La década del Covid-19 supondrá el final del Millennial Generation

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En mayo de 2016, el periodista Joel Stein publicó en su columna de la revista Time, titulada ‘El gobierno de los idiotas’, un breve extracto de la conversación que había mantenido con Mike Judge, productor de cine, guionista y director de la película ‘Idiocracy’, de 2006. “Yo no soy un profeta -declaraba Judge al ser preguntado por la aparente proximidad del futuro distópico que se plantea en la cinta-. Me equivoqué en cuatrocientos noventa años”. Stein cerraba la mención describiendo el asombro que le producía al cineasta el hecho de que, en apenas diez años desde su estreno, “el mundo se haya vuelto tan inquietantemente similar al representado en su film”. La idea de la que parte ‘Idiocracy’ es más interesante que su desarrollo argumental, el cual, como no podría ser de otra manera, es bastante simple… Los millenials son aquellas personas nacidas entre 1980-2000. Se les conoce con este nombre porque han crecido con el cambio de milenio.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

Un tipo normal y corriente es elegido para participar en un experimento de criogenización, algo sale mal y, en lugar de despertar un año más tarde, lo hace cinco siglos después. La premisa, sin embargo, es que durante ese periodo de tiempo la población mundial ha sufrido un proceso de involución intelectual debido al estancamiento de los mecanismos de selección natural. Los avances médicos, farmacéuticos y tecnológicos, unidos a la inexistencia de un depredador natural, han provocado que no sean solo los individuos mejor adaptados los que sobreviven —en un porcentaje mayoritario—, sino todos por igual. El problema es que los seres humanos más inteligentes se toman muy en serio su descendencia, reproduciéndose en menor número, mientras que los individuos menos capacitados tienen hijos alegremente y cada vez en mayor cantidad. Debido a que en el mundo actual no es necesario ser especialmente hábil para alimentarse o reproducirse, estos siguen transmitiendo sus variables genéticas a las siguientes generaciones, provocando un considerable descenso del cociente intelectual medio. Desde el punto de vista de la biología evolutiva no es una propuesta demasiado rigurosa, pero da el pego. La consecuencia principal —y en torno a la cual gira toda la película— es que el protagonista, nacido a finales del siglo XX, pasa de ser un tipo del montón a convertirse en el hombre más listo del mundo. Por una regla de tres tan básica como la que explica que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Tal es la diferencia con el resto de seres humanos que, en apenas unos días, es nombrado ministro del Interior y, poco después, presidente del Gobierno de los Estados Unidos. Y todo por haber encontrado la solución al grave problema de sequía que asolaba el país: regar los cultivos con agua y no con refrescos.

Puede parecer exagerado, pero ese es el nivel de las aptitudes deductivas de los seres humanos que se describe en ‘Idiocracy’. De acuerdo con la lógica interna de la película, que a nadie se le haya ocurrido probar a regar con agua no resulta inverosímil. Debemos tener en cuenta que, nada más despertar en el año 2505, el protagonista es llevado a juicio y, justo en el momento en que se declara inocente ante el juez, su propio abogado se levanta y lo increpa enérgicamente: “¡Pues eso no es lo que dice el otro abogado!”, le grita. Creo que la escena sintetiza a la perfección el escenario que se plantea en la película. Como decía antes, ese es el nivel. Lo realmente llamativo, no obstante, es que la película propone la hipótesis de un futuro antiutópico en el que todo el mundo es idiota, pero, al detenernos a analizar los supuestos que plantea, comprobamos que gran parte de ellos ya comienzan a darse en la actualidad. Mike Judge le comentaba a Joel Stein que se había equivocado en cuatrocientos noventa años porque algunas de sus predicciones para dentro de cinco siglos, por muy ridículas y caricaturescas que parezcan, habían comenzado a cumplirse tan solo una década después de ser formuladas. Lo que nos lleva a pensar que, en algunos aspectos, tal vez no vivamos en un mundo “inquietantemente similar al representado en la película”, sino exactamente en el mismo. Quizá ya estemos viviendo en ‘Idiocracy’.

Dwayne Elizondo Mountain Dew Herbert Camacho, es un populista radical al que no le importa sacar una metralleta durante un mitin

Las semejanzas son aterradoras. A Mike Judge se le ocurrió la idea central de la película en el año 2001, mientras contemplaba a un grupo de adultos que se enfrentaban por una posición en la cola de un parque de atracciones delante de sus hijos. Por aquel entonces, y durante el proceso de guionización y rodaje, terminado en 2005, Donald Trump no era más que un magnate grotesco con un imperio levantado sobre la especulación que vivía en una torre bautizada con su propio nombre. Como Biff Tannen en ‘Regreso al futuro II’. La posibilidad de que llegase a ocupar el despacho oval de la Casa Blanca ni siquiera era contemplada por los analistas más agoreros. Cuánto menos por Mike Judge. Sin embargo, el presidente de los Estados Unidos que el director y guionista prevé para 2505 en ‘Idiocracy’, llamado Dwayne Elizondo Mountain Dew Herbert Camacho, es un populista radical al que no le importa sacar una metralleta durante un mitin para motivar a sus votantes, que inunda sus discursos de ofensas y groserías y que aprovecha sus actos electorales para hacer publicidad de artículos comerciales que llevan su nombre. ¿Les recuerda a alguien?

Quién podría haber imaginado que, en tan solo once años desde el estreno de la película, el tal Camacho sería el presidente de los Estados Unidos. Con otro nombre y la piel de color naranja, pero Camacho, al fin y al cabo. Un tipo peligroso y narcisista que, además de ser estrella del porno, se dedica profesionalmente al wrestling. Lo cual constituye otra asombrosa coincidencia, ya que Donald Trump fue el propietario del show de wrestling Raw, participó en la ‘batalla de los billonarios’ contra Vince McMahon y forma parte del WWE Hall of Fame. Un currículum que nos parece esperpéntico para uno de los líderes políticos más importantes del mundo hasta que recordamos que hace apenas unos años el gobernador de California era el mismísimo ‘Terminator’. ‘The Terminator’ (conocida en algunos países de Latinoamérica como ‘El Exterminador’) es una película estadounidense de ciencia ficción y acción de 1984, dirigida por James Cameron y protagonizada por Arnold Schwarzenegger. James Cameron nos brindó años más tarde su obra en 3D, ‘Avatar’. Schwarzenegger interpreta al ‘Terminator’, un ciborg asesino enviado a través del tiempo desde el año 2029 a 1984 para asesinar a Sarah Connor, interpretada por Linda Hamilton. Kyle Reese, interpretado por Michael Biehn, es un soldado también enviado desde el futuro con la misión de proteger a Sarah. Arnold Alois Schwarzenegger es un actor, empresario, político y exfisicoculturista profesional estadounidense de origen austríaco. Ejerció como trigésimo octavo gobernador del Estado de California en dos mandatos desde 2003 hasta 2011.

