Cuando uno ve el grotesco espectáculo de las campañas electorales en México con sus manadas de acarreados y sus oratorias analfabetas, uno sabe que el espíritu originario y silvestre del PRI sigue siendo el de la síntesis de la idiosincrasia nacional, renacido en todos los engendros partidistas y en los liderazgos de la modernidad democrática de hoy día: la de un país más envilecido, violento, rudimentario, iletrado e ingobernable que en el principio de los tiempos. Porque la era de la pluralidad política y de la tan masiva como costosa e inútil institucionalidad electoral y de transparencia y anticorrupción, es más regresiva y desesperanzadora que la de la usurpación revolucionaria. Hay más muertos por el libertinaje criminal, la impunidad y el caos, y más negocios sucios entre los grupos de poder, cada día más emparentados, coludidos y confundidos con la delincuencia organizada.