Pinceladas
Pocos meses después de la aparición del SARS-CoV-2, el cantante Miguel Bosé se unió a las filas de los negacionistas del Covid-19 al expresar a través de sus redes sociales que no creía en su existencia y fomentar varios bulos sobre la vacuna, como el del 5G y el chip de Bill Gates. Tras el revuelo mediático, el músico decidió cerrar sus perfiles, aunque volvió a aparecer en varias ocasiones para seguir difamando en contra de este fármaco. Ahora, en plena campaña de vacunación mundial, Bosé ha sido entrevistado por el periodista Jordi Évole, en su programa ‘Lo de Évole’, en la cadena de televisión La Sexta, en España, donde ha reiterado ser contrario a la vacuna Covid-19, aunque ha reconocido su consumo durante 20 años de “casi 2 gramos diarios, más fumar maría, éxtasis…”. El compositor explica que comenzó a consumir por un desamor y señala que “las drogas son unos estados que utilizados bien dan mucho conocimiento y puntualmente dan unas visiones que son interesantes y revolucionarias, pero cuando pasan a ser un consumo habitual pierden ese sentido y los espíritus que habitan en las drogas pasan de ser aliados a ser enemigos”.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Miguel Bosé reconoce que esta era su rutina hasta hace siete años, cuando decidió dejar de consumir a diario y salir de fiesta, ya que al “trasladarse a diario empieza a causar problemas de serios que no tienen justificación”. Argumenta que lo dejó todo de golpe, “subiendo unas escaleras a un escenario” y que no tuvo síndrome de abstinencia ya que “todo está aquí”, detalla mientras se señala la cabeza. “La fuerza está aquí”. Ante esta revelación, una médico especialista en Psiquiatría, expresa en Twitter que “La fuerza para dejar de consumir drogas viene de dentro, sin duda, pero en muchos casos además es necesaria la ayuda profesional, y cuanto antes se pida, mejor es el pronóstico”. Además del aluvión de críticas, han sido varios los profesionales que acusan a la cadena y al presentador de “irresponsables” por haber dado voz a los comentarios negacionistas del cantante en prime time y dos semanas consecutivas… “Solo viendo esto, ya me vale para saber que emitir esto la semana que viene es una jodida irresponsabilidad de Jordi Évole y La Sexta. Un abrazo fuerte a médicos, enfermeras y demás personal sanitario a los que se nos acusará en prime time de urdir un plan genocida”, denunciaba Alberto, enfermero de UCI. Para los profesionales, es importante reforzar y acrecentar la confianza en las vacunas a través de los medios de comunicación, razón por la cual, ven más adecuado el discurso de figuras como el actor José Coronado, quien fue entrevistado cuando fue vacunado de Covid-19. “Quizás sea el momento de mostrar este tipo de testimonios en televisión y en redes. Actores, músicos, escritores… personas que inspiran confianza a la población acudiendo a vacunarse”, expresa el enfermero Héctor Castiñeira desde su perfil ‘Enfermera Saturada’. “No creo que sea el momento indicado de dar alas a los negacionistas”, apunta Ivanna, enfermera, en esta misma línea.
En los diferentes ‘mass media’ impresos y ‘online’ de España y Latinoamérica, Unión Europea, Estados Unidos… no cesan las opiniones contra el hijo del torero español Luis Miguel Dominguín y la actriz italiana Lucía Bosé, musa del neorrealismo italiano… “¡Ni Miguel, ni Bosé, ni hostias! Frase muy de padre, pero que se ajusta perfectamente a lo que nunca debió ser. El coronavirus ha sido y está siendo suficiente sufrimiento como para tener que escuchar los desequilibrios, los bulos y las mentiras de alguien, que como Miguel Bosé, asume que no es ningún profesional. ‘Demente: adjetivo. Loco, falto de juicio’. Ésta es la definición que hace el diccionario de la Real Academia Española de la palabra demente. ‘Falto de juicio’, descripción perfecta para lo que se escuchó y se vio anoche en horario de máxima audiencia. “Soy negacionista y lo llevo con la cabeza bien alta”, arrancó Miguel Bosé la segunda parte de la entrevista en ‘Lo de Évole’. A partir de ahí todo fue un despropósito o, tal vez, el despropósito empezó mucho antes, cuando se decidió dar voz y dejar explayarse a un Miguel Bosé que califica al Foro de Davos de “cártel de multimillonarios psicópatas”, o a un Miguel Bosé que asegura estar al lado de la verdad y afirma convencido y tajante que “las vacunas no son la solución”. Mientras tanto, siguen muriendo. Pero todo para Miguel Bosé es una gran mentira, todo es un gran bulo, pero el suyo.