La lucha libre o wrestling es un deporte en forma de performance que combina disciplinas de combate y artes escénicas, basándose en ellas para representar combates cuerpo a cuerpo, por lo general con historias y rivalidades que enfrentan a los heel (o rudos) y a los face (o técnicos), siendo los primeros quienes representan al villano/a, y los segundos al héroe/heroína. Quienes escriben las rivalidades y planean los combates son denominados bookers, y a pesar de ser los que desarrollan prácticamente todo el show, la coreografía de combate no es hecha por ellos, sino por los mismos luchadores. Sus orígenes datan de los carnavales y music halls del siglo XIX, en los que tenían lugar demostraciones de forma física y fuerza. La lucha libre profesional moderna usualmente posee rasgos de agarre y acrobacias aéreas, así como varios estilos de artes marciales. Durante la mayor parte del siglo, los promotores y participantes de la lucha libre argumentaban que la competición era completamente real. La lucha libre profesional es especialmente famosa en Japón, Estados Unidos y México. Desde su florecimiento en estos países, la lucha libre ha evolucionado de forma diferente en cada uno de ellos, creándose disciplinas análogas, llamadas puroresu en Japón y lucha libre mexicana en México.

La cultura ha desaparecido, la política se ha visto reducida a la simple demagogia y la inteligencia ha retrocedido, es hoy actual

Pero los vaticinios que Mike Judge realizó hace una década y media sobre cómo sería el mundo dentro de medio millar de años no se limitan a la figura del presidente de Estados Unidos. El planeta en el siglo XXVI es un lugar atiborrado de publicidad. En todas las pantallas, en todos los monitores, en los dispositivos personales, en las calles, en cualquier rincón de cada casa. El consumismo es un engendro insaciable, al borde del colapso arterial, que lo sigue engullendo todo a medida que crece de forma desproporcionada. Todo se construye alrededor del mercado y la mercadotecnia. Las grandes marcas son las dueñas del ocio y una de sus principales consecuencias es el acaparamiento comercial de sectores relacionados con las necesidades básicas del ser humano, como la alimentación. La comida se vende en tamaño super size. La bebida es un derivado más del azúcar. La nutrición se ha vuelto rápida, precocinada, industrial y ultraprocesada. Los desperdicios se acumulan en las afueras de las ciudades por toneladas. Los diferentes formatos de entretenimiento eligen lo morboso y lo primitivo. El lenguaje es una combinación elemental de abreviaturas, onomatopeyas y expresiones vulgares. La cultura ha desaparecido, la política se ha visto reducida a la simple demagogia y la inteligencia ha retrocedido. Es decir, no ha hecho falta esperar cuatrocientos noventa años más.’ Idiocracy’ es, más o menos, lo que ya está sucediendo hoy.

Y su premisa, a fin de cuentas, no es del todo disparatada. En junio de 2018, la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences publicaba un estudio elaborado por investigadores del Centro de Investigación Económica Ragnar Frisch de Noruega en el que se explicaba que, desde el año 1975, la inteligencia de los jóvenes había comenzado a descender alrededor de siete puntos por cada generación. Es decir, una inversión furibunda del efecto Flynn. O explicado de otra manera: nos estamos volviendo cada vez más tontos. Y aunque los autores del estudio coinciden en que no se debe tanto a la propagación de genes menos favorables como a factores relacionados con el entorno, lo cierto es que ese aletargamiento intelectual, en caso de ser cierto, se está produciendo mucho más velozmente de lo que preveía ‘Idiocracy’ en 2006. Basta con ver a la gente pegándose a las puertas de los estadios por un partido de fútbol o al populismo más rancio pastoreando hasta el precipicio a un pueblo que se deja pastorear para estar convencidos de ello.

Estamos viviendo en el futuro, aunque los coches no vuelen, las zapatillas no se ajusten automáticamente y la basura sea combustible

Resulta extraño pensar en el porvenir a estas alturas de la película. Mientras escribo este artículo, de mis nietos Amaia, Telmo, Lucas, Marcelo y Mauro, este último de apenas de dos años ha cogido mi teléfono, que está conectado al televisor del salón, y a base de pulsar en todos los botones y en todas las luces que ha visto encendidas ha terminado descargándose en la tele un programa para aprender a hacer yoga. Al mismo tiempo, he escuchado cómo la aspiradora se encendía en otra habitación y se ponía a funcionar. Tengo abierta una pestaña en el navegador para encargar comida a domicilio dentro de un rato y, mientras el pedido llega, realizaré una videollamada para que el benjamín pueda ver un rato hoy a su abuela. Televisores que se controlan con el teléfono, aspiradoras que funcionan solas, videollamadas… En el fondo, tal vez no sea tan descabellado pensar que ya estamos viviendo en el futuro. Puede que los coches no vuelen, las zapatillas no se ajusten automáticamente al tamaño del pie y la basura no funcione como combustible, pero quizá sea eso lo único que explique cómo es posible que Biff Tannen haya llegado a ocupar la Casa Blanca en Whashington.

Deberíamos haber visto cosas que no creerías, como ataques a naves en llamas más allá de Orión. O rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Al fin y al cabo estamos en 2019, momento en que transcurría el Blade Runner de Ridley Scott, y también cierre de la segunda década del siglo XXI. Pero nos la han vuelto a pegar, así que tendremos que conformarnos con el caos urbano, mezcla de polución y turistas de la película, y resignarnos también a que los coches no vuelen. En todo lo demás los acontecimientos nos han superado, y lo harán aún más en la década siguiente. Esa en que, según los sociólogos, los millennials se harán viejos y la generación Z, que quizá lleve esa letra porque el clima puede convertirla en la última, será la dueña del mundo.

Baby boomers, millennials, generación Z… cada vez somos más tecnológicos y globales, según tu fecha de nacimiento

Aunque no lo sepamos, todos pertenecemos a una generación debidamente acotada e identificada. Seguramente nos suenen las generaciones del baby boom o los archiconocidos millennials, tan presentes hoy en día en los medios y en las conversaciones de la gente. A pesar de lo conocida que es este grupo, tan sólo los baby boomers han recibido nombre propio de manera oficial, tal y como reconoce la Oficina del Censo de Estados Unidos. Baby boomers, millennials, niños de la postguerra… cada generación ha sido bautizada por los investigadores para estudiar su comportamiento y aunque la mayoría lo desconozca, los más jóvenes ya no son millenials, pertenecen a la llamada generación Z. ¿Por qué se clasifican las generaciones? Identificar y establecer límites generacionales es muy útil para los investigadores sociológicos y antropológicos. Tener información sobre un colectivo, y sobre cómo este interactúa o reacciona a los sucesos económicos, sociales o tecnológicos que suceden a su alrededor es una herramienta muy valiosa. De esta manera, se puede analizar cómo reaccionó un colectivo a un determinado acontecimiento y cómo ha evolucionado su opinión a través de los años. Además, permite a los investigadores establecer cómo un grupo ha sido moldeado por experiencias similares.

Niños de la postguerra (1930-1948). Recoge aquellos que superan los 70 años de edad. Son los niños que crecieron tras la Guerra Civil española. En el resto de Europa y el mundo occidental recoge aquellos que vivieron tras la Segunda Guerra Mundial. Es la generación menos numerosa. Las condiciones de vida que tuvieron durante buena parte de su vida, con tasas altas de mortalidad infantil, marcaron tanto su población, como su carácter. Son personas muy austeras y trabajadoras que han sido educados en la cultura del esfuerzo y el sacrificio y que han conocido una vida mucho más dura.

Baby boom (1949-1968). Al contrario que los niños de la postguerra, la del baby boom es la generación más numerosa. Actualmente, en España hay más de 12 millones de baby boomers. Fueron los primeros en vivir en paz y en un período de bonanza tras la postguerra. En España esta generación llegó con un retraso de medio siglo, a partir de los años cincuenta. Son aquellos que vivieron el éxodo del campo a la ciudad, empezaron a disfrutar de vacaciones en la costa o se compraron su primer coche.

