Joe Biden llega a sus primeros 100 días con políticas económicas tildadas de revolucionarias y más de 200 millones de vacunas administradas

El bestiario

El presidente demócrata norteamericano, quien derrotó en las urnas al republicano Donald Trump, podría estar enterrando definitivamente el neoliberalismo y redefiniendo el Consenso de Washington, justamente ahora que quien acuñó el término, John Williamson, acaba de morir. ‘¿Estamos antes unos Estados Unidos más europeos, ¿y debería la Unión Europea (UE) volverse ahora un poco más norteamericana?’, se preguntan Miguel Otero-Iglesias, y Deferico Steinberg, investigadores del Real Instituto Elcano de Madrid, capital de España. “Sin embargo, lo que está proponiendo la Administración Biden (aumentar el gasto público, mejorar las infraestructuras y reducir la desigualdad y precariedad, y financiarlo con mayores impuestos progresivos, tanto en casa como fuera) puede que se inspire en el New Deal de los años 30 de Franklin D. Roosevelt, pero en la realidad no es más que un intento de acercar la economía estadounidense a los principios básicos del modelo europeo de economía social de mercado. Es decir, aumentar el papel del Estado en la economía para intentar generar un nuevo contrato social para la era de la digitalización. Mucho de lo que ahora es consenso en el Partido Demócrata norteamericano lo lleva practicando la UE, o la mayoría de sus Estados, desde hace tiempo, y justamente era Washington quien se oponía”.

Para entender a este Biden tan europeo resulta útil analizar su programa sobre cinco planos diferentes: (1) el teórico-analítico; (2) el material; (3) el ideacional; (4) el de las políticas económicas; y (5) el de la geopolítica. Después de llevar a cabo esta deconstrucción, y de explorar el impacto que podría tener en forjar un nuevo consenso en política económica a nivel internacional que ponga fin a la era de la híper-globalización –y que consideramos saludable porque hay que cerrar las fracturas sociales que ésta ha generado– veremos por qué a esta Europa con un Estado del bienestar más desarrollado (y que, por supuesto, hay que mejorar), también le interesaría volverse “más norteamericana” en algunas de sus políticas públicas. Pero empecemos por entender qué está pasando. Aunque puede que no sea evidente, el Estado y el mercado son complementarios e interdependientes. El mercado no puede funcionar sin sustrato institucional y el Estado necesita al sistema de mercado para generar innovación y riqueza, como bien ha entendido China al abrazar el capitalismo.

Aun así, desde hace siglos, el equilibrio entre Estado y mercado, en forma de más o menos regulación, impuestos o redistribución, ha ido variando. En los últimos 150 años hemos tenido el capitalismo “salvaje” a finales del siglo XIX; más Estado con el Keynesianismo, el New Deal y el “ordoliberalismo” alemán, que sentaron las bases de la economía social de mercado en Europa después de la Segunda Guerra mundial; y la revolución neoliberal capitaneada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher (“el Estado es el problema, el mercado es la solución”) a partir de los años 80 del siglo pasado, reforzada además como ideología hegemónica tras la caída del bloque soviético.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

Todas estas grandes transformaciones han tenido su traslación al ámbito de la economía internacional: patrón oro y libre comercio bajo hegemonía británica; pacto de Bretton Woods con límites a la movilidad de capital para dar autonomía a la política económica doméstica y redistribuir mejor; e híper-globalización con elevado componente financiero tras el colapso del bloque soviético. Pero, como explicó Karl Polanyi en 1944 en ‘La gran transformación’, cuando el mercado se desancla del sistema social en el que opera, la obsesión por mantener el equilibrio externo de la economía (baja inflación y equilibrio presupuestario y en la balanza de pagos) hace que se desoigan las demandas ciudadanas y la desigualdad llega a tal extremo que el modelo queda deslegitimado y aparecen fuerzas políticas internas que llevan a un ajuste, que puede ser pacífico o violento, pero que es inevitable. Es lo que se conoce como el “doble movimiento” o “efecto péndulo” que hace que una época de laissez faire y desregulación venga seguida por otra de mayor intervención y participación pública. Como indica la literatura de ‘Variedades de Capitalismo’, esa participación del Estado (aunque menguante) fue siempre mayor en la UE (tanto en el capitalismo nórdico y como en el renano, como en el mediterráneo), y ahora EE UU vuelve a esa senda.

