás Maduro”, las dos bestias negras de muchos candidatos y buena parte del electorado, “ha perpetrado el peor acto que se haya visto en las tres décadas de proceso democrático brasileño”. Había apuñalado a un candidato como un vulgar bandido en una favela. Y no a uno cualquiera. Precisamente, al que más divide al país, capaz de ser a la vez quien más intención de voto atrae (22%) y a quien más votantes repele (44%). A uno que precisamente se arroga la imagen de outsider, se dice rodeado de enemigos invisibles e incita al odio con la retórica de yo-contra-ellos. Era un mártir del proceso democrático y pocos dudaban que se vería beneficiado en las encuestas de aquel momento en el cuándo vuelva del hospital dentro de, como mínimo, una semana. Los deseos se convirtieron en realidad. En su agrupación, el Partido Social Liberal, ya se mostraban preparados para explotar la situación hasta el extremo. “Ahora es la guerra”, le prometió el presidente de la agrupación y brazo derecho de Bolsonaro, Gustavo Bebianno, al diario Folha de S.Paulo. Entonces eran libres de radicalizar más a sus bases, explotar el interés por Bolsonaro en todos los medios, y aprovechar que sus rivales no podrán criticarle la semana que tarde en recibir el alta (uno de los candidatos, Geraldo Alckmin, tenía hasta hoy una estrategia basada en ataques al herido). “Va a salir de esta mejor de lo que ha entrado”, se jactaba para el periódico el número dos de Bolsonaro, el candidato a vicepresidente Antonio Hamilton Mourão. “Tal vez la gente con dudas ya no las tenga”, apostilló.
La gente con dudas tendrá que ver cómo los rivales de Bolsonaro se ahogan en sus propios problemas mientras él permanece en el hospital. Lula da Silva, el favorito en las encuestas pero impedido de seguir con su candidatura por estar en la cárcel cumpliendo una condena de 12 años por corrupción, era quien estaba más asfixiado. La semana que viene tendrá anunciar la decisión que lleva días retrasando: si recurre la sentencia de su veto y alarga su agónico vía crucis por los tribunales o si se rinde y delega toda su campaña en su número dos: una situación difícilmente favorecedora. Y los candidatos del establishment, tampoco andan especialmente boyantes. Tienen que negociar su tremenda impopularidad y que la economía siga sin apenas mejorar tras años de recesión: la semana pasada se supo que había crecido apenas un 0.2% en el segundo trimestre de 2018. Bolsonaro enfrenta como mínimo una semana de hospital, donde está estable, no tiene nada que perder. “Para bien o para mal, el juego acaba de cambiar irremediablemente…”, escribíamos en nuestra columna El Bestiario.
Rock Hudson, el galán de Hollywood, era fotografiado con una banda de miss con una elocuente leyenda: ‘Princesa do Carnaval’
En 1958, Rock Hudson acudió a Brasil, recién separado de la secretaria de su agente -con quien la habían casado para acallar los rumores sobre su homosexualidad- y participó en el baile de máscaras del Hotel Gloria; empeñados los fotógrafos de los periódicos en sacarle una imagen con una actriz local a la que le intentaban arrimar para vender un affaire tropical, lo único que consiguieron fue robarle al galán de Hollywood una instantánea de madrugada, entre vapores etílicos y ataviado con una banda de miss con una elocuente leyenda: ‘Princesa do Carnaval’; en realidad no el actor estadounidense el adelantado a su tiempo, sino la urbe de Copacabana e Ipanema, un oasis de libertad sexual, con el famoso Baile de Travestidos en el teatro João Caetano; durante cuatro días de febrero se democratizaba una de las sociedades más desiguales del mundo, sin discriminación de sexo ni clase, convocándose tal armonía que hasta los altos índices de criminalidad se diluyen en la ilusión de la fiesta, no hay tiempo ni para el crimen; “La felicidad del pobre parece la gran ilusión del Carnaval”, escribió Vinícius de Moraes en la inmortal ‘A Felicidade’, canción estrella de la película ‘Orfeo Negro’. “De entre todo lo que el periodismo engulle y procesa a base de tópicos y lo devuelve a la audiencia triturado en confeti hay un evento anual que ganaría de calle el mundial de los prejuicios. Se trata del Carnaval de Río de Janeiro, normalmente despachado al final de los telediarios en un minuto saturado de color y decibelios: plumas y brillantina, alcohol y sexo, samba y desenfreno. Todo agitado y bebido de penalti, para que suba más. Y a otra cosa…”, escribía Arturo Lezcano, en la revista española, Jot Down Cultural Magazine, en un interesante artículo titulado ‘Elogio del Carnaval de Río’.
El Barón de Río Branco, a principios del siglo XX decía que “En Brasil hay dos cosas organizadas: el desorden y el Carnaval de Río de Janeiro”. Considerado el patrono de la diplomacia brasilera, su nombre está inscrito como uno de los héroes de la patria, en el panteón existente en la Plaza de los Tres Poderes, en la ciudad de Brasilia. Al cumplirse el centenario de su nacimiento, en 1945, se creó el Instituto Rio Branco, especializado en servicio exterior. Era hijo de Río de Janeiro. Su mayor contribución al país fue la anexión de tres importantes territorios por medio de la diplomacia. Obtuvo una victoria sobre Francia al establecer una nueva frontera de la Guyana Francesa con el estado de Amapá, en 1900 por medio del arbitraje del gobierno suizo. En 1895 ya había conseguido asegurar buena parte de los estados de Santa Catarina y Paraná, en litigio con Argentina en el incidente conocido como la Cuestión de Palmas. Ese primer arbitraje fue decidido por el presidente estadounidense Grover Cleveland, y tuvo como opositor por el lado argentino a Estanislao Severo Zeballos, que más tarde se posesionó como ministro de relaciones exteriores y durante mucho tiempo acusó al Barón de fomentar una política imperialista. Fue el prestigio obtenido por el Barón en esos dos casos lo que hizo que el presidente Rodrigues Alves lo escogiera para el puesto máximo de la diplomacia brasilera en 1902, cuando Brasil estaba justamente envuelto en una disputa fronteriza, esta vez con Bolivia.
