Pinceladas
En 2020, 19 menores de edad entre los seis y quince años encabezaron una columna de autodefensas armados en Guerrero, un Estado al suroeste de México. La imagen podría pasar desapercibida en un país sumergido desde hace varios años en un violento conflicto, pero la fotografía reproducida por medios locales e internacionales fue una nueva señal de la descomposición provocada por la inseguridad. Los jóvenes cargaron viejos y oxidados rifles para repudiar el asesinato de diez indígenas nahuas en la región. Los menores marcharon junto a unas 2,000 personas con el rostro cubierto por pañuelos y vistiendo el uniforme de la policía comunitaria, un cuerpo armado conformado hace 25 años por pobladores de 16 municipios del sureste de Guerrero e integrantes de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias y Pueblos Fundadores (CRAC). Este cuerpo de autoridad alternativa ha hecho frente desde hace varios años a los cárteles de la droga y las organizaciones delictivas que operan en uno de los sitios más pobres del país. El añejo conflicto vivió un nuevo capítulo, coincidiendo con el inicio del Covid-19, cuando una decena de personas del municipio de Chilapa fue ejecutada e incinerada.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Los muertos trabajaban con el grupo musical ‘Sensación’, que había tocado en un poblado vecino, cuando fueron emboscados mientras viajaban en dos camionetas. La Fiscalía de Guerrero ha responsabilizado del crimen a ‘Los Ardillos’, una de las bandas criminales locales, quien también estaría detrás de una policía comunitaria rival de la CRAC. Buscar una explicación a la matanza y a la marcha de los niños soldado obliga a reducir lo irreducible. Chilapa lleva años en guerra. Una guerra templada, anclada a diferentes intereses políticos y económicos, lícitos e ilícitos. Ruidosa a veces, silenciosa otras. La violencia es causada por el narco, pero el problema se hace más complejo por las disputas del control político en los municipios de la zona, pues estas disputas representan el acceso de recursos públicos en una región donde el 69% vive por debajo de la línea de pobreza. En esta fórmula también entran las luchas por el territorio y el tráfico de la goma de opio, un insumo producido por campesinos locales, quienes han visto reducidos sus ingresos por el ascenso de los opioides sintéticos, como el fentanilo. Desde la matanza, integrantes de la CRAC mantienen bloqueados los caminos de Alcozacán, en Chilapa. Exigen la captura de los responsables del crimen y solicitan la presencia del presidente Andrés Manuel López Obrador en el lugar, además de otras 27 demandas. Para presionar a las autoridades locales, la CRAC mostró el músculo armado. Uno de sus consejeros ha afirmado que los menores fueron capacitados para el uso de armas en una entidad que tiene un 54% de su población sin la educación básica terminada.
¿Quiénes eran los músicos del grupo ‘Sensación’ acribillados y calcinados por ‘Los Ardillos’? Entre las víctimas mortales se encontraba un niño de 15 años, quien era el responsable del conjunto musical indígena. El inicio de 2020 ha sido particularmente violento en el Estado de Guerrero, donde el 18 de enero de ese año fueron asesinados diez músicos. Los hechos ocurrieron en el poblado de Alcozacán, en el municipio de Chilapa de Álvarez, cuando diez integrantes del grupo musical ‘Sensación’ regresaban de prestar sus servicios al conjunto ‘Conquistador’, al que le hacía falta equipo para una presentación. Justo en la carretera Mexcalzingo-Tlayelpan, los músicos fueron emboscados en un retén de la policía comunitaria ‘Por la Paz y la Justicia’, presuntamente relacionada con el grupo criminal ‘Los Ardillos’. Al ver el retén, las víctimas aceleraron, pero uno de los camiones en los que viajaban fue alcanzado por granadas, muriendo quemados cinco hombres. Los otros integrantes que viajaban en otro vehículo, fueron degollados y su camión fue lanzado a un barranco. Las personas decapitadas fueron identificadas como los hermanos José y Candido Fiscaleño, Crescenciano Migueleño, Marcos Fiscaleño y Antonio Mendoza. Sus cuerpos fueron entregados para realizar los funerales. En tanto, los cadáveres de Israel Tolentino, Israel Mendoza, Florentino Linares, Juan Joaquín Ahejote y Regino Fiscaleño no han sido entregados, debido a que quedaron irreconocibles por el nivel de calcinación que sufrieron.
