El Minotauro
Nicolás Durán de la Sierra
“Pobre del pobre que al cielo no va, lo amuelan aquí y lo friegan allá”, dice un viejo adagio que, por desgracia, no ha perdido vigencia y las estadísticas recién informadas por la Universidad Nacional respecto del perfil de la gran mayoría de las victimas del coronavirus en el país, van en ese sentido. Ésta, como otras enfermedades, tiene en la pobreza un gran caldo de cultivo.
Según el estudio “Mortalidad por Covid-19 en México”, de la UNAM, siete de cada diez muertos en nuestro país no tenían estudios elementales o tan sólo habían cursado la primaria; casi el 70% eran hombres –la tasa es de 2.1 varones por cada mujer- y casi la mitad de los fallecidos no tenían acceso a la seguridad social.
El estudio, concluido a finales de mayo, destaca que las cifras más altas de óbitos se dieron entre vendedores ambulantes, peones, choferes, empleados fabriles y la mayoría de los casos analizados procedían del Estado de México, Tabasco, Quintana Roo, Ciudad de México, Chihuahua y Baja California, lugares por encima de la tasa media de mortalidad del país.
En el estudio del doctor en Sociología, Héctor Hernández, de la UNAM, que servirá como base para el diseño de las políticas de salud, se indica también que el 46% de los fallecidos carecían de empleo o estaban jubilados. Esto hace evidente que el Covid 19 pega más a la población vulnerable, la de escasos recursos económicos y con menos oportunidades de salir adelante.
El análisis es claro: la falta de educación y, por ende, la pobreza, hacen fatal dupla. Desde luego que las cifras, nutridas con la información oficial, dan idea apenas del tamaño de un problema que se antoja más extendido. Se cuentan los casos con registro oficial y no los miles atendidos por la medicina privada. En México como en cualquier país del mundo, se trabaja con subregistros.