“La tristeza no tiene fin, la felicidad, sí, trabajamos un año entero por un momento de sueño para disfrazarnos y que todo se acabe el miércoles”
Este país intentaba arrendar una parte de su territorio a un consorcio empresarial anglo-americano. La tierra no era reclamada por Brasil, pero era ocupada casi completamente por colonos brasileros que resistían a los intentos bolivianos por expulsarlos de su territorio. En 1903, firmó con Bolivia el Tratado de Petrópolis, poniendo fin al conflicto de los dos países por el territorio de Acre, que pasó a pertenecer a Brasil, mediante una compensación económica y pequeñas concesiones territoriales. Ésta es la acción diplomática más conocida del Barón, cuyo nombre fue dado a la capital de aquel territorio (actualmente un estado brasilero). Sería estúpido esconder el fin lúdico de una de las fiestas populares más grandes del mundo. Pero tras ese evento pintoresco se esconde la historia, el arte, la música y todo aquello que conforma lo que antropológicamente se define como cultura. Aquella que absorbe y define a la vez las costumbres de un lugar llamado Río de Janeiro, interpretado en el imaginario popular como un paraíso tropical, festivo pero violento, sin más. Pero por detrás hay mucho más que eso y el carnaval tiene gran parte de culpa. Por eso merece el beneficio de la duda y un pequeño repaso a sus historias.
En realidad no era Rock Hudson el adelantado a su tiempo, sino Río de Janeiro. En aquella época (de nuevo: 1958) el carnaval era un oasis de libertad sexual, con el famoso Baile de Travestidos en el teatro João Caetano y el arraigo de lo que llamaban ‘Tercera Fuerza’ de la fiesta. De algún modo, durante cuatro días de febrero se democratizaba una de las sociedades más desiguales del mundo. El carnaval mete en el baúl durante cien horas todos los prejuicios patentes el resto del año y se echa a la calle, sin discriminación de sexo ni clase. Y se convoca tal armonía que hasta los altos índices de criminalidad se diluyen en la ilusión de la fiesta. No hay tiempo ni para el crimen. Pero lo que hoy puede ser, para adolescentes desatados y turistas despistados, un ejercicio ligero sin memoria aparente, en su origen atiende a una conquista social manifiesta. De viernes de carnaval a miércoles de ceniza, la mayoría silenciosa del resto del año festeja a lo grande su reinado efímero sobre la ciudad. Millones salen a las calles a disfrutar sin más, y decenas de miles de personas trabajan durante meses para construir su propio sueño de carnaval, aunque todo se desvanezca al terminar para volver a empezar. Algo así escribió Vinícius de Moraes en la inmortal ‘A Felicidade’, canción estrella de la película que espoleó a la música brasileña a hit planetario: ‘Orfeo negro’ (1958): “La tristeza no tiene fin, la felicidad, sí. La felicidad del pobre parece la gran ilusión del carnaval. Trabajamos un año entero por un momento de sueño para disfrazarnos y que todo se acabe el miércoles”. La sensación de finitud amenaza como el nubarrón que se cierne por generaciones sobre las cabezas de los compositores brasileños. No es alegría todo lo que reluce, ni mucho menos. Le pasa a los blancos como Vinícius y también, cómo no, a los negros. Aunque comparten código genético musical, en carnaval no esperen las suaves melodías del piano de Tom Jobim, la voz grave y pausada de Vinícius o la batida perfeita de la guitarra de João Gilberto. Esto no es bossa nova, un género nacido al final de los cincuenta al abrigo de la clase media-alta de Copacabana e Ipanema. Esto es samba del suburbio y el morro, la favela, con su poso melancólico, con el eco de los grilletes de la esclavitud. Nadie mejor que el sambista Candeia, genio, crápula y férreo defensor de la cultura afrobrasileña, para entender la trascendencia del carnaval: para él y el pueblo negro es una redención que también sirve de examen de conciencia casi religioso. Su canción ‘Día de Graça’ eriza los pelos: “Hoy es mañana de carnaval. Vamos a vivir la alegría que soñamos durante el año, alegría y amor a todos sin distinción de color. Pero después de la ilusión, pobre, el negro vuelve al humilde barracón. Negro, despierta, no reniegues de tu raza, haz de todas tus mañanas un día de gracia. Negro, no te humilles ante nadie, y entonces jamás volverás al barracón”. El barracón. Como para decirle a Candeia que el carnaval es solo la fiesta de la pluma, la cerveza y el revolcón.
