La amapola de Guerrero. El ‘caballo’ galopa en Nueva York, al son de ‘Heroin’ de Loud Reed, poeta y padre del rock alternativo

 Pinceladas

Una nueva epidemia de heroína sacude las principales ciudades de los Estados Unidos, y al contrario que hace unas décadas, las víctimas no viven en zonas urbanas degradadas sino en barrios residenciales blanco; en 2016 dos millones de americanos tuvieron problemas con opiáceos de receta y 591,000 con heroína. Esta droga supone anualmente un costo social de 51,000 millones de dólares, casi lo mismo que el nuevo aumento para gasto militar anunciado por la Casa Blanca; los estadounidenses suman un 5% de la población mundial, pero consumen el 80% del mercado global de opiáceos farmacológicos; policías y bomberos han empezado a portar dosis de naloxona, un antídoto urgente para sobredosis, para intervenir en las que se encuentran en las calles; Donald Trump ha creado una comisión contra la epidemia. En sus discursos la ha definido –junto “al crimen y las pandillas”– como un factor de lo que denomina “la carnicería americana”; el gobernador del Estado que acoge a la turística Acapulco, el priista Héctor Astudillo, sugiere regular su cultivo para uso médico y frenar la sangría del narco y minar a los cárteles de la heroína.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

La ola de adicciones a los opiáceos acompañó el relevo en la Casa Blanca en 2016; los entonces candidatos, Donald Trump e Hillary Clinton no discutieron sobre políticas represivas sino de rehabilitación. Las muertes por sobredosis casi se han cuadruplicado desde 2000. En este país mueren más personas por sobredosis -de esta y otras drogas- que por accidentes de tráfico. Durante años la epidemia de heroína y opiáceos se ha gestado en silencio, lejos de los focos políticos y mediáticos de Washington. Ahora es una prioridad nacional. “Esta crisis quita vidas. Destruye familias. Destroza comunidades por todo el país”, dijo antes de dejar la presidencia Barack Obama, durante una visita a Virginia Occidental, uno de los Estados más afectados. Heroína, la pesadilla de América. La epidemia de muertes por cócteles de opiáceos revienta los registros históricos en EE UU. Las cifras de la epidemia son desmesuradas. En 2016 dos millones de americanos tuvieron problemas con opiáceos de receta y 591,000 con heroína.

Esta droga, el ‘caballo’, supuso ese año un costo social de 51,000 millones de dólares, casi lo mismo que el nuevo aumento para gasto militar anunciado por la Casa Blanca. EE UU suma un 5% de la población mundial pero consume el 80% del mercado global de opiáceos farmacológicos. Policías y bomberos han empezado a portar dosis de naloxona, un antídoto urgente para sobredosis, para intervenir en las que se encuentran en las calles. Nora Volkow, directora del principal instituto público contra la droga, afirma que urge una respuesta “multifacética” para la que defiende “investigar medicamentos alternativos no adictivos contra el dolor; desarrollar métodos más efectivos para contrarrestar las sobredosis y para el tratamiento de la adicción; y educar a la población, incluyendo a los doctores”. Trump ha creado una comisión contra la epidemia. En sus discursos la ha definido –junto “al crimen y las pandillas”– como un factor de lo que denomina “la carnicería americana”.

El año pasado los opiáceos mataron a más americanos que en los 19 años de la guerra de Vietnam, 59,700, según The New York Times

Luis González fue adicto al crack y a la cocaína, estuvo preso, se rehabilitó, fue guardaespaldas de un cantante de los Bee Gees y se hizo guía de adictos en un centro de desintoxicación. Pero a sus curtidos 59 años no había visto nada como lo que está pasando ahora. “Se están yendo todos al cementerio”, dice. La epidemia de los opiáceos abrasa las venas de EE UU. Según The New York Times, en 2016 las drogas mataron a más personas que nunca, al menos 59,700 (una proyección a partir de datos oficiales del primer semestre y que continúa la escalada desde los 47,000 de 2014 y los 52,400 de 2015). En 2016 murieron por esta causa más americanos que en los 19 años de la guerra de Vietnam.