Generación X (1969-1980). Son los hijos de los baby boomers, los nacidos en los setenta. En España también se retrasó respecto al resto del mundo occidental a causa del franquismo y se inició con la progresiva apertura política del país. Vivieron el esplendor del consumismo y la obsesión por el triunfo a toda costa. También conocidos como la generación de la EGB, fueron los primeros em familiarizarse con los ordenadores como herramienta de trabajo.

Millennials (1981-1993). Seguramente la generación más conocida y criticada. Los Millennials son aquellas personas nacidas entre 1981 y 1993 (o 1996, según el organismo que se consulte). En España supone una población de poco más de 7 millones de hombres y mujeres. Es la primera generación que puede considerarse global. A diferencia de las anteriores, en esta no existen diferencias entre países y todos los jóvenes occidentales pueden identificarse con los mismos valores. Han crecido con los inicios de la digitalización y su acceso al mercado laboral estuvo marcado por la crisis económica. Será interesante ver cómo afecta en su futuro este inicio ‘lento’ que han tenido en sus carreras profesionales. Conocidos también como ‘ninis’, es una generación estigmatizada que ha sido descrita como perezosa, individualista, aburguesada… pero también son estos jóvenes los que impulsaron la vida sana, la alimentación saludable o el ecologismo.

Generación Z (1994-2010). Es la generación que ha cogido el relevo a los millennials. Tienen como mucho 23 años y superan en número a sus predecesores. En España hay 7,800,000 de chicos y chicas que pertenecen a esta generación post-millennial. Son más emprendedores que los millennials. Aprenden rápido y de forma autodidacta, ello los convierte en unos jóvenes mucho más irreverentes que sus compañeros los millennials, educados con sistemas mucho más rígidos. Si la situación de los millennials no era muy prometedora en su incursión en el mercado laboral, la generación Z sufre tasas de paro aún más elevadas, que superan el 25% y seguramente por ello también son la generación más emprendedora. A diferencia de los millennials, se ha escrito poco sobre estos jóvenes del futuro. En el libro ‘Generación Z’, Núria Vilanova e Iñaki Ortega repasan a fondo qué mueve a estos jóvenes, cuáles son sus motivaciones, sus debilidades y el entorno que los rodea. La generación Z experimenta la democratización del acceso a las oportunidades. Ya no importa quién es tu padre o dónde has nacido. Solo cuenta tu talento. Son nativos digitales y aprovechan esta ventaja para buscar nuevas salidas profesionales en un mercado laboral cada vez más cambiante. Son jóvenes muy creativos, con una alta adaptabilidad a nuevos entornos. Saben que tendrán que adaptarse muchas veces a nuevas realidades laborales y tener mucha movilidad geográfica en un mundo cada vez más global. Vilanova y Ortega, de hecho, aseguran en su libro que estos jóvenes “ya están inventando sus propios empleos”. Esta generación es la primera en nacer en la era digital. Su dominio de las nuevas tecnologías innato y, de hecho, casi la mitad de ellos pasan entre 6 y 10 horas conectados a sus móviles. Desconfían del sistema educativo tradicional, parque en muchos casos ellos mismos tienen acceso a la información de manera directa y más rápida que sus profesores. Su actitud es irreverente en el sentido de que se cuestionan absolutamente todo. Son mucho más críticos que sus predecesores y esta actitud les permite avanzar y no quedarse anclados. De hecho, la titulación universitaria con nota de entrada más alta este año en España ha sido la doble titulación de Matemáticas con Física. La inmediatez es también una característica innata en ellos. Están acostumbrados a descargar veloces y a mantener multitud de conversaciones a la vez en sus redes sociales. Pero esta cualidad, puede ser a la vez una de sus debilidades. Tienen menor capacidad de conservar la atención en todo aquello que no otorgue resultados inmediatos y muestras importantes lagunas en expresión oral y escrita. Tienen fama de ser muy individualistas y sí que son muy egocéntricos colgando ‘selfies’ todo el tiempo en sus redes sociales, pero también son muy solidarios. El compromiso social es un elemento muy presente no solo en estos jóvenes, sino en las nuevas empresas que nacen bajo su brazo. También son inconformistas. Ya no se conforman con una casa, un buen trabajo y formar una familia. Quieren transformar el mundo. Esto los lleva a ser mucho más emprendedores. De hecho, la edad media para montar una empresa se ha reducido de los 35 a los 24 años en esta generación. Las generaciones cada vez son más globales, más tecnológicas e interraciales. La población extranjera era de 923,879 personas en la época de los millennials. La generación Z, en cambio es mucho más internacional, con más de cinco millones de inmigrantes (5,023,487). En manos de esta generación está nuestro futuro. Una generación digital, emprendedora e inconformista, capaz de trasformar el mundo a la misma velocidad en la que se transforman nuestras sociedades.

El ‘stoner’, con el porro más antiguo, la pipa de agua como transición hacia la modernidad, y el vaporizador como su elemento más moderno

“Un  ‘stoner’’ es una persona que fuma mucha marihuana. Es importante que fume un montón de marihuana. No puede ser una persona que fuma un poco de María. Está colocado todo el tiempo, siempre tiene los ojos rojos y habla muy despacio…”. Esta definición aparece en ‘El stoner, de jazzman a fumeta y de colgado a respetable millennial’, un artículo publicado en la revista de Madrid, Jot Down Cultural Magazine, por Martin Sacristán. Fumeta, porrero, colgado, hay varias palabras que podrían traducir ‘stoner’ en nuestra lengua, pero ninguna se adapta completamente al término inglés. Tal vez porque no hemos modernizado aún nuestra idea de este arquetipo, que en la cultura pop de hoy se parece más a Elon Musk que a Bob Marley. El ‘stoner’ se ha construido social y culturalmente asociándolo no solo con actitudes y comportamientos sino con una serie de símbolos. Con el porro, peta o petardo como más antiguo, la pipa de agua como transición hacia la modernidad, y el vaporizador como su elemento más moderno.

Los músicos de jazz de los años veinte fueron los primeros ‘stoner’, y Louis Amstrong el primero de ellos. En los felices veinte dedicó el tema ‘Muggles’, marihuana, al elogio de esta sustancia. Según sus propias palabras, “la apreciábamos porque volvía simpático a tu interlocutor, especialmente si se encendía un buen palo de esa mandanga”. Su propia madre se la había recomendado, “fúmate uno de estos a diario, mueve un poco tu culo, haz gárgaras, y tendrás una salud de hierro”. No es que el propietario de la voz negra más rota de la historia creciera en un entorno yonqui. Sino que la resina de cannabis se vendía en las farmacias como complemento medicinal de maravillosas propiedades, capaz de curar el cólera o la gripe desde un siglo antes. Así que su consumo generalizado en los locales de jazz de Nueva Orleans y Nueva York no era sino una manifestación más de  una juventud con nuevas preferencias. En el estilo de vestir, en la música, en su actitud vital y expectativas, distintas a las de sus padres. Liaban hierba en vez de tabaco.

