Preguntas entre la incivilidad y la utopía

Signos

Por Salvador Montenegro

¿Por qué en los tiempos de los primeros libros de la enseñanza pública básica no trascendieron tanto los alborotos de los cruzados Juandieguitos de la fe contra las pestes ideológicas que se decía que propalaban y convertirían a los niños adoctrinados en ángeles del infierno?

¿Sería porque entonces no había el contagio digital instantáneo de la informatización de ahora y todo se reducía a las rebeliones parroquiales de la feligresía conservadora y sus endemoniados pastores, y a una que otra congregación pública y algunos otros arrebatos pasionales intrascendentes, o a que no había diversidad expresiva y de libre manifestación, ni un poder mediático ni una opinión pública plural y abierta que se dispersara, en torno de ese y todos los asuntos y temas de importancia decisiva para la sociedad y para la continuidad de los privilegios de los grupos y las élites dominantes, y se expandiera en encuentros y desencuentros y enfrentamientos y crisis y conflictos de verdades y prejuicios y subjetividades de una normalidad sin miedos ni objeciones del poder político ni de nadie, y todas las fuentes de información y de influencia y avituallamiento de las ideas eran monopolizadas, controladas y condicionadas desde los intereses del Estado, mediante el uso de la violencia coercitiva fáctica o la coacción y el alineamiento de la voluntad a cambio de dinero o bienes u otros medios públicos dispuestos sin límites y sin escrúpulos de ninguna especie cual si fueran propios, como ha sido, con sus contadas excepciones y fuese el partido de cualquier denominación o proclamación ideológica con fuero presidencial, hasta bien entrado el segundo milenio y lo que se entiende es, por fin, la era de la democracia?

¿Y por qué, finalmente, se pone tanto en cuestión la materia ideológica y el adoctrinamiento en la era en que están más disueltos que nunca, en que dominan el pragmatismo político y las conveniencias y las meras ofertas electorales entre el bien social y el privatizador, en que casi nadie sabe nada de filosofías ni de teóricos ni pensadores ni de movimientos de unas y otras convicciones redentoras de la izquierda y la derecha y el centro y todos los extremismos de un lado y del otro del espectro de las luchas por el poder, y cuando, en efecto, los dichos libros escolares, como en todos los tiempos desde su primera edición sesentera, han padecido errores de contenido pese a todas las comisiones de expertos y responsables especializados de su elaboración y revisión y publicación, y cuando la discusión, justo porque se trataría de fortalecer el conocimiento y la abstracción de los niños, debiera ser lo más crítica y desprejuiciada, y lo que menos debiera alumbrar es el tema ideológico, sino el de las incorrecciones objetivas y probadas de contenido en todas las materias, donde es tan imperdonable la adulteración de los datos científicos e históricos, como las reglas vigentes del uso del lenguaje que son establecidas y normadas por la autoridad del idioma español, y cuya vulneración es injustificada y aberrante en todos los contextos, y de manera particular en los materiales pedagógicos de la formación educativa básica?

¿No, acaso, aprovechar la coyuntura de los libros públicos de la escuela primaria con un particular sentido político y de propaganda sectaria contribuye más a profundizar los males educativos del país que, ya de por sí, lo hacen uno de los más afectados por la incultura y la incivilidad entre las democracias del mundo, y que, ese proselitismo avieso y pernicioso es, justamente, una de las consecuencias de la mala educación histórica formal -y consecuentemente informal- que priva en México y se expresa en el pandillerismo político, la corrupción, la incompetencia institucional, la guerra entre los Poderes republicanos representativos, la violencia generalizada, la inseguridad pública, la ingobernabilidad y la impunidad y la ilegalidad propiciatorias de todos los males?

¿No sería, más bien, la hora de aprovechar las libertades democráticas y la legitimidad política y representativa jamás vividas en la historia nacional para intentar, entre los desencuentros de origen, un esfuerzo ético y proponer alternativas de valor en torno no sólo al perfeccionamiento de los materiales pedagógicos de la escuela pública básica sino de todo el contexto estructural de la educación, en la idea esencial de que sin un cambio histórico que suprima el analfabetismo funcional -sembrado desde las familias y los sectores iletrados y la insensibilidad y la renuncia al humanismo de ricos y pobres- no se elevarán de manera perdurable los niveles de la calidad política y ciudadana, ni, por tanto, las capacidades del servicio público y de la justicia, y del combate eficiente al delito y la impunidad, que hacen imposibles la paz social y el bienestar de todos. 

SM

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