Del total de muertes, unas 35,000 fueron por consumo de heroína sola o cortada –mezclada- con opiáceos sintéticos ilegales que tienen su principal origen en China y que hasta traficantes de poca monta logran recibir por correo tras pedirlos en páginas ocultas de Internet. El compuesto más común desde hace cinco años, 50 veces más fuerte que la heroína, es el fentanilo -que mató a Prince en 2016-, y otro más reciente pero poco usual es el carfentanilo, 100 veces más potente que el fentanilo y capaz de sedar con una pizca a un elefante de seis toneladas.

Pero ningún peligro por desmedido que sea parece espantar a un heroinómano. “No me da miedo”, afirma Edward, un blanco de 31 años en Overtown, el gueto negro más antiguo de Miami. “Es una jodida locura lo que te digo, ¿verdad? Pues no me da miedo. Llega un momento en que no te importa nada. Esta mañana me levanté enfermo, vomitando y acabé comprando una heroína de mierda, sin ninguna potencia. Una pura basura”. Diez minutos después, Edward estaba en suelo, desplomado contra un semáforo, viendo los coches pasar.

La sobredosis de droga ya es la causa de muerte más común entre los americanos menores de 50 años, una crisis de salud pública alarmante

 “La información disponible sugiere que el problema seguirá empeorando durante 2017”, indica por correo electrónico Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA). “Esta tendencia es el resultado de una crisis de salud pública alarmante. La sobredosis de droga ya es la causa de muerte más común entre los americanos menores de 50 años”, añade. El boom de la heroína ha escalado esta década y es consecuencia de la barra libre que se dio en la anterior al consumo médico de potentes analgésicos legales. Siguiendo la estela de la batalla de los noventa contra las tabaqueras, varios Estados han demandado a farmacéuticas por haber alentado supuestamente el consumo de medicamentos adictivos influyendo en infinidad de doctores que los recetaron sin mesura. Florida se volvió la capital de las clínicas que despachan pastillas, llamadas pill mill (molinos de píldoras)

“Yo empecé con la oxicodina”, recuerda Dylan, un rubio de teleserie de adolescentes de 23 años enganchado a la heroína. “Odio estar así. Yo fui un tipo muy popular cuando era un chaval. Pero la cagué”. Ana, de 25 años y origen puertorriqueño, tuvo una entrada a la heroína que rompe el alma: “Mi abuelo era adicto y me la puyó para violarme cuando tenía 14 años. Me quedé embarazada y aborté”. Ahora camina sobre la cuerda de los cócteles salvajes que consume: “Desde enero ya me he muerto cinco veces. Cada día le ponen cosas más fuertes a la mezcla y me muero más que antes”.

Ana, Edward y Dylan reciben atención del Miami Needle Exchange, una ONG de financiación privada que les da jeringuillas nuevas, y les hace pruebas de VIH -Miami es la segunda ciudad en nuevas infecciones tras Baton Rouge (Luisiana)-. Los trabajadores del programa aparcan su furgoneta y la briosa coordinadora Emelina Martínez, de 49 años, sale a caminar por Overtown para saludar y que se sepa que han llegado. En cada esquina se perciben los movimientos huidizos entre manos que hacen correr la droga con discreción. Una blanca dicharachera y delgada como un alambre se saluda en medio segundo con un negro en bicicleta y esconde sus dosis bajo el pantalón. “Es La Flaca”, dice Emelina. Un treintañero blanco con una calavera en la camiseta pasa en patinete a su lado y le hace un gesto malencarado. “Él es de los más ariscos”, comenta.

En Miami y Florida, uno de los Estados más castigados por la heroína y fentanilo, murieron ‘enganchados’ más de 4.000 personas el pasado año

En Florida, uno de los Estados más castigados por la plaga, murieron más de 4,000 personas en 2016 por sobredosis relacionadas con opiáceos, según cálculos preliminares no oficiales. Las estadísticas públicas registraron de 2014 a 2015 un incremento de más del 100% en muertes por heroína y fentanilo. Los casos recogidos por los medios resultan cada vez más cruentos. El pasado sábado se difundió la autopsia de una pareja que fue hallada muerta en la madrugada de Año Nuevo en Daytona Beach (Florida) con sus tres hijos pequeños en la parte trasera de su coche. Sobredosis por fentanilo. Después de varios años resistiéndose, el gobernador Rick Scott, un republicano muy conservador, declaró en mayo el estado de emergencia sanitaria y asignó 54 millones de dólares (48.2 millones de euros) para el próximo bienio dedicada a la prevención, el tratamiento y la rehabilitación. Los adictos, reconoció Scott, “son hijos, hijas, madres, padres, hermanas, hermanos y amigos y sus tragedias dejan a sus seres queridos buscando respuestas y elevando plegarias para que alguien los ayude”