Aterrizar esta visión teórica en la realidad implica entender cómo las condiciones materiales de partes importantes de la población en los países avanzados han ido empeorando, especialmente desde la crisis financiera global de 2008 y las políticas de austeridad que la siguieron, a las que se añaden ahora las consecuencias económicas del covid-19. No debemos confundirnos. Las últimas décadas han generado un enorme crecimiento y han sido muy positivas para muchos países emergentes (gracias, entre otros factores, a un mejor equilibrio entre Estado y mercado, principalmente en Asia Oriental), pero su reparto ha sido extremadamente desigual. Y ese aumento de la desigualdad y, sobre todo, la reducción en la movilidad social y en la igualdad de oportunidades en los países ricos, provocada en parte por la precariedad laboral, se ha combinado con la frustración que ha generado el “declive de Occidente” y la vuelta a los debates identitarios y nativistas a la política nacional, generando las bases para que la ciudadanía reclame un Estado más protector. Ya lo hizo desde la Gran Recesión (2008-2010), pero ahora con el covid-19, tanto la recuperación en “K” (con ganadores y perdedores) como la necesidad de protección (sanitaria y económica), llevan inevitablemente a un mayor papel del Estado. Las condiciones materiales así lo requieren. También en Europa.

El FMI, otrora considerado el bastión del pensamiento neoliberal, acaba de proponer que se suban los impuestos a las clases altas

Pero, como señalaba Keynes al final de su ‘Teoría general’, las ideas, los marcos mentales en los que se desenvuelve la política, son cruciales para cambiar la realidad: definen lo posible y aceptable y van mutando. Y siempre hay alguien (habitualmente un académico), que sobre condiciones materiales cambiantes elabora las bases de esas ideas “revolucionarias” que luego sustentan las políticas económicas de cambio y les dan legitimidad. Así como Robert Lucas y Milton Friedman sentaron las bases ideacionales de la revolución conservadora, en esta ocasión autores como Piketty y Zucman (por cierto, los dos franceses) y, ya antes, Rodrik, Stiglitz y Krugman pusieron los problemas económicos que genera la desigualdad o la evasión fiscal en el centro del debate público y, lo que es más importante, lo articularon desde modelos formales dentro de la “profesión económica”, y no desde la radicalidad anti-sistema. Asimismo, las contribuciones de Nick Stern y William Nordhaus contribuyeron a poner el problema del cambio climático –y sus posibles soluciones– en la agenda de investigación económica.Y poco a poco, en gran parte gracias a la labor de divulgación de las ideas económicas entre las elites globales que han llevado a cabo periodistas como Martin Wolf y Martin Sandbu del Financial Times, organizaciones como el FMI, la OCDE y la UE han ido integrándolas. Como resultado, lo que era radical hace 20 años (impuestos ambientales, tasa sobre transacciones financieras, un impuesto de sociedades mínimo global y, en general, hablar del peligro de que la fractura social que genera la desigualdad socave los cimientos de la democracia), son ahora políticas perfectamente aceptadas. El FMI, por ejemplo, otrora considerado el bastión del pensamiento neoliberal, acaba de proponer que se suban los impuestos a las clases altas.

Y eso nos lleva a lo que efectivamente ha logrado Biden en estos primeros 100 días y el impacto que su programa de gobierno podría tener sobre la economía política internacional. El presidente, consciente de que más de 70 millones de estadounidenses votaron a Donald Trump, parece convencido de que debe cerrar las brechas internas de la economía y la sociedad americana. Brechas que son mayores que en Europa porque en el Viejo Continente todavía hay unos Estados del bienestar más amplios y unos estabilizadores automáticos que amortiguan el impacto de las crisis (sobre todo en el norte del continente). El eslogan de Biden, “Reconstruir mejor” (Build Back Better), refleja el anhelo de refundar el contrato social, cuya ruptura ha polarizado al país, y que de lograr restituirse volvería a la sociedad norteamericana más europea (ese es, sin duda, el deseo de muchos intelectuales vinculados al Partido Demócrata): tener unos EE UU con menos desigualdad, mayor presión fiscal, más apoyo a los “perdedores” de la globalización y el cambio tecnológico, mejores infraestructuras y un sistema sanitario y educativo que aumente la igualdad de oportunidades y reactive el ascensor social. Justamente, ese modelo de economía social de mercado también se tiene que reformar en Europa para adaptarlo al siglo XXI.