‘Touradas en Madrid’, cantada con recochineo por la hinchada del Maracaná durante la victoria de Brasil sobre España en el Mundial del 50
En principio, aún en el siglo XVIII, fue el entrudo, el carnaval portugués, en el que unos a otros se tiraban harina, agua, vinagre y algunos otros líquidos menos nobles. Con la llegada del XIX se incorporó la negritud africana y sus danzas y máscaras, y en la segunda mitad del siglo lo hicieron los europeos no portugueses, con la finura de sus bailes. Todo junto y agitado terminó creando un potaje socio-festivo. Hablamos de una ciudad en la que entraron cientos de miles de esclavos que llegaron a conformar la mitad de la población carioca, allá por 1850: la Pequena África. Dice el cronista Ruy Castro, en su indispensable guía ‘Carnaval no fogo’, que fueron justamente los únicos que no llegaron por voluntad propia al país los que lo dotaron de personalidad a través de rasgos distintivos que marcaron al resto de la población: música, comida y fútbol. Hacia 1900 el mundo negro se arremolinaba en torno al puerto de Río, donde los descendientes de esclavos se agolpaban junto a inmigrantes europeos en un lugar cercano al cerro de Providencia o morro da Favela, nombre desde entonces inmortalizado universalmente como sinónimo de barrio informal. Allí se empezaron a mezclar culturas y se vinculó a la música por primera vez la palabra ‘samba’, convertida enseguida en banda sonora de aquella agitación, a base de géneros africanos y europeos: polca, choro, maxixe, jongo, lundu. El tema fundacional de ese mestizaje se lo compusieron Donga, negro, y Mauro de Almeida, blanco. Ambos lo grabaron en 1917 y se tituló ‘Pelo telefone’. La samba había nacido oficialmente.
Como recoge Ruy Castro, desde los años veinte hasta mediados de los sesenta se grabaron y editaron más de quince mil temas en Brasil entre sambas y marchinhas, la otra gran expresión del carnaval. Entre ellas, una que se tornó nada menos que himno oficial de Río veinticinco años después de estrenada (‘Cidade maravilhosa’, 1935). Y además muchas otras reconocibles para el oído europeo, como ‘Mamãe eu quero’ o ‘Touradas en Madrid’, cantada con recochineo por la hinchada del estadio de Maracaná durante la victoria de Brasil sobre España en el Mundial de fútbol del 50. Como es obvio, el carnaval disparaba la sátira, especialmente palpable en las marchinhas, mientras las sambas se iban sofisticando en lo musical. El delirio conquistaba la calle con la moda del lança perfume, una mezcla de cloruro de etilo y éter que evadía al personal al ritmo de la música. La coctelera cultural iba más allá al agruparse los sambistas en lo que se dio en llamar ‘escola’, un término que, según una teoría, nació como fachada para evitar la desconfianza policial -demasiado artista de suburbio junto- y, según otra, procede de que la primera agrupación nació junto a un colegio del barrio de Estácio. Pero, en cualquier caso, una ‘escola’ no es una escuela. Se trataba más bien de la organización de un desfile, pero fue ganando complejidad con el paso de las décadas hasta convertirse en un espectáculo gigante con varias patas: un discurso musical articulado a partir de los llamados sambas-enredo, una derivación de la samba tradicional con una letra que encierra elementos épicos sobre un argumento que va de lo abstracto a lo patriótico. La incorporación paulatina de percusiones, cada vez más numerosas, le fue dando un toque grandilocuente y estruendoso a los desfiles, coordinados por una especie de director-productor-coreógrafo-decorador llamado carnavalesco, figura respetadísima y actualmente pagada como un futbolista de élite. Él se encarga de diseñar, junto a sus colaboradores, desde la última lentejuela de un disfraz hasta las alegorías, las mastodónticas carrozas que con el tiempo fueron ganando en sofisticación, tamaño y grandiosidad, hasta el punto de que se hizo construir un recinto para que desfilasen.
El sambódromo se construyó en cien días, un récord en el país de las obras interminables y la relajación para casi todo, todos eran suizos
Era 1984 agonizaba la dictadura militar brasileña mientras el carnaval daba otro paso: una pasarela de la samba que le fue encargada al arquitecto Oscar Niemeyer. Aquello que bautizaron como sambódromo y que los cariocas llaman Avenida, o simplemente Sapucaí, nombre de esa calle. Su creación ocasionó un cisma entre los puristas. A toro pasado se puede decir que el cambio operado por el carnaval es similar al del fútbol, convertido en negocio por encima de todo. En este carnaval moderno hay millonarios en sus palcos -pagando miles de dólares por noche por un camarote privado- y hay otras setenta mil personas repartidas en gradas de muy diferentes precios -las más grandes, a tres euros la noche-. Al mismo tiempo, hay también turistas capaces de pagar más de trescientos euros por desfilar con los atuendos que se construyen en la Cidade do Samba, un conjunto de galpones donde trabajan las escolas. Son detalles de una superproducción que deja pálida a cualquier otra fiesta popular en el mundo.
El sambódromo se construyó en poco más de cien días, un récord en el país de las obras interminables y la relajación para casi todo. Menos para el carnaval, donde se vuelven suizos. Un ejemplo: los desfiles de cada agrupación deben durar un mínimo de sesenta y cinco minutos y un máximo de ochenta y dos. Si no, son duramente sancionados en su puntuación. Puede parecer más que suficiente para recorrer los setecientos metros del sambódromo. Pero no lo es tanto teniendo en cuenta que cada ‘escola’ tiene una media de cuatro mil componentes. Si alguien tiene la oportunidad de estar sobre la Avenida minutos antes de un desfile se dará cuenta de que es un caos milimetrado, con costureras rematando trajes y obreros apuntalando carrozas en el último segundo, antes de salir con las mejores galas a la pasarela y ponerse los pelos de punta. Con el sambódromo se profesionalizó el carnaval y por eso se ven reinas fichadas a golpe de talonario para darle más glamour a un evento que, sin embargo, sigue rindiendo tributo permanente a su origen: la samba. Y eso a pesar de que la cadencia arrastrada y la sutileza formal del género hayan dado paso al atropello percutido de la batería, el atronador grupo de percusionistas que no dejan un segundo de silencio en las ocho horas que dura cada velada.