Tomando café junto a su amigo de origen cubano Luis González, Danny Tricoche, de origen puertorriqueño, exheroinómano de 63 años y miembro de otro centro de rehabilitación, dice con resquemor: “Antes la droga era cosa de los latinos y los negros pobres de las grandes ciudades y ahora que se fue para los suburbios de blancos, ¡ah!, ahora sí que tenemos un gran problema”. Los registros de usuarios de la organización Miami Needle Exchange plasman la novedosa característica racial de la epidemia: 152 son blancos, 117 son latinos y solamente 12 son afroamericanos. Emelina Martínez dice: “A los jóvenes negros les gusta la marihuana pero no los sueles ver consumiendo heroína. Creo que como se criaron viendo en sus calles a estos drogadictos y saben lo que pasó con sus padres con el crack en los noventa, no se meten en eso”. Cuenta que a su furgoneta llegan profesionales de barrios acomodados conduciendo sus coches de gama alta, intercambian sus jeringuillas sin apenas decir palabra y se retiran.

“Yo no entiendo esta matazón”, se lamenta González, y relata con cercanía ejemplos de la nueva pesadilla americana que por su trabajo conoce de primera mano, como “una cheerleader de Carolina del Norte que no sale de Overtown” o una bailarina de streptease a la que llamaban Strawberry [fresa] por su melena pelirroja: “Hace un tiempo me vino a pedir dinero y le rogué que anduviera con cuidado porque le están echando fentanilo a todo. Pero ella ya estaba tan malita que dijo: “A mí el fentanilo me cura”. Bueno, pues hace un mes apareció muerta debajo de un puente. Así se nos fue la Strawberry. Pobre blanquita”.

El auge de los analgésicos legales, el origen, los adictos encontraron en la heroína una alternativa barata procedente de México

El auge de los analgésicos legales está en el origen de la actual epidemia, según los expertos. Las ventas se dispararon en la década pasada, cuando algunos médicos empezaron a recetar opioides con ligereza. A veces subestimaron sus efectos adictivos. En 2012, se escribieron 259 millones de recetas para estos medicamentos, una media de casi una por habitantes de este país. El debate sobre el papel de médicos, farmacias y farmacéuticos llevó a un mayor control. Los adictos encontraron en la heroína una alternativa barata procedente de México.

Una novedad de la epidemia es el perfil del adicto. En los años setenta su imagen pública era la de un adicto al crack y negro, asociado a la violencia. La respuesta de los poderes públicos era la mano dura: arrestos y encarcelamiento. El adicto de 2016 es distinto. El 90% de los nuevos usuarios en la última década son blancos. Viven en pueblos y en suburbios: los barrios residenciales de clase media en las afueras de las grandes ciudades. No se asocia a los adictos con la violencia: el aumento de la adicción ha coincidido con un declive en las tasas de crimen. Y no suscitan condena sino compasión y, a derecha e izquierda, los políticos piden prevención y tratamiento, no represión. Los adictos ya no son yonquis: son enfermos que padecen “desorden por abuso de sustancias”.

El novelista norteamericano Truman Capote fue encontrado muerto por una amiga suya que le había invitado a su casa de Los Ángeles para celebrar su próximo cumpleaños. La policía local informó que Joanne Carson, ex mujer del famoso presentador de televisión Johnny Carson, halló el cuerpo sin vida del escritor en la cama de su dormitorio hacia el mediodía del sábado, 25 de agosto de 1984. Capote, que tenía 59 años de edad, solía tomar grandes dosis de tranquilizantes, lo que en varias ocasiones había provocado su hospitalización. Truman Streofkus Persons, su verdadero nombre, se declaraba abiertamente homosexual, padecía epilepsia y se confesaba alcohólico. Publicó su primera obra, Miriam, a los 20 años aunque su fama llegó con “Otras voces, otros ámbitos” y “Desayuno en Tiffany’s”. Su novela más conocida es “A sangre fría”, una dura reflexión sobre la pena de muerte.

