Signos
Hay zonas, como algunas del Noreste, donde los grupos del ‘narco’ operan con sus fuerzas de seguridad -que incluyen agentes de Seguridad Pública y ministeriales- con el objeto de preservar el orden y la paz social.
Y en esos lugares todo el mundo sabe quiénes son los jefes que en realidad mandan en tales y cuales territorios y que hacen obedecer sus reglas allí para cuidar sin mayores altercados el flujo de sus decisiones y sus negocios.
Y las bandas mejor organizadas y con mayor disciplina han establecido y van consolidando estructuras corporativas cada vez más funcionales, fiscalmente responsables y contributivas, detrás y debajo de las cuales fluye a raudales el mercado de las drogas, la extorsión silenciosa y más ramificada, el tráfico humano internacional y los demás delitos de mayores dividendos para las cúpulas criminales.
Forjan su propio Estado alterno, con su sistema de seguridad y de financiación de partidos, candidatos y autoridades que les convienen. Y se van creando una base social propia que advierte a la autoridad formal como un mero anexo que deja hacer, deja pasar y se dedica sólo a ejercer y a robarse los presupuestos.
Es el ‘narco’ mismo el que, desde el dominio y el exterminio de unas bandas más poderosas a otras va imponiendo las condiciones de seguridad territorial que a sus intereses importa que se preserven.
Siguen, por supuesto, los enfrentamientos encarnizados, pero tienden a ser más infrecuentes y a disminuir los volúmenes oficiales de víctimas del narcoterror.
Se reduce, en efecto, la violencia sangrienta de las balaceras, pero no el crimen ni la tortura ni las amenazas ni las intimidaciones selectivas ni las demostraciones de poder.
El ‘narco’ se torna endémico e implacable operando bajo la ficción de la paz social y de los perfiles de buenos muchachos que cuidan más a su comunidad que los funcionarios mismos.
Finca asociaciones convenidas o forzadas con empresarios y propietarios a quienes garantiza protección y se apodera de amplios sectores económicos. Despoja propiedades y bienes inmobiliarios rentables que trafica mediante despachos jurídicos, contables y notariales que controla, por las buenas o por las malas. Domina cada vez más territorios de inversión y se torna más y más eficiente para capitalizarlos. Se italianiza, pues, al modo de la mafia sicialiana o calabreza. Pero el terror subyace con todas sus variables de escarmiento y de crueldad, como funcionan aquellas. El imperio crece sobre la aparente suavidad superficial del infierno que se impone a costa de los derechos ajenos, solitarios y a la deriva de las instituciones públicas que debieran defenderlos pero están también a merced del crimen o de la indolencia y la incompetencia para reducir las descomunales carpetas de la impunidad.
Y sí, como dice, en efecto, el Presidente de la moralización republicana y la condescendencia con los pobres matones despiadados que no son sino víctimas de la desigualdad, bajan en algunos lados las cifras de homicidios. Sí, pero bajan merced al terror que sólo se disfraza, asume otras variables y cambia de estrategia y no tiene quién le haga frente del lado del Estado de derecho, que se desvanece sin remedio.
El ‘narco’ se expande como la plaga. Impone la seguridad que le conviene con sus fuerzas de sicarios. Y se instala en los Gobiernos y en las representaciones populares y en la vida comunitaria mejor que los partidos y los candidatos.
Y como sabe que no hay manera de que ni la Seguridad Pública ni las Fuerzas Armadas ni las Fiscalías ni los Poderes Judiciales lo enfrenten ni procesen nunca de uno en uno a las nubes de anónimos homicidas emergidos, como dice el Presidente, de la falta de oportunidades en la vida, pues cuando aparecen los soldados los atacan y los echan de sus suelos ayudados por la orden de retirada de su comandante supremo, y lo mismo hacen con los sicarios enemigos y no con los pobres policías de cualquier nivel de autoridad, a los que sólo compran por diez veces más de los tres pesos que cobran en sus comandancias.
La DEA sabe todo eso. Y que ante la sospechosa inacción del Gobierno mexicano y su absurda retórica de culpar a la pobreza del mal de la violencia y defender la soberanía de toda incursión ‘americana’, los sicarios hacen correr a la tropa y convierten en tierra quemada el suelo que pisan, a menudo sólo con el propósito de hacer saber quién manda en esta tierra de nadie.
SM