“El sambódromo es para la tele y la calle para la gente”, dicen los amantes del carnaval de rua, de calle, el verdadero pulso de la fiesta
No faltan tampoco las torcidas, las hinchadas, con un sentimiento próximo al del fútbol, un espíritu de pertenencia en medio de una industria millonaria que incluye financiación de dudoso origen. Imposible si no que las escolas puedan cubrir por sí solas presupuestos de hasta cinco millones de euros. Cuentan con el reparto de la multimillonaria retransmisión televisiva, también con la subvención de la Liga del Carnaval, y por supuesto con los dineros de empresas y Gobiernos a los que dedican el enredo de turno. Pero, es sabido, por ahí circula dinero a través de prácticas irregulares, sin fiscalización, muy parecidas al lavado de dinero, como se ha demostrado en varias ocasiones, derivado normalmente del jogo do bicho, una lotería popular -e ilegal-. Nadie habla y todo vale en el carnaval. El sambódromo es para la tele y la calle para la gente. Así lo dicen los amantes del carnaval de rua, de calle, donde se aprecia el verdadero pulso de la fiesta. Básicamente porque, si no te sumas, te arrolla. En los años ochenta los blocos -comparsas de barrio, apoyadas por una banda o un camión (el llamado trío elétrico en Bahía) que escupe música mientras los fieles acompañan el recorrido en medio de una euforia generalizada- fueron menguando en favor de bailes en lugares cerrados y seguros. Desde hace quince años, coincidiendo con la cresta de la ola en la que vivió la ciudad, el carnaval de calle ha resucitado. Y se mantiene incluso ahora, cuando de nuevo hay más sensación de inseguridad y el espíritu no es tan festivo como antes de los grandes eventos deportivos. Hasta quinientos blocos modifican la ciudad durante semanas, interviniéndola literalmente.
Hoy las aplicaciones de móvil ayudan a organizar horarios y calendarios, porque hay blocos desde las siete de la mañana. Un carnavalero avezado sabrá elegir bien adónde ir y cuándo. El incauto sin experiencia, en cambio, seguramente termine en uno de los blocos más famosos, pero también más grandes y apretujados, los que pueden llegar a reunir hasta más de dos millones de personas. Hoy los hay de todos los gustos, desde infantiles hasta los que versionan los grandes éxitos de los Beatles. Pero lo que no fallan son los clásicos, con el espíritu satírico de siempre. O no fallaban. Porque hoy muchas agrupaciones han dejado fuera del cancionero las marchas que reproducen estereotipos y prejuicios, normalmente sexuales o raciales. Nuevo debate. Para unos es la imparable corrección política deglutiendo una tradición. Para otros, un cambio necesario para tumbar los prejuicios. Como ha hecho siempre el carnaval.
Bispo de Oliveiro, por su perfil en Facebook, exmilitante del Partido Socialista entre 2007 y 2014, y defensor del ‘bolivarismo’
El ultraderechista Jair Bolsonaro, el candidato a la presidencia de Brasil que más intención de voto recibe en las encuestas y a la vez el que más rechazo genera en el electorado, ha sido atacado en un acto de campaña en el Estado de Minas Gerais. Según se ve en un vídeo filtrado por las redes sociales, un hombre armado con un cuchillo le ha apuñalado en el abdomen. Bolsonaro ha sido trasladado al hospital, donde según los medios brasileños se encuentra grave, pero estable, y tendrá que guardar reposo una semana como mínimo. La policía brasileña ha detenido al agresor, que ha sido identificado como Adélio Bispo de Oliveira, de 40 años, y que ha confesado los hechos. Jair Bolsonaro tendrá que permanecer ingresado en el hospital como mínimo una semana después de haber sido apuñalado en un acto electoral en las calles de Juiz de Fora, en lo profundo de Minas Gerais, un Estado del sudeste brasileño. Según los médicos del hospital Santa Casa de Juz de Fora, el ultraderechista llegó “muy grave” a la UCI: inconsciente, con el pulso bajo y habiendo perdido mucha sangre por una hemorragia interna. Tras dos horas de cirugía, la situación parece haberse revertido y Bolsonaro está estable y en observación. Todavía quedan dudas por resolver. El agresor fue detenido, pero se desconocen sus objetivos exactos. Se sabe que el candidato ha suspendido temporalmente su campaña pero no de qué forma afectará este grave incidente a los comicios. Sería el único. Ni en el peor momento de esta caótica campaña, ni en los otros sufridos por la primera potencia latinoamericana en su reciente democracia, se había visto nada semejante. Nunca un candidato había sido agredido y menos con un arma. Todos los pesos pesados de la política brasileña se han apresurado a condenar el ataque y subrayar el daño que ha sufrido hoy el proceso democrático. Desde el presidente Michel Temer hasta muchos de sus rivales en la campaña, como Lula da Silva, Ciro Gomes o Geraldo Alckmin. El Tribunal Electoral y la Orden de Abogados de Brasil también emitieron sus comunicados: “La democracia no aguanta este tipo de situaciones”.
