La última palabra
Por Jorge A. Martínez Lugo
Carlos Joaquín nunca hizo militancia en el PRI. Llegó de Mérida, en su nombre, a presidir el municipio de Solidaridad.
Rompió con el PRI, partido del que solo era afiliado de élite, sin militancia efectiva. El PRD construyó su candidatura a la gubernatura, en la casa de su presidente, Agustín Basave. Desde los primeros días de su gobierno se despintó de amarillo “chairo” y se acomodó al azul “fifí”, evidenciando su asco por la izquierda.
Ya en el poder, ni PAN ni PRD; sólo fue leal “joaquinista”, es decir, sólo veló por sus intereses personales y de su familia.
“No hay ni hubo ningún compromiso”. “No es que no haya nada, es que nunca he sido militante de nada”.
Tan pronto vio la oportunidad, se vendió a AMLO para entregar Quintana Roo a MORENA-VERDE y operó en contra del PAN-PRD, sus recientes impulsores.
Ante el fin de su gobierno del cambio traicionero al pueblo, vuelve a renegar del PAN y PRD para recibir premio de AMLO, en pago por su servidumbre de oro, ganar impunidad y seguir vivo en la política, usufructuando presupuesto y negocios familiares al amparo del poder.
Una vez más, no importa el color de ese poder. Su asco por la izquierda “chaira”, puede posponerse.
Carlos es un emblema de paria; en su caso del apellido Joaquín. Infancia es destino. Traiciona a todos, sobre todo al pueblo de Quintana Roo, para desquitar sus frustraciones originarias. Con dinero se redime todo y se gana el derecho a ser incluido en el sistema de castas.
Su fortuna ahora, ¿alcanza a la de su medio-hermano Pedro, o a la de su media-hermana Addy?
Quién sabe. Usted tiene la última palabra.