Desde los hechos, el tramo carretero Chilapa-Alcozacán está bloqueado por los pobladores en exigencia que los cuerpos sean llevados a su región de origen, ya que los deudos no cuentan con los ingresos. La agresión dejó a ocho mujeres viudas y 23 menores sin padres. También, historias devastadoras como la de Israel Mendonza, de 15 años, quien estudiaba el tercer grado de secundaria y tocaba la batería. Era hijo único de la dueña del grupo ‘Sensación’ y asistió al evento para supervisar el cuidado del equipo. Israel Tolentino, de 24, llevaba años viviendo en Cuernavaca; sin embargo, regresó al pueblo de Chilapa el 3 de enero porque lo nombraron policía comunitario por un año. Al terminar el periodo, regresaría otra vez a Morelos. El joven se alquiló como chófer de una de las dos camionetas de los músicos con la intención de obtener ingresos. De los dos niños que dejó en la orfandad, el más pequeño, de cuatro meses de nacido, todavía no tenía un nombre y sólo se refería a él como ‘Gordito’. Cándido Fiscaleño, de 20, tenía una hija con su esposa, Aurelia, de 16 años. José Julio Fiscaleño, de 37, y una niña de tres. Regino Fiscaleño, de 27, no estaba casado ni tenía hijos. José Marcos Baltasar, de 36, dejó con su muerte a seis niños en la orfandad, todos ellos acompañaron a la viuda durante la protesta que se realizó en la carretera. Crescenciano Huapango Migueleño, era conductor de una unidad del grupo, tenía dos hijos y su joven esposa está embarazada a pocas semanas del parto.
El grupo criminal ‘Los Ardillos’ fue fundado por el fallecido Celso Ortega Rosas, alias ‘La Ardilla’, quien se dedicó sobre todo al secuestro y la extorsión. Según el modus operandi detectado de la organización, Ortega entregaba un ultimátum de 24 horas para que sus víctimas salieran del inmueble que habitaban. Una vez que se iban, los delincuentes los ocupaban. ‘Los Ardillos’ han operado en Guerrero con total impunidad, debido a que en esa zona el grupo político en cuestión los apoya. Entender la violencia que golpea esa zona de Guerrero desde hace años no es sencillo. José Díaz-Navarro, un vecino de Chilapa, la conoce en carne propia. En noviembre de 2014, presuntos integrantes de ‘Los Ardillos’ desaparecieron a dos de sus hermanos, que luego aparecieron asesinados. Huyó de allí en mayo de 2015. Desde entonces se mantiene al tanto desde Ciudad de México de los numerosos sucesos en la región. La matanza no lo sorprendió. Díaz-Navarro cree que se trata de una “venganza”. Desde su exilio, Díaz-Navarro ha recopilado información. La mera mención de los asesinados le activa un recuerdo. “Hace un año, el 10 o 12 de enero, ‘Los Ardillos’ irrumpieron en El Paraíso Tepila [una localidad de Chilapa]. Los comunitarios esperaron con armas y mataron a 10 o 12 ardillos. Lo de ahora fue una venganza por eso”, explica. El nombre de ‘Los Ardillos’ está íntimamente ligado a la violencia en la región de la Montaña baja de Guerrero, donde está el municipio de Chilapa. Y también a la política estatal. El supuesto líder de ‘Los Ardillos’, Celso Ortega, es hermano de un exdiputado del PRD, el partido de la izquierda, que sigue fuerte en Guerrero, hoy gobernado por el PRI. En cada periodo electoral, los asesinatos de candidatos y aspirantes a alcalde, diputado o regidor en Chilapa y los pueblos de alrededor es habitual. Y cada vez que esto ocurre se señala a ‘Los Ardillos’.
Según Díaz-Navarro, “este grupo quiere aniquilar a todos. Ya aniquilaron a ‘Los Rojos’ [antaño su principal rival], ya tienen a las policías municipales de Tixtla, Quechultenango, la ministerial. Han querido dominar hasta Chilpancingo [la capital de Guerrero]… Y ahora van por la CRAC”. Tras las imágenes de los niños soldados, el Gobierno de Guerrero pidió a la CRAC respetar los derechos humanos de los menores. La Administración local, encabezada por el priista Héctor Astudillo, ha dicho que el homicidio de las diez personas es una de las prioridades para la Fiscalía y en la Mesa de Coordinación Estatal para la Construcción de la Paz. En Guerrero, sin embargo, la probabilidad de esclarecer un delito es del 0.2% según un estudio reciente sobre las fiscalías mexicanas.
