Signos
Cuando la violencia se impone y la inseguridad impide la participación de candidatos y electores en regiones dominadas por las bandas criminales que asesinan y pervierten el clima electoral con entera libertad, la democracia existente es la del miedo, donde los sicarios y sus jefes son más fuertes que las instituciones y las autoridades de todos los niveles del Estado nacional que demuestran que el Estado de derecho es una burla donde no se respetan ni las garantías más elementales de los individuos. Las Policías no arrestan porque son cómplices o incompetentes, las Fiscalías no consignan por las mismas razones, y la jurisdiccionalidad de la más baja a la más alta jerarquía cierra el círculo de la colosal impunidad que caracteriza al país entero, mientras la demagogia política mantiene en sus cuarteles a la multitudinaria tropa estéril que contempla cómo el discurso del civilismo antimilitarista privilegia la libertad de abrir fuego y de extorsionar e intimidar al país de los grupos armados de la gran industria del crimen organizado. Las municipalidades de un signo político son adversarias de las de signo contrario y de las gubernaturas y demás Poderes locales de control opositor. Y en la dispersión de los Poderes estatales y en la confrontación de los grupos parlamentarios y de los Poderes Ejecutivo y Judicial de la Federación, las bandas criminales escogen a sus segmentos de autoridad más vulnerables para corromper, someter e imponer sus condiciones y expandir sus negocios y sus perímetros de acción. La impunidad y la disgregación y la confrontación de las fuerzas constitucionales fecundan el territorio de la simbiosis entre el sicariato industrial y el hampa institucional. Más y más actividades económicas y políticas son invadidas y permeadas por el ‘narco’. Cada vez más despojos y atropellos delictivos ocurren frente a los ojos y ante la impotencia de la autoridad. No hay ni detenciones policiales ni consignaciones ministeriales ni sentencias judiciales ni ‘bajas’ significativas que mengüen la fuerza de los grupos criminales. Se atomiza el Estado, se desarticula, se fragmenta en intereses políticos sectarios y representaciones populares polarizadas y de cada vez más poca monta. El discurso impostado de los nuevos candidatos se reduce al de los saldos presidenciales infieles de su llamada ‘cuarta transformación’ (banalizados hasta la excrecencia por los más exitosos arribistas y oportunistas y más numerosos mercenarios verdemorenistas) y al de sus opositores de la misma degradada especie y redundante réplica y confrontación ‘ideológica’ sin variaciones de estilo ni particularidades propositivas propias. No hay sinceridad ni convicción ni originalidad ni compromiso ni carisma ni liderazgo. Hay bandos definidos entre el ayer y el hoy como únicas alternativas. Y entre ambas y gracias al estercolero suyo que tanto la ha abonado, ha crecido como una frondosa enredadera la del ‘narco’ y sus filiales de intereses y negocios, que todo indica, al no advertirse indicios concretos y programáticos de lo contrario, seguirá estrangulando al país con la fuerza de los tentáculos de un narcoEstado. ¿Podría esperarse de Sheinbaum una radicalización antinarco y antiobradorista tras el retiro de Andrés Manuel y de su tolerancia al crimen? ¿Su absoluta disciplina de campaña al patriarcado político del que deriva es acaso estratégico y se romperá al cabo, aunque sea en ese flanco, de ganar la sucesión presidencial? Más nos vale. De otro modo la fragmentación política, la ingobernabilidad regional y la impunidad abonada por el desencuentro y los enfrentamientos facciosos entre los Poderes federales ahondarán las grietas del Estado fallido que tanto hace prosperar el crimen.
SM