“El haber abanderado la causa negacionista en España, me ha llevado a sufrir ‘bullying’ de mercenarios asalariados”
“¿A ti te preocupa estar dando pábulo a un bulo?”, le preguntó Jordi Évole en un momento de la entrevista a Miguel Bosé. La reacción del artista no fue responder si le preocupaba, si se sentía responsable de esparcir mentiras sobre una pandemia terrible, incluso, defender esos argumentos indefendibles. Lo que le preocupó a Miguel Bosé era tener que hablar del tema porque, según Miguel Bosé, el haber abanderado la causa negacionista en España, el haberse negado a llevar mascarilla, el haber negado la existencia del coronavirus, el haber negado las vacunas, el haber negado todo le ha llevado a sufrir ‘bullying’ de “mercenarios asalariados” que le atacaron sin piedad y sin posibilidad de que hubiera un debate. Y yo me pregunto, ¿qué debate puede haber cuando alguien niega la existencia de un virus que está matando cada día a miles de personas? No puede haber debate, pero es que siquiera se le debería escuchar. Sin embargo, al final se le escucha porque es Miguel Bosé, porque su figura, una figura polémica, siempre provoca reacciones, porque es difícil taparse los oídos ante tantas barrabasadas, porque hay quien quiere escucharle y porque hay quien le da pábulo. Hace unas noches a Miguel Bosé se le dio un pábulo totalmente innecesario, en un horario en el que cualquiera puede encender su televisión, verle y lo peor escucharle. Y todo para nada. Porque qué sentido, qué necesidad, qué aporta Miguel Bosé. Nada. Bastante está costando quitarse de en medio a los negacionistas, a los anti vacunas, a los faltos de juicio como para que encima los programas, el programa, dedique una hora entera a las mentiras y bulos de Miguel Bosé. Y me da igual si Jordi Évole le rebatió, le puso entre la espada y la pared, le presionó, le empujó a que reconociera que él no es ningún experto sino un simple artista… Me da igual.
No se debería dar voz a este tipo de discursos por mucho que se considere a Miguel Bosé un personaje relevante. Su relevancia se pierde en el momento que niega un virus que ha matado ya a más de 3 millones de personas; en el momento en el que se tira por tierra el trabajo de científicos, de médicos, de sanitarios, de los que desde hace más de un año luchan por sacarnos de esto; en el momento en el que se niega lo único que nos puede salvar, la vacuna; en el momento que te venden que esto se lo ha inventado un grupo de multimillonarios “psicópatas” que quieren controlar el mundo y a los que vivimos en él. ¡Basta ya! ¡Basta de escucharles! ¡Basta de servirles de plataforma! ¡Basta, basta y basta! Y habrá quien diga, no dejarle decir lo que piensa atenta contra su libertad de expresión. Claro que él puede decir lo que le dé la real gana, en nuestra responsabilidad está que esa real gana la pueda escuchar millones de personas. La libertad de expresión acaba cuando tus palabras conllevan un ataque hacia la libertad de otra persona. Los argumentos de Miguel Bosé, sus creencias sobre el coronavirus, sus palabras no sólo atentan contra la libertad de otros, atentan contra esos millones de muertos, contra los familiares y seres queridos de esos millones de muertos, contra los que están y han estado luchando por su vida en una UCI, contra los que se han dejado la piel y la vida por salvar a millones de personas, contra los que trabajan sin descanso por encontrar una cura, una solución que nos saque de esta, contra los que han perdido su negocio, su trabajo… Atenta contra la libertad de todos.
“Me da igual si Jordi Évole le rebatió y me da igual si Jordi Évole consiguió que se negara a hablar con un científico”
E insisto, Miguel Bosé, en su casa, en sus redes sociales, en donde le salga del mismísimo puede decir lo que quiera y expresar lo que le salga del bolo, pero no es lo mismo decirlo en tu Twitter o en tu Instagram y que las redes sociales lo empujen, a que le demos un espacio, un sillón y una hora en prime time para sus barbaridades lleguen a más personas. Y me da igual si Jordi Évole le rebatió, y me da igual si Jordi Évole le dejó a la altura del betún, y me da igual si Jordi Évole consiguió que se negara a hablar con un científico y se retratara a sí mismo. Me da igual, porque, ¿sabes lo que ocurre? Que la gente se queda con lo superficial, con lo de encima, con la primera capa. La capa en la que Miguel Bosé asegura que Gobiernos y autoridades engañan, la capa en la que dice que las vacunas no sirven para nada, la capa en la que dice que él no se pone mascarilla, que él da besos, que él abraza y que se la suda el coronavirus y todo lo demás. Es peligrosísimo y deberíamos ser consciente de lo que hacer esto supone para lo que estamos viviendo. Porque es verdad que nada de lo que dijo Miguel Bosé, incluso renegando de enfermedades como el VIH, del que él mismo fue embajador y del que él mismo sufrió los bulos por ella en su momento, es nuevo ni subió más aún la demencia de otras intervenciones suyas. El problema es simplemente tener que volverlo a escuchar y darle de nuevo pátina. Porque habrá unos pocos que se lo crean a pies juntillas y el resto le vea como un Don Quijote del siglo XXI, pero en el fondo es escuchar un discurso del que siempre se queda algo, que siempre hará que alguien dude, que alguien se agarre a él como una tabla de salvación, que alguien no se crea lo de los multimillonarios, pero sí se crea lo que dice de las vacunas.
