Signos
Lo cierto es que no hay alternativas contra la violencia del ‘narco’ en los pronuncianientos de los candidatos presidenciales en campaña. Entre la ‘carcelización’ bukelesca más el combate indiscriminado contra quienes parezcan sicarios -de la candidata opositora-, y la mansedumbre obradorista de acabar con el sadismo criminal mediante la coordinación republicana y la salvación de tooooodos los jóvenes del flagelo de la pobreza -de la candidata oficialista-, la suma es igual a cero y a celebración por todo lo alto de las bandas criminales.
El Salvador como ejemplo de solución a palos de una dictadura omnipresente y la franciscana convicción de que la crueldad homicida no es producto de las malas almas sino de los entornos producidos por la injusticia social y debe atajarse con buenas obras sociales y acomedidos y decentes Poderes públicos coordinados que hagan una pinza contra la inseguridad, es todo lo que hay.
Y tan tan.
Lo de menos es la corrupción de los Poderes locales y la condición caciquil de quienes los representan al margen de todo compromiso ético y republicano.
Lo de menos es la disparidad institucional y la incompetencia entre las autoridades estatales y municipales, y las complicidades regionales con las cúpulas delictivas que han permeado la política, la empresa y la vida pública y social en sus zonas de influencia, y significan fuerzas más poderosas que las oficiales.
Lo de menos es la impunidad procedente de las pugnas militantes que favorecen la inercia de la improductividad judicial, el control penitenciario de los sicarios y el sometimiento policial a las órdenes del hampa dominante.
¿Por qué unos voltean a ver a El Salvador y no a Colombia en tiempos de Escobar, y los enemigos de ellos ven en una posible cooperación bilateral con Washington y su necesario intervencionismo en México -ante el rotundo fracaso de las soluciones nacionales- un atentado contra el patriotero soberanismo de pacotilla que se defiende en la propaganda como si de la reedición de la entrada de Winfield Scott se tratara?
¿Por qué no se entiende que en los tiempos de Calderón el problema no fueron los combates de las Fuerzas Armadas que pudieron poner en jaque e infundieron miedo a las hordas pistoleras, sino la corrupción de sus Policías y Ministerios Públicos federales, y de todas las autoridades locales incompetentes y coludidas con el crimen tras la ruptura y la dispersión del control político presidencialista nacional derivados de la primera gran derrota del PRI y la más nociva alternancia panista llegada con el Gobierno frívolo y analfabeto de Vicente Fox?
Porque en la parte positiva de la cooperación antidrogas se forjaron fuerzas especiales de élite en la Armada mexicana que fueron muy eficaces y muy profilácticas en las labores de espionaje, en la captura de grandes capos y en el enfrentaniento contra comandos altamente fortificados con arsenales de guerra.
¿Por qué hoy día no se concibe reanudar esa cooperación, responsabilizar a los Gobiernos estatales y municipales de la violencia en sus demarcaciones y de la cualidad ética y profesional necesaria de sus organismos de seguridad, a las Fiscalías de garantizar consignaciones prontas y efectivas y expeditas, y a todos los Poderes Judiciales de reducir al mínimo sus escandalosos niveles de impunidad procesal?
Por supuesto que no se trataría de sacar a la tropa a matar matones arrasando a su paso con vidas inocentes. Pero los exterminios de las bandas asesinas (que no son producto de la pobreza sino del espíritu homicida) deben atajarse también con los exterminios constitucionales de las Fuerzas Armadas del Estado mexicano, en mayor o en menor medida según las estrategias y las competencias de los organismos de Inteligencia y de las Policías, las Fiscalías y los órdenes jurisdiccionales.
Ni los extremismos totalitarios del Estado de Excepción ni los de la timoratez humanitarista que sólo disfraza la impotencia y el miedo y la falta de aptitud dirigente del Estado nacional, sirven. Y es lo único que hasta hoy se advierte en las propuestas de las principales candidaturas presidenciales en lo que se refiere a la seguridad, el pendiente fundamental en la vida del país.
SM