Signos
Por Salvador Montenegro
Da la impresión de que en México se contratan directores técnicos extranjeros de la Selección Nacional de Fútbol con el único objetivo de descargar en ellos la frustración insuperable de los fracasos y la mediocridad congénita del balompié mexicano.
Y así, escogidos primero como los más idóneos en el mercado global, más temprano que tarde son echados a patadas como los culpables únicos de que tan mal se vea el equipo ‘de todos’, cual si la última de las derrotas mexicanas no fuese igual a las incontables de todos los tiempos.
Porque si bien fue el colombiano Osorio el del 7-0 ante Chile en 2016, fue el mexicano Trelles el del 8-0 ante Inglaterra en el 61, igual que mexicano era Roca en la goleada alemana por 6-0 en el 78.
Porque la idiosincrasia perdedora es invencible e insuperable, en tanto pretende de manera infructuosa evadir el patológico autoengaño y sabe de manera incorregible que no puede mentirse y, peor, que se resiste a salvarse y persevera buscando fuera de sí misma el peor enemigo propio que la habita.
Y así, acaso pueda la fanaticada acusar al mismísimo Espíritu Santo de emisario de otros mundos y aliado de los técnicos enemigos del fútbol mexicano, porque el espíritu propio teje en su blasfema idolatría la culpa de sus males.
Se sabe que no son ni el Espíritu Santo ni el ‘Tata’ ni Cocca, ni ninguno de los elegidos como victimarios, los causantes reales del futbolero e idiosincrático mal.
Se sabe que el espejo del Yo no miente.
Y se sabe, que es lo peor, que no se acepta la autocrítica -ese lugar común que no lo es tanto para tantos- como el principio real de todo cambio verdadero.
SM