Y entonces es cuando el daño ya estará hecho y corregirlo, arreglarlo será ya imposible o demasiado difícil. Y entonces no sólo se habrá puesto en peligro a esa persona, sino que se pondrá también en peligro a los que están alrededor, y la pelota se irá haciendo más grande, y el virus, el otro virus, el de los negacionistas, se irá extendiendo, irá creciendo. Nos echaremos un día las manos a la cabeza y diremos, ¿por qué, por qué hemos llegado esto? Pues porque ayudaron, porque colaboraron, porque hicieron que en lugar de que sólo le escucharan unos miles, hicieron que le escucharan cientos de miles. De hecho, fue el propio Miguel Bosé el que en los primeros intentos de Jordi Évole por sacar el coronavirus, se negaba a hablar de ello, se negaba a que volviera a sufrir el acoso y derribo que sufrió cuando se pronunció por primera vez como negacionista convencida, pidiendo a la gente que se echara a la calle sin mascarilla y sin ningún tipo de medida de protección porque el coronavirus no existe, porque el coronavirus es toda un invención. “Nos vemos allí”, animó en aquel momento Miguel Bosé. Nunca apareció, porque “yo estaba en México y es una forma de hablar”.
“Hay poca decencia en decir que “políticos y médicos van a caer uno detrás de otro y vamos a ir a un segundo juicio de Nuremberg”
Claro, claro, igual es que, por una razón que no alcanza nadie a entender, reniegas y niegas el coronavirus, pero por si acaso no voy a la concentración que yo mismo organizo; por si acaso, para que me entreviste Évole mi equipo pide todas las medidas de seguridad habidas y por haber, “incluso más que cuando entrevisté a Fernando Simón”; y, por si acaso, yo no me la juego, que se la jueguen otros, que se contagien otros, que mueran otros. Fernando Simón Soria (Zaragoza, 29 de julio de 1963) es un médico epidemiólogo español, director desde 2012 del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, conocido por su actuación como portavoz del comité especial sobre la enfermedad del virus del ébola en España en 2014 y como portavoz del Ministerio de Sanidad en la lucha contra la pandemia de enfermedad por coronavirus en España… “Te he visto en una entrevista diciendo que a ti lo de ser el gran conspirador es algo que te parece supercool”, le espetó Jordi Évole. “No, negacionista, no conspirador”, respondió el cantante. “Bueno, conspirador también”, reconoció entre risas, porque a Miguel Bosé todo esto le debe hacer mucha gracia. “Esto seguro que lo pones porque esto te conviene”, le reprochó a su amigo Évole. “¿Por qué tiene esos apriorismos, esos prejuicios? (…) Hay una profesora de la Universidad de Kent, experta de las teorías de conspiración, que dice que en una época de gran confusión la gente quiere respuestas y se siente atraída por las teorías de conspiración porque quiere respuestas”, le rebate el periodista. “Me parece una opinión válida y a ti te conviene”, responde Miguel Bosé. “Si yo sacase lo que me conviene no habría venido aquí”, contestó Évole. “Por decencia no hubieras venido”, remató Bosé. Decencia, tal vez esa sea la palabra exacta.
Hay poca decencia en decir que estás “totalmente” en el lado de la verdad porque qué son “¡2.7 millones de personas muertas de 7,000 y pico! Y con todo el respeto a los que han muerto y con todo el respeto al que ha perdido alguna persona”. Tal cual, decencia dice. Hay poca decencia en decir que esto “es una dictadura que tiene que acabar porque somos más y si nos levantamos, se acaba el juego”. Hay poca decencia en negar que “provoca muerte”, en decir que “qué respeto le voy a tener yo”, en preguntar que “qué tiene este virus, cuernos, expulsa fuego”. Hay poca decencia en decir que “aquí el único bulo que ha aparecido no es el del negacionismo, que no es ningún bulo, que rebato y que llevo con la cabeza bien alta”. Hay poca decencia en decir que él está informado, que él se informa, que él busca información “en el BOE, en miles de sitios, en personas, en médicos” -¡ay, si te pillara un médico!-. Hay poca decencia en preguntarse “dónde está el virus”. Hay poca decencia en decir que “políticos y médicos van a caer uno detrás de otro y vamos a ir a un segundo juicio de Nuremberg”. Hay muy poca decencia en asegurar que él no se inventa nada, que él se basa en datos “reales que provienen de gente seria, con conocimientos y con ética”. ¿Con ética? Como la suya. Hay poca decencia en todo.