Los jazzman y jazzwomen tomaban marihuana en los locales como alternativa estimulante y barata al alcohol, prohibido por la Ley Seca

‘Stoner’ y rebelde juvenil nacieron por tanto como términos sinónimos, y así se mantuvieron hasta la ilegalización. Cada época los vistió con su propia estética, trajes y zapatos brillantes para los músicos de jazz que acudían a tocar en locales como el Cotton Club. Sin distinción de sexo, además. Ella Fitzgerald hizo su elogio a la marihuana en ‘When I Get Low I Get High’, y su letra es una maravilla por cuanto precede a todo lo que contarán las canciones del pop y el rock en las décadas siguientes. La capacidad de las emociones despertadas por la música, el amor, la amistad, la juerga o las sustancias para elevarnos por encima de la dura realidad. Fitzgerald cuenta que ha empeñado su abrigo, que la ha abandonado su novio y amigos, que se siente sola, pero que aún le queda un dólar, ese dólar que convierte el bajón en subidón. En la misma época Cab Calloway iba aún más allá, en un delirante tema llamado ‘The Refeer Man’, “un gato que va puesto, y te dice cosas absurdas y divertidas”. Y cuyo título es un juego de palabras entre refrigerador, refeer, y reefer, porro.

Los jazzman y jazzwomen tomaban marihuana en los locales como alternativa estimulante y barata al alcohol, prohibido por la Ley Seca. Aunque se vendía de forma ilegal, su precio solía ser inasequible. El problema fue que hicieron la sustancia tan popular que los mismos conservadores que en aras de la religión y la moral habían prohibido la bebida se fijaron en ella. Fue entonces cuando comenzó a crearse la imagen del ‘stoner’ marginal, el fumeta. En 1936 se estrenaba el primer largometraje propagandístico contra la marihuana, ‘Reefer Madness, locura por porros’. Lo divertido es que esta película, creada por una iglesia local como ‘cuéntalo a tus hijos’, fue transformada por su productor para que fuera muy comercial, incluyendo secuencias de violencia y sexo no explícito. Con la excusa educacional pudo permitirse rodar el gran conjunto morboso: crímenes, violaciones, camellos induciendo al consumo, y secuencias donde el camello, actuando como buen samaritano, entrega cigarrillos liados diciendo ‘si quieres fumar algo bueno, prueba esto’. Pero su calidad no le resta un ápice al impacto que tuvo en la cultura de su tiempo, ni en su repercusión. La figura del adicto enajenado, descendiendo hacia la marginación, se conectaba con el gánster del cine negro. Hoy se la considera la segunda peor película de la historia, solo por detrás de ‘Plan 9 from Outer Space’, esta sí, la peor. Fue dirigida en 1956 por el director Ed Wood con un presupuesto limitado de 60,000 dólares. A pesar de haber sido un absoluto fracaso de crítica y taquilla al momento de su estreno, hoy es considerada como una película de culto dentro de los géneros de la ciencia ficción y el terror.

Los Beatles, The Doors, Bob Dylan, medida que sus canciones y mensaje ganaban en popularidad, lo hacía la marihuana

Fue una sitcom, una comedia de enredo, estrenada en 1959, ‘The Many Loves of Dobie Gillis’, la que acabó con la imagen del consumidor criminal de marihuana e inauguró la del fumeta. Blanco y negro, chicos de instituto blancos, y un adolescente de clase media obsesionado por ligar como protagonista. Y como gran secundario su amigo Kerbs, un ‘stoner’ colgado. Flacucho, luciendo perilla sin bigote, una camiseta holgada cortada por las mangas, con agujeros, y siempre con música de jazz en la cabeza, o tocándola en una trompeta imaginaria. No aparecían fumadores ni alusiones, pero el espectador de la época no lo necesitaba para identificar la figura del joven beatnik, seguidor del movimiento abanderado por Jack Kerouac, Allen Ginsber y William Burroughs. Para los entendidos quedaban las sutilezas literarias y para el público generalista la imagen de la generación beat. Que acabó convertida en icono perdurable cuando se creó el Shaggy Rogers de Scooby Doo, a imagen y semejanza de Kerbs. A finales de los sesenta los festivales al aire libre tomaron el relevo de los músicos de jazz en el consumo de marihuana, mezclándose con la espiritualidad de la generación beat y la de los hippies. La juventud tenía ahora además grupos enteros que cantaban sus alabanzas, Los Beatles, The Doors, Bob Dylan como los más destacados. A medida que sus canciones y mensaje ganaban en popularidad, lo hacía la marihuana. La encuesta de Gallup de 1973 revelaba que un doce por ciento de jóvenes la había probado. Cuatro años después era un veinticuatro. Y aunque seguía siendo ilegal ya se la calificaba de droga blanda, rechazando la imagen de criminalidad y delincuencia creada en los años treinta.

‘El gran Lebowski’ desde Silicon Valley, la película de los hermanos Cohen y su protagonista, el Nota encarnado por Jeff Bridges, será la culminación del ‘stoner’ construido en los sesenta, el fumeta. Es su representación máxima y mejor definida. Dedica su vida a no hacer nada, salvo beber rusos blancos —vodkas con leche— y fumar marihuana para relajarse de sus largos períodos de vaguería. Lebowski reúne todos los tópicos acumulados de la cultura ‘stoner’, indiferencia hacia la sociedad de consumo y su cultura del esfuerzo y la competición, elogio de la maría como calmante, ropa holgada y cómoda que no se identifica con ningún estilo ni moda. La fecha de estreno, 1998, es además la de un tiempo en que los ideales hippies de cambiar el mundo mediante el amor universal y libre o con el ‘prohibido prohibir’ ya están enterrados. El muro de Berlín lleva siete años derribado, y con él el sistema comunista. Se anuncia el fin de la historia, así que si eres un ‘stoner’ nada mejor que dejarte llevar. Con humor. Porque ‘El gran Lebowski’ es la culminación de un legado humorístico, el de Kerbs, pero sobre todo el que en los ochenta plasmaron el dúo Cheech y Chong. Con una serie de gags delirantes y absurdos sobre cómo era acometer actos de la vida cotidiana cuando vas puesto. Sus largometrajes tienen nombres tan evidentes como ‘Cómo flotas, tío’, ‘Vendemos chocolate’ o ‘Seguimos fumando’. La calidad es irregular, pero lo relevantes que transmitieron al gran público la idea de que los porreros eran personajes inofensivos, un poco tontos, y despreocupados en general de nada que no fuera liar unos petardos tamaño misil. Que para eso se estrenaron en plena guerra fría. Los ochenta fueron muy productivos en el desarrollo de los jóvenes ‘stoner’ con películas de serie B. La más representativa es ‘Aquel excitante curso’, donde un jovencísimo Sean Penn aparece como Spicoli, ‘stoner’ adolescente, surfista y pasota. Son la alternativa del paradigma encarnado en jóvenes estudiantes, frente a los Cheech y Chong de la misma época a que estos verían como viejunos. De hecho uno de sus rasgos distinguibles es la pipa de agua en lugar del porro, y el propio Penn aparece usándola. Hubo muchas más películas como estas, y de hecho el listado con los mejores largometrajes ‘stoner’ se encuentran por miles en los resultados de las búsquedas.