UE y EE UU promoverán el modelo socioeconómico de las democracias liberales ante los sistemas autoritarios ruso y chino

Finalmente, esa transformación interna también es necesaria para poder competir con China a nivel geopolítico. Biden es consciente de que para poder seguir defendiendo y promoviendo el modelo socioeconómico de las democracias liberales frente a sistemas más autoritarios como el ruso o el chino, no es suficiente con que EE UU vuelva a liderar iniciativas globales. La vuelta al Acuerdo de París sobre Cambio Climático, la reactivación del G20, la ampliación de los derechos especiales de giro del FMI (650,000 millones de dólares para dar liquidez a los países en desarrollo), la cooperación en la OCDE para una mayor fiscalidad de las empresas o el intento de desbloqueo parcial de la OMC con el nombramiento de la nueva directora general (la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala) son importantes, pero los mayores esfuerzos deben centrarse en mejorar el nivel de vida del ciudadano medio norteamericano. Y Biden piensa que sólo puede conseguirlo “calentando la economía” (aún a riesgo de que aparezca la inflación) para superar los problemas sociales y económicos del país, y así ganarse a parte de los votantes republicanos y mantener la popularidad tras las mid-term elections de dentro de dos años. Si no lo logra, no podrá aprobar leyes transformadoras, como ya le pasara a Obama cuando los demócratas perdieron la mayoría.

Si eso significa adoptar aspectos del modelo europeo en Norteamérica, quizá en Europa haya que adaptar ese mismo modelo para la nueva era de competición entre grandes potencias. La insistencia que hay en Europa por reformar y no sólo gastar, y cuando se gasta, gastar de forma eficiente, hay que mantenerla. El Build Back Better implica usar los recursos públicos lo mejor posible y crear mecanismos de control. Pero para ello se necesita mejorar las condiciones pre-distributivas y hacer efectiva una mayor igualdad de oportunidades, y eso a veces requiere de menos y no de más regulación (por ejemplo, en facilitar la creación y consolidación de empresas). Redistribuir más y mejor, pero con una administración más ágil y menos burocrática. Y desarrollar una política industrial para la revolución digital, lo que requiere de una mayor colaboración público-privada, así como de proyectos transfronterizos que pueden apoyarse en los fondos Next Generation EU (ahí Europa tiene mucho que aprender de los programas de innovación estadounidenses como el DARPA). En definitiva, quizá en estos ámbitos, Europa tiene que hacerse más norteamericana, y así impulsar su propio doble movimiento. Teniendo la segunda divisa más importante del mundo, el no hacerlo sería un error histórico.

Sus ambiciosos planes, si se aprueban, podrían convertirá a Biden en una figura transformadora en la historia de Estados Unidos

Después de cuatro décadas de buscar el cargo más alto de la nación, Joe Biden asumió la presidencia mientras una pandemia mortal y una crisis económica le impedían hacer cualquiera de las partes del trabajo que típicamente podrían considerarse entre sus ventajas. No puede pasar revista a las tropas, estrechar la mano a lo largo de una fila o ser anfitrión de una cena de Estado para un líder extranjero visitante. Pero este pasado  miércoles por la noche, Biden participó por fin en un ritual santificado de la presidencia de Estados Unidos: dirigirse a una sesión conjunta del Congreso. “El discurso en sí tuvo un tono esperanzador y fue ambicioso en cuanto al alcance de las propuestas de Biden…”, escribe en una columna en el The New York Times Annie Karni, corresponsal de la Casa Blanca. “Estados Unidos está en marcha de nuevo”, dijo el presidente, reconociendo que asumió el cargo en medio de la peor pandemia en un siglo, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y lo que llamó el “peor ataque a nuestra democracia desde la Guerra Civil”. El discurso de Biden no se pareció a los discursos anuales del pasado, con más sillas cafés visibles en la audiencia que rostros cubiertos con mascarillas. Pero la imagen más llamativa de la noche no tuvo nada que ver con las precauciones contra el coronavirus. Por primera vez en la historia, dos mujeres se sentaron en el estrado detrás del podio presidencial. La vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, en dos puestos destacados, fueron un recordatorio de las grietas en el techo de cristal político y de la cara cambiante del Partido Demócrata. “Señora presidenta de la Cámara. Señora vicepresidenta”, dijo Biden. “Ningún presidente ha dicho nunca esas palabras desde este podio, y ya era hora”. Más tarde, mientras hablaba de la igualdad salarial y de oportunidades para las mujeres, improvisó un segundo reconocimiento a la impactante escena que había detrás de él. Ha “pasado demasiado tiempo”, dijo sobre llegar a la igualdad salarial. “Y si se lo preguntan, miren detrás de mí”.

