La cosa pública
Por José Hugo Trejo
A finales de los 80´s del pasado siglo XX, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) colapsó por la crisis económica a la que llevó su extremado militarismo y la carrera armamentista contra los Estados Unidos de América y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a los que le dio prioridad desde finales de la Segunda Guerra Mundial sobre las condiciones de vida de los habitantes de sus repúblicas, Rusia entre las más importantes, y de las otras que conformaban al Pacto de Varsovia, del bloque comunista de Europa del Este.
Mijail Gorbachov fue el último dirigente del Partido Comunista y jefe de Estado soviético, al que desbordaron los cambios que quiso realizar para la apertura política (Glasnot) y la reestructuración económica (Perestroika), al grado de que en 1991, tras un intento fallido de golpe de Estado por parte de la nomenklatura comunista, ocurrió el desmembramiento de la URSS y la apertura democrática en medio de un caos político y económico que llevó a los rusos y a los habitantes de las repúblicas socialistas liberadas del yugo comunista a sufrir una nueva crisis humanitaria, en la que el hambre, la anarquía, la inestabilidad, el saqueo de los inmensos bienes públicos y la consolidación y crecimiento del crimen organizado fueron la constante durante toda una década en la que Boris Yelsin encabezó la Presidencia de la Federación Rusa hasta el año 2000.
Con la Glasnot y la Perestroika sin ningún control, desbordadas por la anarquía y la corrupción toleradas por Yelsin durante la década de los 90´s en la ex URSS, los recursos inmensos del Estado soviético, desmembrado en distintas federaciones, fueron saqueados y repartidos entre los integrantes de una nueva casta de oligarcas: desde recursos naturales y estratégicos para el desarrollo de cualquier nación con el potencial y los retos geopolíticos de la Rusia poscomunista, como el petróleo, el gas natural, minerales como el oro, el uranio, el cobre y otros tantos, medios de comunicación, bancos y hasta fábricas de armas.
De la noche a la mañana, los habitantes de toda una región de Europa del Este que fue sojuzgada por un régimen militarista que con el pretexto del comunismo y la igualdad socializó la miseria, vieron surgir una nueva casta de oligarcas multimillonarios dueños de petroleras, minas, televisoras, bancos, navieras, plantas de energéticas que lo mismo distribuían gas natural que energía eléctrica a ciudades enteras, además de que muchos de ellos estaban vinculados al crimen organizado que lo mismo saqueaba los recursos del antaño poderoso Estado soviético que lavaba dinero, traficaba drogas y personas desde y hacia el mercado negro de la prostitución y la industria porno de occidente.
Todo eso pasó en todos los países que integraron a la ex URSS y que fueron parte del bloque comunista del Pacto de Varsovia y que llevaron a algunos de esos países excomunistas a convertirse en Estados fallidos en manos de mafias criminales hasta el día de hoy.
Rusia parecía desfallecer y colapsar como nación y potencia mundial hasta la llegada de Vladimir Putin a la presidencia de la Federación, en remplazo de Yelsin, en el año 2000.
Putin comenzó a meter orden dando relevancia a la participación del Estado ruso en los principales sectores económicos del país: rescató algunas de las empresas que habían sido usurpadas al Estado durante la década de Yelsin y llevó a juicio y al encarcelamiento a grandes oligarcas que se beneficiaron con el masivo hurto de los recursos públicos. Usó el poder del Estado para ordenar la economía y recuperar la presencia gubernamental en las áreas estratégicas de la economía rusa, como la banca, el petróleo, el gas natural, la generación y distribución de energía eléctrica, la construcción de grandes obras de infraestructura, además de hacer más eficiente el sistema de recaudación de impuestos, el cual fue fundamental para el rescate de las empresas energéticas que habían sido sustraídas del patrimonio público por los oligarcas en la década de Yelsin.
Putin fue cuestionado severamente por cada acción que emprendió para darle preminencia al Estado ruso en el rescate de la economía y el patrimonio públicos, sin embargo, sacó de la crisis económica que padecían los rusos, elevó su nivel de vida, mejoró sus niveles de seguridad, de empleo y sobre todo estimuló la estima nacionalista. Rusia, después de estar a punto de la ruina y la desintegración, ha vuelto a ser la potencia militar y económica a tomar en cuenta en Europa y en el mundo, aunque todavía su Gobierno esté bajo severos cuestionamientos desde occidente por su prevalencia en los sectores fundamentales de su economía y sus procesos democráticos; sobre todo por la prolongada permanencia de Putin en el liderazgo de la nación de Gógol y Dostoievski.
Lo ocurrido en México durante los últimos años de los 80’s y la década de 1990 tiene cierto paralelismo con lo ocurrido en Rusia durante la década de Boris Yelsin, guardando las proporciones de cada país en cuanto a recursos naturales, militares y estatus geopolítico.