La escena se ha visto en docenas de vídeos que acabaron en las redes: Bolsonaro va aupado a los hombros de sus seguidores sobre la multitud por la calle. La imagen de un día más su campaña por la presidencia de Brasil. Hoy lleva una camiseta amarilla, promocionando su agrupación, el Partido Social Liberal. Saluda triunfalmente a la multitud de una acera levantando un brazo y abre la boca, sonriente. Se gira para saludar a la otra acera, hace amago de levantar la otra mano y entonces ocurre. En una fracción de segundo se encoge sobre sí mismo, con las manos en el abdomen y la sonrisa ahora convertida en gesto de dolor, y se desploma sobre sus portadores. Es el momento, capturado en varios vídeos, en el que el candidato a la presidencia brasileña al que más votos y a la vez más rechazo otorgan las encuestas, recibe una puñalada en el abdomen. Un hombre, Adélio Bispo de Oliveiro, se le había acercado cuchillo en mano y perforado los intestinos y una arteria. Bispo de Oliveiro, exmilitante del Partido Socialista entre 2007 y 2014, es un hombre retratado por su perfil de Facebook como defensor del presidente venezolano Nicolás Maduro y crítico frecuente de Bolsonaro. En referencia a su costumbre de defender la dictadura militar brasileña (1964 -1895) y de decir que tendrían que haber matado más, Adélio escribió: “Da asco oír que la dictadura debería haber matado a unos 30,000 comunistas”. Otro de sus objetivos frecuentes: la “derecha masónica”.
El ultraderechista Bolsonaro, famoso por su nostalgia por la dictadura, por su filosofía de que “el único bandido bueno es un bandido muerto”
El ataque viene precisamente tras uno de los días más desagradables dentro de una campaña que Bolsonaro ya venía inyectando de odio y llamadas a la violencia. El ultraderechista, famoso por su nostalgia por la dictadura, por su filosofía de que “el único bandido bueno es un bandido muerto”, por su plan de legalizar las armas en uno de los países más violentos del mundo, había subido el tono de sus discursos en su primera parada por Brasilia. Repitió una vez su amenaza de “fusilar” a los miembros del Partido de los Trabajadores (el de Lula da Silva): “Vamos a darle una patada en el culo al comunismo”, dijo. Se había reído de un periodista gay que le hizo una pregunta: “Tú tienes pinta de que te pintabas las uñas de pequeño”. Y por último, había cuestionado la legitimidad del proceso electoral brasileño. “Gane quien gane las elecciones va a estar bajo sospecha, sin duda”, había dicho. Luego remató el día con una estupenda noticia: había vuelto a subir en las encuestas, de un 20% hace unas semanas a un 22%. Seguía siendo el favorito a la presidencia (solo por detrás de Lula da Silva, quien cumple pena en prisión y fue vetado como candidato a principios de este mes de septiembre). Y también alguien a que el 44% del electorado se negaba a votar. El mayor rechazo de ningún otro candidato.
El aeropuerto de Vitória, una pequeña ciudad del sureste de Brasil con 200,000 habitantes, no suele ser un lugar de muchos sobresaltos. Por allí suelen pasar de largo celebridades internacionales o políticos en campaña para dirigirse a destinos como Río de Janeiro o São Paulo. Pero el pasado 14 de noviembre una multitud ocupó la terminal de llegadas. Cientos de personas, móvil en ristre, se amontonaban ansiosas esperando a su ídolo. “¡Mito!, ¡mito!, ¡mito!”, coreaban. Aunque lo pareciese, no se trataba de un astro del rock. De la puerta de desembarque salía Jair Bolsonaro, un exmilitar paracaidista de 62 años metido a político que, tras dos décadas con una discreta carrera de diputado federal, ha irrumpido repentinamente como líder de la derecha más radical de Brasil. Con un discurso que defiende la venta libre de armas, la tortura de delincuentes y las ejecuciones extrajudiciales por parte de la policía, Bolsonaro ha conquistado un electorado que no ve una salida convencional a la crisis política, económica y moral que atraviesa el país. A menos de un año de las elecciones presidenciales, ya era segundo en las encuestas.
“Los gais, producto de las drogas”, “Los policías que no matan no son policías”, “Las mujeres deben ganar menos, se quedan embarazadas”
Por sus salidas de tono es comparado a menudo con Donald Trump, un espejo en el que él mismo se identifica. Pero el discurso de este diputado -el más votado con creces en Río de Janeiro en las últimas elecciones- deja incluso corto al presidente norteamericano. Su colección de frases estridentes es interminable: “Los gais son producto del consumo de drogas”, “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, “Los policías que no matan no son policías” o “Las mujeres deben ganar menos porque se quedan embarazadas”. Bolsonaro -de segundo nombre Messias- interpreta su propia versión, aunque un tanto suavizada, del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, conocido por defender la ejecución de consumidores y traficantes de drogas. Algunas de sus ofensas han ido tan lejos que han llegado a la justicia. Ha sido condenado a indemnizar a una diputada a la que le dijo que no la violaría porque no se lo merecía por fea. También ha tenido que pagar una reparación a las comunidades descendientes de esclavos negros, de las que dijo: “No sirven ni para procrear”. Él no se achanta: “No serán la prensa ni el Tribunal Supremo quienes van a decirme cuáles son mis límites”. A semejanza de Trump, el brasileño intenta desprestigiar a los grandes medios de comunicación, a los que acusa de manipular sus declaraciones para atacarlo. Los corresponsales extranjeros han comenzado a pedirle entrevistas: no es raro que los deje tirados en el último minuto. En la última encuesta del Instituto Datafolha, el exmilitar cuenta con un 17% de intención de voto para las elecciones de octubre de 2018, cuando en marzo era apenas del 9%. Su avance le ha situado solo detrás del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva que, condenado en primera instancia a nueve años de prisión por corrupción, lidera los sondeos con un 35%. “Bolsonaro, como Lula, cuenta con electores convencidos, que adoptan un candidato como si fuese una religión”, mantiene el director de Datafolha, Mauro Paulino.