Su conocida adicción al alcohol y las drogas la defendía diciendo que “todos los escritores, grandes o pequeños, son bebedores compulsivos, o necesitan ‘alucinar’ un poco porque empiezan sus días totalmente en blanco, sin nada”. “A sangre fría” narra el brutal asesinato de los cuatro miembros de una familia de Kansas. La novela de Capote resultó ser un hito por la propuesta innovadora de combinar literatura y periodismo. Incluso, se la considera el primer antecedente del nuevo periodismo estadounidense, cuyo ‘padre’ es Tom Wolfe, en el cual la investigación periodística adquiere novedad y relevancia. En 1959 un violento crimen sacudió la tranquila vida de Holcomb, Kansas. La sociedad norteamericana de aquellos años no tuvo más remedio que encarar con desesperación, angustia, miedo y, sobre todo, desconfianza, un crimen que sugería que cualquiera podía morir asesinado en cualquier momento.

Truman Capote se ‘reencarnó’ en el actor Philip Seymour Hoffman, quien murió por sobredosis al igual que el autor de ‘A sangre fría’

La familia asesinada, los Clutter, compuesta por Herbert Clutter, su esposa Bonnie y sus hijos Kenyon de 15 y Nancy de 16, era el arquetipo del sueño americano en la década de los 50. Eran gente próspera, que vivía de la agricultura, habitantes de un pequeño poblado de mayoría metodista. Tenían buena reputación; eran religiosos y asistían sin fallar a los servicios dominicales. Generosos, empáticos, trabajadores, sanos, no tenían aparentes enemigos. Los asesinos, Richard Eugene (Dick) Hickock y Perry Edward Smith, eran convictos bajo libertad condicional que creían que en la casa de los Clutter hallarían una caja fuerte con no menos de diez mil dólares. No la hallaron, pero de todos modos asesinaron a los padres y a sus dos hijos adolescentes.

Huyeron hasta México, regresaron a los Estados Unidos y siguieron a la deriva hasta que fueron identificados como los asesinos y arrestados. Un antiguo compañero de celda de Hickock, Floyd Wells, había trabajado para el señor Clutter en el pasado y le comentó a su compañero lo rico que era, incluso le aseguró que poseía una caja fuerte en su despacho con el dinero necesario para el mantenimiento diario de la granja, lo cual incitó a Dick a maquinar el delito. Estos datos no sólo resultaron ser falsos, porque no existía dicha caja, sino que además el señor Clutter nunca llevaba mucho dinero encima, ya que siempre se manejaba con cheques; de hecho, el monto de dinero robado el día del asesinato ni siquiera llegó a los cincuenta dólares.

El proceso de creación de esta novela se ha llevado al cine en la película “Capote” (2005), por el director Bennet Miller, en la cual Capote es interpretado por el actor Philip Seymour Hoffman en una actuación que le valió el premio Óscar al mejor actor principal… Todos flipamos cuando vimos la interpretación de Philip Seymour Hoffman. Muchos críticos loaron su capacidad histriónica como casi siempre lo hacen con algo que les impacta. Algunos no dudaron en afirmar que Capote había logrado ‘reencarnarse’ en Hoffman. Hay quien se aventuró a hablar de ‘clonación’, muy de moda tras la creación de la oveja Dolly, a partir de una célula adulta de un mamífero, por primera vez en la historia. Se referían a una ‘clonación’ artística, se entiende.

El actor neoyorquino bordó el papel de Truman Capote en la pantalla. Treinta años después de la muerte del autor de “A sangre fría”, Philip, apareció sin vida en su apartamento de Manhattan, el 2 de febrero del 2014. Parecía la misma escena que protagonizó Truman Capote, en 1984 y que no llegó a filmarse en el “Capote” de Hollywood. Pareciera que Philip Seymour Hoffman quiso no dejar inconcluso el guión pendiente. Él era, para las nuevas generaciones, nuestro ‘Truman Capote’, el virtual, con permiso del que fuera capaz de escribir “A sangre fría”, en un 1966, anunciador de nuestro Movimiento Estudiantil de 1968 y el  Mayo francés…,  incitadores a una permanente y más activa actitud crítica y opositora de la sociedad civil, principalmente en las universidades públicas.