“Se negó Bosé a mantener esa charla con un científico, probablemente ésta fue la única verdad, la única realidad de toda la entrevista”
“Hay una cosa que me sabe mal, que no hemos tenido una palabra para los científicos que dedican su vida para que tú y yo tengamos una vida mejor”, le inquirió Jordi Évole al final de la entrevista. “Yo no cuestiono a esa gente. Yo no denigro la investigación. Ellos saben lo que cuesta dar con una vacuna porque saben lo que tienen que encontrar. Pero por qué no hemos tenido una vacuna de muchas enfermedades. Pediría que tuvieran más medios y más fondos para que pudieran investigar”, sostuvo Bosé. “¿Hablarías con un científico?”, soltó el guante Évole. “Lo que estás haciendo es feo porque yo no soy profesional ni tengo los conocimientos suficientes. Yo te hablo de música pero no de caballería. Si no íbamos a hablar de esta enfermedad ni de medicina dejémoslo ahí”, se negó Miguel Bosé a mantener esa charla con un científico. Y probablemente ésta fue la única verdad, la única realidad de toda la entrevista. Que no es un experto, que no es un científico, que él no sabe de caballería, pero habla de caballería como si sentara cátedra, como si fuera el general Custer, y se le escucha, y se le deja.
Se negó a hablar con el científico y como la entrevista la controlaba Miguel Bosé, no hubo científico, pero sí negacionismo, mucho negacionismo, muchas mentiras, muchos bulos. ¿Para qué se iba a dar voz a quien sí hay que escuchar? Mucho mejor escuchar a un Don Quijote de tres al cuarto. “¿Qué le dirías a la gente a la que puedes decepcionar?”, finiquitó Évole. “Que no es mi problema. Con la basura que tengo yo, no voy a asumir más”. Por supuesto, es mucho mejor que la basura te la saquen otros. Una de las teorías conspiranoicas más difundidas en redes sociales con la crisis del coronavirus fue la que aseguraba que la pandemia formaba parte de un plan encubierto de Bill Gates, para controlar a la población mundial mediante nanochips 5G insertados en las vacunas contra el virus. A pesar de que tuvieran que salir expertos y hasta el propio Bill Gates a desmentirla, la teoría llegó a formar parte de las consignas y reclamos en las movilizaciones en contra de las medidas de prevención por el coronavirus alrededor del mundo. Por más delirantes e incomprobables que puedan resultar este tipo de desinformaciones, lo cierto es que son muy peligrosas. Pese a que las vacunas salvan entre 2 y 3 millones de vidas cada año, todavía la quinta parte de niños en el mundo sigue sin recibir las vacunas básicas. La reticencia a la vacunación no es el único motivo, pero juega un papel muy importante. De hecho, fue identificada por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como uno de los mayores peligros para la salud mundial, al amenazar los avances logrados en enfermedades prevenibles. Eso no le importa al canalla de Miguel Bosé.
Las protestas actuales tienen su precedente en las primeras décadas del siglo XIX, con argumentos parecidos, al erradicar la viruela
Aunque la desconfianza y resistencia hacia las vacunas se amplificaron en las últimas décadas con las plataformas digitales, lo cierto es que existen desde el momento en que fueron creadas, más de dos siglos. “Las actividades de los propagandistas de hoy en día contra las inmunizaciones descienden directamente de las de los antivacunistas de finales del siglo XIX, y de hecho apenas han cambiado”, aseguran en su artículo ‘Los antivacunistas del pasado y del presente’, Robert Wolfe y Lisa Sharp. Mary Wortley Montagu, esposa del embajador británico en Estambul, fue la primera en intentar popularizar sin éxito en 1718 la cura que había descubierto en Turquía para la viruela. En 1798, el médico inglés Edward Jenner comprobó que una leve dosis de infección de viruela daba protección contra la enfermedad, dando lugar a la primera vacuna. Casi dos siglos después, en 1979, la OMS declaró erradicada esta enfermedad gracias a la vacunación. Entre 1840 y 1867, se promulgaron un conjunto de leyes en el Parlamento británico para hacer frente a la epidemia de la viruela, que establecían la vacunación universal de los niños, con multas y penas por incumplimiento. “Estas leyes constituyeron una innovación política que amplió los poderes del gobierno a las esferas de las libertades civiles tradicionales en nombre de la salud pública”, aseguran en su artículo Wolfe y Sharp.
Sin embargo, algunos lo interpretaron como un avance abusivo de los poderes estatales sobre su libertad, aunque ésta pudiera implicar enfermarse y enfermar al resto, y las resistencias no tardaron en llegar. En diálogo con La Vanguardia, el científico titular del Instituto de Historia CSIC Ricardo Campos Marín, asegura que “el tema de las libertades individuales es un factor que perdura a lo largo de los últimos 200 años. Otro factor importante son los motivos religiosos, que también surgen con la primera vacuna, aunque de forma contradictoria”. En este sentido, explica que si bien había obispos a favor de la vacuna contra la viruela, “también surgieron grupos religiosos muy contrarios a la intervención técnica sobre la creación de Dios. Eso llega hasta hoy en día. Todas las religiones tienen esa tensión. Aunque cuando se indaga en esos argumentos, muchas veces vemos que son más conspiranoicos que teológicos. Empiezan hablando de Dios pero al final se trata de una estrategia de control del gobierno”.