Elon Musk es el mejor representante actual, el tío que asegura conectará nuestro cerebro directamente a los ordenadores, colonizará Marte…

El año 2000 marca un antes y un después. Después de Lebowski el ‘stoner’ desea rehabilitarse en la figura de aquel universitario californiano, que asistió al primer Woodstock e inventó alguna maravilla de la informática. Aires de hacker, rebeldía a lo Steve Jobs, admitiendo la vida alternativa siempre que se acompañe de un alto estilo de vida. Elon Musk es el mejor representante actual, el tío que asegura conectará nuestro cerebro directamente a los ordenadores, colonizará Marte…, es un defensor del consumo recreacional legal. Y va con su época, porque la legalización de la marihuana va imponiéndose en cada vez más países y Estados de EE UU. Y así es como llegamos a Nancy Botwin. El alter ego femenino de Walter White antes de Breaking Bad. Protagonista de Weeds, serie de televisión donde la heroína es una mamá de clase media-alta que tras enviudar decide cultivar marihuana y venderla a sus acaudalados vecinos para mantener su estilo de vida. Tiene su lectura dramática, pero es definitivamente una comedia. Que además rehabilita a la ‘stoner’ moderna, tan bien vestida, amable y tolerable que su condición criminal es perdonada. Vemos aparecer además los vaporizadores en varios capítulos, construyendo la imagen más moderna del ‘stoner’, la más Elon Musk, por decirlo así. Separada definitivamente de la criminalidad. Al fin y al cabo la pobre Nancy solo vende hierba porque tiene que mantener a sus hijos. Y, a diferencia de Breaking Bad, a ella no se le va ir la olla enredándose con narcos.

El siguiente gran hito del siglo XXI en la construcción del moderno ‘stoner’ es ‘Ted.’ En esta película de 2012 los ‘stoner’ son dos, el protagonista y su osito de peluche traído a la vida por un deseo navideño. De adulto sigue viviendo con él, y se ha convertido en un muñeco salido, fumador y con pipa de agua, capaz de elogiar la hierba y compartirla con su compañero humano. Humor adulto con cosas de niños que además los seguidores del uso recreacional recomiendan como acompañamiento al vaporizador, pipa de agua o porro. Definitivamente el ‘stoner’ de nuestro tiempo no es más un marginal, ni un colgado al margen como el Nota. Al fin y al cabo la marihuana legal para uso recreativo cada vez es más común. Veremos por dónde evoluciona en el futuro.

‘La cucaracha’ va a servirnos de punto de partida para entender por qué en 2021 seguimos versando sobre la legalización del cannabis

“La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar. Porque no tiene, porque le falta marihuana que fumar…”. Esperen. No se arranquen ustedes a bailar. ‘La cucaracha’ no viene a estos párrafos de la columna sobre el cannabis medicinal para hacer el chiste más obvio de la historia de los reportajes sobre marihuana. No se trata de eso. ‘La cucaracha’, aunque no se lo crean, va a servirnos de punto de partida para entender por qué en 2021 seguimos versando y versando sobre la legalización del cannabis. La cucaracha era, en realidad, un soldado mexicano de las huestes de Pancho Villa, algo perezoso el hombre, que no estaba dispuesto a ponerse delante de los fusiles gringos sin pegar antes unas buenas caladitas. Con la marihuana todo se ve de otra manera. Incluso la muerte. Los norteamericanos se quedaron con la copla, nunca mejor dicho, le sacaron tarjeta amarilla a la poción mágica de sus vecinos del sur y, para cuando la Gran Depresión golpeó los cimientos del incipiente imperio veinte años después, qué mejor chivo expiatorio que los mexicanos, sus drogas y su alboroto. Las cifras y las estadísticas no arrojaban diferencias sustanciales entre el comportamiento de los futuros espaldas mojadas y los blanquitos, pero por qué dejar que las estadísticas arruinen una buena política xenófoba. Aprovechando que el Mississippi pasaba por Memphis la marihuana se ilegalizó, como unas cuantas décadas antes se había ilegalizado el opio, que convertía a los chinos en una fuerza de trabajo imbatible, o la cocaína, la droga de los negros.

Esta, sin embargo, no es la historia de la ilegalización de la marihuana. Ya se han llenado bibliotecas enteras sobre el particular. La marihuana no es el demonio que fue, ni siquiera para los más beatos del lugar. Ahora ya no se trata de mexicanos, chinos o negros; para cualquier chaval menor de edad es mucho más sencillo conseguir heroína, cocaína, eme o marihuana que una lata de cerveza. Sigue siendo ilegal, pura cabezonería del ‘establishment’, pero en torno a la maría circulan corrientes de aire mucho más interesantes que «‘legalización sí, legalización no’, con mucho menos calado en la opinión pública. Corrientes como las que promueve el Observatorio Español del Cannabis Medicinal (OEDCM), de reciente cuño, y otras organizaciones similares que remueven cielo y tierra para exponer y estudiar las propiedades terapéuticas de la marihuana.

Hay que viajar a las montañas del Himalaya para encontrar las primeras plantas de marihuana, otra vez los chinos

Empecemos por el principio. Qué es el cannabis y cómo nos afecta. Otra vez los chinos. Hay que viajar a las montañas del Himalaya para encontrar las primeras plantas de marihuana. Y hay que remontarse cuatro mil años en la historia para encontrar en el Shennong Ben Cao Jing, un tratado chino de plantas medicinales, la primera alusión de la que se tiene constancia a los efectos balsámicos de la marihuana, del Cannabis sativa. Ya entonces se recomendaba el cannabis para dolencias para las que hoy se sabe que es útil el THC, uno de los principios psicoactivos de la planta. ¿Aquella marihuana colocaba? Por supuesto que colocaba. De hecho, esa era la razón por la que se versó sobre ella en la farmacopea del emperador Shennong. Además, existen documentos de los escitas en los que se relata que, efectivamente, ellos también utilizaban el cannabis para colocarse. Para nuestros antepasados, la medicina y los efectos psicoactivos eran una misma cosa. Sanar el cuerpo, el alma, o el más allá. Sanar, al fin y al cabo. La modernidad y la extralimitación de la moral judeocristiana cambiaron las cosas. Si la morfina es ampliamente aceptada como paliativo del dolor, el opio, su hermano de madre, es tabú. Lo que divierte, o lo que perturba, no puede ser ni bueno ni legal. Salvo el vino, que es la sangre de Cristo. Paracelso fue mucho más certero y dejó tabúes a un lado, porque ‘el veneno está en la dosis’.

Aunque seas de los que nunca quisieron darle ni una caladita a aquel canuto que te ofrecieron con quince años, debes saber que tu cuerpo estaba perfectamente predispuesto para asimilar aquella calada. El sistema endocannabinoide, el que nos ayuda a procesar la marihuana, es uno de los sistemas de neurotransmisión más antiguos que poseemos los seres vivos. Está con nosotros desde una fase muy temprana de la evolución. Es posible que la capacidad de sintetizar endógenamente cannabinoides ya se encontrara en un tatarabuelo unicelular común a animales y plantas y que más adelante, a partir del microscópico ente eucariota, toda la flora y la fauna desarrollaran independientemente sus propios sistemas de señalización intercelular basados en compuestos cannabinoides. En román paladino, no solo hallamos esos receptores en los seres humanos, también en el mejillón que te comes, o en el león que te mira desde su jaula del zoo. Resulta cuanto menos sorprendente, no obstante, que hasta la fecha solo se hayan encontrado cannabinoides —o fitocannabinoides— en la planta del cannabis. Otras plantas contienen compuestos que quizá actúen sobre el sistema endocannabinoide, pero cannabinoides puros y duros solo moran dentro de la amiga maría. Y son hasta ochenta las moléculas de su familia. Toda una anomalía. Demasiadas moléculas y demasiado raras como para despacharlas con un decreto ley con la huella dactilar de un político idiota estampada a pie de página.