Las más de 35,000 víctimas contabilizadas en 2019 lo convierten en el año más violento desde que se llevan registros
México alcanzó un nuevo hito en la epidemia homicida que vive desde hace más de una década. El país, de 127 millones de habitantes, registró durante el primer año de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador un récord de asesinatos. Las 35,588 víctimas contabilizadas en 2019 lo convierten en el año más violento desde que se llevan registros con una tasa de 27 homicidios por cada 100,000 habitantes. Entre estas víctimas hay 1,006 mujeres asesinadas por violencia machista (feminicidio). Colima, un pequeño Estado en el Pacífico con menos de un millón de habitantes, repitió como la entidad más violenta. Con 760 homicidios tiene una tasa de 107 asesinatos por cada 100,000 habitantes, superior a la de El Salvador (62, según el Banco Mundial), uno de los países más violentos del mundo. La cifra de 2019 registró un ligero aumento si se le compara con 2018, el último año de la presidencia de Enrique Peña Nieto. El Gobierno del PRI había fracasado en la contención de los homicidios en el cierre de la Administración. El año cerró con 34.655 asesinatos, 912 de ellos fueron feminicidios. El número revelado ese año por el Sistema Nacional de Seguridad Pública confirma una subida de 2-6% en los homicidios dolosos en 2019.
El presidente López Obrador evitó hablar de la histórica cifra registrada en el primer año de su Gobierno. Durante una conferencia de prensa matutina el mandatario se limitó a afirmar que la Administración de Morena continuará combatiendo a los carteles del narcotráfico. Pero también añadió que su Gabinete ha dado también importancia a la lucha contra “la delincuencia de cuello blanco”. “Yo sostengo desde hace mucho tiempo que el principal problema de México es la corrupción, la corrupción política”, ha señalado el mandatario a la prensa. El informe presentado por la Secretaría de Seguridad Pública reconoce, sin embargo, un aumento de las víctimas de cinco delitos prioritarios. Además del aumento de homicidios, los feminicidios también pasaron de 912 en 2018 a 1.006 en 2019 y los secuestros de 1,559 en 2018 a 1,614 el año pasado. La extorsión registró el crecimiento más pronunciado con una subida del 29% con 8,523 víctimas. Por último, la trata de personas también aumentó un 12.6%, con 644 víctimas del delito en 2019. Los números obtenidos confirman la falta de norte en el combate contra el crimen de López Obrador. La estrategia de seguridad sigue sin afianzarse mientras los encargados de liderarla, los secretarios de Seguridad y de Defensa, han pedido a la ciudadanía más tiempo para disminuir la sangría. El informe subraya una violencia generalizada que rompe con la lógica de dinámicas regionales y focalizadas. Estados como Sonora, al norte de México, vieron disparar los homicidios un 57% durante 2019. También Hidalgo y Aguascalientes, en el centro del país, con un aumento de 49% y 32% respectivamente. Otras entidades que vieron incremento en los índices de violencia son Coahuila, Chihuahua, Campeche, Colima, Estado de México, Guanajuato, Michoacán, Nuevo León, Jalisco, Oaxaca y Quintana Roo.
Las élites políticas, económicas y sociales en lugar de unirse contra la violencia han decidido abrir una brecha abismal entre unos y otros
A pesar de los malos datos, el cierre de 2019 albergó espacio para la esperanza. El Gobierno mexicano logró hilar cuatro meses en los que documentó menos de 3,000 víctimas de homicidios entre septiembre y diciembre. Este periodo pudo romper con la preocupante dinámica que se instaló durante el verano de 2019, cuando tres meses dejaron 9,182 asesinados. El arranque de 2020 tendría que confirmar una tendencia a la baja, pero la realidad parece contradecir a la estadística tras un inicio muy violento en Estados como Baja California y Guerrero. La necrofilia sigue imponiéndose al grito de ¡Viva la Vida! que debe aspirar a ser slogan prioritario de nuestro país. Las élites políticas, económicas y sociales no lo entienden y en lugar de unirse han decidido abrir una brecha abismal entre unos y otros, como destaca el escritor mexicano Jorge Zepeda Patterson, en una columna que tituló ‘La imparcialidad imposible’, en el periódico español El País.