La quimiofobia, pensar que las sustancias químicas son nocivas y las naturales son buenas, es algo que está muy presente y es falso
Tras la aprobación de la ley británica de 1853, hubo disturbios en varias ciudades inglesas y se crearon una serie de asociaciones antivacunas, como la Liga Antivacunación. En 1885, en la ciudad de Leicester hubo una manifestación masiva con más de 100,000 personas. Fue tanta la presión de estos colectivos, que lograron que se eliminaran las penas por incumplimiento y que se incluyera la cláusula de conciencia en la nueva Ley de Vacunación de 1898. A finales del siglo XIX, el movimiento antivacunas cruzó el Atlántico. En 1879, la visita a Nueva York del antivacunista británico William Tebb, se coronó con la fundación de la Sociedad Antivacunación de América, a la que le siguieron la Liga de Vacunación Anti-obligatoria de Nueva Inglaterra en 1882 y la Liga Antivacunación de Nueva York en 1885. Después de muchas batallas legales, lograron revocar la vacunación obligatoria en varios estados, como California, Illinois, Indiana y Utah, entre otros. Este tipo de movimientos también florecieron en Europa. El caso español, sin embargo, tuvo sus particularidades. La primera asociación anti vacuna, la Liga para la libertad de vacunación, se fundó en 1989 en Barcelona. “En España no hay ningún tipo de organización antivacunista a lo largo del XIX”, dice Campos Marín, y agrega que ya en el siglo XX, “Hubo cierto antivacunismo durante el franquismo, sobre todo contra la vacuna para la poliomielitis, encabezado por Vicente Ferrandiz, quien creó una suerte de sociedad vegetariana naturista en Catalunya”.
“Estaba el trasfondo de pensar que todo lo que no es natural y es artificial, es nocivo y destruye la naturaleza”, explica el experto. La catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla, Adela Muñoz Páez, agrega que “Esta quimiofobia, es decir, pensar que las sustancias químicas son nocivas y las naturales son buenas, es algo que está muy presente y es falso. Hay sustancias naturales que son letales, como el veneno de la cobra, y otras artificiales que son beneficiosas, como el cloro, que se utiliza para potabilizar agua y salva muchas vidas”. Otro de los argumentos de los movimientos antivacunas es el de la seguridad. “La vacunación contra la viruela se recibió como algo maravilloso. Pero hacia 1820 y 1830 ese entusiasmo decae, porque se empieza a extender la idea de que produce sífilis”, explica Ricardo Campos Marín. “La técnica de vacunación era bastante compleja. En ocasiones sí se podían trasladar otras enfermedades”, asegura. “Este tipo de argumentos llega hasta nuestros días y se han ido sofisticando a medida que se han sofisticado las vacunas. Hoy los antivacunas están obsesionados con los adyuvantes, que ayudan a que las vacunas sean más efectivas. La seguridad absoluta no existe, pero los porcentajes de reacciones o dolencias inesperadas son muy bajos, prácticamente inexistentes a nivel estadístico. Los antivacunas se sujetan siempre a la excepción”, dice el experto.
En los años 70, la resistencia a la tos ferina provocó al menos tres epidemias de esta enfermedad en el Reino Unido
En 1974, la publicación ‘Complicaciones neurológicas de la inoculación de tos ferina’ de Kulenkampff, aseguraba que 36 niños ingleses habían sufrido complicaciones neurológicas graves tras recibir la vacuna DTP (Difteria, tétanos y tosferina), generando una fuerte controversia. “Como consecuencia de la polémica, la cobertura vacunal frente a la tos ferina disminuyó de un 81 a un 31% en 1977, lo que provocó la reaparición de la enfermedad, al menos 3 epidemias, con miles de casos (102,500 en el año 1979 en el Reino Unido) y hasta 36 muertes de niños”, detallan en el artículo ‘Evidencias científicas disponibles sobre la seguridad de las vacunas’ del Observatorio para el Estudio de las Vacunas. En respuesta, se llevó a cabo el Estudio Nacional sobre Encefalopatía Infantil en todos los niños de entre 2 y 36 meses hospitalizados por enfermedades neurológicas en el Reino Unido. Los resultados fueron contundentes, al arrojar un riesgo de 1 por cada 310.000 dosis de tener lesiones neurológicas. Pero el daño ya estaba hecho: se tardaron veinte años en recuperar el grado de cobertura vacunal. En 1998, el británico Andrew Wakefield publicó en ‘The Lancet’ un artículo que afirmaba que existía una relación entre la vacuna triple vírica (contra el sarampión, parotiditis o paperas y rubéola) y el autismo, a partir del análisis de doce casos. El periodista Brian Deer expuso años más tarde en el British Journal of Medicine los intereses espurios detrás del estudio de Wakefield, diseñado y manipulado con el objetivo de llevar a cabo un litigio judicial. A pesar de que a Wakefield le revocaran su licencia, de que la revista The Lancet se viera forzada a retirar la publicación, y de que diez de las doce personas que firmaron el artículo se retractaran, la exposición que tuvo el estudio fraudulento había sido muy grande. “Tuvo una repercusión enorme. El problema de determinados medios de comunicación es que ante un artículo de ese tipo, le dan una gran importancia y luego no se repara el daño hecho”, apunta Campos Marín.