Con el boom del autocultivo y el verano del amor creció el afán por obtener semillas lo más ricas posibles en THC, y aumentar el subidón

Una de esas pequeñas, el ya mencionado THC, es la madre de todas las disputas relacionadas con el cannabis. La misma molécula que nuestros mayores veneraban por su capacidad para el subidón, para abrir las puertas de las que hablaba William Blake, es la que terminó por condenarla a la penitenciaría. Y no deja de ser cierto que con el boom del autocultivo y el verano del amor creció el afán por obtener semillas lo más ricas posibles en THC, pero esa curva ascendente se detuvo en 2005, con la llegada de la moda ‘medicinal’. Desde entonces, se opta por variedades más ricas en CBD, una molécula no psicoactiva y sí de probada eficacia para un espectro considerable de enfermedades y disfunciones. Aun así, desde algunos sectores contrarios a la legalización del cannabis se prefiere que la realidad no se interponga entre el prohibicionismo y el ciudadano. Se continúa afirmando, en falso, que las concentraciones de THC en el cannabis son cada vez más potentes. Pero lo cierto es que solo los muy cafeteros se lanzan a consumir bombas alucinógenas.

El resto de los mortales, entre ellos los enfermos que han decidido tratar sus dolencias con preparados de cannabis, necesitan funcionar en el día a día. Necesitan mayores concentraciones de CBD, o solo CBD. Y son ellos, los enfermos que encuentran en el cannabis una alternativa eficaz a tratamientos convencionales, los que salen peor parados de este statu quo. los perjuicios asociados a la prohibición, o a la ausencia de regulación, tanto monta, derivan en un cannabis contaminado por bacterias o metales pesados, de consecuencias a todas luces más graves para el organismo que los efectos del THC.

Las alteraciones cognitivas del abuso continuado del alcohol a menudo son permanentes, algo no demostrado con el cannabis

Nada es inocuo, ni el agua de la fuente. La toxicidad de una sustancia no es solo cuestión de dosis, también de patrones de consumo. Una cantidad exagerada de agua bebida en poco tiempo puede ser mortal debido a un proceso conocido como hiponatremia, una bajada súbita, a veces letal, del nivel de electrolitos. Conviene tener esto en cuenta cuando se pone en solfa la conveniencia de alguna sustancia aludiendo a su no inocuidad. Lo inocuo ‘no hace daño’, un concepto difícilmente aplicable a la vida cotidiana. Se trata pues de asumir riesgos. Hay, por ejemplo, un consenso general respecto al consumo de cantidades moderadas de alcohol. Un vaso de vino al día es beneficioso para la salud. A su vez, equis cantidad de ese vino en una noche toledana es más dañina que la misma cantidad espaciada en el tiempo. De Perogrullo. Categorizar qué drogas o qué sustancias son más peligrosas que otras no es fácil. Sin embargo, si metemos en el ring a nuestro compañero el alcohol, tan social, tan aceptado por chicos y grandes, con la letra escarlata en la que hemos convertido al cannabis, diferentes estudios indican que las alteraciones cognitivas consecuencia del uso y abuso continuado del alcohol a menudo son permanentes, algo no demostrado con el cannabis. Y esto es extensible a la mayoría de las drogas; cuando se abandona su consumo, las áreas del cerebro que hayan podido resultar dañadas tienden a revertir ese daño, salvo casos excepcionales de excesivo abuso o patologías psiquiátricas severas.

En cualquier caso, según el OEDCM, Observatorio Español de Cannabis Medicinal, situada en la provincia española de Madrid, esto no es una carrera cuadrigas. No se trata de desprestigiar al rival para así imponer los criterios propios. Esa ha sido la política, simplista y torticera, de la medicina conservadora. A la farmacología se le pide que lo cure todo sin mediar efectos secundarios, lo cual, de momento, no es viable. Con ningún tratamiento, alternativo o convencional. Porque ‘se critica mucho a la medicina oficial, pero luego cuando estamos enfermos terminamos acudiendo a la farmacia o al ambulatorio’.

La farmacología del cannabis, mucho más errática e intraindividual, desaconseja su prescripción por medicamentos ‘establecidos’

¿Qué puede hacer el cannabis por mí? El cannabis no es el panakos que buscaban los alquimistas. No es el remedio para todo. En realidad, como sucede con la mayoría del catálogo de la farmacia, las propiedades medicinales del cannabis se centran antes en atajar síntomas que en curar, aunque, como ya se ha dicho, dado que nuestro sistema inmunitario cuenta con receptores para cannabinoides, ante un déficit del sistema endógeno el cannabis supone un suplemento efectivo. Si nuestras defensas decaen —algo habitual, por ejemplo, en quienes padecen esclerosis múltiple— aparecen enfermedades o alteraciones asociadas que el cannabis puede ayudar a corregir. Pero si hablamos de sintomatología, de dolor, es ahí donde las propiedades terapéuticas se ponen más en relieve. Aunque la causa del dolor radique en cualquier órgano es el cerebro el que nos ‘alerta’, y es en el cerebro donde los cannabinoides actúan atenuando esa sensación. Allí donde otros analgésicos fallan, concretamente en enfermedades de carácter neuropático, o neurológico, el cannabis supone una alternativa a tener en cuenta. También, hoy por hoy, ya se barajan múltiples evidencias relativas a los beneficios del cannabis en pacientes oncológicos, bien por su capacidad para prevenir las náuseas o la pérdida de apetito que conllevan el tratamiento con quimioterapia, bien por su ya glosado poder analgésico. En cuanto a la rumorología que otorga al cannabis propiedades antitumorales, las únicas evidencias preclínicas —obtenidas a partir de ensayos en animales— parecen optimistas, pero en ningún caso se puede afirmar que la marihuana sea, o vaya a ser en un futuro cercano, un tratamiento a tener en cuenta en la lucha contra el cáncer. ‘Internet dice que sí’. Bueno, vivir tu vida de acuerdo a lo que ‘dice’ internet es una opción como otra cualquiera. Desde el OEDCM, que también están en internet, advierten contra empresas o pseudoempresas que ofrecen derivados del cannabis, de dudosa calidad, como cura contra el cáncer.

Los investigadores de las propiedades terapéuticas de la marihuana no se olvidan tampoco de la salud mental. Se están llevando a cabo ensayos con CBD para el tratamiento de la esquizofrenia, y los estudios arrojan un índice de eficacia similar a los antipsicóticos aunque con menos efectos secundarios para el paciente. El cannabidiol es uno de los 113 cannabinoides que se encuentran en el cannabis, siendo el principal componente de la planta en las variedades de cáñamo.​ No se ha demostrado, no obstante, que el tratamiento con derivados del cannabis funcione mejor que los antidepresivos o los ansiolíticos. La psiquiatría es un campo complejo que a menudo está condicionada a la respuesta de cada individuo, a las terapias asociadas. No es de esperar que ninguna sustancia, ‘oficial’ o no, rectifique per se un desequilibrio de raíz emocional. Esto, junto a la propia farmacología del cannabis, mucho más errática e intraindividual que la de otros fármacos al uso, desaconseja su prescripción como sustituto de los medicamentos ‘establecidos’. Solo el tiempo y una buena inyección de fondos para analizar en profundidad los efectos del cannabis pueden concretar lo que hasta ahora se mueve entre la hipótesis y la duda razonable.

