Entre la desmorenización, la popularización y la marginación de las propuestas políticas y representativas

Signos

Por Salvador Montenegro Carrera

Sí, la popularidad no es valor. Y las candidaturas representativas de la voluntad popular no se cifran en el conocimiento popular de las virtudes de los liderazgos que las asumen. Porque el sistema electoral es un mamotreto plagado de ocurrencias y despropósitos constitucionales e institucionales, y el de partidos no ha dejado de ser un sorteo de influyentismos y condicionamientos de grupos cupulares. Y entre uno y otro y con contadas excepciones menudean los golfos de la política medrando con un entramado de autoridades y disposiciones arbitrales anodinas y poco inteligibles para el electorado masivo, donde la cualidad de la oferta y del liderazgo a elegir se diluyen en la mera noción primaria de su imagen pública o proselitista y en la máxima meritoria y equitativa de que, lo prefiera o no, el votante tiene que sufragar, si quiere ejercer su libre derecho a hacerlo, por una hembra o por un macho, según le toque -por la ley de la representación cuantitativa y biológica de la justicia de género, a cumplir por paridad de número- en su demarcación. Lo de menos es el vigor moral, conceptual y alternativo del perfil propuesto. La rigidez de la norma promueve lo eventual y desaira el contenido. Se favorece el escándalo de la querella insignificante y dolosa y se silencian la palabra justa y la presencia necesaria desde juicios y sentencias retóricos de la autoridad plagados de necedades y formalismos subjetivos. Discurre el brete adjetivo. Se ahogan el ser crítico y el discernimiento letrado. Aparecen aquí y allá las nuevas figuras regionales. Pero con ellas, de un lado y otro del espectro competitivo, en el horizonte no se identifica lo mejor frente a lo peor. Mandan el narcisismo, el postureo mediático, la frivolidad y el carnaval demagogo de la simulación. Hacia el morenismo presidencial y sus aliados verdes huyen los opositores oportunistas con el canto fervoroso de la transformación militante contra el conservadurismo que dejan y la cochambre de la corrupción que a ellos, más que a nadie, los delata a leguas. Del otro lado ven en esa contaminación de los tránsfugas un futuro con rostro propio, de pasado. Los procesos y los nominados regionales del cambio se legitiman en el discurso presidencial anticorrupción mientras ensucian el sendero que pisan.

¿Se advierten figuras y programas locales que realicen el progreso y el bienestar y la seguridad que promete desde su estrado y sus obras y su dinamismo federales el Presidente López Obrador? ¿Se vislumbran reformas estructurales propias, ofertas fiscales, iniciativas de saneamiento presupuestario y financiamiento autogestivo de Estados y Municipios; fundamentos para el ordenamiento urbano y ambiental, adelantos para acabar con las arbitrariedades de la industria municipal de los usos de suelo y el negocio inmobiliario de munícipes y Gobernadores, y compromisos concretos de superación policial, ministerial y jurisdiccional que enlacen soluciones reales con la Federación para terminar con el cáncer superior de la narcoviolencia y la inseguridad y contra ese fracaso esencial del morenismo y el liderazgo presidenciales? ¿Hay certezas locales propias de superación más allá de los proyectos y las proclamas nacionales del jefe máximo de la llamada ‘Cuarta transformación’? ¿Ha mejorado el perfil de las entidades y las municipalidades donde han ganado las elecciones los representantes populares de esa llamada ‘4t’? ¿O en todos los ámbitos locales no quedarán ni los ecos de los empeños y los pronunciamientos y las convocatorias incansables de ese liderazgo contra la inmoralidad, la rapacidad, la impunidad y la incompetencia representativa y gobernante?

¿Hay en las entidades una opinión pública local mejor orientada por un oficio informativo y editorial y por una comunicación social, en general, más critica e independiente y menos sometida al poder político y más libre que en los días de los condicionamientos de los condicionamientos de los corruptos grupos mediáticos del pasado autoritario? ¿Hay mejores liderazgos y más y mejores obras sociales de su autoría, menos infiltración del ‘narco’ en el poder político e institucional, menos narcoalianzas de los gobernantes, menos intereses del crimen organizado imponiéndose en los procesos y las decisiones electorales?

Andrés Manuel, como se sabe, ha tenido miedo de enfrentar a las manadas de sicarios con la poderosa fuerza federal de la tropa porque no tiene de su lado el complemento indispensable del poder jurisdiccional republicano ni la integridad de las autoridades políticas y policiales locales para cumplir con la encomienda de su mandato. Y no hay esperanza de que esa perspectiva cambie. Y menos cuando se advierte que no habrá un poder nacional ni cercano a la estatura popular e influyente del suyo. Y mucho menos viendo tan de cerca los perfiles que forman la alternativa de la representación popular en entidades dominadas a cabalidad por la mafia del Partido Verde. 

SM

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