Como candidato, Biden se lanzó como un “candidato de transición” que estaba en una posición única para unir a Estados Unidos y vencer a Donald Trump, pero que en última instancia quería servir de puente para la próxima generación de líderes demócratas. En su discurso del miércoles, 28 de abril del 2021, Biden dejó claro que aspiraba a ser algo más que un punto en los libros de historia cuyo mayor logro fue desbancar a su predecesor y esbozó propuestas para ampliar la licencia familiar, el cuidado infantil, el cuidado de la salud, la educación preescolar y la universitaria para millones de personas. Sus ambiciosos planes, si se aprueban, podrían convertirlo en una figura transformadora en la historia de Estados Unidos.

“El Plan de Empleo Estadounidense supondrá el mayor incremento en investigación y desarrollo no relacionado con la defensa”

Calificó su plan de infraestructuras de dos billones de dólares como una “inversión única en una generación en Estados Unidos”, al señalar que era el mayor plan de empleo desde la Segunda Guerra Mundial, y dijo que, aunque daba la bienvenida a las ideas republicanas, “no hacer nada no es una opción”. “El Plan de Empleo Estadounidense supondrá el mayor incremento en investigación y desarrollo no relacionado con la defensa que se haya registrado”, dijo. Los asesores de Biden suelen decir que su presidencia se levantará o caerá en función del número de vacunas en los brazos y de los cheques de ayuda que aparezcan en las cuentas bancarias. El miércoles por la noche, Biden indicó que creía que estaba ganando en la marca que probablemente más importaba a los estadounidenses que lo veían desde sus casas. Presumió de haber superado su objetivo de 100 millones de vacunas en sus primeros 100 días. “Habremos proporcionado más de 220 millones de vacunas para la COVID en 100 días”, dijo Biden, y señaló que casi el 70 por ciento de las personas mayores estaban ahora totalmente protegidas contra el virus, frente a solo el uno por ciento que estaban vacunadas cuando tomó posesión. Incluso con los avances de su gobierno en la distribución de la vacuna, un gran porcentaje de estadounidenses duda en vacunarse. Si se tarda demasiado en alcanzar la “inmunidad de grupo”, el punto en el que la propagación del virus se ralentiza, podrían surgir nuevas y preocupantes variantes que evadan la vacuna y frenen los progresos realizados hasta ahora.

Biden no mencionó el miércoles por la noche esos retos que se avecinan. En su lugar, se centró en estadísticas más optimistas. “Hoy en día, el 90 por ciento de los estadounidenses viven a menos de ocho kilómetros de un centro de vacunación”, dijo, y señaló que todos los mayores de 16 años son ahora elegibles para una vacuna. “Las muertes de personas mayores por covid-19 han bajado un 80 por ciento desde enero”, dijo. “Han bajado un 80 por ciento. Y más de la mitad de los adultos de Estados Unidos se han vacunado al menos una vez”. En su discurso ante el Congreso, Biden se centró en estadísticas más optimistas al hablar del progreso del país en la lucha contra la pandemia. El senador Ted Cruz, republicano por Texas, pareció dormir durante parte del discurso de Biden. Pero se despertó para aplaudir cuando el presidente se refirió a su decisión de poner fin a la guerra en Afganistán. El senador Mitt Romney, republicano por Utah, aplaudió cuando Biden dijo que “la energía limpia creará empleos para Estados Unidos”. Al salir de la Cámara de Representantes, Biden charló largo y tendido con el senador Rob Portman, republicano por Ohio.

