Signos
Lo peor para los culpables de las tragedias del Metro capitalino es que no hay justificaciones de ninguna especie que los salven de sus culpas: ni técnicas ni políticas ni morales ni retóricas, aunque quien cante victoria con esas fatalidades no exhibirá, tampoco, mejor catadura que sus adversarios.
Y acaso lo peor está empezando.
El temor a otras tragedias como las padecidas se esparce y contamina los ámbitos imaginables, y contagia, asimismo, de distintos modos, las conciencias e intereses potencialmente involucrados y colindantes.
¿Cuántas obras de similar autoría y cualidad corporativa no son tan peligrosas como las colapsadas?
¿En cuántos y en cuáles empresarios amigos, socios o aliados de los Gobiernos, los partidos y los movimientos de la ‘4T’ y la regeneración moral del país se puede confiar?
Porque si las obras fallidas y causantes de las tragedias del Metro -y de la preocupación de otras posibles- sólo pueden explicarse en la corrupción, la irresponsabilidad y la incompetencia, ¿cómo seguir sosteniendo la causa de la regeneración nacional y la confianza en los proyectos de infraestructura de las administraciones de Gobierno que la suscriben?
¿Dónde poner, sino bajo proceso penal, a la acaudalada doctora Florencia Serranía Soto, por ejemplo, y a por lo menos media legión de colaboradores, socios y beneficiarios de su cargo al frente del Metro capitalino?
¿Y cómo no responsabilizar a los responsables de que ese tipo de empresarios y grupos de interés multipliquen sus fortunas al más rancio, catastrófico y cleptocrático estilo de los de antes?
Si el ahora canciller Ebrard se fue a vivir a París como un príncipe, en un hotel de lujo, para huir de las acusaciones del primer gran desastre de la Línea 12, que él mandó construir como jefe de Gobierno de la Ciudad de México y cuyo financiamiento programó su entonces colaborador y ahora líder del partido presidencial, Mario Delgado, ¿se van a seguir repitiendo esos ejemplos de colosal impunidad?
¿Se van a seguir contratando empresarios de tan alta letalidad en sus proyectos de obra desde las gestiones representativas de la llamada ‘cuarta transformación’?
¿Qué garantías hay, a partir de las evidencias de ineficacia, negligencia e impudicia que se identifican en las construcciones defectuosas e inservibles, de que otras mayores no contengan los mismos ingredientes y ‘defectos’ criminales, como las de la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles y el Tren Maya, entre otras?
¿Qué pruebas objetivas y creíbles hay de que no es ese el tipo de vías por las que en realidad marchan los trenes de la ‘4T’ y su movimiento de regeneración nacional?
¿Cuánta fidelidad y cuántas certezas indoblegables e inconfundibles no se están precipitando con el Metro y las incógnitas emanadas de sus escombros, en el fuero interno real de los idólatras de la causa y la figura presidenciales?
Claro: los creyentes pensarán en el beneficio de la duda, aunque los menos fervorosos dudarán entre regatearlo o no.
Pero acaso los desplomes sean también los puentes rotos de muchos sufragios que se creían seguros. Y el abstencionismo de algunos moderados y el castigo de otros tantos ofendidos, en este tramo sinuoso y peligroso de los comicios, quizá obre las ausencias legislativas que clausuren el tránsito a ciertas reformas, casi aseguradas en la víspera y a pesar de la inmoral alianza del partido del Niño Verde con el de la cúpula controlada por el hoy -políticamente desfigurado- canciller Marcelo Ebrard (primer culpable, entre muchos otros, de los crímenes de la Línea 12), que son esenciales para mantener en el carril y rumbo a la sucesión presidencial -por lo menos, porque las estaciones del porvenir están ahora entre la bruma y el abismo- el programa del presidente López Obrador.
Y, por lo pronto, lo peor que podría pasar en Quintana Roo, en medio de tan herrumbroso panorama nacional, es que mientras el movimiento presidencial y el destino de sus figuras sucesorias principales mengua, a la chusma del Niño Verde y sus aliados (Mara Lezama, Laura Fernández, Laura Beristáin, Luis Gamero, etcétera) no los alcance el polvo de los desastres y logren coronar, a pesar de todo, sus delictivos propósitos políticos y de poder.
Claro que Andrés Manuel puede tener popularidad suficiente para gestionar su imagen personal y la de su Gobierno contra sus adversarios y en favor de no pocas iniciativas pendientes de su administración, sobre todo porque en la parte opositora sigue sin haber propuestas alternativas y liderazgos de Estado de alta convocatoria electoral y democrática, y que sean distintos, por supuesto -y por supuesto que más allá de los inventos, las ocurrencias y las satanizaciones-, a los que ya padecieron las grandes mayorías del país.
Pero la popularidad incondicional y sin sentido crítico puede abaratarse y quebrantarse, más tarde o más temprano, frente a los eventos sucesivos y corrosivos de los equívocos y los fraudes que se van produciendo en algunos de los múltiples y diversos flancos de la vasta lucha por la eficiencia y la decencia públicas que se ha jurado defender y representar. (Y, en Quintana Roo, para no ir más lejos, la suciedad del Verde y el Morena parece no molestar en absoluto al jefe máximo de la revolución moral.)
Sin mayorías críticas, la ‘4T’ está condenada a no trascender y a perecer.
Y está visto que Marcelo Ebrard no será el candidato presidencial de la continuidad lópezobradorista que de todas maneras no iba a ser (y que menos podría serlo ahora, tampoco, de ninguna oposición con aspiraciones de éxito y para la cual sólo sería un enorme lastre), y que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, difícilmente, también, podría mantener alzado ese estandarte merced a las implicaciones que le tocan, de gestión y de preferencias y vínculos empresariales nocivos, en las últimas calamidades del Metro capitalino.
De modo que las mayorías críticas favorables al movimiento de la regeneración moral están, en importante medida, huyendo con sus votos y sus panegíricos de las pestes de la inmoralidad empresarial que están contaminando, más y más, la causa histórica de la ‘4T’.
SM