La ‘ley Trump’ contra lo incurable

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Signos

Parece que la ‘Ley seca’ o ‘La prohibición’ de los veinte no fue muy efectiva contra el alcoholismo yanqui.

Las mafias tuvieron que entrar al relevo, matándose a tiros a toda hora, para saciar el vicio incontinente de los alcohólicos con alcohol clandestino.

La ley y las mafias fracasaron. La sed era congénita. Nacía con el ser (‘americano’). El martirio de no beber era inhumano. La ley era contra natura. La violencia sangrienta de las mafias era la medida de los deseos infernales. Había que reponer el derecho a la embriaguez. La prolongada sobriedad mataba. Había que acabar de nueva cuenta con ella.

La ley está en el alma yanqui para regular el poderoso impulso de sus traumas con la fuerza implacable de sus instituciones coercitivas. (Como las de la horca, la silla eléctrica o la sedante inyección letal.) Lo está. Como todos los excesos y los crímenes que la liberan, al tiempo que la condenan a la decadencia irremediable.

Ahora no culpa la ley a los vendedores de alcohol del mortífero alcoholismo ‘americano’. Es mejor ese alcoholismo inexorable que la abstinencia obligada por la norma constitucional.

¿Y culpar a los fabricantes y vendedores de armas de los incontables homicidios y masacres cotidianas de los igualmente numerosos y ansiosos asesinos? (No. Habría que autoinculparse de los genocidios de conquista.) ¿Y culpar, asimismo, a los dueños de casinos de la ludopatía incontenible de sus enfermos de apostarlo todo? (No. Está en el destino fundacional y en las tradiciones culturales. Apostar está en el corazón de las conquistas imperiales.)

La ley es para lo que conviene. La que combate el tráfico de drogas es para hacer la guerra contra los evasores fiscales que ganan millones con el gran mercado del vicio ‘americano’ pero los ‘lavan’ sin dejar nada en las arcas del reino de los adictos. Y, sobre todo, sirve para hacer la guerra a los Estados de los fentanileros e imponerles condiciones que el neocolonialismo yanqui quiere.

No hay modo de acabar con el consumo extremo de drogas. Si los drogadictos no se matan con fentanilo encontrarán otros venenos.

Porque de lo que están enfermos, en realidad, es del espíritu: de inhumanidad y de hedonismo, el virus del placer enfermizo, del éxito material, de la infelicidad y la autodestrucción.

De modo que deben consumir su energía trabajando como esclavos. Pero, ante el fracaso y el desaliento y el abandono y el desamor, el vicio es el único aliciente.

SM

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