“El primer año de Gobierno de López Obrador se alcanzó un récord en materia de homicidios, 34,582 en 2019. Una razón para que sus adversarios declaren el fracaso de una vez y para siempre de su estrategia de seguridad pública. Del otro lado, es el primero año en que la curva sangrienta da muestras, por fin, de comenzar a estabilizarse, lo cual es interpretado por sus seguidores como un aviso inminente de la inflexión que viene gracias a las estrategias del nuevo Gobierno. Los críticos echan en cara la cifra absoluta e intentan cobrar la factura política de una etiqueta demoledora: el año más violento en la historia de México es el primero del sexenio de López Obrador, saque usted sus conclusiones… Los que lo defienden señalan que cada año del Gobierno de Peña Nieto también fue récord histórico con respecto al anterior (pasó de 17,886 homicidios dolosos en 2015 a 33,743 en 2018, casi el doble en apenas tres años), pero con una diferencia a favor de AMLO: con el presidente priista los aumentos superaban los cinco mil homicidios adicionales cada año, con el nuevo presidente el aumento fue de apenas 800. En otras palabras, afirman ellos, de haber continuado la tendencia, es decir, si el período de Peña Nieto hubiese sido de siete años, en 2019 habríamos llegado a cerca de 40,000 muertos. El caso típico del vaso medio lleno o medio vacío, según quien lo mire…”.
Se confirma el dicho de que la primera víctima en todo conflicto es la verdad, trátese de una guerra, un divorcio o un pleito en tribunales
El tema, como todo lo que tiene que ver con el polémico Gobierno de la llamada Cuarta Transformación, se ha convertido en material inflamable para sostener la interminable hoguera de la polarización. Por desgracia, el asunto tiene consecuencias graves para la vida pública del país. Dice bien el clásico que la primera víctima en todo conflicto es la verdad, trátese de una guerra, un divorcio o un pleito en tribunales. Las partes involucradas quedan condenadas a envolverse en su propia versión, magnificando los puntos que les favorecen y minimizando o de plano ignorando los ángulos que resultan adversos o debilitan sus certezas. En la práctica una creciente obnubilación para entender la realidad. Enrique Quintana, director del diario El Financiero, muestra un caso similar por lo que toca a la producción petrolera. El número de barriles extraídos venía disminuyendo de manera continua desde 2013 y el primer año de López Obrador no fue la excepción pues registra una caída de 7 por ciento, con 131,000 barriles diarios menos. Pero desde mediados del año disminuyeron esas caídas, y en los últimos meses la producción ha comenzado a remontar poco a poco. Este enero creció 5.6 por ciento con respecto al pasado diciembre. “A la cifra que usted va a creerle es a la que se ajuste más a sus preferencias políticas e inclinaciones ideológicas”, señala Quintana. La prensa adversa reveló la semana pasada que según cifras oficiales las denuncias por tomas clandestinas de combustible han aumentado durante el año; también el decomiso de gasolinas robadas. Citado fuera de contexto el dato parecería indicar que el fenómeno del huachicol, o robo de combustible, ha empeorado contra lo que el Gobierno ha sostenido. No obstante en la misma sesión, la autoridad afirmó que el robo diario había descendido de 80,000 barriles promedio a 5,000, dato que deliberadamente no es mencionado. Como siempre, la realidad parecería ser más compleja que cualquiera de las dos visiones. El Gobierno no ha fracasado en su lucha contra el huachicol y su avance es evidente, pero está muy lejos de haber superado el problema y, en todo caso, está claro que las bandas dedicadas al delito siguen operando.
Prácticamente no hay acción del Gobierno que no esté sujeta a esta polarización esquizofrénica. Loas en círculos oficiales al reparto de pensiones a millones de ancianos a quienes “por vez primera” se les hace justicia; del otro lado, exhibición en ONG y medios antagónicos de casos lastimosos de ineficiencia o desviación, lo cual demostraría el fracaso del programa. Nadie quiere sustraerse a este pleito de medias verdades destinadas a convertirse en sentencias categóricas. Mala cosa para una sociedad cuando los epítetos sustituyen a los argumentos y la propaganda a los diagnósticos. ¿A quién creer? ¿A los neoliberales conservadores que defienden sus privilegios, según AMLO? ¿O al Gobierno populista decidido a imponer sus mitos, según sus adversarios? Sospecho que como en los divorcios, las guerras y los tribunales, la verdad se encuentra en algún lugar a mitad del camino. Un medio camino cada vez más difícil de encontrar en la brecha abismal que se ha abierto entre unos y otros.