Regularizar y llenar las arcas públicas o incidir en la prohibición y llenar las arcas de los narcotraficantes

Pero aquí con la ‘Big Pharma’ hemos topado. Un dato: el estado de Colorado vendió marihuana por valor de mil millones de dólares el último año, lo que supuso ciento treinta y cinco millones de dólares en impuestos directos. Se les sale el IVA por las orejas a los vecinos del Cañón. Tanto que han destinado alrededor de treinta millones para la construcción de escuelas. El dilema ni siquiera parece tal cosa. Incluso si dejamos a un lado todo lo expuesto hasta ahora y analizamos el asunto desde un punto de vista puramente thatcheriano, solo hay dos caminos delante de nosotros: regularizar y llenar las arcas públicas o incidir en la prohibición y llenar las arcas de los narcotraficantes. ¿Quién podría tener interés en llenar las arcas de los narcos? ¿Cómo? ¿Es una pregunta demasiado tendenciosa? De acuerdo, la reformulamos. ¿Quién se beneficia del monopolio que ejercen los narcos sobre la marihuana? Como mínimo, la ‘Big Pharma’, el conglomerado de las grandes corporaciones farmacéuticas, asiente con media sonrisa cada vez que una opción terapéutica ajena a su control no llega a los dispensarios. Las compañías farmacéuticas determinan, e incluso manipulan, el devenir de la práctica totalidad de la sanidad pública. No solo en el plano asistencial, también en lo tocante a la investigación, el I+D+I. Aunque es indudable que esta industria ha sido y es fundamental a la hora de obtener medicamentos eficaces y con importantes estándares de pureza, no es menos cierto que se le ha dejado entrar hasta la cocina y más allá. La ‘Big Pharma’ es el verdadero Gran Hermano que Orwell imaginó. Controla, en esencia, toda la cadena de montaje; desde el diseño y caracterización de una molécula equis hasta su dispensación a los pacientes, lo cual tiene como consecuencia inmediata una actividad clínica cara, mal financiada por los Estados y avasalladora para con cualquier aproximación terapéutica que no se desarrolle bajo su descomunal paraguas.

El cannabis, por su naturaleza, no escapa al ‘thumb down’ de la farmacéuticas. Fue incluido en la Lista I de las Naciones Unidas de sustancias consideradas no terapéuticas y sí de gran poder adictivo, con la infinidad de trabas burocráticas que ello conlleva; y su no patentabilidad, al tratarse de una planta que cualquiera puede cultivar, le terminan de dibujar los cuernos rojos y el tridente a ojos de las Pfizer, Roche, AstraZeneca, Bayer y compañía. En estas circunstancias, conseguir que alguien ‘enseñe la pasta’ es harto complicado. La realidad es que sin farmacéuticas de por medio no hay ensayos clínicos, y aunque el cannabis pudiera suponer en el futuro una alternativa segura, barata y eficaz a otros medicamentos nada de eso será posible sin los ensayos correspondientes. En última instancia está en manos del sector farmacéutico acelerar o dilatar este proceso.

Emotivo vídeo de Stephen Jackson, exjugador de la NBA: ‘They have killed my bro, everybody knows he was my twin’

Estados Unidos arde, pero no se quema. El ex presidente estadounidense, Donald Trump, huyendo a su búnker de la Casa Blanca es un suceso con regusto a Bastilla y a guillotina. El ejército protegiendo Washington D.C, la capital del país, suena a distopía, y el toque de queda en veinticinco ciudades a aparente disparate, casi inconcebible en una democracia en tiempos de paz. Los saqueos, la brutalidad de la policía y los excesos verbales de Donald Trump han conseguido que muchos piensen lo que el filósofo y líder afroamericano Cornel West, considerado heredero intelectual de Martin Luther King: que Estados Unidos, como sociedad, es un experimento fallido. La chispa no fue el vídeo de Floyd, sino el de Jackson. Por duro que resulte el vídeo del ahogamiento de George Floyd, casi nueve minutos de ahogamiento por un policía a un detenido que gritaba ‘I can’t breathe’, no sorprendió a los afroamericanos. Era una prueba más de las muchas que circulan a diario entre la comunidad negra. En 2013 ya eran tantas que se agruparon bajo el hashtag #BlackLiveMatters, las vidas negras importan, y dando así origen a un movimiento implicado en la denuncia de los abusos policiales sobre la población negra.  Pero lo que tocó los corazones americanos negros para echarse a las calles fue el emotivo vídeo de Stephen Jackson, exjugador de la NBA. ‘They have killed my bro, everybody knows he was my twin’. Muchos hombres y mujeres afroamericanos se sintieron profundamente identificados con el sufrimiento provocado por la muerte de Floyd. Porque en un vecindario negro tener un ‘brother’ o una ‘sister’ significa contar con un amigo íntimo, una relación de protección, apoyo y defensa mutua. Especialmente útil para avanzar en los estudios y no caer en el dinero fácil de la delincuencia, o ser víctima de la violencia policial o la de las bandas. El último vídeo emitido por George Floyd cuando estaba vivo refleja esta realidad: ‘no puede ser que los muchachos negros se acuesten con las rodillas temblando por los matones armados de nuestros vecindarios’. Lo ha contado el cine independiente afroamericano desde que se estrenó ‘Do The Right Thing’ de Spike Lee en 1989, además de todos los vídeos de hiphop, rap y resto de músicas negras contemporáneas.

Las personas negras ocupan la mayoría de los denominados ‘trabajos esenciales’ un estudio de principios de abril del 2020 le ponía cifras para demostrar que eran mayoría en estos puestos. Fue publicado al mismo tiempo que comenzaba a saberse que el ritmo de contagio por coronavirus entre afroamericanos se multiplicaba por tres, y el de muertes por seis. Su probabilidad de morir por coronavirus ya es el doble respecto al resto de la población, incluso en aquellos estados donde demográficamente son minoría. El motivo no es solo que desempeñen trabajos muy expuestos al contagio. Los centros de test y control se han situado mayoritariamente en vecindarios blancos. Y al tener más bajos salarios su cobertura médica también es menor, por lo que tienen más dolencias crónicas como hipertensión y obesidad, que aumenta la mortalidad por coronavirus. Antes de que empezaran las protestas ya había cuarenta y tres millones de personas en el paro en EE UU, y más de la mitad de ellas eran de raza negra. El polvorín estaba servido.

Tuit a lo Groucho Marx de Donal Trump donde aseguraba que nadie había hecho tanto por los negros como él desde Abraham Lincoln

Y el presidente encendió el fuego. Donald Trump corrió a refugiarse en el búnker de la Casa Blanca acompañado por sus servicios secretos. Estaban lloviendo bengalas y botellas de agua congelada rompían los cristales del edificio, saltando desde el otro lado de la verja. Se apagaron las luces del exterior, y los alrededores quedaron iluminados solo por coches en llamas y la sacristía de la iglesia de Saint John, a la que habían prendido fuego. A partir de ese momento las protestas se dividieron en tres hechos que han corrido paralelos: la narrativa de Trump vía tuits, los saqueos y quemas violentas, y las manifestaciones pacíficas. Mientras lanzaba su discurso a la nación, las fuerzas de seguridad dispersaron con gases lacrimógenos a una multitud pacífica para que Trump pudiera acudir caminando a la iglesia de Saint Johnn y hacerse una foto con la biblia en la mano. Un mensaje claro para sus simpatizantes y votantes, seguido de un tuit donde aseguraba que nadie había hecho tanto por los negros como él desde Abraham Lincoln (que también fue del partido republicano). Fue también una reacción política al acto de su opositor, el demócrata Joe Biden, que se había reunido con los líderes afroamericanos. Paralelamente las redes se llenaban de vídeos donde la policía actuaba con brutalidad contra manifestantes pacíficos y muchas veces inmóviles, usando gases lacrimógenos y hasta explosivos.