En México también vivimos un proceso brutal de desmantelamiento del Estado y de premeditado alejamiento del mismo de la rectoría económica del país.
A principios de los 90´s, una banca que había sido nacionalizada en 1982 por la participación de los banqueros mexicanos en la fuga de capitales que ocasionó la crisis económica e inflacionaria que padecimos hasta muy entrada la década, fue privatizada nuevamente y entregada a una nueva generación de banqueros vinculada al entonces presidente Carlos Salinas de Gortari (Roberto Hernández Ramírez que se hizo de Banamex y Roberto González Barrera de Banorte, son un ejemplo de ello), que luego tuvo que ser “rescatada” con dinero público, cuando en diciembre 1993 el Gobierno de Ernesto Zedillo, en su primeras semanas de gestión, le quitó los alfileres en los que había dejado colgada la economía nacional su antecesor
Telmex, el monopolio telefónico del Estado, empresas petroquímicas secundarias como Fertimex, que eran emblemáticas y preponderantes en el agro mexicano, minas, ferrocarriles, carreteras estratégicas por su afluencia vehicular y su ubicación geográfica, medios de comunicación nacionales, como Imevisión que se convirtió en TV Azteca, plantas industriales de producción y distribución de alimentos, como Maíz Industrializado y la Compañía de Subsistencia Popular, Conasupo, entre muchas otras, fueron vendidas a precios y condiciones leoninas favorables a sus escogidos adquirientes durante los últimos años de los 80´s y parte de los 90´s.
Desde esos años también y hasta la fecha, quienes controlaron el Estado mexicano a propósito dejaron de invertir y de dar mantenimiento efectivo y eficiente a la industria energética nacional, entregando su control a las mafias sindicales y a los corruptos ejecutivos gubernamentales que la administraban con el propósito de volverla ineficiente.
Por eso quebraron y liquidaron a Luz y Fuerza del Centro y comenzaron a repartir contratos de mantenimiento a empresas privadas, para que dieran mantenimiento a las centrales generadoras y a las redes distribuidoras de energía eléctrica de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), algunas de ellas propiedad de los propios directivos y ejecutivos de la paraestatal y contando esta con técnicos suficientes y mejor preparados para realizar dicha labor.
Por eso también se dejó de invertir en la investigación, exploración y refinación del sector petrolero, abandonando a Petróleos Mexicanos (PEMEX) para que fuera saqueado por la mafia sindical en complicidad con sus directivos (les suenan Emilio Lozoya y Romero Deschamps, por mencionar sólo a los últimos casos de participación en el festín petrolero). Y se desaprovechó el auge del alza extraordinaria de los precios del petróleo en la primera década del 2000 (que Putin sí supo aprovechar para sacar a Rusia de la crisis económica en que se le dejó Yelsin y fortalecer su sector energético, modernizándolo y creando más infraestructura, como la de los inmensos gasoductos que hoy tienen a los rusos como los principales proveedores de gas natural a toda Europa), desperdiciando y tirando por el caño de la corrupción miles de millones de pesos, más de 300 mil por año, sobre los que no hubo control ni fiscalización alguna durante los sexenios de Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, éste último por cierto dejó sin cumplir su promesa de campaña de construir dos refinerías en el país, que hoy fueran fundamentales para la refinación del crudo que estamos vendiendo hoy al exterior a menos de 23 dólares por barril, cuando en su tiempo estaba a más de 80 dólares por barril.
La intencionalidad para arruinar paulatinamente el sector energético nacional y justificar la intervención privada en el mismo, fue más que elocuente en los últimos cinco Gobiernos anteriores al que encabeza hoy Andrés Manuel López Obrador. Pero hoy se cuestiona más su intento por rescatarlo con la participación preponderante del Estado que el daño estructural que cometieron sus antecesores en el mismo.
A nivel internacional, son los mismos actores que acusan y descalifican los intentos del Gobierno de López Obrador por el rescate de las empresas energéticas estatales, los que en su momento acusaron a Putin de estatista y de llevar al colapso a Rusia al desmotivar las inversiones foráneas en su país. Al final de cuentas la situación económica de Rusia y el papel geopolítico que mantiene en Europa y el mundo le dieron la razón al presidente ruso.
Actualmente México vive circunstancias diferentes y más adversas en el ámbito económico internacional que la Rusia de Putin en los primeros años 2000: el precio del petróleo está colapsado, la pandemia del Covid-19 tiene paralizada la economía en todo el mundo y la sociedad mexicana se encuentra bombardeada por toda clase de mensajes que la tienen en vilo, con incertidumbre y temor, cada vez más distanciada de un Gobierno al que le achacan todos los males que otros han provocada y que con la reducida capacidad con que cuenta pretende remediar sin el éxito que todos quieren ver de inmediato…