“Los escritores jóvenes han olvidado los problemas del corazón humano y sus conflictos”, recalca Guillermo Arriaga, en “Salvar el fuego”
Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) suele insistir en que no hay ninguna influencia del cine en sus novelas. Si no que, más bien, es al revés. Primero estaría la literatura y después habría llegado el reconocimiento y el éxito como guionista con películas como “Amores Perros” o “21 gramos”. En su primeros cuentos -reunidos en el volumen Retorno 201, escritos a finales de los ochenta y reeditados por Páginas de Espuma en 2006- ya aparecían las intrincadas estructuras de historias entrelazadas y saltos en el tiempo, marca de la casa de sus guiones de los 2000, así como sus obsesiones personales y profundamente mexicanas: la violencia, la muerte, la redención o la perdida. Los mismos temas que están presentes también en “Salvar el fuego”, última novela ganadora del Premio Alfaguara. Devoto de William Faulkner, el padre de la polifonía literaria moderna, durante sus años como docente en una universidad privada mexicana, en una ocasión planteó un juego en clase. Le dijo a sus alumnos que al día siguiente invitaría a un autor especial y que por favor llevaran comida y bebida para acompañar la conferencia. Al entrar al aula, apareció con una foto enmarcada de Faulkner, lo colocó encima de la mesa y por los altavoces de un ordenador les puso el discurso de recepción del Nobel en 1949.
“Los escritores jóvenes han olvidado los problemas del corazón humano y sus conflictos consigo mismos. Solo eso bastaría para hacer buena literatura”, defendía solemne en aquel texto el autor de “El ruido y la furia”. Con esa tradición, tanto en el fondo como en la forma, se siente identificado Arriaga. Las temas universales representados en tragedias individuales. Shakespeare, Hemingway, Rulfo, Stendhal o Dostoievski son otros de los grandes nombres que suele citar como referencias. “Frente un contexto cultural que tan frecuentemente cultiva el cinismo, él sigue apelando a las grandes preguntas y las relaciones humanas. Además de sobresalir por un gran trabajo técnico y compromiso con la literatura”, subraya el escritor mexicano Julián Herbert, con el que Arriaga acostumbra cruzar borradores durante el proceso de escritura. En esa línea densa y contundente, Herbert considera que hay un punto de inflexión en su obra a partir de su regreso a la novela tras casi dos décadas centrado en el guión. “El Salvaje” (Alfaguara 2017), un voluminoso texto de casi 700 páginas, culminación de un trabajo obsesivo que duró más de cinco años, con ritmo narrativo vigoroso y calado autobiográfico, marcaría una distancia respecto a su lenguaje del cine. “La prosa literaria de Guillermo se va dirigiendo en una dirección casi opuesta a la cinematográfica, su manera de construir a los personajes es cada vez más precisa, más intensa y más extensa”. Tras “Babel” (2006), con la que logró la nominación al Oscar, Arriaga rompió su productivo vínculo con el director Alejandro González Iñárritu, con quien revolucionó el panorama mexicano e internacional. Su última película, “The Burning Plain”, su ópera prima como director, es de 2008. Desde entonces, ha dado la vuelta a la rueda y para volver a concentrarse en la literatura.
Javier Sicilia ha vuelto a enfundarse el sombrero Panamá y las botas de senderismo para recorrer otra vez las carreteras de México
Su compromiso casi monástico con sus obras y su condición de maestro son los dos rasgos que destaca Maruan Soto Antaki. “Hay toda una generación de cineastas que creció viendo las películas más famosas de Guillermo, aprendiendo de esa técnica basada en universos paralelos que se funden”, cuenta el escritor mexicano pensando en nombres ya consolidados como Amat Escalante, Michel Franco o David Pablos. Sobre al aterrizaje mexicano de los grandes temas que aborda Arriaga en su obras, Herbert reconoce “un talento para encontrar lo conmovedor y lo sublime que puede haber en ciertas formas de violencia”. Pero no tiene claro que eso sea el producto de una creación estrictamente mexicana. “Parte de sus obras suceden en Canadá, Estados Unidos o en Oriente Medio. Yo creo que él simplemente afronta cuestiones universales desde el sustrato personal que tiene”. Arriaga también suele repetir que, pese a contar con sus autores fetiche, prefiere mirar de lejos a la metaliteratura. Él intenta alimentar su obra a partir de su propia vida. Por ejemplo, de sus experiencias como niño de clase media, hiperactivo y grandullón, en un barrio duro de la periferia de la capital mexicana. Una época en la que no paraba de meterse en peleas, tantos golpes que acabó perdiendo el sentido del olfato.