El fenómeno de Bolsonaro, alimentado por casi cinco millones de seguidores en Facebook, ha llevado a los analistas a revisar sus teorías sobre el conservadurismo de los brasileños, además de constatar la desconfianza de una buena parte país en sus políticos. Uno de los datos más llamativos es que el 60% de sus electores tienen menos de 34 años, votantes que nunca conocieron la dictadura militar de Brasil (1964-1985), defendida sin ambigüedades por el candidato. “Es el único que no haría más de lo mismo”, afirma Gléiser de Souza, un electricista negro y desempleado de 26 años, nacido en la periferia de Río. “Si el candidato es consciente de que el gran problema económico de Brasil es la corrupción, si está dispuesto a enfrentarla, es, con seguridad, la mejor opción”, defiende el ingeniero Thiago Borges, de 36 años. Bolsonaro también obtiene mejores resultados entre los más ricos y escolarizados. La popularidad del exmilitar -que pese a todo cuenta con un rechazo del 33%, según Datafolha- surfea varias olas que agitan la sociedad de Brasil. Su discurso de que “el mejor delincuente es el delincuente muerto” engancha a millones de brasileños atemorizados por la violencia cotidiana de un país con más de 60,000 asesinatos al año. El derechista radical también capitaliza el odio que una parte del país, sobre todo en la clase media, ha cultivado contra Lula. Y se mueve como nadie en medio de la histeria moralista que se ha apoderado de un sector de los brasileños. Los casos de intolerancia se han multiplicado en los últimos meses, con el hostigamiento a artistas, feministas o miembros del movimiento LGTB, acciones aplaudidas con entusiasmo por Bolsonaro y sus seguidores. “La marca emocional que Bolsonaro alimentó de combatir la violencia con violencia y su discurso moralizador han sido comprados con mucha convicción”, afirma el director de Datafolha. Las encuestas, sin embargo, revelan que una mayoría de los brasileños defienden posiciones progresistas sobre derechos humanos, matrimonio gay o aborto. En una situación normal, como decía a este periódico el sociólogo Celso de Barros cuando el diputado comenzó a destacarse en las encuestas, cualquier candidato tradicional aplastaría a Bolsonaro. “Si la política brasileña funcionase mínimamente, él sería solo un contrapunto cómico de la elección de 2018”, decía Barros. “Pero no tenemos una situación normal”.
El discurso del odio envenena Brasil, grupos ultras desatan una caza de brujas contra artistas, profesores, feministas o medios de comunicación
Artistas y feministas fomentan la pedofilia. El expresidente Fernando Henrique Cardoso, responsable del mayor programa de privatizaciones de la historia de Brasil, y el multimillonario estadounidense George Soros patrocinan el comunismo. Las escuelas públicas, la Universidad y la mayoría de los medios de comunicación están dominados por una “patrulla ideológica” de inspiración bolivariana. Incluso el nazismo nació de la izquierda. Bienvenidos a Brasil, segunda década del siglo XXI, un país donde un candidato a presidente que hace apología pública de la tortura y alardea de su homofobia tiene un 20% de intención de voto. En el Brasil de hoy mensajes así martillean a diario las redes sociales y movilizan a exaltados como los que intentaron agredir en São Paulo a la filósofa feminista Judith Butler, al grito de “quemad a la bruja”. En este país sacudido por la corrupción y la crisis política, que empieza a salir de la depresión económica, es perfectamente posible que la policía se presente en un museo para confiscar una obra. O que el comisario de una exposición espere la llegada de las fuerzas de seguridad para conducirlo a declarar ante una comisión que investiga los malos tratos a la infancia. “Esto era impensable hasta hace poco. Ni en la dictadura ocurrió esto”. Tras una vida dedicada a organizar exposiciones artísticas, Gaudêncio Fidelis se ha visto estigmatizado casi como un delincuente. Su crimen fue organizar en Porto Alegre una exposición, Queermuseu, en la que conocidos artistas presentaron obras que invitaban a reflexionar sobre el sexo. En las redes sociales se organizó tal alboroto, con el argumento de que era una apología de la pedofilia y la zoofilia, que el patrocinador, el Banco Santander, ante la amenaza de un boicoteo de clientes, decidió cerrarla. “No conozco otro caso en el mundo de una exposición de estas dimensiones que fuera clausurada”, lamenta Fidelis. Sobre Fidelis pesa ahora una orden para que la policía lo conduzca a declarar a la comisión del Senado sobre malos tratos a los niños. Como él, también están llamados el director del Museo de Arte Moderno de São Paulo y un artista que protagonizó una performance en la que aparecía desnudo. La fiscalía llegó a abrir una investigación después de que se difundiesen imágenes en las que se veía a una niña tocando un pie del artista. “Pedofilia”, bramaron de nuevo las redes. La misma acusación que cayó sobre una de las glorias nacionales, el cantante Caetano Veloso.