En su libro ‘Historia del veneno: De la cicuta al polonio’ (Debate), Adela Muñoz Páez explica cómo más adelante los antivacunas se concentraron en el timerosal, un compuesto utilizado para impedir la proliferación de bacterias y hongos durante el almacenamiento. Si bien se pudo descartar su relación con el autismo y la OMS publicó un informe negando su toxicidad, la controversia llevó a que se eliminara su uso como conservante de vacunas en Japón, el Reino Unido y EE.UU. “Aunque se comprobara que los estudios eran falsos, ese ruido quedó en el subconsciente colectivo”, lamenta Muñoz Páez.
Bill Gates responde a Miguel Bosé: “No tengo nada que ver con un microchip. Es muy estúpido tener que negar esto…”
Estados Unidos se convirtió en el actual epicentro mundial de la pandemia. Los fallecidos superan el medio millón de ciudadanos, acercándose a los 600 mil. Su ex presidente, el republicano Donald Trump, ignoraba a los científicos. El brote comenzó en el país a finales de febrero del 2020 y el comportamiento del que fue desplazado de la Casa Blanca por el demócrata Joe Biden, fue errático y tardío. El nuevo presidente, en sus primeros cien días, ha logrado masificar la vacunación en Estados Unidos, rebajándose las cifras de contagios y muertos. Hoy preocupa más a los expertos lo que está ocurriendo en el Brasil de Jair Balsonaro. Este país sudamericano registra 3.472 muertos por coronavirus en un día de esta semana y rebasa los 380,000 fallecidos en toda la pandemia. El Ministerio de Salud reportó en su boletín diario 79.719 nuevos positivos por coronavirus en las últimas 24 horas, con lo que el balance total de infectados ascendió hasta los 14.122.795 en casi catorce meses… Bill Gates, el multimillonario magnate empresarial, informático y filántropo estadounidense, fundador de la empresa de software Microsoft, se encuentra en el centro de la diana de multitud de teorías conspiranoicas sobre la crisis de la Covid-19 y las vacunas. La mayoría de ellas presumen de destapar un supuesto complot por parte de Gates para controlar el mundo a través de microchips o tatuajes digitales. En España el cantante Miguel Bosé, residente temporal en México capital, se reestrena, ahora, como ‘epidemiólogo’, tras perder a su madre, enferma del coronavirus, según fuentes de la Salud Pública, aunque como es lógico su hijo lo niegue, pues niega la existencia del Covid-19. Aunque la actriz italiana arrastraba desde hace años problemas con sus ‘gripes’ nunca le vacunaron y murió sola…
“Se le ha ido la olla al andrógino postfranquista que alucinaba con ser David Bowie…’, comenta la canallada ibérica en las redes sociales, harta de las ‘chorradas’ del hijo del torero franquista Luis Miguel Dominguín, quien se suma a los ‘conspiracionistas’ de la extrema derecha internacional… Miguel Bosé emprendió una disparatada campaña en las redes sociales, en la que acusa a GAVI, la Alianza para la Vacunación, de formar parte de una trama internacional para dominar el mundo, y a Pedro Sánchez, presidente de España y miembro del PSOE de ser el “cómplice de este plan macabro y supremacista. Además, se presenta como miembro de un movimiento ciudadano al que llama ‘La Resistencia’. Durante 2019, Miguel Bosé, el apolítico y andrógino de la ‘Transición Democrática’ en España se estrenó en el mundo de la política internacional y nada menos que con la crisis en Venezuela. Participó en el evento Venezuela Aid Live, en el cual participaron artistas como Maluma y Juanes, y causó polémica al referirse a Michelle Bachelet (expresidenta de Chile, actual comisionada de derechos humanos para la ONU y con quien el propio Bosé colaboró en su campaña electoral el año 2005) diciendo que debía “mover las nalgas” y “venir a Venezuela de una puñetera vez” para constatar las condiciones en las que vive la gente del país. La tensión creció en los siguientes meses, con constantes mensajes de Bosé en redes sociales instando a Bachelet a que visitara Caracas, la capital venezolana, algunos más rabiosos que otros. En abril publicó dos videos irónicos en Twitter: uno en el que finge tener pesadillas con la ex mandataria, y otro en el que la busca en un cuarto oscuro con una luz. Incluso viajó a Ciudad de México a buscarla a su hotel, fallando en el intento. Toda esta “persecución” de Bosé a Bachelet provocó el desconcierto de los ‘mass media’ y redes sociales y la burla de muchos fanáticos.