Javier Sicilia ha vuelto a enfundarse el sombrero Panamá y las botas de senderismo para recorrer otra vez las carreteras de México. Nueve años después de liderar un movimiento de resistencia ciudadana contra la explosión de violencia que vivía el país en plena ofensiva contra el narco del Gobierno de Felipe Calderón, el veterano poeta y activista, de 63 años, vuelve a encarnar la oposición cívica ante una sangría que no cesa. “Somos la última bocanada de oxígeno para intentar de nuevo detener el horror y evitar que el país se hunda en una barbarie sin retorno”, dijo al inicio de la marcha, en la glorieta por la Paz de Cuernavaca, capital del Estado de Morelos, en 2020. Con menos afluencia que en 2011, cuando la marcha aglutinó desde el inicio a más de 1,000 personas, la hoja de ruta de la bautizada como la ‘Caminata por la paz’ fue casi idéntica: recorrer a pie los 70 kilómetros que separan Cuernavaca de la capital para plantarse ante el Palacio Nacional y exponer las demandas de las víctimas. Cuentan de momento con el apoyo de 64 colectivos y asociaciones de la sociedad civil, y confiaban en aglutinar a millares de personas a su llegada a Ciudad de México. Esa será su prueba de fuego para lograr sostener y dar continuidad a la nueva caravana. Sicilia lanzó también un puñado de mensajes dirigidos a López Obrador, al que reclama una política firme en seguridad: “La prueba más clara de espanto de esa política de abrazos son los 34,582 asesinatos cometidos durante 2019”.
Los niños ‘guerreros’ deben volver a sus escuelas y sustituir sus viejos fusiles y machetes y mochas desafilados por libros y cuadernos
El primer año del gobierno de López Obrador se convirtió en el más violento desde que existen registros en México. La resurrección de Sicilia, que alzó la voz por primera vez tras el asesinato de su hijo por el crimen organizado en 2011, supone la emergencia de un rival incómodo para el actual presidente de México, que se ha negado a recibirle a su llegada a la capital, alegando que el veterano activista está convirtiendo el dolor de las víctimas en “show y un espectáculo”. Sicilia recordó durante su intervención que a su llegada al Ejecutivo, López Obrador se mostró dispuesto a abrir un proceso deliberativo con la sociedad civil: víctimas, organizaciones, academia y expertos se reunieron durante meses con la Secretaría de Gobernación (Segob). “Pero aquella agenda, con los documentos que hoy llevamos con nosotros, se desechó sin que aún sepamos por qué. La Segob nunca dio una explicación”. Desde el anuncio de la vuelta a las calles, el entorno del Gobierno mexicano lanzó una dura ofensiva contra Sicilia. Incluidos muchos de quienes hace algunos años marcharon junto al propio activista frente a Felipe Calderón. La mecha que ha prendido esta nueva marcha ha sido la masacre de la familia LeBarón, donde fueron asesinadas tres mujeres y seis niños. Miembros de la familia de empresarios sonorenses, que también estuvieron involucrados en la primera ola de protestas, formaron un numeroso contingente durante la nueva marcha.
“Yo no me considero una víctima, ahora soy un león. Marchamos para promover una conciencia ciudadana”, explicaba sin perder el paso por el arcén de la carretera Adrián, el padre de una de las mujeres asesinadas en el rancho familiar. Pese al desgaste de su figura tras años de exposición mediática, Sicilia representa una crítica difícil de contraatacar por parte del Gobierno de Morena. Proveniente de una tradición de izquierda, Sicilia ha apostado en repetidas ocasiones por reconocer que México vive en un estado de emergencia nacional, y ha reivindicado la necesidad de una estrecha colaboración con la comunidad internacional. Una postura antagónica a la de López Obrador, furibundo nacionalista y reacio a cualquier injerencia exterior en México. Pero al mismo tiempo, Sicilia se ha opuesto desde el inicio a la militarización de la seguridad pública mexicana -prolongada por Gobierno de Morena con la creación y despliegue de la Guardia Nacional, presentes durante la marcha- y ha reconocido también que el problema de la delincuencia organizada tiene una vertiente económica, política y de salud pública, no solo de seguridad. Una postura más cercana al discurso de Obrador. Los niños soldados de Guerrero es un daguerrotipo a desechar en México. Deben volver a sus escuelas y sustituir sus fusiles y mochas por libros y cuadernos. La muerte no puede ganar la batalla a la vida. Los más pequeños son nuestra esperanza de futuro. Los ‘viejos’ están cada día más idiotas.