Hoy muchos recordaremos la música y letra que el cantante neoyorquino Lou Reed, dedicó a la “Heroin”, droga que acabó con su hígado

La imagen de la heroína sigue, en buena medida, asociada a la epidemia de final de los años setenta y principios de los ochenta. A camellos demacrados y yonquis esqueléticos que pasan el día buscando cómo agenciarse la próxima dosis. Nada que ver con la última víctima ilustre que se ha cobrado el abuso de esta droga, el actor estadounidense Philip Seymour Hoffman, de 46 años, al que la policía encontró muerto en su lujoso apartamento de Nueva York con una jeringuilla en el brazo. La policía halló 50 papelinas de lo que parecía ser heroína.

Hoy muchos recordaremos la música y letra que el cantante neoyorquino Lou Reed, dedicó a la “Heroin”, droga que acabó con su hígado. No superó el trasplante que le hicieron en el 2013. Cantante y compositor de rock es considerado el padre del rock alternativo, primero como líder del grupo The Velvet Underground y luego en solitario. Era amigo de los ‘Capote’.

“No sé a dónde voy/Pero voy a intentar para el reino, si puedo/Porque me hace sentir que soy un hombre/Cuando voy a poner una estaca en mi vena/Luego te digo que las cosas no son exactamente lo mismo/Cuando estoy corriendo en mi carrera/Y me siento como Jesús, el hijo de Dios/Y supongo que yo no sé/Y supongo que yo no sé/Me han hecho la gran decisión/Voy a tratar de anular mi vida/Porque cuando la sangre comienza a fluir/Cuando se dispara el gotero a la altura del cuello/Cuando estoy acercando a la muerte/Usted no me puede ayudar, no sé ustedes/Me gustaría navegar por los oscuras mares/En un gran barco clipper/Lejos de la gran ciudad/Donde un hombre no puede ser libre…

La heroína, será la muerte de mí/La heroína es mi esposa y es mi vida/Lleva a un centro en mi cabeza/Y entonces estoy mejor que muerto/Cuando el golpe comienza a fluir/Entonces yo realmente no me importa/Y todo el mundo poniendo a todos los demás abajo/Y todos los políticos haciendo una locura sonidos/Todos los cadáveres apilados en montones, sí/La heroína está en mi sangre/Y la sangre en mi cabeza/Sí, gracias a Dios que estoy bien como el de un muerto/Ooohhh, gracias a su Dios que no estoy al tanto/Y gracias a Dios que yo simplemente no les importo/Y supongo que yo no sé/Y supongo que yo no sé…”.

Con la heroína ganando mercado a ritmo epidémico en Estados Unidos, el crimen organizado sabe que el nuevo maná es el polvo marrón

En una toma de postura insólita en México, donde el debate sobre drogas se limita a la legalización de la marihuana, el gobernador priista del Estado de Guerrero, Héctor Astudillo, ha declarado que se debería considerar la posibilidad de regular los cultivos de amapola para uso médico, con el objetivo estratégico de quitarle su negocio a los carteles de la heroína. “Se podrían hacer pruebas piloto. Creo que ayudaría a bajar mucho el nivel de violencia”, dijo. Guerrero, en el sur del país, es el epicentro de la guerra mexicana del opio. Con la heroína ganando mercado a ritmo epidémico en Estados Unidos, el crimen organizado sabe que el nuevo maná es el polvo marrón y lucha a degüello por controlarlo. Y en México, la principal fuente del maná son las remotas montañas de Guerrero, donde la autoridad pública es tan débil como voraz la rebatiña de los carteles por el terreno, como dramática la cuota que paga la población.