“Se le ha ido la olla al andrógino Miguelito, el que alucinaba con ser David Bowie en pleno postfranquismo, sin ‘su tío’ Franco”
La última semana de junio del 2020 era aciaga para los mexicanos, con la pandemia que seguía elevando la cifra de muertos y contagiados; el atentado terrorista contra Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Pública de Ciudad de México, acaecido en la capital mexicana; y el terremoto en Oaxaca en la costa, en Huatulco. La plebe carcajeaba en España, tras liberarse del confinamiento obligatorio o ‘arresto domiciliario’, que les ha permitido superar la batalla del Covid, con las barrabasadas del Bosé: “Se le ha ido la olla al andrógino Miguelito, el que alucinaba con ser David Bowie en pleno postfranquismo, ahora que ya no estaba ‘su tío’ Francisco Franco’, ‘Patxi’, en mi Eibar natal. Todo esto le ocurría con anterioridad al aristocrático cachorro de sangre azul -Lucía se pintaba, en su retiro espiritual castellano, también de azul, color de la ‘sangre’ de las familias de la realeza europea, incluida la de los Borbones hispanos- cuando le daba, con demasía, al hachís de Ketama, cultivado en la cordillera del Rif, muy cerca de la ciudad de Fez, en el norte de Marruecos; o se le pasaba la mano con las ‘pirulas’ que conseguía en las farmacias de Malasaña en Madrid, de nombre no genérico de ‘Bustaid’, con recetas falsas de la Seguridad Social; y en ocasiones se metía una ‘ajo’, la dietilamida de ácido lisérgico, LSD-25 o simplemente LSD, también llamada lisérgida y comúnmente conocida como ácido, una sustancia psicodélica semisintética que se obtiene de la ergolina y de la familia de las triptaminas y que produce efectos psicológicos, pudiendo ‘viajar’ por el mundo sin tomar un avión, un barco o un tren, alucinando…”. Recuerdo que en una ocasión, en la Plaza de Unzaga de Eibar, estaba tomando un café en la terraza del Txoko, con los eibarreses, el empresario Roberto Ruiz Sarasqueta y el pintor y profesor de la Facultad de Bellas Artes de Bilbao, José Antonio Azpilicueta, cuando se nos acercó un vendedor de ‘ácidos’, ‘estrellas’ o ‘ajos’, ofreciéndonos LSD… “Te lo tomas y te queda la lengua y el cogote -cuello- paralizado durante seis horas”, era la presentación contracultural del producto. “¿No tienes algo más fuerte. No sé algo que te paralice medio cuerpo…”. El ‘camello’ se marchó hacia otras mesas menos exigentes.
La ignorancia es atrevida. No es más idiota el hijo del torero Luis Miguel Dominguín porque no se entrena. Socialmente, ‘Dominguín’ -se decía amigo, otros comentaban que era amante del escritor norteamericano Ernest Hemingway, el de las novelas ‘Fiesta’ y ‘El Viejo y el Mar’ y ‘¿Por quién doblan las campanas? en sus juergas de las fiestas de San Fermín, en Pamplona, Navarra, suspendidas por el coronavirus- fue reconocido por sus romances -muchos ‘fake news’ de Hola, Paris Match, Life…- con figuras como María Félix, Ava Gardner, Lana Turner, Rita Hayworth, Marta Alban, Lauren Bacall, Cecilia Albéniz y Miroslava Stern…Tenía un lema: “No merece la pena conquistar a una mujer de primera si después no se lo puedes contar a los amigos”. Su vástago, en las últimas semanas, ha estado volcado en homenajear a su madre, la actriz italiana Lucía Bosé, fallecida el pasado 23 de marzo. #AzulDeLucia ha sido la etiqueta mediante la que animó a sus seguidores a rendir homenaje a la actriz haciéndose mascarillas azules y compartiendo cualquier tipo de recuerdo sobre ella. Lucía Bosé supo vivir su vida y disfrutarla con pasión hasta el final de sus días, siempre enérgica, sincera y decidida a decir lo que pensaba, dueña de una belleza serena, lejos de la exuberancia de estrellas del cine italiano. Nacida en Milán el 28 de enero de 1931, su niñez tuvo lugar durante la Italia fascista y la Segunda Guerra Mundial, lo que marcó claramente su carácter. Tenía 16 años cuando un grupo de amigas enviaron, sin su conocimiento, una fotografía suya a la preselección del concurso de Miss Italia. Compitió con bellezas como Gianna María Canale o Gina Lollobrigida pero fue ella quien salió con el título oficial bajo el brazo, lo cual le abrió las puertas del mundo del cine.
