La cosa pública
Por José Hugo Trejo
Pareciera ocioso tocar el tema de los informes de gobierno desde una visión crítica en cuanto a las formas y los propósitos reales de los mismos, porque desde hace muchos años, desde la era priista, se les cuestionó por ser meramente rituales del poder en los que los Presidentes de la República y los Gobernadores de los Estados, exaltaban sus presuntos aciertos en el ejercicio de sus responsabilidades públicas ante públicos complacientes que acudían, y acuden, a esos ceremoniales para lisonjear al “rendidor” o “rendidora” de cuentas en turno, y ante audiencias indiferentes, desdeñosas de las cifras y los datos maquillados a las que las obligaban a escuchar o ver por las cadenas nacionales y estatales de la radio y la televisión bien pagadas por esas transmisiones. Sin embargo, no se debe cejar en su cuestionamiento, por lo infructuoso que resultan para los propósitos de quienes reproducen y se regodean en el autoengaño y lo irrelevante que resultan para el ciudadano común, a pesar de ser el que carga con el costo de tal parafernalia de quienes ostentan y detentan el poder en todos los niveles del Estado mexicano.
Para qué sirven las ceremonias oficiales y extraoficiales de la presentación de los “informes de gobierno”, realizadas con el pretexto de cubrir la obligación constitucional, que en 2024 cumplirá 200 años de haber sido instituida, si no para el regodeo y el autoelogio, tan exacerbado en estos tiempos, si las instancias legislativas que los reciben no cumplen en lo más mínimo con la función y la responsabilidad pública que tienen, de revisar y fiscalizar cada una de las acciones y las cuentas que se les presentan en las abultadas pilas de papel y tinta que se les entregan el día del informe y que no vuelven a tocar ni por casualidad.
Las ceremonias de los “informes de gobierno” son actos públicos de autoengaño de quienes lo rinden, y de sumisión de los integrantes del público asistente, obligados a aplaudir y a enaltecer, si se les da la oportunidad, de todo lo que ahí vierta el protagonista principal del acto, aún cuando saben que lo dicho no está apegado a la realidad o por lo menos no les conste que así sea. Son pues estos eventos públicos, verdaderos rituales de poder para el regodeo de quienes los encabezan. Los protagonistas conscientes de eso, aunque a la mayoría los obnubila el poder que detentan, los usan para medir sus niveles de convocatoria y de influencia entre un público asistente a estos eventos, que saben sometido a su influjo por el interés o la ambición personal y las expectativas que tienen de conseguir un contrato de obra o mantener los que tienen, conservar su burocrático empleo, ascender de nivel, acceder a una candidatura o aspirar a ser ese “Sol” que los ilumina y los deslumbra; pero que también los puede quemar o enfriar demasiado, hasta el congelamiento, de no mostrar su aprobación y respaldo incondicional de manera pública y sobresaliente, hasta la ignominia si se puede, a los dichos y hechos expuestos por el gobernante.
El ciudadano común, que es el que paga por el derroche de recursos que se hace en los actos de los “informes de gobierno”, de lo que no es consciente, no solo no le interesa lo que se diga de estos eventos, y mucho menos cuando se les ensalza, sino que no los entiende; como no entiende ni sabe de las obras, cuando las hay, que se realizan en su entorno, porque la autoridad que las realiza rara vez acude con los presuntos beneficiarios a explicarles el por qué de las mismas y los beneficios, si es que los va a haber, que obtendrán.
De esa manera, gobernantes y gobernados caminan por diferentes vías; como si anduvieran en dimensiones distintas, separada una de otra, que sólo se cruzan cuando hay excesos u omisiones de los primeros con los que afectan a sectores relevantes o amplios de los segundos, cada vez más recurrentes: el crecimiento de la delincuencia y la inseguridad pública, la falta de prestación de servicios públicos básicos como la recolección de la basura, las fallas en la ministración de agua potable, de energía eléctrica, de asistencia médica y de salud, entre otras fallas de gobierno a las que la sociedad es más sensible y reactiva que la rendición de cuentas y los ceremoniales con las que las adornan…