Signos
Una.
Pues sí: si no erradicas la violencia y el narcoterror con todas las fuerzas armadas e institucionales del Estado nacional (porque no puedes contra la corrupción y la impunidad dominantes en todos los poderes políticos locales y en todos los sistemas judiciales del país, y justificas tu impotencia en la patraña de que las únicas causas de la alta criminalidad son las de la pobreza, cuya perdurabilidad, entonces, legitimaría en todo tiempo la del crimen; y si tampoco impondrás un Estado de Excepción, como el salvadoreño de Bukele, para asumir un autoritarismo golpista en el que pagan justos y pecadores en nombre de la paz pública a rajatabla que te convertiría en un déspota populista, porque en las democracias iletradas parece ser la única alternativa contra el caos y la ingobernabilidad), pues entonces serás el blanco perfecto de la propaganda enemiga, asociada más y mejor que nunca a la persecución periodística y mediática y a las amenazas visibles de la poderosa Justicia imperial, señalado como parte o al servicio de esa industria del narcoterror que no combates y por lo cual eres fácil de identificar, si no eres cómplice, como tal, en tanto no coincidir con su modelo del Bien te hace víctima potencial de sus regulaciones y tipificaciones del llamado ‘Eje del Mal’.
Dos.
Absurdos a consignación
Para esa Justicia y ese sistema de valores que se identifica como ejemplo superior del ‘mundo libre’, sus vicios y patologías sociales -adicciones drogadictas, alcohólicas, sexuales y homicidas, entre otras, propias de la infelicidad hedonista- son genéticos, congénitos, y no son, por tanto, culpa de los adictos ni del modo de ser materialista e individualista de la nación que los produce, sino delitos punibles de quienes los proveen o los provocan o los inducen, como los narcotraficantes internacionales y locales, acusados de culpables de matar a los indefensos y vulnerables y masivos consumidores del Tío Sam. (Claro, la Segunda Enmienda salva a los vendedores de armas de ser tan asesinos como los ‘narcos’, así como la mina fiscal libera de toda culpa a los magnates casineros de la infecciosa ludopatía y a los licoreros que no pudieron ser sometidos por la ley de la ‘Prohibición’ ante el empuje desaforado de la invencible legión alcohólica generacional). Y si hay algo fácil para el amago contra cualquier enemigo del ‘mundo libre’ es su identificación como amenaza para su seguridad, y el nexo con el narcoterror es una de sus armas de cargo preferidas.Tal es un absurdo criminal. Y tan absurdo es, como incentivar la falsedad de que sólo el hambre y las necesidades de la pobreza producen matones sanguinarios, como si no hubiera una condición humana y una naturaleza espiritual proclives a los horrores homicidas de los sicarios (cual se quejaría Tarantino en “Asesinos por naturaleza”. Y si el consumo bárbaro de los adictos y el contexto patológico que lo produce no son culpables del exitoso mercado de las drogas sino sólo los narcotraficantes, y nada más que la pobreza es culpable de la multiplicación de dichos narcotraficantes y sus vastos saldos homicidas, desde la óptica de la conciencia estadounidense y del Gobierno mexicano, pues la solución de tales encrucijadas no puede ser sino imposible.
Tres.
El tozudo soberanismo obradorista ha puesto todo género de trabas a la incursión de las fuerzas antinarco estadounidenses que operaron en México a sus anchas durante el mandato presidencial panista de Felipe Calderón, el que, asimismo, desplegó a discreción a las Fuerzas Armadas contra la multiplicación del crimen organizado producida por la pulverización del poder político (que fragmentó a las autoridades en tantas opciones a corromper por los grupos armados, como autonomías partidistas favoreció la llamada alternancia presidencial y el pluralismo democrático de la nueva era de la modernización del país, según fue celebrada, y que llegó, se dijo, con el panista Vicente Fox a la Presidencia de la República en el amanecer del milenio). El arribo del personal antidrogas ‘americano’, sin cortapisas y sin retóricas nacionalistas -improductivas ante la impotencia del Estado mexicano contra el ‘narco’-, acaso hubiese obrado un cambio y una mejor perspectiva del país en el orden de la seguridad como ocurrió con el ‘Plan Colombia’. Y hoy día, mientras Andrés Manuel es acusado en medios internacionales de ser cómplice de bandas criminales que lo financiaron cuando era candidato presidencial, Calderón, su antecesor de derecha y aliado incondicional de Washington, pese a las implicaciones probadas de excolaboradores suyos del más alto nivel con dichas bandas -como el condenado en Nueva York y exjefe policiaco, Genaro García Luna, o el exProcurador de la República investigado por la DEA y exMinistro de la Corte, Eduardo Medina Mora- no pareciera tener cola que le pisen los ahora perseguidores de Andrés Manuel que, desde los organismos de la Inteligencia antidrogas estadounidenses, filtran todo tipo de indicios de corrupción del jefe máximo del país y líder de la causa moralizadora de la vida nacional, en represalia contra las objeciones del Gobierno mexicano que, más que una defensa nacionalista, les huele a protección del régimen de izquierda a ciertas mafias de la industria del narcorerror.
Cuatro.
Y así, Calderón combatió la violencia del ‘narco’ con la suprema violencia constitucional del Estado, pero favoreció a la industria delictiva con una Procuraduría General de la República y una Secretaría Federal de Seguridad Pública infiltradas y gobernadas por los jefes de las grandes mafias criminales. ¿Y Andrés Manuel? Pues será culpable o inocente de lo que lo acusan: asunto de evidencias y hechos comprobables. Pero de que ha favorecido también al ‘narco’, lo ha favorecido, sin duda. ¿Cómo?, pues culpando sólo a la pobreza de la maldad de los sicarios y de sus jefes asesinos, y argumentando que sólo abatiendo la pobreza y sus causas históricas y neoliberales se acabará también el mal de la inseguridad y de la sangre en la que se ahoga el país entero. Y entonces seguirán las extorsiones y los secuestros y las masacres encarnizadas y los cadáveres descuartizados y los grupos y los jefes despiadados de una y otra célula delictiva, que van apoderándose de los territorios de la vida civil, de más y más empresas y negocios, y de partidos y Gobiernos y candidaturas y cargos representativos de una región a otra del México moderno y moralizado de estos tiempos de sonoras campañas sucesorias, donde los matones abren fuego y matan a diestra y siniestra con la complacencia plena de las autoridades locales y de un lado y del otro de los trenes de la justicia social, mientras los soldados los contemplan a la espera de que llegue, colmado de abrazos, el fin de la pobreza nacional.
SM