Lucía se cansó de cuernos, “porque era la mujer más cornuda de España”, diría años después la actriz en una entrevista
Dueña de un rostro armonioso y un perfil griego, Lucía Bosé nunca presumió de belleza, ni era una admiradora entregada a la moda, tampoco en su juventud, aunque siempre cedía a alguna coquetería. Nunca lució escotes excesivos, ni faldas más allá de la rodilla, no sucumbió a los dictados de la moda, aunque si algo le sorprendió al llegar a España, en 1955, fue lo limitada que estaba la “libertad de la mujer”, lo que le causó “una impresión muy negativa, por ejemplo, las mujeres casi no podían usar pantalón”, dijo en alguna entrevista, rememorando aquella época. El éxito la llevó a España, contratada por Juan Antonio Bardem para rodar ‘Muerte de un ciclista’ (1955), una visita que daría un giro a su vida ya que durante una fiesta celebrada en la Embajada de Cuba, conoció a Luis Miguel Dominguín con quien contrajo matrimonio ese mismo año y tuvo a sus tres hijos. Sin embargo, en 1967 protagonizan una polémica ruptura por una supuesta relación extramatrimonial del diestro. El divorcio de Lucía y Luis Miguel fue una noticia explosiva en la sociedad española de la dictadura de Franco. “El motivo fue el de siempre. Me cansé de cuernos, porque era la mujer más cornuda de España”, diría años después la actriz en una entrevista. El pintor Pablo Picasso y el torero Luis Miguel Dominguín mantuvieron una estrecha amistad durante 15 años. Pero el polémico divorcio del diestro y Lucía Bosé hizo que el artista tomara parte por la italiana, rompiendo su vínculo con el que había sido su gran amigo.
De su matrimonio con el torero Luis Miguel Dominguín nacieron tres hijos: Paola Dominguín, Lucía Dominguín y Miguel Bosé, a quien la exmiss ayudó en la sombra en los inicios de su carrera. Lucía sentía predilección por su hijo Miguel. Desde el principio se implicó en su carrera artística, creando su club de fans, confeccionando sus camisetas o cuidándole cuando enfermaba. Ella misma le ha definido como su “creación”. Aunque nunca ha renegado de sus orígenes y adora su tierra natal, Lucía estableció su residencia en España, donde pasó 60 años de su vida, desde su matrimonio con Dominguín hasta su reciente muerte. Firme defensora de la libertad, la actriz trató de inculcar a sus hijos esos valores. “Los hijos deben volar solos, librarse de la madre y huir de su protección y sus consejos. Debes equivocarte, jugártela y pasar frío y hambre”, declaró a ‘Vanity Fair’. A partir de los años 50, Lucía vivió su época dorada como actriz, participando en una treintena de películas -la mayoría en Italia- con directores de la talla de Michelangelo Antonioni o Federico Fellini.
Con el torero papá que tuvo, no se le puede pedir más al primogénito de Dominguín, el del ‘Amante Bandido’
Su extraordinaria belleza y su forma de vestir, además de influenciar a otras miles de mujeres de todo el mundo, sedujo a muchísimos hombres. Su cambio a esa sobriedad en el estilo llegó en 1997 -un año después de la muerte de Dominguín- el momento en el que su nieta Bimba Bosé le tiñó el pelo de azul, tras muchos cambios y pruebas. Un color que ha llevado hasta el final de sus días y que supuso un cambio significativo en su estilo. El tono azul de su pelo condicionaba su vestuario, y con el que incluso llegó a pintar el portón de entrada de su casa de Brieva, en la fría y siberiana meseta castellana segoviana, en España. Desde que su hijo, Miguel Bosé, triunfara en el mundo de la música, Lucía se fue alejando de las pantallas para dedicarse a otras facetas como la pintura. Vivía retirada, “espiritualmente”, desde hace años, imitando a los místicos Santa Teresa y Juan de la Cruz. Lucía Bosé, de 89 años, murió a causa de coronavirus. Lo dio a conocer su ‘Amante Bandido’ horas después.
Toda España estaba ya informada el mismo 23 de marzo, gracias a otras fuentes allegadas… “Queridos amig@s … os comunico que mi madre Lucía Bosé acaba de fallecer. Ya está en el mejor de los sitios”, escribió Miguel Bosé en su cuenta de Instagram, como siempre tarde. Con el torero papá que tuvo, no se le puede pedir más al primogénito de Dominguín. Se salvó gracias a su Lucía mamá, a quien nunca vacunaron y le mató el coronavirus de Bill Gates… Marchóse de Segovia, la ciudad de la mística, de los lechones de la Casa Cándido y del Acueducto del Imperio Romano, más sola que la una. ‘Celtiberia Show’, del insigne periodista español Luis Carandell.
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