El responsable de involucrar a los artistas en la investigación parlamentaria sobre los abusos a la infancia es un senador y pastor evangélico, Magno Malta, muy conocido por su extremismo y sus modales exaltados. Pero los organizadores de la escandalera en las redes no tienen nada de religiosos. Son un grupo de veinteañeros que hace un año, durante las masivas movilizaciones para pedir la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, lograron encandilar a buena parte del país. Con su desenfado juvenil y su aire pop, los chicos del Movimento Brasil Livre (MBL) parecían representar la cara de un país nuevo que rechazaba la corrupción y abogaba por el liberalismo económico. De la noche a la mañana se convirtieron en figuras nacionales. En poco más de un año su rostro ha mutado por completo. Lo que se presentaba como un movimiento de regeneración democrática es ahora una potente maquinaria que explota su habilidad en las redes para difundir campañas contra artistas, hostigar a periodistas y profesores señalados como de extrema izquierda o defender la venta de armas. Además de una legión de internautas, cuentan con poderosos apoyos como los alcaldes de São Paulo y Porto Alegre. O el dueño de la mayor cadena de tiendas de ropa del país, Flávio Rocha, que en un artículo advirtió que ese tipo de exposiciones forman parte de un “plan urdido en las esferas más sofisticadas del izquierdismo” como “medio para llegar al comunismo”.
Fusilar es una actividad que excita a este exmilitar, diputado y candidato a la presidencia, este era el candidato amigo de Donald Trump
“Hasta los años 90, estas campañas provenían de colectivos extremistas evangélicos, pero ahora estamos ante un fenómeno nuevo, el conservadurismo laico”, explica Pablo Ortellado, profesor de Gestión de Política Públicas en la Universidad de São Paulo. “Este tipo de guerras culturales está ocurriendo en todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos, aunque aquí tienen colores propios. Se aprovecharon los canales de comunicación organizados durante las movilizaciones por la destitución de Rousseff. Surfeando esa ola, se ha creado un nuevo movimiento conservador con un discurso antisistema y muy oportunista, porque que ni ellos mismos creen muchas cosas de las que dicen. Pero es extremadamente preocupante. Tengo 43 años y jamás había vivido algo así”. En este clima, los brasileños serán llamados a las urnas dentro de apenas unas semanas para elegir nuevo presidente. “Y me temo”, dice Ortellado, “una campaña violenta en un país superpolarizado”. El atentado de estos días contra Jair Bolsonaro le ha dado la razón.
Nadie más expeditivo que la víctima al hablar de los artistas: “Merecen ser fusilados”. Fusilar es una actividad que excita a este exmilitar, diputado y candidato a la presidencia, quien ya lamentó que el expresidente Cardoso no fuese ejecutado cuando era opositor a la dictadura que gobernó el país entre 1964 y 1985. El año pasado, Bolsonaro dedicó su voto a favor de la destitución de Rousseff a uno de los mayores torturadores de la dictadura. Y hace poco posó orgulloso con una camiseta que tenía estampado: “Derechos humanos, estiércol de la escoria social”. Este individuo tiene en las encuestas una intención de voto del 20%, solo por detrás del expresidente Lula da Silva. Los estudios del mayor instituto privado de demoscopia, Datafolha, revelan que el 60% de sus apoyos son jóvenes de menos de 34 años. El fenómeno Bolsonaro, explica Mauro Paulino, director de Datafolha, “se alimenta del miedo que se ha apoderado de la sociedad brasileña”. Un 60% de la población confiesa que vive en un territorio controlado por alguna facción criminal. Cada año son asesinados 60.000 brasileños. Y los partidarios de la venta libre de armas han crecido del 30% al 43% desde 2013. Pero fuera de la cuestión de la seguridad, y pese al ruido cada vez mayor de los grupos ultraconservadores, tampoco hay datos para afirmar que la mayoría del país haya derivado hacia posiciones reaccionarias. De hecho, en los últimos cuatro años, los defensores de los derechos de los homosexuales han pasado del 67% al 74%.
El político acuchillado era trasladado a volandas por su ‘cuadrilla’ evocaba el poema de Federico García Lorca, ‘A las cinco de la tarde’
¿Ganará quien orgullosamente se autodenomina el Donald Trump de Brasil, convaleciente en un hospital tras ser apuñalado ante miles de personas, este pasado jueves, que le aupaban y vitoreaban como a un torero a la salida de una Plaza de Toros, tras una tarde triunfal, que comenzó a las cinco de la tarde? Federico García Lorca, nacido y asesinado en Granada, en su Andalucía, poeta, dramaturgo y prosista español, adscrito a la generación del 27, fue el autor de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Murió fusilado tras el golpe de Estado que dio origen a la Guerra Civil Española un mes después de iniciada por el general Francisco Franco, el 18 de julio de 1936. Dejó escritos poemas como éste que me evocaban las imágenes de los videos que colapsaron las redes sociales tras el apuñalamiento de Jair Bolsonaro y su traslado a volandas entre la multitud hacia el hospital malherido tras la ‘cornada’ dada por el ‘morlaco’ Adélio Bispo de Oliveiro… “A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde. Ya luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Y un muslo con un asta desolada a las cinco de la tarde. Comenzaron los sones de bordón a las cinco de la tarde. Las campanas de arsénico y el humo a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. ¡Y el toro solo corazón arriba! a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando a las cinco de la tarde, cuando la plaza se cubrió de yodo a las cinco de la tarde, la muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. Un ataúd con ruedas es la cama a las cinco de la tarde. Huesos y flautas suenan en su oído a las cinco de la tarde. El toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde. El cuarto se irisaba de agonía a las cinco de la tarde. A lo lejos ya viene la gangrena a las cinco de la tarde. Trompa de lirio por las verdes ingles a las cinco de la tarde. Las heridas quemaban como soles a las cinco de la tarde, y el gentío rompía las ventanas a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. ¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!”.