Desde hace años se habla de unos 300,000 menores enrolados en guerras por fuerza, pero son más, y ocuparse de ellos ya no está de moda
La dinámica cambiante de los conflictos y la intensificación de los enfrentamientos armados son responsables directos del aumento en el reclutamiento de niñas y niños para ser usados como soldados en todos los conflictos que tiene lugar en este mismo instante. Sobre todo en África, que es el continente que acoge el mayor número: República Centroafricana, República Democrática del Congo, Somalia, Sudán del Sur, Sahel, Nigeria, Níger, Camerún, Chad, Libia… Pero también en otras partes del mundo: República Árabe Siria, Yemen, Irak, Myanmar, Afganistán… A pesar de todos los esfuerzos que Unicef y otras organizaciones internacionales realizan, el número de niñas y niños soldados no disminuye. Desde hace años, se habla de unos 300,000, una cifra que no se mueve; al revés, da la impresión de que cada vez son más. Chema Caballero realizó una investigación periodística que fue publicada en Planeta Futuro, en el periódico español El País. “Hasta no hace mucho, en África la mayoría de los menores eran secuestrados por los grupos armados que luego debían utilizar la violencia y la manipulación para convertirlos en soldados. Hoy, son muchos los que se unen voluntariamente a las facciones que toman parte en los combates, sobre todo en los conflictos de larga duración. Huyen de la pobreza, del hambre, de la falta de oportunidades educativas o laborales. Muchos han crecido en medio a la violencia y no conocen otra forma de vida, por lo que es normal que terminen empuñando un arma. Es dudoso, cuando no existen otras alternativas para estos menores, que podamos hablar de alistamiento voluntario. Si no deja de ser la única opción, salida, que tienen delante, ¿cómo pueden optar por algo distinto, por la paz? ¿Y las niñas? Como mínimo, el 40% de estos menores soldados son niñas y chicas adolescentes que, al igual que los niños, empuñan armas, participan en acciones bélicas, se ocupan de labores domésticas y viven reproduciendo un patrón de comportamiento competitivo y agresivo. Pero, además, en la mayoría de los casos, también son utilizadas como esclavas sexuales. Y, a pesar de todo ello, son invisibles. Se sigue asociando menor soldado con varón que participa en combate y cuesta ver a las niñas….”.
Las guerras africanas no son disputas religiosas o étnicas, todas responden a razones económicas o de control geoestratégico
Esto es responsable de que no se diseñen programas específicos que den respuesta a sus necesidades. De hecho, son pocas las que llegan a los centros de rehabilitación de menores soldados, muchas mueren a consecuencia de los abusos sexuales, otras se quedan como esposas de los excombatientes ante el temor a ser repudiadas por sus familias. La gran mayoría suele sufrir rechazo por haber mantenido relaciones sexuales, aunque hayan sido forzadas, e incluso tenido hijos, fuera del matrimonio a la hora de su reinserción en la sociedad. Esto empuja a muchas de ellas a la prostitución como único modo de ganarse la vida una vez fuera del grupo armado. Recordemos que se utilizan niñas y niños como soldados porque existen conflictos violentos que se prolongan en el tiempo. La mayoría de los medios de comunicación intentan vender las guerras africanas como disputas religiosas o étnicas, pero eso es mentira, todas responden a razones económicas o de control geoestratégico. Detrás de cada guerra suele haber una materia prima o intereses políticos y comerciales de una parte de Occidente (o China): fueron los diamantes de sangre de Sierra Leona, lo es el coltn de la República Democrática del Congo, el petróleo de Sudán del Sur, el uranio, el oro y los diamantes de la República Centroafricana… No olvidemos que son empresas occidentales, en su mayoría, las que explotan, transforman y comercializan esos minerales de sangre. Evidentemente, los recursos naturales no son la única causa de estos conflictos, pero sí que desempeñan un papel fundamental y financian a los grupos armados que toman parte en ellos, por eso, estos se prolongan en el tiempo.