El presidente demócrata seguirá con gasto por valor de 6 billones de dólares, aunque no reciba ni un solo voto de apoyo republicano

Estos fueron algunos de los escasos guiños al bipartidismo en una noche en la que republicanos y demócratas siguieron hablando sin escucharse unos a los otros, dirigiéndose a realidades y públicos diferentes. Ninguno de los republicanos presentes en la sala aplaudió el objetivo declarado por Biden de ayudar a reducir la pobreza infantil a la mitad este año. Y hubo poca reacción a la promesa del presidente de que “el dinero de los impuestos de los estadounidenses se va a utilizar para comprar productos estadounidenses hechos en Estados Unidos que creen puestos de trabajo estadounidenses”, aunque parecía canalizar la visión económica del presidente Donald Trump de “comprar estadounidense”. Biden dejó claro que seguirá adelante con los planes de gasto por valor de 6 billones de dólares que ha puesto en marcha, aunque no reciba ni un solo voto de apoyo republicano en el Congreso.

En su refutación, el senador Tim Scott, republicano por Carolina del Sur, trató de pintar a Biden como un líder divisivo. “Un presidente que prometió unirnos no debería impulsar agendas que nos separan”, dijo, y calificó el plan de infraestructuras de “lista de deseos liberales” que incluía “las mayores subidas de impuestos que matan el empleo de una generación”. En respuesta a la promesa de Biden de “erradicar el racismo sistemático”, Scott, el único republicano negro del Senado, afirmó que “Estados Unidos no es una nación racista”. Biden dijo que estaba abierto a escuchar las ideas de los republicanos. Pero indicó que no esperaría eternamente. “Aplaudo al grupo de senadores republicanos que acaba de presentar su propuesta”, dijo sobre una propuesta de infraestructuras. “Aceptamos las ideas. Pero el resto del mundo no nos está esperando. No hacer nada no es una opción”.

Este viernes, 30 de abril se cumplen los ‘100 Días’, juzgar su desempeño, una tradición que se remonta a Franklin Roosevelt en 1933

Juzgar el desempeño de un presidente después de 100 días en el cargo es una tradición política estadounidense que, según los historiadores, comenzó con el primer mandato de Franklin Roosevelt en 1933, cuando se embarcó en un rápido despliegue de medidas para contrarrestar la Gran Depresión. La principal promesa del covid-19 de Biden fueron 100 millones de vacunas en los brazos de los estadounidenses en sus primeros 100 días en el cargo. Se han distribuido 290 millones de vacunas, se han administrado más de 230 millones y alrededor de 96 millones de estadounidenses están completamente vacunados, el 29% de la población. La campaña de vacunación de Biden se basó en los esfuerzos iniciados bajo el presidente Donald Trump para fabricar y distribuir las inyecciones, pero sumó sitios de vacunación masiva y fortaleció los esfuerzos de distribución. Estados Unidos ha vacunado ahora a más personas que cualquier otro país, aunque la pandemia ha causado la muerte de 572,000 personas, más que cualquier otro país. Más de 3,000 personas morían por día cuando Biden asumió el cargo. Ahora esa cifra está por debajo de 700 por día. Los próximos 100 días de Joe Biden lo obligarán a enfrentar la duda ante las vacunas entre millones de estadounidenses y un aumento en las variantes del virus.

Biden dedicó gran parte de sus primeras semanas en el cargo a aprobar un proyecto de ley de estímulo de 1.9 billones de dólares para limitar las consecuencias económicas de la pandemia. El Plan de Rescate Estadounidense cumplió con la promesa económica clave que Biden hizo en la campaña electoral: cheques para los estadounidenses. Ayudado por el plan de estímulo para familias y empresas y también por el despliegue constante de vacunas, se espera que el crecimiento económico supere el 7% este año, el más rápido desde 1984. Seguiría a una contracción del 3.5% el año pasado, el peor desempeño en 74 años. En marzo se agregaron casi 1 millón de puestos de trabajo, frente a los 379,000 de febrero. Se espera que la mejora continúe a medida que se reanude el comercio normal y las personas se sientan cómodas nuevamente cenando en restaurantes y otros servicios en persona.

