Signos
Sí, Oppenheimer se identificaba con las teorías marxistas sobre la historia y el capital como un principio deductivo y de conocimiento sobre los procesos de la realidad, pero no asumía -sino sólo como una posición coyuntural debida a su circunstancia de perseguido- la parte ideológica y militante del comunismo marxista.
Se confundía y se asociaba, en su tiempo, su convicción teórica y conceptual, como científico que era, con la praxis revolucionaria de la lucha de clases, debido a sus declaraciones acerca del marxismo. Pero él entendía sólo que lo revolucionario de Marx estaba en sus descubrimientos y en sus avances vanguardistas sobre la dialéctica epistemológica, no sobre el ejercicio histórico de sus ideas. Por eso se le tipificaba de comunista en unos Estados Unidos intervencionistas, fascistas y racistas. Oppenheimer, pues, no lo era. Sólo era un revolucionario, como Marx, en su flanco científico. Pero, claro, donde impera el prejuicio como un modo de ser, los teóricos de la verdad relativa son más peligrosos revolucionarios que los activistas más dogmáticos y recalcitrantes. El saber es revolucionario. Y termina pereciendo en el oscurantismo de la masiva idiotez.
¿Marx sería tan culpable de las aberraciones del comunismo real como Oppenheimer del uso bastardo de la energía nuclear?
Porque, si bien fugaz, hay una frase en la película donde el científico afirma creer en Marx por sus despliegue teórico y sus deducciones de índole económica (dice haberse leído completo “El Capital”) y no por su convocatoria al alzamiento comunista. (Una cosa sería suscribir las tesis del Socialismo Científico y otra la causa beligerante del proletariado en la lucha de clases.)
Es, entonces, un revolucionario, porque abre los horizontes críticos de la realidad, como todo científico, y toda conquista contra el desconocimiento de la realidad es revolucionaria en sí misma, no la práctica doctrinaria, que puede ser tan regresiva, equivoca y retardataria como la de un activista ignorante.
La Unión Soviética no era revolucionaria, por ejemplo, para Oppenheimer. Su praxis estalinista era enemiga del marxismo teórico sobre el capitalismo. “La ideología mató a Joe por nada”, dice ella. La ideología era lo contrario de lo revolucionario para él. Porque, en efecto, lo es. Oppenheimer, en definitiva, era un revolucionario, como Marx. Pero era todo lo opuesto en la idea de que la ciencia y el saber son un asunto de las ‘masas’.
No es eso, claro está, lo que más se entiende y lo que más importa de la película, que es grandiosa. Pero es una verdad tan grandiosa como la película. Una bomba atómica de la conciencia y el descubrimiento. En todo caso, lo revolucionario, ideológico y comunista de Oppenheimer se circunscribía a su condición de judío. Ser activista del marxismo, como su hermano, era sólo un vehículo de resistencia antinazi, no una convicción de su sabiduría. Pero el macartismo sigue siendo la plaga del liberalismo democrático, como el comunismo es lo contrario de la conciencia revolucionaria, que tiene que ser libre.
La ciencia es lo negantrópico. Pero la entropía masiva, atómica, la tiene al límite de la desaparición. O lo que es lo mismo que por eso películas del tipo ‘clásico’ como “Oppenheimer” son de las últimas en ser tan premiadas. Ese cine realista e histórico dentro de poco no lo verá nadie. Y desaparecerá bajo la luz de la ignorancia y el mal gusto.
A final de cuentas la película refiere de manera magistral cómo en la democracia más ejemplar y representativa de Occidente, la del llamado ‘mundo libre’, se elige a un gran sabio para crear el primer engendro atómico capaz de exterminar pueblos y al planeta entero de la manera más infernal y dolorosa conocida, y luego lo condena y lo exhibe con el peor estigma concebible por la humanidad de dicha democracia imperial: Oppenheimer era peor que un genocida, ¡era comunista!, o un judío peor que los mismísimos nazis.
SM