El minotauro
Por Nicolás Durán de la Sierra
Para para nadie resulta noticioso el que en los sondeos de opinión el presidente López Obrador salga venturoso y que su popularidad en México y en el mundo vaya muy por arriba del promedio y que hasta, en fecha reciente, haya empatado con el jefe del estado de India en el primer lugar de “líderes del mundo”, según un par de agencias internacionales de encuestas.
El fenómeno, claro está, tiene furiosos a sus opositores, los que lo acusan de “populista” y de manipular al país desde sus conferencias matutinas; aquellos que antes afirmaban que no sabía hablar en público, lo tienen hoy por maestro de oratoria, o más, como un ilusionista que distrae a la nación de sus problemas reales –o los que ellos llaman reales-, con tal de ganar votos.
En “las mañaneras” López Obrador no tan sólo marca la agenda del día, lo que los irrita, sino también toca las fibras sensibles del “México profundo”, es decir las del México empobrecido luego del saqueo, sexenio tras sexenio, de sus riquezas, y que hoy ve en él una salida. A eso le llaman populismo, intentando menospreciarlo a él, pero sobre todo, a la mayoría del electorado.
Con cierta candidez en su dolo, dicen que divide al país entre ricos y pobres, entre “fifís” y “chairos”, como si ello borrara las diferencias que hay entre el que tiene y el que no tiene. Dicen con énfasis bíblico que “vamos en el mismo barco”, cuando en realidad quieren decir en el mismo mar, aunque unos van en yate y otros nadando como pueden. Las desigualdades son evidentes.
Las críticas al presidente, por más corrosivas que hayan sido, no han menguado su popularidad. En contraparte, cabe preguntar ¿Qué proyecto de nación pueden oponer al discurso de López Obrador? ¿Qué plantea la oposición? Para su desgracia, está tan erosionada que sus voces son las de Lili Téllez, Ricardo Anaya, “Alito” Moreno, Fox y algunos otros humoristas involuntarios.