La semana no había hecho más que comenzar. En una llamada a los cincuenta gobernadores de los estados los llamó idiotas, acusándolos de estar dando una imagen de debilidad, y llegó a proponerles que pidieran la asistencia del ejército para frenar las protestas. Algo que Trump solo podría hacer invocando una ley de 1807, la de Insurrección, empleada por última vez en los disturbios de Los Ángeles en 1992. La violencia y destrucción de entonces estuvo focalizada en aquella ciudad, pero ahora son hay trescientas cincuenta ciudades en las que se producen protestas, unas cuarenta en estado de sitio, y la mayoría con actos violentos. Lanzar el ejército contra ellas no parecía una forma de rebajar la tensión. Especialmente porque los saqueos se centraban en individuos robando zapatillas deportivas, y en grupos organizados que se llevan electrodomésticos de alta gama. Y una minoría de exaltados que prenden fuego a edificios. Las unidades militares desplegadas en Washington volvieron a sus bases, y el jefe del Pentágono aseguró que no es buena idea usar el ejército, salvo en casos excepcionales. Hasta Trump ha salido a asegurar que fue al búnker para ver cómo era, no porque quisiera refugiarse allí. La toma de la Bastilla acaba con un tuit que parece una broma, aunque en realidad es un intento de dominar la narrativa del conflicto. En cualquier caso la tensión se redujo, por el momento. Donald hizo de las suyas el Día de Reyes de este 2021, al incitar a sus seguidores a asaltar el Capitolio de los Estados Unidos con un salto de muertos y heridos. La Guardia Nacional y el Ejército tuvieron que volver a tomar las calles de la capital de los Estados Unidos.

Colin Kaepernick puso una rodilla en tierra antes de un partido, por la opresión de los afroamericanos y los abusos policiales

Los deportistas de élite han desempeñado un papel fundamental en las protestas. En realidad llevan haciéndolo desde 2016, cuando un jugador de fútbol americano llamado Colin Kaepernick puso una rodilla en tierra antes de un partido, mientras sonaba el himno nacional. Cuando al final del encuentro los periodistas le preguntaron, afirmó que protestaba por la opresión de los afroamericanos y por los abusos policiales.  La interpretación de su gesto fue casi unánime en todo Estados Unidos: había insultado a la nación, a su ejército, a sus símbolos. Y lo había hecho un héroe nacional, que es lo que son allí los jugadores estrella, que además lucía un peinado afro como signo de su orgullo de raza. Kaepernick atentaba contra la imagen del negro bueno, esa que encontramos reflejada en los impecables trajes de Sidney Poitier en ‘Adivina quién viene a cenar’, o en el Will Smith de ‘En busca de la felicidad’. No puede ser que el ejemplo para los muchachos afroamericanos, que miran al deporte como uno de sus pocos ascensores sociales, fuera un activista. La liga NFL canceló su contrato de trescientos doce millones de dólares, no ha podido volver a jugar, y durante un tiempo fue objeto de la ira tuitera de Trump.

Pero en la última etapa del primer y único mandato de Trump, policías y militares han puesto una rodilla en tierra en muchas ocasiones para apaciguar los ánimos de los manifestantes. Para declarar que están a su servicio, al de una misma nación y por encima de diferencias de opinión o raza. También los deportistas de raza negra se han manifestado, especialmente los de la liga NBA. LeBron James, una de sus figuras más destacadas, ha recordado que no había habido nada ofensivo en el gesto de Kap (Kaepernick). Dejando caer que el escarmiento recibido por la NFL obligó a muchos a callarse.  El único equipo al que no se había permitido opinar eran los Knicks, propiedad de James Dolan, amigo de Donald Trump. El club enviaba una carta asegurando que ellos no estaban cualificados para emitir una opinión sobre la muerte de Floyd. Era un mensaje a sus jugadores para que se callasen. Tan impopular que el mismo jueves Dolan tuvo que enviar un correo electrónico aclarando que él sí condenaba el racismo. Ese es el mejor indicador de que las protestas han surtido efecto, y que reformar la policía es algo percibido como necesario para la mayoría de estadounidenses. Trump pudo ganar o perder las elecciones de noviembre del 2020, pero no fueron las protestas violentas las que le apartaron del poder, sino los votantes.

Una frase muy celebrada por sus seguidores en Twitter, ‘When The Looting Starts, The Shooting Starts’ (Cuando empieza el saqueo, empieza el tiroteo) tiene su origen en una llamada a la violencia contra el Movimiento por los Derechos Civiles de 1967. Nunca ha ocultado el magnate inmobiliario, ‘refugiado’ en el estado de Florida para no hacer frente a los pagos pendientes con la Hacienda Pública de Nueva York, todo su racismo, ni su simpatía, o al menos su tolerancia, por el movimiento supremacista blanco. La prensa americana temía que fuera capaz capaz de invocar la ley de Insurrección y lanzar al ejército contra los ciudadanos. Y ganar. Justo en el otro extremo Barack Obama llamó para aprovechar las protestas y convertirlas en algo más grande, una imitación del Movimiento por los Derechos Civiles. Desde luego había paralelismos históricos. Una imagen tan potente como el asesinato de George Floyd fue la de Emmet Till en 1955, linchado por silbar a una mujer blanca, y también dio la vuelta al mundo. Además fue el origen de protestas que condujeron al movimiento del que Martin Luther King sería uno de los líderes más destacados. Y que impulsó el fin de la segregación racial en 1964, y el voto para los negros un año más tarde.

Aquel movimiento y aquellas leyes dejaron desequilibrios pendientes que traen disturbios cuando la situación económica empeora. Los padres negros se ven obligados a enseñar a sus hijos cómo tratar con la policía para no ser asesinados. Y, digámoslo también, muchos blancos, incluso blancos bienintencionados, confían en no tener que adivinar quién viene a cenar. Donald Trump, quien insiste en presentarse en el 2024 para regresar al despacho Oval, se convirtió en un real distópico presidente estadounidense, calcado del ficticio Dwayne Elizondo Mountain Dew Herbert Camacho, del año 2505, del film ‘Idiocracy’ de Mike Judge. Donald se adelantó medio milenio en el tiempo… Su abogado y ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, está siendo investigado por actividades criminales. Agentes federales del FBI registraron hace unas horas su apartamento, incautándose de documentación y dispositivos electrónicos. Fuentes de CNN hablan de ilegalidades comerciales cometidas por Rudy Giuliani y su cliente, Donald Trump, con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky. ‘¿Quién es Volodimir Zelensky, el comediante que interpretaba al presidente de Ucrania en una sátira de televisión (y ahora lo será en la vida real)?, se preguntaba la BBC News Mundo en el 2019. ‘El comediante Volodimir Zelensky será el próximo presidente de Ucrania. Completado más del 85% del recuento de los votos tras las elecciones, la Comisión Electoral Central ucraniana informó que Zelensky obtuvo más del 70% de los votos, una ventaja que se considera rotunda e irreversible. De hecho, su oponente, el hasta entonces presidente del país, Petro Poroshenko, reconoció la derrota en cuanto empezaron a conocerse los primeros indicios’. La ficción se hizo realidad.

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