Ignacio Sánchez Mejías entró en la leyenda y Federico García Lorca lo convirtió en un semidiós: “Aire de Roma andaluza”, cantó el poeta
‘Eran las cinco de la tarde…’, escribió Federico García Lorca en su ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, un torero sin parigual en el sentir del poeta, pues “no hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada ni corazón tan de veras…”. Así escribió con el alma Federico García Lorca, tras la muerte trágica de su amigo entrañable. Los versos han mantenido el recuerdo del torero predestinado, herido en la plaza de toros de Manzanares, Ciudad Real, un 13 de agosto de 1934, hace 84 años, y le han fabulado una biografía no siempre acorde con la realidad. Para empezar, no eran las cinco de la tarde; quizá las seis y pico. Ni era el manejo de la espada, precisamente, una suerte que dominara Sánchez Mejías. Su corazón, en cambio, debía ser “muy de veras”, pues frente al toro mostraba un sobrecogedor desprecio del peligro y fuera de los ruedos se desbordaba en generosidad y afecto con sus amigos, entre quienes ejercía una auténtica fascinación. “Su preferencia fueron siempre los intelectuales, acaso el primero de todos Rafael Alberti, y luego Bergamín, Salinas, Altotaguirre, Alexandre, Cernuda, Guillén, Dámaso Alonso y, naturalmente, Federico…”, como escribiera el santanderino Joaquín Vidal, el gran renovador de la crítica taurina.
Sin embargo, no parece que Sánchez Mejías tuviera una juventud demasiado unida a las letras. Hijo de un médico acomodado de Sevilla -donde nació en 1891- emprendió los estudios de Bachillerato pero no los terminó. Ya desde muy joven sintió la llamada del toreo, participó en, capeas, y apenas cumplidos los 18 años se embarcó de polizón rumbo a Nueva York, iniciando así una vida aventurera. Estuvo en México, regresó a España, actuó de novillero y formó parte de diversas cuadrillas en calidad de subalterno, una de ellas la de José Gómez Gallito, llamado ‘Joselito’, el torero más importante de la historia de la tauromaquia, con cuya hermana se casó. Tenía ya 28 años Sánchez Mejías cuando su cuñado le dio la alternativa en Barcelona, cediéndole el toro Buñoler. Toreó mucho Sánchez Mejías a partir de entonces, y los aficionados lo atribuían no tanto a su arte como a las influencias de ‘Joselito’, que mandaba en el toreo. Seguramente también aquí habría mucho de exageración, ya que ‘Joselito’ murió trágicamente en Talavera al año siguiente y Sánchez Mejías continuó en los ruedos, ganándose los contratos mediante aquellos alardes de valor desmedido que sobrecogían el ánimo.
Al parecer -y según él mismo comentaba- no sentía sensación de peligro, pues consideraba a los toros unos infelices animales que no pretendían hacer ningún daño. De ahí que el toreo de Sánchez Mejías lo caracterizara una aparente despreocupación por la lidia, si bien otros atribuían ese raro estoicismo a su escasa vocación torera. El año 1927 dejó la profesión y se dedicó a una intensa actividad literaria que fructificó en tres piezas dramáticas: ‘Sinrazón’, ‘Zaya’ y ‘Ni más ni menos’. También escribió ensayos, dictó conferencias y colaboró en la génesis de la Generación del 27, a varios de cuyos miembros costeó el viaje a Sevilla para que celebraran en el Ateneo hispalense la histórica sesión del tercer centenario de Góngora. Participó en la tertulia del Café Lyón, donde nació Cruz y Raya, “revista de afirmación y negación”, que dirigió José Bergamín. El destino ya había trazado una macabra pirueta sobre esta publicación señera: andando el tiempo daría acogida al ‘Llanto’, de Federico, y al ‘Verte y no verte’, de Alberti, que elevarían la figura del torero y literato a la categoría de romance. El año 1934 volvía a los ruedos Ignacio Sánchez Mejías. Toreó cuatro tardes, al parecer falto de ilusión, desmejorado y cansadizo, y la quinta la dispuso también el destino. El 11 de agosto estaba anunciado en Manzanares Domingo Ortega pero, lesionado en un accidente de automóvil, le sustituyó Sánchez Mejías, quien alternaría en la lidia de toros de Ayala con Armillita, Corrochano y el rejoneador Simao da Veiga. Sánchez Mejías inició su faena de muleta al primer toro de lidia ordinaria, de nombre ‘Granadino’, con los pases de su especialidad, sentado en el estribo. Al dar el segundo, el toro le corneó la ingle y lo volteó de mala manera. Aunque la herida era profunda y grave, el diestro no permitió intervenir a los médicos, pues quería que lo operaran en Madrid. Ingresado de madrugada en un sanatorio, empeoró alarmantemente, Pepe Bienvenida donó su sangre para una transfusión que no pudo reanimarle, se presentó la gangrena gaseosa, y a primeras horas de la mañana del lunes 13 de agosto irrumpía la muerte. Ignacio Sánchez Mejías entró en la leyenda y Federico García Lorca lo convirtió en un semidiós: “Aire de Roma andaluza” cantó el poeta, “le doraba la cabeza, donde su risa era un nardo, de sal y de inteligencia”.
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