No sólo por el tráfico de heroína y otras drogas, también porque ello se suma a su pobreza atávica, al abandono institucional y a la proliferación general de la delincuencia común, Guerrero se ha vuelto la zona más violenta de México. Según datos oficiales, su tasa de homicidios en 2014 fue de 47 asesinatos por cada 100,000 habitantes, el triple que la media nacional. Y la crisis va a más. Si bien no se ha publicado el índice porcentual de 2015, el investigador Alejandro Hope apunta que el año pasado en Guerrero los homicidios crecieron un 30% (unos 2,000 asesinatos en total en una población de tres millones y medio) frente al 7% de subida nacional. El descalabro de la región tiene dos referentes paradigmáticos. Uno rural, la desaparición en 2014 de 43 estudiantes, y otro urbano, la degradación de Acapulco de perla turística en el municipio con la mayor proporción de asesinatos de México. Acapulco plasma el mal de Guerrero en su parte costera, en el Pacífico, mientras el caso de los estudiantes sintetiza su forma rural.

Los jóvenes desaparecieron a manos de policías corruptos y narcos compinchados en la pequeña ciudad de Iguala, un feudo estratégico en disputa. Una de las hipótesis es que los estudiantes, que se estaban organizando para una movilización en la Ciudad de México, se habrían apropiado de un autobús comercial que, sin ellos saberlo, iría cargado con un alijo oculto de heroína. Astudillo, elegido en 2015 como candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el mismo que el del presidente de México, Enrique Peña Nieto, ha subrayado que su postura es personal, un deseo y no, por el momento, una iniciativa formal. “Es una idea más, tampoco estoy llevando el tema a la ONU”.

“Sobreproducción mundial” de opio para morfina y otros derivados farmacéuticos, regulada desde 1912, México no tendría mercado

El representante regional de la ONU en materia de droga, Antonio Luigi Mazzitelli, considera que la regulación del opio no es el camino para Guerrero. “Lo que se necesita es una intervención integral: actividad económica, carreteras, escuelas, puestos de salud, seguridad pública y Estado de Derecho”. Añade que existe una “sobreproducción mundial” de opio para morfina y otros derivados farmacéuticos –regulada desde 1912– y que México no tendría mercado. Mientras tanto, la diáfana lógica del consumo marca la dirección de los cultivos clandestinos. El mercado de Estados Unidos requiere heroína y México sube el ritmo de producción. Si entre 2007 y 2010 el Ejército mexicano destruyó 272,000 sembradíos de amapola en todo el país, entre 2011 y 2014 fueron 427,000.

Un dato reciente subraya el crecimiento exponencial de la industria del opio: tan sólo en Guerrero, entre octubre de 2015 y febrero de 2016 el Ejército encontró 41,000 plantaciones, que no suelen ser grandes extensiones planeadas por los carteles sino pequeños cultivos de campesinos sin perspectivas económicas que venden su cosecha de goma de opio al por menor a los grupos de traficantes, que luego la procesan en laboratorios para elaborar heroína. Según estimaciones del Gobierno de Estados Unidos, la capacidad de producción de heroína de México pasó de 26 toneladas en 2013 a 42 en 2014, año en que de acuerdo con el Gobierno mexicano fue incautado un 400% más de goma de opio. La cifra puede duplicarse este 2017, si Estados Unidos lo logra controlar la demanda…

La amapola de Guerrero, el ‘caballo’ galopa’ en  Nueva York, al son de ‘Heroin’ de Loud Reed. Una nueva epidemia de heroína sacude las principales ciudades de los Estados Unidos, al contrario que hace unas décadas, las víctimas no viven en zonas urbanas degradadas sino en barrios residenciales blanco; en 2016 dos millones de americanos tuvieron problemas con opiáceos de receta y 591,000 con heroína, esta droga supone anualmente un costo social de 51,000 millones de dólares, casi lo mismo que el nuevo aumento para gasto militar anunciado por la Casa Blanca; los estadounidenses suman un 5% de la población mundial pero consumen el 80% del mercado global de opiáceos farmacológicos; policías y bomberos han empezado a portar dosis de naloxona, un antídoto urgente para sobredosis, para intervenir en las que se encuentran en las calles; Donald Trump ha creado una comisión contra la epidemia, en sus discursos la ha definido –junto “al crimen y las pandillas”– como un factor de lo que denomina “la carnicería americana”; el gobernador del Estado que acoge a la turística Acapulco, el priista Héctor Astudillo, sugiere regular su cultivo para uso médico y frenar la sangría del narco y minar a los cárteles de la heroína.

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