También es de rigor tener presente el comercio de armas, tanto el legal como el ilegal, que mueve tanto dinero. Las armas que se utilizan en estos conflictos son fabricadas, en su mayoría, en el norte. España es uno de los principales exportadores de municiones y armamento ligero a África o a tantas otras partes del mundo. Armas y municiones españolas se emplean en muchos de los conflictos que están en curso actualmente y donde combaten menores soldados. Las modernas cada día son más ligeras, fruto de los avances tecnológicos quizás, pero la realidad es que cada vez niñas y niños más jóvenes pueden utilizarlas. Todos estos datos hacen sospechar que las empresas que se benefician del bajo coste de los minerales de sangre, el tráfico de armas y el silencio y complicidad de los Gobiernos forman un cóctel que mueve muchos millones a los que nadie está dispuesto a renunciar. Y que para que todo eso funcione es imprescindible el uso de miles de niñas y niños como soldados porque son más baratos, obedecen mejor, no se paran ante la barbarie de la guerra y llegan a ser más crueles que los adultos… Por eso, me atrevo a pensar que los principales señores de la guerra no se ocultan en las selvas más profundas e impenetrables del planeta, sino que se sientan en los consejos de administración de grandes empresas o dirigen Gobiernos y dictan políticas. Y que como para ellos los negocios y los beneficios que les reportan son más importantes que las personas, no hacen nada para terminar con el uso de niñas y niños como soldados.
Los planes de reinserción aplicados en África logran que los niños soldados dejen la violencia y opten por la paz
Si a estos menores se les da una oportunidad, dejan la violencia y optan por la paz, se reinsertan en la sociedad. Se demostró en Sierra Leona, donde se llevó a cabo el primer proyecto de rehabilitación y reinserción de menores soldados. A St. Michael, el centro que me tocó dirigir, llegaban niños y niñas que habían sido secuestrados, manipulados a fuerza de violencia y ritos mágicos, instruidos en el manejo de las armas y las técnicas de guerra, que habían sido obligados incluso a matar a sus propios padres, a los que se suministraba drogas a la hora de entrar en combate, que habían cometido todo tipo de crímenes. Habían sido convertidos en auténticas máquinas de matar. Con tiempo y dedicación estos jóvenes regresan al colegio o aprenden un oficio y son capaces de reincorporarse a la sociedad y vivir vidas normales, eso sí, con sus miedos, con los recuerdos de la violencia experimentada y del mal que les obligaron a infligir, que les acompañarán por el resto de su existencia. Este programa se ha replicado con éxito en muchas otras partes de África: Liberia, norte de Uganda…
Pero los tiempos cambian y, ahora, los menores soldados ya no están de moda como lo estuvieron en el pasado. Ya no hay tanto dinero para invertir en su rehabilitación. Los donantes prefieren apostar por otras realidades que, en este momento, les dan más visibilidad. Y eso tiene consecuencias muy graves para las niñas y los niños que consiguen abandonar los grupos armados. Solo pueden estar en los centros de rehabilitación unas pocas semanas antes de ser devueltos a sus familias. Sin tiempo para dejar atrás la violencia, ni ser conscientes de la experiencia vivida, son depositados en campos de desplazados o en aldeas semidestruidas donde la falta de escuelas o de oportunidades laborales, unidas a la pobreza y desolación de sus hogares, les hacen añorar la seguridad y el poder que les daban las armas que durante tanto tiempo portaron. Al final, muchos de ellos deciden volver al grupo armado, al menos allí comen todos los días. Esto pasa en Sudán del Sur, en la República Centroafricana o en República Democrática del Congo, por ejemplo.
¿Qué hacer entonces? A veces nos puede inundar el desánimo y pensar que la realidad es así, que como las niñas y los niños soldados son un eslabón imprescindible en el engranaje ideado para que muchas personas se enriquezcan y que sin ellos los beneficios no serían altos, por lo que la lucha es vacua y sin futuro. No podemos dejarnos llevar por el pesimismo y hay que continuar con la denuncia hasta que todos los sepan, hasta que se les caiga la cara de vergüenza a los respetables políticos y modélicos hombres de negocios y de una vez para siempre se impliquen y pongan fin a esta lacra. Porque solo ellos tienen el poder de cambiar las cosas. A nosotros, mientras, nos queda seguir con la denuncia, con la prevención del alistamiento y con la creación de oportunidades para que los que fueron reclutados tengan una segunda oportunidad de vivir en paz.
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