Sanciones a Rusia ante interferencia de Moscú en las elecciones de 2020, y tildó al presidente Vladimir Putin como un “asesino”

Joe Biden ha demostrado ser inesperadamente duro en política exterior con respecto a los principales rivales de Estados Unidos. Ha impuesto sanciones a Rusia en respuesta a la interferencia de Moscú en las elecciones de 2020 y a un ciberataque masivo atribuido a Rusia, y se refirió al presidente ruso Vladimir Putin como un “asesino”. Biden mantuvo las sanciones de la era Trump a Irán y se negó a levantarlas como condición para involucrar a Teherán en las negociaciones directas sobre su programa nuclear. También conservó los aranceles comerciales de Trump sobre China, permitió que diplomáticos estadounidenses visitaran Taiwán y aumentó la presión sobre el gigante asiático por su trato a los uigures en la provincia de Xinjiang y su represión contra los activistas por la democracia en Hong Kong. Esas posiciones políticas han demostrado que la amenaza que representa Pekín ahora se ve en gran medida como un problema para ambos partidos en Estados Unidos. Biden también dejó a un lado las preocupaciones sobre la reacción de Turquía, aliado de la OTAN, cuando reconoció formalmente que la masacre de armenios en 1915 en el Imperio Otomano fue un genocidio.

Biden actuó rápidamente para revertir algunas de las políticas de inmigración de línea dura de Trump, pero ha tenido problemas para lidiar con un fuerte aumento en la llegada de migrantes a la frontera entre Estados Unidos y México, incluidas decenas de miles de familias y niños no acompañados. Detuvo la mayor parte de la construcción del muro fronterizo de Trump y revirtió la prohibición de viajar a 13 países africanos y de mayoría musulmana por orden ejecutiva poco después de asumir el cargo. Biden dejó en vigor una política por covid-19 de la era Trump que bloquea el acceso al asilo para muchos que llegan a la frontera, diciendo que es necesario por razones de salud. A los defensores de los inmigrantes les preocupa que solicitantes de asilo legítimos sean rechazados. Biden también se comprometió a aumentar la cantidad de refugiados permitidos en Estados Unidos, pero luego retrocedió y se apegó al techo históricamente bajo de Trump para este año.

Prohibición de las armas de asalto de estilo militar y los cargadores de municiones de gran capacidad, su aprobación al Congreso

Los tiroteos masivos en Estados Unidos, que se desaceleraron durante los confinamientos por coronavirus, aumentaron nuevamente en 2021, a 163 eventos de este tipo este año, al 26 de abril, en comparación con 94 durante el mismo período del año anterior, según el Archivo de Violencia con Armas. El aumento muestra cuán poco poder inmediato tiene Biden como presidente para cambiar la cultura permisiva de armas de fuego del país, aunque realizó actos de campaña con víctimas de violencia armada en las que prometió que tomaría acciones. Joe Biden ha pedido amplios cambios legales, incluida la prohibición de las armas de asalto de estilo militar y los cargadores de municiones de gran capacidad, pero tales medidas deberían aprobarse en el Congreso.

Biden avanzó rápidamente para que Estados Unidos se reincorporara al Acuerdo de París del 2015 para abordar el cambio climático y reclutó un enfoque de “todo el gobierno” para cumplir una promesa de campaña de descarbonizar la economía de Estados Unidos para 2050. En respuesta a las advertencias cada vez más graves sobre la amenaza del cambio climático y la presión de una nueva generación de activistas, las acciones de su administración van más allá de las ambiciones del presidente Barack Obama. La semana pasada, reveló una meta de reducir las emisiones a la mitad desde los niveles del 2005, casi duplicando la meta establecida por su exjefe. Para ayudar a lograr ese objetivo, Biden ha presentado un plan de infraestructura de 2 billones de dólares que incluye miles de millones en inversiones en vehículos eléctricos y energía limpia que, según él, creará millones de empleos bien remunerados.

Después de Donald Trump, más estadounidenses han aprobado el estilo convencional más serio de Joe Biden en sus primeros 100 días en el cargo. Las encuestas muestran que más de la mitad de los estadounidenses aprueban el trabajo que está haciendo hasta ahora, incluidos algunos votantes republicanos. “Habla de una manera tan empática y discreta que es imposible objetar”, dijo el historiador presidencial Doug Brinkley. “Ha sido muy tranquilizador y reconfortante en un momento de gran conflicto”. El hábito de Biden de recurrir a la tragedia personal para explicar la política y su falta de interés por el enfrentamiento en el terreno político ha obstaculizado los esfuerzos republicanos por socavarlo. “Biden es un presidente muy agradable”, dijo el especialista republicano Scott Reed. “Su enfoque de mando en el coronavirus está funcionando”.

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