Mi querido Chucho

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Raymundo, Abelardo, Juan Emilio, el Torres, Nico (don Nico), Arteaga y ahora este, Jesús. Apóstoles de lo más serio y difícil que conozco y que se acaba: el ingenio de la risa y la sabiduría en instantes repetidos de un modo de ser al mismo tiempo tan irrepetible como la felicidad vivida con ellos sin saber lo irrepetible que, en efecto, era, y lo grandioso que era, aún más, contarse entre sus amigos. Chucho y yo trabajamos juntos en un proyecto editorial en el que tanto nos esmeramos, pero nuestros destinos -a menudo profesionales pero siempre y sobre todo afectivos- tenían una historia común contada en décadas. Tuvimos una larga charla telefónica reciente que prometimos continuar de viva voz antes de morirnos (porque compartíamos filosofías sobre el inevitable último umbral que se nos acercaba tras un anecdotario jamás irrenunciable ni arrepentido) y donde recorreríamos algunos pasajes que vivimos de manera convencional sin saber, pasado el tiempo, que fueron decisivos. Me sorprendían los garabatos intraducibles de su vertiginosa caligrafía reporteril que superaban toda enseñanza taquigráfica (podía resumir un discurso largo y complejo, con sus puntos y sus comas, sin más auxilio que su memoria, su pluma y su libreta; sus signos eran tan incógnitos como los manuscritos prehistóricos más antiguos, pero eran más claros e inteligibles para él que cualquier traductor simultáneo de ultima generación). Y me emocionaban sus apariciones repentinas, siempre risueñas y dispuestas a alegrar la circunstancia y la vida que uno vivía en su entorno, con sus sentenciosos aforismos de apertura, siempre puntuales, originales y disponibles. Dirían Serrat y Vargas Llosa: Patria no es eso que son los accidentes de la pertenencia y la identidad de orgullos que uno no honra con sus dignidades y sus valores y sus contribuciones propias. Patria es ese entorno donde uno se hace querer y cultiva amores y devociones y tiene la suerte de encontrar almas nobles y divertidas que le hacen la felicidad a uno y que, mañana o pasado mañana que uno tenga que morirse sepa bien a bien que les debe parte de la felicidad vivida por ardua y difícil que haya sido la brega cuesta arriba. Cuando uno hace el recuento y carga las balanzas de los equilibrios descubre, como es mi caso, que su patria ha sido generosa en tertulias y compañías donde la virtud y la gracia de los afectos inteligentes y pletóricos de carcajadas van en el baúl de la memoria que se irá con uno en el tren del último aliento. Esos rumbos de la bahía han sido pródigos en existencias necesarias y fraternas, en compañías irrenunciables e inolvidables, en eso que bien se puede llamar Patria. Tocó a Jesús irse ahora. Sé que su naturaleza hizo que se fuera sin mayores dolencias. Como dijo el poeta: ligero de equipaje.

SM

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